11
Bajo tierra

El lunes es un día de trabajo, y normalmente es el día que quedamos para comer, pero no estoy dispuesta a compartir el pan con Jen después de lo que pasó ayer. Me voy a trabajar con la llave de cobre escondida en mi bolsa de seguridad. En cuanto entro me pongo a trabajar duro en el archivo y la limpieza. Hasta las doce no me doy cuenta de que Janis todavía no ha llegado.

Espero que esté bien. No recuerdo haberla visto ayer, pero si ha sabido algo de lo que pasó… en fin, no sé cuánto conocía a las víctimas, pero me puedo imaginar por lo que estará pasando si las conocía. No se encontraba bien hace un par de días… ¿Cómo estará ahora?

Voy al mostrador. Hoy no hay trabajo, y no ha venido nadie, así que no tengo ningún reparo en darle la vuelta al cartel de la puerta y poner CERRADO un momento. En la sala del personal hay un archivo con datos administrativos, y tras hojearlo un poco, encuentro el número de la casa de Janis. Lo marco, y después de un rato preocupantemente largo, alguien contesta al teléfono.

—¿Janis?

Por la voz parece que está cansada, incluso a través de la distorsión que parece que el enlace telefónico está diseñado para producir. —Reeve, ¿eres tú?

—Sí, estoy preocupada por ti. ¿Estás bien?

—Tuve náuseas esta mañana. Y a decir verdad, no tenía ganas de ir. ¿Te importa?

Miro a mi alrededor.

—No, este sitio está tan muerto como… —me paro justo a tiempo—. Escucha, ¿por qué no te tomas un par de días libres? Te ibas a ir dentro de un par de meses de todas formas, y no tiene sentido exagerar. Si quieres, iré a llevarte un par de libros mi próximo día libre, pasado mañana. ¿Qué te parece?

—Suena genial —me dice agradecida, y después de charlar un poco, cuelgo.

Justo cuando estoy cambiando el cartel de CERRADO a ABIERTO, aparece una larga limusina negra. Respiro profundamente (¿Qué hará Fiore por aquí hoy?) antes de que el cura salga del coche, y entonces veo que, de un modo inusual, mantiene la puerta abierta para otra persona. Es alguien que lleva un traje violeta y un casquete. Me doy cuenta de quién debe ser… el obispo: Yourdon.

El obispo resulta ser tan cadavéricamente delgado y alto como Fiore es gordo y bajo. Una cigüeña y un sapo. Tiene la piel de un color particularmente cetrino, y los pómulos le sobresalen como aspas. Lleva unas gafas con unos marcos gruesos y rectangulares, como cuernos, y el pelo le cae a los lados del cuero cabelludo en mechones lacios de color marfil podrido. Camina a grandes zancadas, con unas manos esqueléticas que mantiene juntas, mientras que Fiore se arrastra quejándose detrás de él para alcanzarlo.

—¡Se lo digo yo! ¡Se lo digo yo! —dice Fiore—. Por favor…

El obispo empuja la puerta de la biblioteca, y después se para. Tiene los ojos de un azul muy pálido, con algunas manchas un poco amarillentas, y su mirada es glacialmente despectiva.

—Ya la has jodido antes, Fiore —sisea—. Espero que te guardes tus pequeñas fantasías masturbadoras para ti mismo en el futuro —entonces se da la vuelta para mirarme.

—¿Hola? —me esfuerzo por sonreír.

Me mira como si fuera una máquina.

—Soy el obispo Yourdon. Por favor, lléveme al depósito de los documentos.

—Ah, sí. Por supuesto.

Me apresuro a salir de detrás del mostrador e indicarle el camino hacia la parte de atrás.

Fiore carraspea y respira pesadamente mientras se contonea detrás de nosotros, pero Yourdon se mueve con una gracia huesuda, como si hubiera reemplazado todas sus articulaciones por juntas bien lubrificadas. Hay algo en él que me produce escalofríos. La mirada que le ha echado a Fiore… no recuerdo haber visto una expresión de un desprecio tan puro en una cara humana desde hace mucho tiempo. Los llevo a la habitación; con el Ángel de la muerte que me acecha detrás de mí, seguido por el arrogante sapo oleaginoso.

Me quito de en medio cuando llegamos a la sección de referencia, y Fiore palpa a tientas sus llaves, marchitándose visiblemente ante la mirada humeante de Yourdon. Abre la puerta y entra deprisa. Yourdon se para, y me mira fijamente con una mirada de hielo.

—Que no nos molesten —me advierte—, bajo ningún concepto. ¿Lo ha entendido?

Asiento vigorosamente.

—Yo… yo estaré en el mostrador si me necesitan —casi me castañean los dientes. ¿Qué pasa con este tipo? He conocido a algunos misántropos antes, pero Yourdon tiene algo especial.

Fiore y el obispo se quedan en el archivo, haciendo lo que quiera que sea que hagan casi tres horas. Un par de veces oigo que levantaban la voz, la súplica grasienta de Fiore seguida del siseo de serpiente colérica del obispo. Me siento detrás del mostrador, esforzándome por no mirar hacia atrás cada diez segundos, e intento leer un libro sobre la historia de la caza de brujas de la Europa y Merca preindustriales. Encuentro algunos parecidos perturbadores con lo que está pasando aquí. Habla de comunidades fracturadas por fracciones de desconfianza mutua que compiten para denunciarse unas a otras a ambiciosas autoridades espirituales ebrias de poder temporal. Sin embargo, me resulta difícil concentrarme mientras la serpiente y el sapo están en la habitación de atrás, haciendo ruidos como si quisieran aguijonearse a muerte.

Es la hora del almuerzo cuando vuelven Fiore y Yourdon. Fiore parece subyugado y resentido. Yourdon parece estar de mejor humor, pero si este es su buen humor, espero no verlo cuando esté enfadado. Cuando sonríe parece una calavera a la que alguien le ha puesto una tela de carne por encima, con unos labios sin color que se le arrugan hacia atrás dejando al descubierto unos dientes amarillos que dan forma a una sonrisa completamente privada de diversión.

—Entonces será mejor que vuelvas al trabajo —le dice a Fiore mientras pasa a zancadas por delante del mostrador sin hacerme el más mínimo gesto.

—Ahora te tienes que poner al día de todo el progreso que te has perdido —entonces pasa por la puerta dando tumbos mientras que la larga limusina pasa por delante del bloque, preparada para llevar a su patrón a su refugio de siempre.

Unos minutos después Fiore se arrastra, pasando por donde estoy yo, con una mirada lúgubre.

—Vendré por aquí mañana —murmura, y sale dando pisotones. No hay ninguna limusina para el cura, que va dando traspiés bajo el sol del mediodía. ¡Guau, cómo han caído los poderosos!

Me quedo mirándolo hasta que se pierde de vista. Después vuelvo y pongo otra vez el cartel de CERRADO. Cierro con llave y respiro profundamente. No me lo esperaba hoy, pero es una oportunidad demasiado buena para perderla. Cojo mi bolsa de la sala del personal y me voy para el depósito.

Ha llegado el momento de la verdad. Después de den segundos desde que Fiore dejó el edificio, deslizo por la cerradura la llave que he copiado laboriosamente. El corazón me late con fuerza mientras la giro. Por un momento se niega a moverse, pero yo la muevo a tirones (los dientes no están encajando en las clavijas), y de repente algo parece encajar chirriando levemente y se abre. Abro la puerta de par en par, y busco el interruptor de la luz.

Estoy en una pequeña habitación sin ventanas, sin sillas ni mesas, solo hay una bombilla desnuda colgando de un cable del techo, hay estanterías de libros en tres paredes, y una puerta que se abre horizontalmente en mitad del suelo.

—¿Qué es esta mierda? —pregunto en voz alta, mirando a mi alrededor.

Hay cajas de archivos en todas las repisas, montones de cajas de archivos. Pero no tienen etiquetas, sino números en serie. Todo está lleno de polvo, salvo la puerta horizontal, que alguien ha abierto recientemente. Respiro y casi me quedo bizca intentando no estornudar. Si esta es la idea de Fiore del cuidado de una casa, no me extraña que Yourdon le eche la bronca.

Miro a la repisa más cercana y cojo el primer archivo que pillo. Tiene un botón enganchado y lo abro, para descubrir que está lleno de papeles, folios amarillentos, alisados mecánicamente, columnas de números hexadécimales impresos en filas de tinta sin codificar. ¡Hay un número secuencia!, en la parte superior de cada hoja, y tardo un poco en imaginar qué es lo que estoy mirando. Es un mapa mental señalizado, lo que los antiguos habrían llamado un vaciado hexadecimal. Páginas y páginas. La caja podrá tener unas quinientas hojas. Si todas las demás que veo contienen lo mismo, estaré ante unas cien mil hojas, que contendrán cada una unos diez mil caracteres. Sea lo que sea que hayan almacenado con este increíblemente ineficaz sistema serial, no es muy grande… más o menos del tamaño del genoma de un pequeño mamífero, puede ser, una vez que le quitemos los exoties redundantes.

Es tres o cuatro órdenes de magnitud demasiado pequeño como para ser el mapa de un ser humano.

Muevo la cabeza y pongo la caja en su sitio. A juzgar por la capa de polvo que tiene, no parece que la haya tocado nadie desde hace bastante tiempo. No sé lo que será todo esto, pero no es lo que Fiore y Yourdon han venido a ver. Por lo que solo me queda la puerta.

Me agacho, cojo el anillo de metal, y lo levanto. El bloque de madera tiene bisagras por detrás, y veo un tramo de escaleras que bajan. Los escalones están enmoquetados, y hay una baranda de madera a los lados. Muy bien, así que hay un sótano secreto debajo de la biblioteca —me digo a mí misma, intentando no reírme del miedo. ¿Encima de qué habré estado trabajando?

Por supuesto, bajo las escaleras. Después de lo que Fiore les ha hecho a Phil y a Esther, está claro que estoy muerta si me encuentran en el depósito. El próximo paso es solo una secuencia lógica. Nada más.

Las escaleras bajan a una zona de penumbra, pero no hay muchos escalones. El suelo está a tres metros de la puerta horizontal, y hay un interruptor en la baranda al fondo. Lo enciendo y miro a mi alrededor.

¿Y adivinas qué? Ya no estoy en los años oscuros.

Si lo estuviera, esto sería un sótano mohoso con ladrillos en las paredes y un suelo de listones de madera, o cubierto de hormigón y travesaños de acero. No eran buenos con las estructuras de diamante en aquella época, y sus suelos no estaban forrados con rayas de cebra y usaban bombillas que duraban poco en vez de cubrir el techo con pintura de resplandor del día. Hay una tumbona de aspecto retro que estoy segura que es de un estilo que pasó de moda en algún momento entre el final de la era colonial Oort y el principio de las repúblicas conservacionistas, y algunas sillas de una resina negra extraña que parecen esqueletos de insectos, si los insectos tuvieran una altura de cuatro metros y se mantuviesen con endoesqueletos. Mmm. Miro detrás de mí. Sí, si Yourdon y Fiore han estado gritándose aquí con la puerta abierta, es normal que los haya oído.

Otras cosas del sótano son todavía más desconcertantes.

Para empezar, hay algo que estoy prácticamente segura de que es una auténtica puerta A militar. Es un cilindro rechoncho de dos metros de altura por dos de diámetro, su cubierta resbala con la opacidad blanca de una armadura de carbonitrilo. Hay una estación de trabajo de control reforzada cerca de ella, encima de una peana áspera de madera… estas cosas se usan cuando se está operando en campo bajo una emisión de control, para tener un buen campo sobre lo que sea que se esté trabajando para que te salve el culo. ¿Plutonio? Un arma nuclear. No es que tenga el permiso para tocarlo (si me equivoco, probablemente encendería un billón de alarmas), pero su presencia aquí es tan incongruente como un aeroplano en la Edad de Bronce.

Por otra parte, las paredes están revestidas con repisas de estanterías que tienen varias piezas de aparatos. Hay una cosa que estoy segura de que es un paquete generador para una espada Vorpal, como la que vi en el altar. Esto me trae malos recuerdos, porque pienso en lo que se puede hacer con ellas (fuentes de sangre dentro de una habitación donde se amontonan cuerpos sin cabeza como si fueran leña, al lado de la puerta de evacuación), y me entran ganas de vomitar. Respiro, y miro a las estanterías de la otra parte de la habitación. Hay muchas, algunas de ellas apiladas con ladrillos rectangulares pintorescos de alta densidad de almacenamiento, pero la mayoría del espacio está dedicado a carpetas de anillos llenas de papeles. Ahora, en vez de tener series de números en el lomo, tienen títulos legibles según el anticuado sistema humano, aunque no tienen mucho sentido para mí, como Revisión del estudio zimbardo del protocolo 4.0, Coeficientes delta de la escala moral de la Iglesia, Criterios de selección de dominio extendido…

¿Un criterio de selección de dominio? Cojo este último y empiezo a leerlo. Después de un rato muevo la cabeza y lo pongo en su sitio. Me siento sucia y, de algún modo, contaminada. Ojalá no entendiera lo que dice, pero me temo que sé de lo que está hablando, y ahora voy a tener que descubrir qué hacer con lo que he aprendido.

Miro la puerta A, haciendo conjeturas. Hay buenas probabilidades de que no esté infectada con el Curious Yellow, porque lo más lógico es que no quieran arriesgarse a infectarse ellos mismos. Pero, de todas formas, no me ayudaría a escapar, y seguramente no funcionaría conmigo, a no ser que le ponga una pistola metafórica a Fiore en la cabeza, lo amenace con algo más aterrador que una venganza de Yourdon… y si he entendido bien cómo es Yourdon, cualquier tipo de venganza que él pudiera llevar a cabo tiene que ser mucho peor que la muerte.

¡Mierda! Tengo que pensar en todo esto. Pero, por lo menos, tengo hasta mañana, cuando vuelva Fiore.

En la biblioteca no entra nadie, absolutamente nadie. Cuando vuelvo arriba y cierro el depósito, vuelvo a poner la señal de ABIERTO y me siento detrás del mostrador un par de horas, esperando nerviosa a que lleguen unos zombis y me lleven a la cárcel. Pero no pasa nada de eso. No he activado ninguna alarma con la elección de mi lectura de mediodía. Visto a posteriori, no es sorprendente. Si hay un sitio que Fiore y Yourdon y el misterioso Hanta no quieren que se vigile, será donde esconden los instrumentos para sus experimentos. Su naturaleza no prolifera en el escrutinio de un panóptico. Lo cual me da una idea.

A media tarde cierro media hora y me voy a las tiendas de electrónica más cercanas para encontrar un utensilio que me pueda servir. Después paso una hora de tensión instalándolo en el techo. Cuando termino, me siento orgullosa de mí misma. Si funciona, les daré una lección a Fiore y a Yourdon por haber sido tan confiados… y por haber hecho esta locura de simulación tan real.

Esto está tan solo que decido irme a casa media hora antes. Es una tarde de verano templada, y tengo por delante un paseo de unos dos kilómetros. No se ve a nadie. Hay algunos guardas cortando el césped, pero no hay gente normal. ¿Me he perdido un día de fiesta, o algo? No lo sé. Pongo un pie delante del otro hasta que me topo con la carretera que sale del centro, la sigo por un túnel corto, salgo otra vez a la luz del día y a una calle tranquila residencial con árboles y un riachuelo perezoso, casi estancado, a un lado.

Se oyen algunas voces y hay un olor apenas perceptible de comida que estarán cocinando en alguna de las casas por las que paso. La gente está en su casa… no me han dejado misteriosamente abandonada y sola. ¡Qué pena! Por un momento me imagino que los miembros de la Academia se han dado cuenta de que hay algo que no va bien en el Programa YFH, y han venido para evacuarnos mientras que yo estaba tras el mostrador de la biblioteca. Es un sueño maravilloso para soñar despierta.

Llego muy pronto al siguiente túnel que une los distintos segmentos. Esta vez enciendo una linterna cuando pierdo de vista la entrada. Sí, exactamente como me lo imaginaba… hay un panel que parece una puerta en una de las paredes del túnel. Saco una libreta y lo añado a mi lista. Estoy construyendo poco a poco un mapa con los segmentos interrelacionados que descubro. Parece un gráfico cíclico, y esto es exactamente lo que es; una red de nódulos conectados por líneas que representan carreteras con puertas T. Ahora estoy añadiendo las compuertas de mantenimiento.

En realidad las puertas T no se ven (es solo que primero están en un sector e inmediatamente después estás andando a través de una brana invisible y ya estás en otro sector), pero la posición de las compuertas me podrán decir algo si es que soy lo suficientemente inteligente como para descifrarlo, ídem el orden de la red: si están a la izquierda o a la derecha, o si hay un camino hamiltoniano. En el caso degenerado, no habría ninguna puerta T; tiene que tratarse de un cilindro simple, dividido por particiones que se puedan sellar contra la pérdida de presión; o todos los sectores podrían estar en sitios diferentes, a 3,26 años luz de distancia. Estoy intentando no dar nada por supuesto. Si no miras con los ojos bien abiertos, el riesgo que es te pierdas algo.

Llego a casa más o menos a la hora que suelo llegar, tensa y nerviosa, pero también curiosamente aliviada. A lo hecho, pecho. Mañana puede que Fiore note mi intromisión, o puede que no. (O, con suerte, pensará que ha sido Yourdon, que es igualmente probable. No es que se lleven muy bien, así que podría aprovecharme de sus diferencias). De todas formas, me enteraré de algo. Si no… bueno, ya sé demasiado para pararme aquí. Si supieran todo lo que he descubierto de su pequeño juego, me matarían inmediatamente. Sin líos, sin ritual de humillación ante las busconas de puntos de la iglesia, una rápida succión del cerebro, y se acabó. Fiore está jugando con fuego.

Sam está en el salón viendo la televisión. Paso de puntillas y voy arriba, porque necesito desesperadamente una ducha. Cuando llego a la habitación, me quito los zapatos, me voy al cuarto de baño y abro el grifo, con la esperanza de quitarme de encima las tensiones de hoy.

Unos segundos después oigo unos pasos, y la puerta del cuarto de baño se abre.

—¿Reeve?

—Sí, soy yo —digo fuerte.

—Tenemos que hablar. Es urgente.

—En cuanto termine —le digo, molesta—. ¿Puede esperar?

—Supongo.

Las pequeñas torturas se acumulan; y ahora sí que es verdad que estoy de mal humor. ¿En qué se está convirtiendo la vida, si ni siquiera me puedo duchar sin que me interrumpan? Me enjabono metódicamente de arriba abajo, me lavo el pelo, con cuidado de masajearme con el gel ineficazmente emulgente en el cuero cabelludo. Después de enjuagarme unos dos minutos, cierro el grifo y abro la puerta para coger la toalla, y para encontrarme con la mirada sorprendida de Sam.

—Pásame la toalla —le digo, intentando sacar el mejor partido de la situación. Me la da a toda prisa. Después de unos meses en esta sociedad pecera noto que me están sucediendo cosas extrañas en el modo de percibir mi cuerpo, y me siento sorprendentemente abochornada al estar desnuda delante de él. Creo que él también lo nota.

—¿Qué es tan importante? —salgo de la ducha, mientras me tiende la toalla.

—Han llamado —masculla, intentando mirar para otro lado… aunque sus ojos terminan siempre mirándome a mí.

—Eh. Eh. ¿Quién? —me enrolla en la toalla como si fuera un tesoro delicado que está intentando no tocar. Yo tiemblo e intento ignorarlo.

—Fer. Fer y El han oído que pasa algo malo con Mick y están hablando de resolverlo.

—Malo —intento concentrarme. De repente, el agua que me queda sobre la piel se hiela—. ¿Qué quiere decir algo malo?

—Es Cass, creo —me pongo nerviosa—. Mick les contó alguna historia absurda que ha oído contar a Fiore. Ha dicho que el cura le dijo que una de las reglas aquí es, ¿cómo era?, ser fructíferos y exponenciarnos. Que se puede conseguir un bono gigante de puntos teniendo hijos.

—No es un buen asunto —digo con cuidado—, pero ha tenido que ser una interpretación de Mick.

—Sí, bueno, eso es lo que dijo Fer, pero después Mick le dijo a El que iba a conseguir esos puntos, quisiera Cass o no —parece asustado—. Él no estaba seguro de lo que quería decir.

Las ideas me corren a toda velocidad.

—Cass no estaba en la iglesia ayer, Sam. La última vez que la vi no quería hablar… parecía asustada —tengo la desagradable sensación de saber qué es lo que está pasando. Espero con todas mis fuerzas estar equivocándome.

—Sí, bueno, Fer me ha llamado después de que El le contara que Mick ha hecho algún tipo de broma sobre evitar que Cass escape. No estaba seguro de lo que quería decir pero dice que no sonaba bien. Reeve, ¿qué está pasando? ¿Qué vamos a hacer si resulta que está amarrando a Cass cuando se va a trabajar, o la está forzando o algo?

Para ser alguien que está viviendo en un simulacro de los años oscuros, Sam parece muy ingenuo a veces.

—Sam, ¿sabes lo que significa la palabra violación?

—La he oído —parece cauteloso—. Creía que tenía que implicar a dos extraños, y normalmente, un asesinato. ¿Crees…?

Me doy la vuelta.

—Tenemos que descubrir qué está pasando, y tenemos que sacarla de allí. Si es verdad, no creo que podamos contar con la policía zombi, o con Fiore. Fiore es el primero que lía las cosas, hasta Yourdon está de acuerdo en esto —me paro—. Es un asunto muy feo.

El pensar por lo que Cass podría estar pasando me aterroriza, sobre todo porque me puedo imaginar cómo van a reaccionar algunos miembros de nuestra cohorte si intentamos ayudarla. Antes del domingo habría tenido más esperanzas, pero ahora sé que no me puedo esperar más que un atroz salvajismo de nuestros vecinos si creen que sus preciosos puntos están en peligro.

—Creo que Janis nos podría ayudar, pero está mala. Alice, a lo mejor. Angela está asustada, pero creo que nos seguiría si actuamos bien. Jen… no quiero ver a Jen en todo esto. ¿Qué hay de los chicos?

—Fer está de acuerdo —dice sencillamente—. A él tampoco le gusta la idea. El, puede que no. Creo que si se lo pido, Greg, Martin y Alf nos ayudarían. Un equipo —me mira extraño.

—Sin muertes —le digo, a modo de advertencia.

Se estremece.

—¡No! Nunca. Pero…

—Alguien tendrá que ir para asegurarse de que sea verdad, o si Mick estaba solo gastando una broma de mal gusto. ¿No?

Asiente con la cabeza.

—Sí. ¿Quién?

—Yo —digo sin más rodeos—. Esta noche. Me voy a vestir. Tú llama a los demás. Diles que vayan. Quiero decidir qué vamos a hacer antes de entrar, así no habrá sorpresas desagradables. ¿De acuerdo?

Asiente y me mira, con una expresión extraña.

—¿Algo más?

—Sí —me acerco a él y le doy un beso en los labios—. Vamos.

Tres horas más tarde, estamos reunidos en secreto en una casa vacía de una calle lateral residencial tranquila, enfrente de la que ahora sabemos que es la casa de Cass y Mick, gracias a un complaciente zombi taxista. La calle está todavía desocupada en sus tres cuartas partes. Salimos de los tres taxis a intervalos de cinco minutos. Fer ha sido de los primeros en llegar. Nos ha traído a esta casa vacía, abriéndola con una palanca. No hay muchos muebles, y todo está lleno de polvo (por no hablar de la oscuridad, porque no queremos encender las luces para que Mick no se dé cuenta de nada), pero es mejor que estar escondidos en el jardín dos horas.

Somos solo cinco: Sam, Fer, Greg, la mujer de Greg que se llama Tammy, y yo. Tammy está decidida y muy enfadada por dentro… yo creo que es porque no se ha dado cuenta de lo mal que estaban las cosas hasta que Sam llamó a Greg. Es casi medianoche, y estamos todos cansados, pero yo empiezo a repasar el plan otra vez.

—Muy bien, otra vez. Yo cruzo la calle y llamo a la puerta. Pregunto por Cass. Según como reaccione Mick: Sam y Fer, vosotros os lanzáis sobre él y lo tenéis bien cogido. Yo tengo el silbato. Un silbido significa que entréis a por mí, que necesito ayuda. Dos significan que entréis a por Mick —me paro—. Greg, Tammy, tenéis las medias, os las ponéis en la cabeza. No queremos que os reconozca si tenéis que coger a Cass y cuidarla.

—Espero que te estés equivocando con todo esto —dice Tammy, con disgusto.

—Yo también, créeme. Yo también —miro a Fer de reojo.

—Mick no ha estado bien de la cabeza desde que lo conozco —murmura Fer.

—¿Algo más antes de irnos? —pregunto, poniéndome de pie.

—Sí —dice Fer—. Si no pitas, y no sales en diez minutos, yo entro de todas formas —agarra con fuerza su palanca.

—Eso espero —asiento con la cabeza, me levanto y voy hacia la carretera.

El jardín de Mick está lleno de maleza y el césped está muy largo. No hay luces en las ventanas, pero esto no significa nada. Como en nuestra casa, hay un invernadero delante. La puerta está abierta. Entro y miro la puerta principal. Han taladrado un nuevo candado, grande y gordo. Llamo a la puerta. No pasa nada. Vuelvo a llamar, y se enciende una luz en el hall. Me pongo nerviosa, y me preparo mientras se oye una llave que abre la primera cerradura, después otra llave, y la puerta se abre.

—Tú —es Mick. Me eructa, y huelo vino agrio en su aliento. Lleva puesta una camiseta sucia y unos calzoncillos, y lleva en la mano una lata de metal con la tapa abierta—. ¿Qué quieres? —me echa una mirada lasciva—. ¿No te dije que no me molestaras?

—Quiero ver a Cass —digo con calma. Hay un montón de cosas apiñadas en el hall. Parecen cajas de comida vacías, basura. El olor es empalagoso—. No fue a la iglesia el domingo.

—¿Sí? —levanta la lata y bebe. Me mira con astucia—. Entra.

Paso el umbral y él vuelve a entrar en la casa. Parece una copia de la casa donde Sam y yo vivimos, pero esta está destrozada. El hall está abarrotado de cajas rotas de comida preparada y de trozos de comida putrefacta. Hay una gotera que viene de arriba y una mancha maloliente que se extiende por una de las paredes.

—Está arriba, descansando —dice, señalando la escalera—. ¿Por qué no subes a verla?

Lo miro fijamente.

—Si crees que no le va a molestar.

—No.

Cuando voy hacia la escalera, él se da media vuelta y cierra la puerta, echando las dos llaves.

—Venga —me dice—, no hay nada de qué preocuparse —se ríe nerviosamente.

No hay más que hablar. Tengo el silbato atado a una cuerda, colgado del cuello, escondido debajo del jersey. Lo saco y doy dos silbidos mientras subo los escalones de dos en dos. Mick se sobresalta, me mira, con una expresión de desconcierto que poco a poco se convierte en rabia.

—¿Por qué has hecho eso? —me grita. Justo después se escucha que hay alguien que está aporreando la puerta detrás de él.

Yo llego al final de la escalera y miro por todas partes rápidamente. La habitación principal está a la izquierda, como en mi casa. Hay pilas de ropa sucia amontonada contra las paredes, capto el hedor de algo podrido pero dulzón de alcantarillas atascadas que se sobrepone a algo más, algo que no logro identificar. Entro rápidamente en la habitación y busco el interruptor con la mano. Algo chirría.

Se oye el ruido de algo que se hace añicos allí abajo, y rugidos de furia por momentos, pero yo estoy demasiado ocupada mirando la cama como para prestarles atención. La mayoría de los muebles de la habitación están destrozados, como si alguien los hubiera lanzado por los aires o los hubiera roto con un hacha. La única excepción es la cama, pero lo único que queda de ella es el colchón. Apesta a excrementos y orina rancia, está llena de moscas, y está ocupada: Cass está tumbada, desnuda. Tiene los brazos atados a la cabecera, y las piernas a cada una de las esquinas de la cama. Está muy sucia, tiene moratones en las piernas, y en la cara señales de que le han dado puñetazos muchas veces. Es de ahí de donde viene el chirrido. Creo que le ha roto la mandíbula.

—Aquí arriba —grito desde la puerta de la habitación. Vuelvo a entrar—. Te vamos a sacar de aquí, amiga mía —me inclino sobre ella y saco la navaja que me he traído para las emergencias—. Esto te va a doler —empiezo a cortar la cuerda con la que tiene atados los brazos y ella gime. Cuando se mueve, del colchón incrustado sale hedor horrible y me doy cuenta de que no es que esté en los huesos, es que está completamente desnutrida y tiene los brazos llenos de llagas y quemaduras de las cuerdas.

Oigo más golpes y cosas que se rompen en el piso de abajo, y después un grito colérico. Cass gime y se queja medio gritando cuando la última cuerda se suelta; el brazo se le cae, flácido, y sigue quejándose. Tiene las manos moradas e hinchadas, y tengo una fuerte sensación de que las tiene muy mal, pero ahora no tengo tiempo que perder. Me voy hacia los pies de la cama y empiezo a cortar la cuerda del tobillo derecho, y entonces es cuando grita y veo lo que Mick le ha hecho para que no se escape. La cuerda está llena de sangre porque le ha cortado el ligamento del tobillo, y el pie se le mueve sin ningún control, y cada vez que lo mueve, intenta gritar, borboteando con la mandíbula rota. «Él dijo que se conseguían muchos puntos teniendo un niño». Grito de la rabia; y alguien aparece por la puerta. Es Sam. Tiene un corte en la cara que le sangra, y un ojo medio cerrado. Eso me llama la atención, y vuelvo a recuperar el control.

—Por aquí —le digo nerviosa—. Tienes que cogerle la pierna con cuidado…

Cuando bajamos, Greg llama por teléfono a un número que yo no conozco y llama a una ambulancia. Están todos heridos, menos Greg y Tammy. Sam va a tener el ojo bien morado mañana, y a Fer le ha dado una buena patada en las costillas mientras que Sam, Greg y él estaban llevándolo abajo. Lo han dejado en el suelo del invernadero mientras que pensamos qué vamos a hacer con él. Estoy empezando a arrepentirme de mi actitud de antes contra los linchamientos, pero por ahora lo primero es Cass. Después tendremos mucho tiempo para ocuparnos de Mick, si es que no se ahoga en su propio vómito mientras está inconsciente. Aunque eso facilitaría mucho las cosas.

—¿Cómo está? —pregunta Tammy—. Sería mejor que yo…

—No —la paro para que no se meta en esto—. Confía en mí. Tenemos que llevarla al… al hospital. Esto no lo puedes tratar en casa.

—¿Es muy grave? —pregunta Tammy.

—Hay que llevarla al hospital —no quiero que vea lo que Mick le ha hecho a Cass en las piernas. No quiero ser la responsable de esto esta noche.

La ambulancia llega en cinco minutos, un vehículo blanco con forma de caja, con una media luna roja estilizada. Dos zombis bien educados, con unos uniformes azules, entran por la puerta principal.

—Por aquí —les digo, acompañándolos arriba. Por una vez estoy contenta de que haya zombis por todas partes… porque ellos no nos harán las desagradables preguntas que nos haría alguien con autonomía cognitiva. Sam está arriba con Cass, y un minuto más tarde los zombis bajan para traer una plataforma plegada, con ruedas, para ella.

—¿Quién es pariente suyo? —pregunta uno de los zombis mientras bajan a Cass en una camilla.

Fer empieza a señalar hacia Mick, pero Tammy levanta la mano.

—¡Yo! —dice—. Llevadme con vosotros.

—Solicitud aprobada —dice uno de los zombis—. Suba delante, por favor —meten a Cass en la parte de atrás del vehículo, y Tammy los sigue.

Greg la mira un momento, y después se vuelve para mirar a Mick.

—¿Qué vamos a hacer con él? —pregunta.

Fer tiene una expresión dura.

—Nada —digo, antes de que Fer abra la boca y le dé una patada.

—¿Os acordáis del pacto? Nada de linchamientos —me paro—. Lo que hagamos mañana es otro tema.

—¿La policía hará algo? —pregunta Fer un momento después.

—No sé —dice Sam, mientras baja las escaleras. Se ha puesto una toalla húmeda en el ojo—. No creo que estén programados para este tipo de cosas. En el peor de los casos vendrán a buscarnos por haber pisoteado el cuadro y haber roto la puerta, pero no creo que un zombi esté preparado para tratar con este tipo de… cosas —parece muy sensato mientras mira a Mick tirado en el suelo.

—Vámonos a casa —sugiero—. ¿Qué os parece si quedamos mañana por la tarde para hablar de todo esto?

—A mí me parece bien —dice Greg. Sam mueve la cabeza, asintiendo.

Miro a Mick tumbado en el suelo.

—Si viene a por alguno de nosotros, creo que deberíamos matarlo.

—Lo dices como si no estuvieras segura —dice Fer.

—¿Segura? —me quedo mirándolo—. ¡Mierda, le cortaría el cuello ahora mismo! Pero lo que pasó el domingo —trago— ha hecho que se me quiten las ganas —sigo mirándolo—. Le has dado una buena paliza. ¿Crees que vendrá a por más?

Greg mueve la cabeza.

—Espero que intente algo —dice, con una medio sonrisa extraña en los labios. Tiemblo. Por un momento, me recuerda a Jen.

—Venga, vámonos —cojo a Sam de la mano que tiene libre—. Fer, ¿puedes llamar a dos taxis?

Es casi la una de la madrugada cuando Sam y yo llegamos a casa, sucios, cansados y con moratones.

—Entra —le digo, parándome delante del invernadero—. Esta camiseta va a la basura —Sam asiente sin decir nada y entra en casa, dejándome que me quite la camiseta bajo el frescor de la luz de la luna. Me siento entumecida y cansada, pero satisfecha por lo que hemos hecho esta noche. No… sobre todo satisfecha. Me quito los pantalones, en caso de que se les haya pegado la suciedad de la cama, y yo también me voy para adentro.

Sam está en la puerta del salón, con una botella de vodka y dos vasos. No ha encendido las luces, pero se ha quitado la camiseta, y la luz de la luna que entra por las enormes ventanas de cristal hace que sus hombros brillen como la plata.

—No quiero soñar esta noche —dice, pasándome la botella.

—Yo tampoco —cojo uno de los vasos, y entro en el salón rozándolo. Me doy cuenta de que estoy muy cansada, pero también despierta por la agitación, el nerviosismo y la preocupación por lo que pasará mañana, y por la rabia de lo que le han hecho a Cass (¿por qué no he ido antes a verla?) y por un odio vivo hacia Fiore y Yourdon, y los canallas que no dan la cara, que han creado esta pesadilla y que esperan que vivamos en ella.

—¿A qué estás esperando? —me dejo caer en el sillón y cojo mi vaso. Sam me echa un poco con alcohol incoloro—. Venga.

Se sienta a mi lado y se llena su vaso, después tapa la botella.

—Debería de haberte escuchado antes —dice, bebiendo un sorbo.

—¿Y entonces? —levanto el vaso—. Espero que en el hospital puedan ayudarla. Ella estaba…

Nos quedamos en silencio mucho tiempo. Supongo que pasan solo unos segundos, pero parecen horas.

—No lo sabía.

—Nadie lo sabía —pero ahora me parecen solo excusas sin valor, así que bebo un poco más de vodka para tener la boca ocupada en otra cosa.

—R… Reeve. Hay otra cosa que quiero que sepas —lo miro con aspereza. Él también me mira fijamente, y me doy cuenta de golpe de que estoy prácticamente desnuda. Y él tampoco lleva mucho puesto, ahora que me permito notarlo.

—Sigue —le digo, intentando mantener un tono neutral.

—Yo. Eh —mira para otra parte, parece angustiado. Inexpresivo—. Ayer dije algunas cosas que no quería decir en realidad. Cosas que duelen, algunas. Quiero pedirte que me perdones.

—No tienes por qué pedir perdón —le digo, con el corazón a mil.

—Oh, sí. Mira, no quería decir todo lo que te dije. Pero cuando te dije que * * te estaba diciendo la…

—Para —levanto la mano—. Esas palabras. Tú, eh, ¡oh mierda! —la cabeza me da vueltas. Es tarde, he pasado por muchas cosas hoy, he estado bebiendo vodka, y Sam está diciéndome algo que mis oídos se niegan a oír—. No las he oído ahora, y estoy segura de que me dijiste lo mismo ayer, pero no lo oí —parece sorprendido, y hasta ofendido—. Quiero decir, yo te oigo hablar, pero no entiendo las palabras —estoy empezando a preocuparme—. Usaste la misma frase, ¿verdad? ¿Fueron exactamente las mismas palabras? ¿Podría haber algún fallo en mi…? —se levanta y camina a grandes pasos hacia el aparador para coger su tablero, que ha estado ahí cogiendo polvo últimamente—. ¿Qué…?

Le dice algo, y después me lo enseña. Unas letras oscuras brillan en la pantalla:

TE QUIERO

—¿Qué tú qué? —le digo—. ¿Estás intentando decirme * *…? —y sé que estoy diciendo esas palabras, pero no las oigo—. ¡Mierda! —muevo la cabeza—. Es culpa mía. Sam, lo siento —me levanto y lo abrazo—. «Yo también * *». Es solo que pasa algo raro con mi módulo del lenguaje. ¿Es esto lo que has intentado decirme? —me separo de él lo suficiente para verle la cara—. ¿Era esto?

—Sí —admite. Se le ve preocupado—. No lo digo fácilmente. Y yo tampoco lo oigo, Reeve, creía que me estaba volviendo loco.

—Me lo imagino —estoy tan cerca que siento su entrepierna—. Y apuesto a que solo lo dices cuando vas en serio —asiente—. Y creo que estamos tan unidos que te puedo decir que me siento halagada y que estoy muy feliz, y, y… —me paro. Me siento como si tuviera que saber qué significa esta incapacidad de oír estas dos maravillosas palabras, pero no me acuerdo—. Tenemos que salir de aquí.

Asiente con la cabeza.

—No me gusta nada todo esto —dice, miserablemente, haciendo un gesto con la mano que dice todo lo que siente—. Yo… han tenido que notarlo. Y no me gusta sentirme grande y lento y fijo. Quiero decir, que han podido ponerme un parche temporal pero no me gusta todo esto, tampoco, es mejor simplemente no estarlo. Ni siquiera me han dado un, un… —está respirando demasiado rápido.

Siento como una puñalada de rabia, no por Sam, sino por Fiore y los otros idiotas.

—¿Tú has tenido una disforia física grave, verdad? —asiente—. Claro —Kay se pasó la mayor parte de su vida como un alien, ¿no? Y siguió cambiando de cuerpo, como si no pudiera quedarse tranquila y conformarse con ninguno de ellos. Está claro que se puede curar con terapia, pero curar los problemas de la gente no es exactamente el objetivo de este programa—. Sam —le doy un beso en la mejilla—. Tenemos que salir de aquí. ¿Dónde está tu tablero?

—Allí.

—Tengo que enseñarte una cosa —me separo de él y cojo el tablero, para enseñarle los miles de modos en que la constitución de este programa nos convierte en víctimas de una tiranía biológicamente determinista—. Aquí —paso las páginas rápidamente—. ¡Eh! ¡Esto no lo había visto antes!

—¿El qué? —mira al tablero por encima de mi hombro.

—Lista pública de puntuación según pautas comportamentales. Por género. ¿Eh? —lo miro. Mantener relaciones sexuales con tu pareja: cinco puntos la primera vez, disminuyendo a uno después de algún tiempo. En otras palabras, es una función decadente. Adulterio, esa palabra horrible: menos cien puntos. Hay otros datos absurdos. Quedarse embarazada: cincuenta puntos; dar a luz: otros cincuenta. ¿Qué es aborto?, sea lo que sea está tan penalizado como el adulterio, que es lo que llevó a Esther y a Phil a… vamos a dejarlo. Hay otras cosas, las cosas más improbables, que están penalizadas brutalmente. Pero la violación no se menciona. Asesinato: menos setenta puntos. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¡Es ridículo!—. O están intentando generar un programa de esquizofrénicos, o en la sociedad de la que sacaron los puntos estaban todos locos.

—O las dos cosas —Sam bosteza—. Mira, es tarde. Tenemos que dormir algo. ¿Por qué no nos acostamos y pensamos bien en todo esto mañana? ¿Con los demás?

—Sí —dejo el tablero, sin mencionar que mañana tengo otros planes porque Fiore va a volver ir a la biblioteca—. Mañana va a ser un día muy interesante.