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Nuclear

Hacerse una copia es muy fácil… lo difícil es afrontar los efectos secundarios.

Tienes que encontrar una puerta A con capacidad de copia (que significa que tiene que tener una cabina capaz de albergar un cuerpo humano y que no esté específicamente configurada para aplicaciones especiales, como una puerta militar). Hay una en cada apartamento de rehabilitación, que se usaba para hacer copias de muebles y para preparar comidas, así como para deconstruir a la gente hasta el nivel atómico, para mapearlos y reensamblarlos otra vez. Si en un momento dado quieres hacerte una copia, solo tienes que sentarte ahí y pedírselo a tu enlace de red. No es instantáneo (funciona con un desensamblaje a nanoescala de fuerza bruta, no por magia de agujeros de gusano), pero no se nota la sensación tan desagradable que puede dar el ser enterrado en una estúpida y triste fábrica, que te engulle, te digitaliza y te vuelve a reconstruir otra vez, porque tu enlace de red te apagará en cuanto empiece a transferir los archivos de tu vector de estado neural al espacio de memoria temporal de la puerta.

Me preocupa la distancia temporal. No me gusta la idea de estar desconectado mientras que alguien está intentando secuestrar mi identidad. Por otra parte, no hacerme una copia, sin contar con las sospechas que tengo, sería estúpido. Si consiguen capturarme quiero que mi próxima copia sepa exactamente cuál es la puntuación. (Y quiero que conozca a Kay). En realidad no hay otro modo, así que tomo precauciones. Uso una puerta A para activar algunos elementos inocuos que pueden combinarse para hacer una trampa explosiva desagradable. Después de instalarla, respiro profundamente y no me muevo durante casi un minuto delante de la puerta de la cabina. Sólo para calmarme, ya me entiendes.

Entro.

—Hazme una copia —le digo.

La cabina modela una silla, me siento y en ese momento la puerta se precinta y enciende la señal de funcionamiento. Solo me da tiempo a ver un líquido lechoso azul que se arremolina en el aire a nivel del suelo antes de que todo se vuelva gris y de que me sienta extremadamente cansado.

Ahora, los efectos secundarios. Lo que suele pasar es que, después de un periodo en blanco, te despiertas confuso y un poco húmedo. La puerta se abre, y tú vas y te duchas para quitarte los residuos de gel que te ha dejado la puerta. Has perdido unos mil segundos, durante los cuales una membrana, punteada por unos mil trillones de desensambladores robotizados encabezan el tamaño de grandes moléculas de proteínas, te ha masticado a una velocidad de un nanómetro por vez, reduciéndote a materia prima molecular, grabando tu vector de estado interno, y reconstruyendo una copia tras él mientras escanea toda el área del tanque. Pero tú no lo notas porque estás cerebralmente muerto mientras lo hace, y cuando la puerta A se vuelve a abrir, puedes recuperar tu vida desde el punto exacto en que la dejaste antes de la copia. Naturalmente, te sientes un poco confuso cuando vuelves, pero sigues siendo tú. Tu cuerpo es…

No.

Intento levantarme demasiado deprisa, y me ceden las rodillas. Caigo bruscamente contra la pared de la cabina, confuso, y cuando me golpeo contra la pared me doy cuenta de que soy demasiado bajo. Todavía estoy en la etapa en la que, más que pensar, se siente. Noto los brazos… raros, no mal, sino diferentes. Levanto la mano y me la pongo en el regazo, y noto que los muslos son demasiado grandes, y hay algo más. Oh, cuando me toco entre las piernas me doy cuenta de que mi sexo ya no es masculino, sino femenino. Levanto la otra mano y me toco el pecho. Femenino y ortohumano.

En sí mismo esto no es un problema. Ya he sido ortohumana antes; no sé con seguridad cuándo ni por cuánto tiempo, y no es mi forma preferida, pero por ahora puedo vivir así. Lo que me pone nerviosa y hace que me vuelva a levantar, tan rápido que veo puntos negros en mi campo de visión y casi me caigo, es lo que esto significa. ¡Alguien ha modificado mi copia! Y lo que es más: yo soy la copia. En alguna parte una versión diferente de mí ha muerto.

—Mierda —digo en voz alta, mientras me recuesto en la pared de escarcha del cubículo. Mi voz no suena familiar, es un octavo más alta y cálida—. Y más mierda.

No puedo seguir aquí dentro para siempre, pero lo que sea que vaya a encontrarme ahí fuera no puede ser bueno. Endureciéndome ante una creciente sensación de terror, golpeo el cerrojo de la puerta. Es en este momento cuando me doy cuenta de que estoy completamente desnuda. Bueno, esto no me sorprende porque la chaqueta múltiple que llevaba estaba hecha de puertas T, y las puertas T son una de las cosas que una puerta A no puede fabricar, pero el caso es que las botas también han desaparecido, y eran de un tejido normal. Con una sensación de miedo cada vez más fuerte, me doy cuenta de que me han pirateado completamente. La puerta se abre, dejando entrar una ráfaga de aire que parece congelado cuando llega a mi cuerpo húmedo. Parpadeo y miro a mi alrededor. Parece mi apartamento, pero hay un tablero blanco vacío en el escritorio más bajo, la trampa explosiva ya no está, y la puerta ha vuelto a la pared. Cuando la examino me doy cuenta de que es de otro color, y la silla no es la que yo creé en la puerta de mi apartamento.

Miro el tablero. En la superficie superior dice, con letras rojas brillantes, LÉEME AHORA.

—Después.

Miro a la puerta, me estremezco, y voy a mi habitación. Quienesquiera que sean que me hayan cogido no tenían prisa, así que yo también tengo que darme mi tiempo y ordenar mis ideas antes de enfrentarme a ellos.

Los baños de las habitaciones de rehabilitación son intercambiables, huevos de cerámica blanca con agua, chorros de aire, luz sin dirección precisa que te puede seguir la pista dondequiera que vayas, y canales de desagüe y aparatos plegables que viven en las paredes. Marco la ducha para establecer el calor y la altura, y me pongo debajo, temblando de miedo, hasta que parece que la piel está completamente limpia.

Me han pirateado, y no puedo hacer nada excepto seguir las pistas que han dejado para mí y esperar que me maten al final o que me dejen ir. La resistencia, como ellos dicen, no sirve para nada. Si han pirateado tan profundamente mi copia que pueden forzarme a tener un cuerpo distinto, es porque pueden hacer conmigo todo lo que quieran. Enredarme la cabeza, hacerme muchas copias, acceder a mis contraseñas privadas, e incluso hacerme un cuerpo de zombi y usarlo para hacer lo que quieran, echándome la culpa después. Si me pueden despertar en la puerta A de otro apartamento de rehabilitación, es porque han atrapado mi vector de estado. Podría escapar mil veces, ser torturado hasta la muerte otras cien veces… y volvería a despertarme en la cabina, prisionero una vez más.

El robo de identidad es un delito horrible.

Antes de salir del baño miro mi nuevo cuerpo en el espejo. Después de todo no lo había visto antes y tengo la desagradable sensación de que me dirá algo sobre lo que esperan de mí los que me han capturado.

Resulta que soy ortohumana, de sexo femenino, pero no de un modo evidente. Creo que debo de ser unos quince centímetros más baja de lo que era, axisimétrica, con una buena piel y un buen pelo. Es un cuerpo bastante bonito, pero no han forzado exageradamente mis características sexuales: no soy una muñeca. Tengo las caderas anchas, la cintura estrecha, el pecho más grande de lo que me gustaría, los pómulos marcados y los labios gruesos, y también soy más pálida de lo que a mí me gusta. Mi nueva frente es alta y despejada, tengo los ojos azules de estilo occidental que parecen curiosamente redondos y sin arrugas, con una mirada demasiado fija, casi bonitos, y tengo el pelo castaño y engominado que me cae por los hombros. ¿Los hombros? Es muy largo. ¿Por qué tengo el pelo tan largo? Las uñas de las manos y de los pies son cortas. Arrugo la frente. Es extrañamente inconsistente. Estiro los brazos por encima de la cabeza y me llevo una sorpresa desagradable. Soy débil, he perdido la musculatura superior. Probablemente no podría sostener un sable de un brazo de longitud más de un kilosegundo sin que se me caiga.

Así que, en resumen, soy baja y débil y estoy desarmada, pero soy más guapa estéticamente.

—¡Qué alivio! —gruño a mi reflejo.

Entonces me vuelvo a mi habitación, me siento y miro el tablero.

—LÉEME AHORA —dice.

—Léemelo —le digo, y las palabras toman nueva forma:

Querido participante:

Gracias por aceptar formar parte en el proyecto de sistema de gobierno experimental Yourdon-Fiore-Hanta. (Si no se acuerda de haber aceptado, pulse aquí para ver el documento que ha firmado después de su última copia). Esperamos que su estancia en el sistema sea de su agrado. Hemos preparado una conferencia de orientación para usted. La presentación que verá a continuación corre a cargo del doctor Fiore y durará 1.294 segundos. Para asistir con la ambientación adecuada le rogamos que se ponga el vestido históricamente auténtico que le suministramos (ver caja de cartón debajo de la silla). Habrá una recepción de vino y queso más tarde a la que tendrá la oportunidad de asistir para conocer a los demás participantes.

Parpadeo y vuelvo a leer el tablero, buscando frenéticamente otros significados. ¡Yo no he firmado esto! Parece que lo hice… o esto o me han pirateado, pero parece más lógico que lo haya firmado. Pulso el enlace, y ahí está, en negro, blanco y rojo, y el dígito 16 empieza a funcionar cuando pongo mi huella digital sobre mi enlace de red. He firmado un contrato, y dice que estaré obligado a vivir en el Programa YFH con una identidad adoptada, bajo el nombre de Reeve, durante los próximos… ¿cien ciclos? ¿Tres años? Y durante este tiempo mis derechos civiles serán limitados según el acuerdo anterior (que no afecta a mis derechos sensitivos centrales, no les está permitido torturarme o lavarme el cerebro) y no puedo liberarme de mi obligación sin el consentimiento de los experimentadores.

Me noto un ataque de hiperventilación, mientras oscilo entre un leve alivio por no haber sufrido un robo de identidad y el nerviosismo por la magnitud de lo que he firmado. Tienen el derecho unilateral de expulsarme (bueno, esto está bien, solo tengo que molestarlos si decido que me quiero ir), y tienen el derecho de ¡decidir con qué cuerpo tengo que vivir! Es una imagen espantosa, y entre las cláusulas draconianas veo que también he aceptado que monitoreen cada una de mis acciones. Supervisión omnipresente. Acabo de entrar en un hotel con tema panóptico de los años oscuros. Qué habrá podido llevarme a… oh. Escondida en la letra pequeña hay una cláusula titulada beneficios compensatorios.

Ah.

Primero, la Academia garantiza a los participantes todas las indemnizaciones o reclamaciones. Así que si violan los límites de los derechos que me han garantizado, puedo demandarlos, y para ello tienen unos bolsillos prácticamente sin fondo. Segundo, la remuneración es muy satisfactoria. Hago un cálculo rápido y llego a la conclusión de que lo que han prometido pagarme por hacer de ratón de laboratorio durante tres años de Urth, será suficiente para vivir cómodamente por lo menos el triple de tiempo cuando salga.

Empiezo a tranquilizarme. No me han pirateado; me metí en esto por mi propia voluntad, y hay algunos lados positivos en todo este asunto. Mi otra identidad no había perdido completamente la cabeza. Creo que será muy difícil que los malos, quienesquiera que sean, consigan encontrarme si estoy dentro de un programa experimental al que solo se puede acceder a través de una puerta T vigilada por un cortafuegos y por las cuadrillas de ataque de la Academia.

Se espera que yo actúe como un personaje del periodo histórico en que se supone que estamos viviendo, con un cuerpo que no se parece al mío, usando un alias y una falsa identidad, y sin hacer ningún comentario sobre el mundo exterior con nadie. Esto significa que cualquier asesino que pueda estar buscándome encontrará obstáculos enormes, como no saber cómo soy físicamente, y no poder preguntar, ni llevar armas. Si tengo suerte, el yo que no está aquí dentro podrá hacerse cargo de los negocios durante los próximos cien ciclos, y cuando salga y nos unamos, volveré a casa libre y rica. Y si no lo consigo, bueno, ya veré si me dejan mantener esta nueva identidad cuando me vaya…

Saco la caja de cartón de debajo de la cama y arrugo la nariz. No es que la ropa huela mal ni nada, pero parece un poco rara. Históricamente auténtico —dice el tablero—. Hay una túnica negra, muy simple, que me deja los brazos y la parte inferior de las piernas al descubierto, y una chaqueta negra que me tengo que poner encima. A modo de calzado hay un par de zapatos de charol brillante, lo que implica una zona de gravedad alta, pero con una terminación en punta extraña, y unos tacones que terminan en un clavo de unos tres o cuatro centímetros. La ropa interior es bastante sencilla, pero lardo un poco en entender que los calcetines grises transparentes me los tengo que poner en las piernas, que, ahora que me doy cuenta, no tienen pelo… de hecho solo tengo pelo en la cabeza, lo que significa que mi cuerpo es orto, pero domesticado. Muevo la cabeza.

Lo más raro de todo es que el tejido no es inteligente… es demasiado estúpido para repeler la suciedad o comerse las bacterias de la piel, así que ni hablar de actualizar su estilo o tener una conversación. Y el vestido no tiene bolsillos, ni siquiera una discreta puerta T escondida en el forro de la chaqueta. ¿Cuándo las inventaron? —me pregunto—. Tendré que encontrar un traje con más cerebro después. Me pongo todo y me miro en el espejo del cuarto de baño. El pelo será un problema. Busco por el servicio, pero lo único que encuentro es un lazo para recogérmelo. Tendré que ponérmelo así hasta que pueda hacerme un corte sensato.

Me quedo sin nada más que hacer. Lo único es ir a esta conferencia de orientación y a la recepción de vino y queso. Así que cojo el tablero, abro la puerta y me voy.

Hay una habitación amplia, pero estrecha, al fondo de la puerta. Acabo de salir de una de las doce puertas que abren tres de las paredes lisas blancas. El suelo está enlosado con cuadrados negros y blancos de mármol. La cuarta pared, enfrente de la puerta, está formada por paneles de lo que, después de un momento, reconozco como láminas de madera; árboles reales muertos, que han matado y cortado en paneles, y con dos puertas a los lados que se mantienen abiertas de algún modo. Me imagino que debe de ser aquí donde tendrá lugar la conferencia, aunque no entiendo por qué no pueden hacerla en red espacial. Voy hacia la puerta abierta más cercana, y me molesta descubrir que mis zapatos hacen un ruido desagradable cada vez que doy un paso.

Hay ya otras siete u ocho personas dentro de la gran habitación, con unas cuantas filas de sillas, que parecen incómodas, puestas delante del podio que está delante de una pared pintada de blanco. Tengo que hacerme a la idea de que soy una participante voluntaria, aunque, en este momento, no me sienta voluntaria. Somos un número más o menos igualado de ortohumanos y ortohumanas, todos vestidos con trajes históricos. El traje parece seguir una serie de reglas intrincadas sobre a quién le está permitido ponerse determinadas prendas, y todos llevan una cantidad sorprendente de tejido, visto que estamos en un recinto controlado. A los que somos mujeres nos han dado vestidos de una pieza o camisas que llegan hasta las rodillas, y otra pieza que nos tapa la parte superior del cuerpo. Los hombres llevan chaqueta y pantalones a juego, sobre camisas con una especie de cuello que parece incómodo, y una especie de bufanda. La mayoría de los trajes son en blanco y negro o gris y negro, y bastante sombríos.

Aparte de los trajes arcaicos, hay otras anomalías. Ninguno de los hombres tiene el pelo largo, y ninguna de las mujeres lleva el pelo corto, por lo menos entre las que veo. Un par de cabezas se dan la vuelta cuando entro, pero no me siento fuera de lugar, incluso con el pelo recogido en una cola de caballo. Soy solo una figura más atrás en el tiempo.

—¿Es aquí donde tendrá lugar la conferencia? —le pregunto a la persona que está más cerca de mí, un hombre alto, que seguramente no es más alto de lo que yo lo era antes aunque ahora para mirarlo, tengo que mirar hacia arriba, con el pelo negro y una melena facial cuidada.

—Creo que sí —me dice lentamente mientras se encoge de hombros. Parece incómodo. No me extraña, porque parece como si su traje lo estuviera estrangulando poco a poco—. ¿Has aparecido aquí? Yo me he encontrado un LÉEME en la habitación después de mi última copia…

—Sí, yo también —le digo. Aprieto el tablero que llevo debajo del brazo y le sonrío. Reconozco cuando alguien está nervioso cuando habla y el Tipo Grande parece tan nervioso como yo—. ¿Te acuerdas de haber firmado, o tú también firmaste después?

—¿No soy el único? —me dice aliviado—. Estaba en rehabilitación —me dice precipitadamente—. Saliendo de la locura de parche por el que pasamos. Después me desperté aquí…

—Sí, o lo que sea —asiento, perdiendo el interés—. Yo también. ¿Cuándo empieza?

Una puerta que no había visto antes se abre en la pared blanca del fondo y un orto rechoncho masculino entra. Este lleva una bata blanca larga, cerrada con unos botones antiguos por delante, y se contonea cuando habla, como un anfibio gordo satisfecho de sí mismo. Tiene el pelo negro y lacio, con unos mechones que parecen grasientos, que le caen a los lados de la cara, más largos que los del resto de los hombres. Va hacia el podio y hace un ruido desagradable con la garganta para llamar nuestra atención.

—¡Bienvenidos! Me alegro de que hayáis aceptado venir a nuestra pequeña charla introductoria de hoy. Quisiera disculparme por pediros que vengáis en persona, pero como estamos llevando este proyecto de investigación con la mayor coherencia posible, hemos pensado que lo más apropiado sería ajustarnos a los parámetros funcionales de la sociedad que estamos simulando. Ellos lo hubieran hecho así, una reunión cara a cara. Si queréis tomar asiento…

Tardamos un poco en organizamos. Termino en la primera fila, sentada entre el Tipo Grande y una mujer pecosa con la tez pálida, pelirroja, que se parece a Linn, pero que lleva puesta una blusa color crema y una chaqueta gris oscura con una camisa. No es solo el estilo lo que no me cuadra del todo. Francamente está un poco desequilibrada verticalmente, es un poco rara. Pero no es muy diferente de lo que me han dado a mí, así que supongo que será apropiada para la época. ¿Nuestra estética ha cambiado tanto? —me pregunto.

La persona del podio empieza.

—Soy el comandante doctor Fiore, y he trabajado con el coronel profesor Yourdon en el diseño de este protocolo experimental. Empezaré explicándoos lo que pretendemos conseguir, aunque, espero que lo entendáis, saltando todo lo que pueda perjudicar vuestro comportamiento durante el programa de prueba —sonríe como si hubiera hecho un chiste privado.

—La primera Edad Oscura —respira hondo sacando el pecho cada vez que está a punto de decir algo que considera importante—. La primera Edad Oscura duró unos tres gigasegundos, comparados con los siete gigasegundos de las guerras de censura. Pero para ver las cosas desde una perspectiva adecuada, los años de la primera Edad Oscura abarcaron la primera mitad de la Aceleración, que según la cronología de la época, la llamaban finales del siglo XX y principios del XXI. Si observamos los registros históricos que siguen a la era pretecnológica hasta la primera Edad Oscura, nos encontramos con humanos que vivían como monos tecnológicamente asistidos. Unos primates muy inteligentes con herramientas mecánicas complejas, pero que, básicamente, no habían evolucionado desde la aparición de la especie. Después vemos a la gente que surgió de la primera Edad Oscura y nos encontramos ante gente no muy distinta a nosotros, ya que vivimos en la era moderna, en la Edad de las Máquinas Emocionales, como un chamán de la Edad Oscura nos llamó. Hay un vacío en el registro histórico, con saltos que van desde la tinta de carbón en pasta de celulosa macerada hasta la memoria de diamante accesible mediante las primeras, pero reconocibles, versiones de protocolos de intencionalidad. En algún sitio de ese vacío está enterrado el origen del estado posthumano.

El Tipo Grande murmura algo en voz baja. Tardo un poco en descifrarlo: qué zoquete tan pomposo. Disimulo una sonrisa porque no hay ningún motivo para la risa. Este zoquete pomposo tendrá mi vida en sus manos durante el próximo décimo de gigasegundo. Quiero oír lo que dice.

—Sabemos por qué se produjo la Edad Oscura —sigue diciendo Fiore—. Nuestros antecesores dejaron que sus arquitecturas de almacenaje y procesamiento proliferaran sin control, y tendieron a tirar las viejas tecnologías en vez de virtualizarlas. Por razones de ventaja comercial, algunas de sus mayores entidades crearon deliberadamente formatos de información incompatibles y encerraron en ellas grandes cantidades de material útil, así que cuando las nuevas arquitecturas las reemplazaron, no se pudo acceder a los viejos datos.

—Esto afectó especialmente a nuestros registros de actividades personales y familiares durante la última mitad de la Edad Oscura. Antes, por ejemplo, hubo muchos rodajes de datos capturados por aficionados y vídeos caseros de entusiastas. Usaban una cosa que llamaban cámara de cine, que capturaba imágenes en un medio fotomecánico. De hecho se podían decodificar las imágenes con el ojo. Pero a un tercio del camino de los años oscuros, cambiaron para usar una cinta de almacenamiento magnética, que se degrada rápidamente, después pasaron al almacenamiento digital, que era todavía peor porque, sin motivo aparente, encriptaron todo. Lo mismo ocurrió con sus grabaciones de audio, y con el Irónicamente, sabemos mucho más de su cultura al principio de la Edad Oscura, alrededor del año 1950 que del final, sobre 2040.

Fiore se para. Detrás de mí han comenzado algunas conversaciones en voz baja. Parece un poco molesto, seguramente porque la gente no está siguiendo paso a paso todo lo que dice. Yo estoy fascinado, pero yo he sido un histórico, aunque estudiara otro campo.

—¿Me dejáis que siga? —pregunta Fiore con un tono mordaz, mirando con rabia a una mujer que está en la fila detrás de mí.

—Solo si nos dice qué tiene que ver todo esto con nosotros —le dice descaradamente.

—Lo haré —vuelve a pararse, respira hondo y echa los hombros hacia atrás—. Vais a vivir en los años oscuros, en una cultura euroamericana simulada como la que existió durante el periodo 1950-2040 —nos suelta, nervioso—. Estoy intentando deciros que esta es nuestra mejor reconstrucción del ambiente a partir de las fuentes disponibles. Es una inmersión sociológica y psicológica experimental, lo que significa que estaremos observando cómo interaccionáis unos con otros. Obtendréis puntos si os mantenéis en vuestro papel, o sea, obedeciendo las normas básicas de la sociedad, y los perderéis si os salís del papel —me incorporo en la silla—. Vuestra puntuación individual afecta a todo el grupo, es decir, a todos. Vuestra cohorte, los diez, que sois uno de los veinte grupos que iremos introduciendo en esta sección del sistema durante los próximos cinco ciclos, se reunirá una vez a la semana, los domingos, en una parroquia llamada Iglesia del Nazareno, donde podréis hablar de todo lo que hayáis aprendido. Para que la situación funcione mejor, hay muchos personajes que no participan, zombis que controla el Gamemaster, y la mayoría del tiempo interaccionaréis con ellos, en vez de hacerlo con otros sujetos experimentales. Todo se presenta en una colección de segmentos del recinto unidos entre sí mediante puertas para que dé la impresión de continuidad geográfica, como la superficie tradicional de un planeta.

Se tranquiliza un momento.

—¿Preguntas?

—¿Cuáles son las normas básicas de la sociedad? —pregunta un hombre de piel oscura, con traje claro, de la última fila. Parece desconcertado.

—Lo descubriréis. Estamos muy forzados por las restricciones ambientales. Si necesitas que te las digan, lo pedirás a través de tu enlace de red o de uno de los zombis —Fiore parece todavía más petulante.

—¿Qué se supone que estamos haciendo aquí? —pregunta el pelirrojo a mi lado. Parece alerta y un poco ambiguo—. O sea, aparte de obedecer las normas. Cien ciclos son mucho tiempo, ¿no?

—Obedecer las normas —Fiore sonríe con los labios apretados—. La sociedad en la que vais a vivir era formal y muy ritualizada, se prestaba mucha atención a las relaciones individuales y al estatus que, a menudo, venía determinado por un cambio genético aleatorio. El núcleo de esta sociedad es algo que llamaban el núcleo familiar. Es una estructura heteromórfica basada en un hombre y una mujer que viven en el mismo espacio. Normalmente uno de ellos se dedica a una actividad semirritualizada para conseguir dinero, mientras que el otro se ocupa de las tareas sociales y domésticas, y de criar a los hijos. Esperamos que os ajustéis a estas normas, aunque los hijos, obviamente, son opcionales. Lo que nos interesa es estudiar la estabilidad de estas relaciones. En vuestros tableros encontraréis copias de varios libros que han sobrevivido a la Edad Oscura.

—Vale, entonces formamos estos, eh, núcleos familiares —dice una mujer de la última fila—. ¿Qué más tenemos que saber?

Fiore se encoge de hombros.

—Por ahora, nada más. Excepto —se le ocurre algo— que viviréis con las restricciones médicas de los años oscuros. ¡Recordadlo! Un accidente os puede matar. O peor aún, os puede dañar. No tendréis acceso a los ensambladores durante el experimento. Será mejor que no queráis modificar vuestro cuerpo porque la tecnología médica es muy primitiva. Además, de ahora en adelante tampoco tendréis acceso a vuestros enlaces de red —intento probar el mío, pero parece vacío. En un momento de pánico me pregunto si me he quedado sordo, pero después lo entiendo, ¡está diciendo la verdad! No hay red—. Vuestros enlaces de red os comunicarán vuestra puntuación social y nada más. Existe una red primitiva de comunicación internet entre los terminales conectados, pero se espera que no los uséis.

—Han preparado un buffet para nosotros fuera de la habitación. Os aconsejo que aprovechéis para conoceros. Después, cada uno elige una pareja y sale por esa puerta —señala la puerta que hay al otro lado de la pared blanca—, que os llevará a vuestra residencia principal para comenzar el proceso. Recordad llevaros vuestros tableros para poder leer la guía rápida de ayuda e introducción a la sociedad de la Edad Oscura —echa una ojeada a la habitación—. Si no hay más preguntas, nos vamos.

Una o dos manos se levantan en el fondo de la habitación, pero antes de que nadie pueda llamarlo, se da la vuelta y se oculta a través de la puerta por donde entró. Miro a la pelirroja.

—Supongo que esto es todo lo que nos dirá —dice—, ¿y ahora qué?

Miro al Tipo Grande.

¿Tú qué crees?

Se levanta.

—Creo que lo mejor será hacer lo que nos ha dicho y comer —dice lentamente— y charlar. Yo soy Sam. ¿Cómo os llamáis?

—Yo soy R-Reeve —le digo, a punto de equivocarme y no usar el nombre que el tablero dice que debo usar— ¿Y vosotros? —Añado mirando a la pelirroja— ¿sois…?

—Puedes llamarme Alice —se levanta—. Vamos. Vamos a conocer a los demás.

Fuera de la sala de conferencias hay dos mesas largas llenas de platos de comida fría que se come con los dedos, fruta y queso, como una especie de requesón fermentado que huele muy fuerte, hecho de algo que no consigo identificar, y vasos de vino. Cinco de nosotros son hombres y otros cinco somos mujeres, y nos separamos en grupos en cada mesa, una a cada extremo de la habitación. Además de Alice la pelirroja, está Angela (de piel oscura y pelo rizado), Jen (de cara redonda, pelo castaño claro, y que tiene incluso más curvas que yo), y Cass (pelo negro liso, piel color café y mirada seria). Todos parecemos un poco incómodos, nuestros movimientos son nerviosos y repentinos, tirando de nuestros nuevos cuerpos y ropas horribles. Los hombres son Sam (el que ya conozco), Chris (el chico de piel oscura de la última fila), El, Fer y Mick. Intento distinguirlos por el color de sus trajes y corbatas, pero es difícil. El pelo corto les da un aire mecánico y un parecido casi de insecto. Ha debido de ser una era muy conformista —pienso.

—Entonces —Alice mira al pequeño grupo y sonríe, coge un cuadradito de queso amarillo de un plato de madera y lo mastica pensativa—. ¿Qué vamos a hacer?

Angela saca su tablero de una bolsa pequeña que lleva colgada en el brazo. Si a mí me han dado una, no me he dado cuenta, y me arrepiento mentalmente por no haber improvisado algo así.

—Hay una lista de lecturas aquí —dice, tecleando. Miro por encima de sus hombros cómo unos rollos de papel se convierten en páginas de fax con antiguos manuscritos—. Otra vez esa palabra tan rara. ¿Qué es esposa?

—Creo que conozco esa palabra —dice Cass—. La, eh, cosa de la familia. Donde solo hay dos participantes que están morfológicamente encerrados. La participante femenina se llama esposa o mujer y el participante masculino esposo o marido. Implica relaciones sexuales, si es que se trata de algo parecido a una sociedad de vampiros del hielo.

—Se supone que no podemos hablar del exterior —dice Jen, incómoda.

—Pero si no lo hacemos no tendremos puntos de referencia para lo que estamos intentando entender y vivir, ¿no? —digo yo, esforzándome por vencer la urgencia de mirar a Cass. ¿Estás ahí, Kay? Podría ser solo una coincidencia, el que sepa de los vampiros del hielo, porque estuvieron muy de moda hace dos gigasegundos, cuando se descubrieron. Además, los malos han podido notar a Kay y enviar a un cazador tras de mí, armado con lo que se les haya podido ocurrir como anzuelo…

—Me gustaría saber de dónde han sacado esos libros —digo—. Mirad, todo lo que tienen son fechas de publicación y datos de ventas aproximados, así que sabemos que eran normales, pero otra cosa es que sus indicadores del sistema social sean correctos.

—¿Y a quién le importa? —dice Jen bruscamente. Levanta un vaso y se echa vino de color paja en el vaso—. Yo voy a elegir un marido y dejar los demás detalles para después —sonríe y vacía el vaso de un trago.

—¿Qué diurno es? —Cass arquea las cejas mientras se esfuerza por usar el interfaz primitivo. Me doy cuenta de que es lo más parecido a un manual que tenemos—. Ajá —dice—. Estamos en el día cinco de la semana, llamado jueves. Las semanas tienen siete días, y se supone que nos tenemos que reunir el primer día, dentro de dos —cinco kilo…— no, tres días, a partir de ahora.

—¿Y entonces? —Jen vuelve a llenarse el vaso.

Cass parece pensativa.

—Pues entonces, si se supone que tenemos que imitar a una familia, probablemente tendremos que empezar buscando pareja y vivir como nos han pedido. Después de un diurno o así intentando descifrar estas notas y conociéndonos un poco más, podremos saber mejor lo que se supone que tenemos que hacer. Además, me imagino que podremos comprobar si las parejas funcionan.

Jen va hacia el grupo de hombres que está en la otra parte de la habitación, con el vaso en la mano. Angela mueve nerviosamente su tablero entre las manos, insegura. Alice se come otro trozo de queso. Me siento mal solo con verla… la cosa esa huele fatal.

—Yo no estoy acostumbrado a la idea de vivir con alguien —digo lentamente.

—No es tan malo —Cass mueve un poco la cabeza, como asintiendo para sí misma—, pero este es un modo muy violento y arbitrario de empezar una relación.

Alice le pone una mano sobre el hombro, para confortarla.

—La relación sexual es solo implícita —le dice—. Si eliges a un marido y no te llevas bien con él estoy segura de que podrás elegir a otro en la próxima reunión en la iglesia.

—Puede que sí —Cass va un poco nerviosa hacia el grupo de los cinco hombres y la mujer, que está riendo a carcajadas mientras dos de los hombres intentan volver a rellenarle el vaso—, o puede que no.

Alice no parece satisfecha.

—Voy a ver de qué va la fiesta —se vuelve y va hacia el otro grupo. Así que me quedo sola con Cass y Angela. Angela está desplazándose por el texto del tablero, y parece turbada, y Cass parece solo preocupada.

—Anímate, no puede ser tan malo —le digo automáticamente.

Le entra un escalofrío y se abraza a sí misma.

—¿No? —pregunta.

—Creo que no —escojo las palabras con cuidado—. Es un experimento controlado. Si lees las cláusulas verás que no hemos renunciado a nuestros derechos fundamentales. Están obligados a intervenir si las cosas van demasiado mal.

—Bueno, eso es un alivio —dice. La miro con atención.

—Mirad, tenemos que elegir cada una a un marido —señala Angela—. Quien se quede el último no tendrá mucha elección y tendrá que quedarse con el que las demás hayan rechazado. Por la razón que sea —nos mira cautelosamente—. Hasta luego.

Miro a Cass.

—Lo que dijiste antes, sobre los vampiros del hielo…

—Olvídalo —me para con un gesto cortante—. Puede que Jen tenga razón —parece pesimista.

—¿Conocías a alguien más que tenía la intención de entrar en el experimento? —le pregunto de repente, al tiempo que me gustaría tragarme la lengua.

Cass arruga la frente.

—Evidentemente no, o no me hubieran admitido para el estudio —entonces mira hacia otra parte, lenta y deliberadamente. Sigo la dirección de su mirada. Hay un discreto hemisferio negro que cuelga del techo en una de las esquinas. Mueve los hombros—. Será mejor que socialicemos.

—Si te preocupan las implicaciones de unirnos en parejas, no veo por qué no podemos compartir un apartamento un par de diurnos —le propongo, con el corazón a mil y las manos sudorosas. ¿Eres realmente Kay, Cass? Estoy casi seguro de que lo es, pero no me dirá nada mientras nos estén controlando. Y si se lo pregunto, y no lo es, me arriesgo a revelar mi propia identidad a quienes me estén siguiendo, si es que alguno de ellos me ha seguido hasta aquí.

—No creo que esté permitido —me dice, precavida. Asiente ligeramente con la cabeza hacia mí y después levanta la barbilla en dirección a los demás, que a estas alturas están charlando unos con otros formando mucho ruido—. ¿Vamos a ver con quién nos han puesto?

En la otra parte de la habitación resulta que Jen ha roto el hielo insistiendo en que todos los hombres tienen que demostrar lo que valen, poniéndole una bebida y presentándosela con elegancia. No hace falta decir que se está emborrachando y que tiene la risa floja. Parece haber fijado su objetivo en Chris-de-la-última-fila, que parece encontrarse un poco incómodo por sus payasadas —creo—, pero no puede escapar, porque Alice y Angela se han concentrado en los otros tres y están dejándolo para Jen. El Tipo Grande, Sam, está de pie, rígido, con la espalda contra la pared, y parece tan nervioso como Cass. Miro a Cass, que se está quedando atrás. Yo me encojo de hombros mentalmente y me acerco a Sam, pasando por delante de los cacareos roncos de Jen.

—El alma de la fiesta —digo, señalando con la cabeza a Jen.

—Eh, sí —tiene un vaso vacío en la mano y se está tambaleando un poco. Puede que le duelan los pies. Es difícil descifrar su expresión porque la melena negra alrededor de la boca oscurece sus músculos, pero no parece contento. De hecho, si el suelo se abriera bajo sus pies y se lo tragara, seguramente sonreiría aliviado.

—Oye —le toco el brazo y, como me esperaba, se pone rígido—. Ven sólo un momento conmigo, por favor.

Deja que lo separe del enjambre de ortos que intentan orientar su vector hacia el cinturón de asteroides social.

—¿Qué opinas de esta organización? —le pregunto con calma.

—Me pone nervioso —mira entre mi cara y las puertas. Está claro.

—Bueno, a mí también me pone nerviosa, y a Cass —muevo la cabeza apuntando al grupo—. Y creo que también a Jen.

—He leído parte de la introducción —sacude la cabeza—. No es como me lo esperaba. Tampoco estaba este…

—Bueno —se me secan los labios y bebo un sorbo del vaso mientras miro a Sam, calculando. Es más grande que yo. Yo soy débil físicamente (espera a que le ponga las manos encima al que me ha gastado la bromita), pero a no ser que lo esté interpretando mal, está bien socializado—. Tenemos que hacer las cosas lo mejor posible. Se espera de nosotros que compartamos un apartamento con alguien del otro sexo. Entonces nos instalamos, leemos los informes, hacemos lo que nos pidan, y vamos a la iglesia el domingo para ver cómo les va a los demás. ¿Crees que serías capaz de hacerlo pensando que es una vocación?

Sam pone su vaso vacío sobre la mesa con una fastidiosa precisión y saca su tablero.

Podría, pero aquí dice que el núcleo familiar no es solo un acuerdo económico. También hay sexo —se para un momento—. No se me da bien la intimidad. Especialmente con desconocidos.

¿Por eso estás tan tenso?

—Eso no tiene por qué ser un problema —doy otro sorbo—. Escucha —termino mirando a la cámara del techo (gracias Cass)—, estoy seguro de que ninguno de estos acuerdos será permanente. Intentaremos resolver todos los errores en la reunión del próximo primer… eh, ¿domingo? Mientras tanto —vuelvo a mirar hacia arriba—, no me importa cuál es tu elección. No tenemos por qué acostarnos juntos, a menos que lo queramos los dos. ¿Estás de acuerdo?

Me mira un momento.

—Podría funcionar —dice, más tranquilo.

Me doy cuenta de que acabo de elegir marido. Solo espero que no sea uno de los que me dan caza…

Lo que ocurre después es desilusionante. Probablemente alguien ha estado viendo la dinámica del grupo a través de unas lentes de vigilancia, porque después de otros pocos centisegundos nuestros tableros parpadean para llamarnos la atención. Nos dan instrucciones para que crucemos la puerta que hay en el fondo de la sala de conferencias de dos en dos, con al menos dos segundos de diferencia entre unos y otros. Ya estamos en el Programa YFH, en la subred de administración, más allá del salto de larga distancia de las puertas T que te llevan a la República Invisible. Hay alguna forma de estructura con muchos saltos de corta distancia de unas puertas a otras, preparada para llevarnos a casa. Así que cojo a Sam de la mano, que me parece enorme. Tiene la piel fría y pegajosa, y me aprieta con poca fuerza. Lo llevo hacia la puerta.

—¿Preparado? —le pregunto.

Asiente con la cabeza, un poco triste.

—Vamos a terminar con esto.

Un paso.

—¿Terminar con esto? Todo esto nos llevará…

Otro paso.

—… por lo menos tres años hasta que se termine.

Y ya estamos en una habitación pequeña de verdad, rodeados por el mayor desorden que se pueda imaginar. Me suelta la mano y mira a su alrededor, y yo digo:

¿Esto es? —terminando la frase con un chillido.