7
Toco fondo

El tiempo pasa glacialmente lento. No le he contado a Sam nada de lo que pasó en la iglesia, ni del ojo morado de Cass, ni de la espada Vorpal del altar. Sam es un compañero agradable con el que vivir, me escucha cuando me deprime el mundo de las mujeres, pero me sigue rondando por la cabeza la duda de siempre: ¿me puedo fiar de él? A mí me gustaría hacerlo, pero no puedo estar segura de que no sea uno de los que me persiguen. Es un dilema tremendo, fiarse o no. Así que decido no contarle nada de lo que estoy haciendo en el garaje, ni de los ejercicios que hago en el sótano, y él tampoco me cuenta mucho de lo que hace en su trabajo. Un par de señoras del almuerzo están hablando de organizar algunas fiestas a la hora de la cena, pero si vamos a ese tipo de círculos sociales, esperarán que correspondamos y la tensión sería… en fin, no creo que queramos meternos en todo esto ninguno de los dos. Así que vivimos nuestras vidas solitarias. Yo me preocupo por Cass, y Sam lee mucho y ve la televisión, intentado entender a los antiguos.

Cuando volvemos a casa, después de la reunión inútil de la iglesia, uso mi enlace de red para saber cuántos puntos tiene nuestro grupo. Jen está a la cabeza de la conexión social, y Alice es la segunda… parece que le está beneficiando el ayudarme con la ropa. Para mi sorpresa, veo que soy la última de la lista. Hay una actividad en la que fallo. Parece que todos los demás están acostándose con sus parejas: formar relaciones estables es una buena forma de aumentar la puntuación, de conseguir puntos fáciles. Echo una ojeada a la puntuación de una o dos semanas antes, y veo que Cass es regularmente activa con Mick.

Por alguna razón todo esto me parece incomprensiblemente deprimente. Los demás están mirando, se supone que debería estar acostándome con Sam, y no quiero que Jen tenga ningún motivo para sentirse satisfecha. Es una actitud inmadura, pero sé que están viendo mi puntuación, esperando a que me rinda, esperando a que le dé a Sam lo que ellos creen que él espera de mí. Es una pena que no nos conozcan en realidad.

Unas dos semanas más tarde toco fondo. Es un martes, caluroso y cansado, por la tarde. He pasado toda la mañana ejercitándome fuera (todavía no tenemos vecinos, aunque se espera que un par de familias se muden aquí cuando llegue la próxima cohorte dentro de dos semanas), y he seguido trabajando toda la tarde en el garaje. Estoy poniendo todo mi empeño en volver a aprender a hacer soldaduras, y he tenido suerte de no haberme quemado el brazo, ni electrocutado, todavía.

Tengo un vago recuerdo de haber hecho estas cosas antes, hace mucho tiempo, hace algunos gigasegundos, pero hace tanto tiempo que mis recuerdos son todos de segunda mano y ya se me ha olvidado completamente todo lo que sabía. Hay algo que falla en mi técnica, y los trozos de cable que estoy intentando unir se están quebrando en torno a las soldaduras. Intento arreglar el último en el torno del banco, pero la juntura en la que he estado trabajando durante una hora se parte en dos y algunos trozos pequeños saltan por los aires. Si hubiera estado un poco más a la izquierda, me podría haber entrado uno en el ojo. Cuando me doy cuenta, me sobresalto y me voy para adentro e intento preparar algo para cenar porque Sam debe de estar a punto de llegar y, si lo dejo solo, se tumbará delante de la televisión en vez de ponerse a preparar algo.

Así que ahora estoy sola en la cocina, hurgando entre los paquetes de congelados que tenemos en el frigo a ver si encuentro algo para comer, cuando se me cae al suelo una caja de pizza. La caja se rompe y todo su contenido termina desparramado por todas partes. Es uno de esos momentos en los que todo el universo se te cae a los pies, y te das cuenta de lo sola y aislada que estás, y parece que todos tus problemas se están riendo de ti. «¿A quién creo que estoy engañando?» —me pregunto a mí misma, y me pongo a llorar.

Estoy atrapada en un cuerpo completamente inadecuado, con solo unos cuantos recuerdos desequilibrados de quien solía ser para estimularme a buscar una vida mejor. Estoy atrapada en una especie de caseta de circo que es el reflejo del espejo de una sociedad histórica en la que todos estaban locos por definición, enloquecidos por unas leyes irracionales y unas costumbres sin sentido. Aquí estoy, pensando que me acuerdo de cuando estaba en rehabilitación, leyendo una carta que me escribió mi identidad anterior. Pero ¿cómo voy a saber que fui yo el que me escribió la carta? ¡Ni siquiera me acuerdo de haberlo hecho! Por lo que sé, todo esto es una confabulación, mi propio intento aburrido de inyectar un poco de emoción en mi vida carente de interés. La verdad es que la gente que está ahí fuera buscándome parece cada vez más sorprendente y distante… es completamente imposible que existan, si no fuera por el hombre del cable.

No me acuerdo de ninguna razón por la que alguien pudiera desear verme muerto. E incluso un aspirante mediocre de asesino podría hacerlo sin ningún tipo de dificultad en este preciso instante. Ni siquiera soy capaz de meter una pizza en el microondas sin que termine por los suelos. Estoy pasando todo mi tiempo libre en el garaje intentando hacerme un escudo y planeando construirme una ballesta mientras que los malos, si es que existen, están dirigiendo un panóptico, una sociedad completamente vigilada, y tienen armas como la que está sobre el altar, con una extraña mancha de supercondensados en el borde, con una guía de ondas de generadores de agujeros de gusano. Capaz de cortar el tiempo espacial. Vendrán a por mí a la luz del día, y toda la panoplia de editores de memoria y programadores existenciales los respaldará. No tengo ningún sitio adonde escapar, ninguna salida, si no es a través de las puertas T que controlan los experimentadores, y no puedo bloquearlos, y ni siquiera sé si he perdido a Kay, o si Kay es Cass o es cualquier otra persona, y no estoy seguro de por qué permití que Piccolo-47 me propusiera venir aquí. Todo lo que tengo son mis recuerdos, y no puedo fiarme de ellos.

Me siento indefensa y perdida y muy, muy pequeña, y miro la pizza tras un velo de lágrimas, y oigo que se abre la puerta principal y unos pasos que se acercan y esto es más de lo que puedo soportar.

Sam me encuentra en la cocina, sollozando mientras busco la basura a tientas.

—¿Qué te pasa? —se queda en la puerta mirándome, desorientado.

—Yo, yo… —consigo tirar la caja a la basura, y dejo caer la escoba encima—. Nada.

—Nada no puede ser —insiste, lógicamente.

—No quiero hablar de ello ahora —me sorbo la nariz y me restriego los ojos con la manga, avergonzada y odiándome por esta muestra de debilidad—. No tiene importancia…

—Venga —me pone el brazo sobre los hombros, confortándome—. Venga, vamos a salir de aquí.

—Vale.

Me saca de la cocina y me lleva al salón, delante de la ventana. Yo miro, sin entender muy bien qué quiere, mientras la abre. Como la ventana llega hasta el suelo, forma una puerta, a la derecha, que lleva al jardín de atrás.

—Vamos —dice, saliendo al césped.

Lo sigo. El césped está creciendo. «¿Qué quieres?» —me pregunto.

—Siéntate —me dice. Parpadeo y miro al banco.

—Ah, vale —vuelvo a sorberme la nariz.

—Espera aquí —me dice, y desaparece detrás de la casa, dejándome sola con mi estúpido y atolondrado sentido de incompetencia. Me quedo mirando al césped fijamente. Está húmedo (hemos tenido una precipitación programada a mediodía, gotas de agua que caían suavemente desde un millón de inyectores diminutos incrustados en el cielo), y un caracol está subiéndose lenta y trabajosamente a un tronco, cerca de mis pies. Hay otro no muy lejos. Es una buena época para los moluscos, que llevan todo su mundo con ellos, encerrado en ellos mismos. Siento un chispazo momentáneo de envidia. Estoy aquí, atrapado en el caparazón de caracol más grande que se pueda imaginar, un caparazón hecho de cristal que transmite todo lo que hacemos a los monitores y detectores de los experimentadores. Y en mi hibris creo que soy capaz de escurrirme fuera de mi caparazón, escapar de mi propia identidad…

Sam me trae algo.

—Toma, bebe un poco.

Cojo el vaso. Es de cristal azul, con unas burbujas efervescentes atrapadas en el fondo y con un líquido claro que lo llena hasta la mitad. Huele a algo amargo y a limón.

—Venga, que no te voy a envenenar.

Levanto el vaso y doy un sorbo. Gin tonic —me dice un fantasma anegado en la memoria.

—Gracias —me sorbo la nariz. Él se sirve otro—. Lo siento.

—¿Por qué? —me pregunta mientras se sienta a mi lado. Se ha quitado la chaqueta y la corbata, y se mueve como si estuviera cansado, como si tuviera todos mis problemas.

—Soy un desastre —me encojo de hombros—. Todo esto es demasiado para mí.

—No eres un desastre.

Lo miro fijamente, y después tengo que volver a sorberme la nariz. Me gustaría poder arreglarme la nariz.

—Sí que lo soy. Dependo totalmente de ti. Sin trabajo, ¿qué puedo hacer? Soy débil y pequeña y estoy mal coordinada, y ni siquiera soy capaz de preparar una pizza para la cena sin tirarlo todo al suelo. Y, y…

Sam da otro sorbo de su vaso.

—Mira —me dice, señalando al jardín—. Tú tienes esto. Todo el día —mueve la cabeza—. Yo tengo que sentarme en una oficina llena de zombis y me tengo que pasar todo el día corrigiendo textos que son un galimatías. Tengo cada vez más trabajo amontonado, más y más textos que corregir. Me da dolor de cabeza. Tú por lo menos tienes esto —me mira, con una mirada precavida y extraña que hace que me pregunte qué es lo que ve—. Y lo que sea que estés haciendo en el garaje.

—Yo…

—No quiero fisgonear —dice, mirando tímidamente a otra parte.

—No es ningún secreto —le digo. Bebo un poco más—. Estoy haciendo algunas cosas —iba a añadir que es un hobby, pero le estaría mintiendo. Y la única persona a la que todavía no le he mentido es a él. Tengo la sensación de que si empiezo a mentirle ahora, estaría cruzando una especie de barrera irrevocable. Mi única ancla soy yo misma, y con lo débiles que son mis recuerdos, si lo hiciese perdería definitivamente la capacidad de distinguir entre fantasía y realidad.

—Estás haciendo algunas cosas —hace rodar el vaso entre sus manos enormes—. ¿Te gustaría tener un trabajo? —me pregunta.

—¿Un trabajo? —esto es más que una sorpresa—. ¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Para ver a gente. Salir de casa. Ver a otra gente que no sean las busconas de puntos. Te están dando problemas, ¿verdad?

Asiento con la cabeza en silencio.

—No me sorprende —se queda discretamente en silencio mientras me termino mi bebida.

Para mi sorpresa, me siento un poco mejor ahora. ¡Conseguir un trabajo!

—¿Cómo puedo conseguir un trabajo? —le pregunto—. Sin ser un hombre, vamos…

—Llama a la Cámara de Comercio y pide uno —deja su vaso. Lo miro, veo los dos caracoles que están subiendo por los dos lados opuestos del mismo montón de hierba, dejando sus trazos iridiscentes de barro—. Es así de fácil. Mandarán un coche para que te recoja y te llevarán a alguna parte donde haya sitio. No te llevaron al curso de preparación cuando llegaste, pero es bastante fácil. No sé lo que te encontrarán ni cuánto te van a pagar… me imagino que mucho menos que a los hombres, que es como parece que hacían durante los años oscuros, pero si te aburres, siempre puedes volver a llamar a la Cámara de Comercio y pedir que te busquen otra cosa.

—Un trabajo —digo, intentando encontrarle un sentido. Es una locura, es verdad, pero no más de lo que lo es todo este mundo—. No sabía que podía conseguir uno.

Se encoge de hombros.

—No es ilegal ni nada de eso —me mira de reojo mucho tiempo—. Es solo que no lo establecieron por defecto. Es otra de las cosas a las que podemos jugar una vez que nos hemos adaptado lo suficiente como para pensar en ello.

—Y encontraré a otras personas.

—Eso depende de dónde trabajes —Sam parece dudar por un momento—. Muchos están llenos de zombis, pero intentan tener a dos humanos por lo menos en cada lugar de trabajo. Y hay visitantes. Pero es bastante aburrido. La verdad es que no pensé que te pudiera interesar.

—No puede ser más destructivo para la mente que esto —cierro los puños con fuerza.

—No apuestes por ello —mueve la cabeza—. El trabajo en la Edad Oscura no solía tener mucho sentido, era desagradable y, a veces, peligroso.

—No tan peligroso para mi salud mental como el no hacer nada.

—Esta es mi Reeve —Sam sonríe, con una expresión brillante que no suelo ver y que me hace envidiar de verdad a la afortunada mujer que dejó fuera del experimento—. Te traeré otra copa, y después nos vamos a preparar la cena. ¿Qué tal si comemos aquí fuera? Por una vez.

—Me encantaría —le digo entusiasmada—. Por una vez.

Al amanecer me despierto por una de mis pesadillas recurrentes.

Tengo varios tipos de pesadillas. Lo que distingue a esta es la calidad de las imágenes. Efe tenido una mutación genética, vuelvo a ser de sexo masculino y mi cuerpo es, a grandes líneas, ortohumano, pero ha aumentado mucho con los subsistemas metabólicos del sistema celular superior. En vez de intestino tengo una célula de entrada de fusión compacta. Tengo tres corazones para que mis fluidos circulatorios se mantengan en movimiento, mi piel está reforzada con una malla de fibra de diamante, y puedo sobrevivir en el vacío durante horas.

Pero esto no es lo que convierte a mi sueño en una pesadilla.

Estamos a uno-punto-uno megasegundos de la campaña, y aunque nosotros (mi unidad) no dormimos normalmente, desde hace casi doce diurnos consecutivos estamos todos bajo los efectos del veneno de cansancio de las maniobras de alta velocidad. Las hostilidades con este programa comenzaron tan pronto como el Alto Comando estableció los elementos orbitales en uno de sus nódulos del espacio real mejor conectado. El Six Fingers Green Kingdom ha sido particularmente tenaz en sus intentos por mantener infectadas sus puertas A, que todavía albergan programas automáticos de Censura de Curious Yellow, que sigue contaminando a todos los que pasen por ellas. Son una de las últimas resistencias de los que perdieron la guerra y han sobrevivido mucho tiempo, cuando los demás reductos de la Censura ya habían sucumbido a nuestras maniobras en virtud de la topología de la red fanáticamente oscurantista y del astuto engranaje de los cortafuegos internos. Pero hemos identificado la localización espacial real de sus interruptores principales, lo que significa que hemos desplegado un nódulo que explorar una vez que la gente pueda entrar. Mi unidad está en primera línea.

El vector de asalto es un extremo de una puerta T de diez metros de diámetro, levantado hasta el treinta por ciento de C y en caída libre a través de los límites del hielo exterior de una nube de desechos de la órbita de la enana marrón Epsilon Indi B. EI-B es poco más grande que un gigante gaseoso, y la temperatura de su superficie está por debajo de los mil grados absolutos. Cuando uno alcanza su halo, toda la luz desaparece y la estrella se hace casi invisible. Los cometas giran alrededor de ella en un aislamiento helado, tan frío como las profundidades del espacio interestelar.

Nuestra puerta de asalto no tiene energía y es secreta. Pasa a la deriva por el perímetro del campo de defensa de la órbita del Six Fingers Green Kingdom en cuestión de segundos y roza el enorme cilindro a una velocidad de menos de cincuenta kilómetros, descabelladamente cerca, ya que es muy difícil de ver. Cuando brilla, mi unidad es una de las que hacen una inserción a gran velocidad a través del extremo que está más lejos del agujero de gusano. Por lo que saben los defensores, aparecemos en el espacio vacío justo a la entrada. Por lo que nosotros sabemos, es una trampa mortal.

Tardamos cincuenta segundos en atravesar los cincuenta kilómetros que hay hasta el hábitat, desacelerando durante todo el camino, machacados por nuestras jaulas de aceleración que se mueven frenéticamente, y sorteando el paso mientras arrojamos misiles, trampas y bombas de rayos gamma. Gastamos el ochenta por ciento de lo que tenemos en fuego de defensa en ese periodo de cincuenta segundos. Es una carnicería absoluta, pero aun así tenemos suerte: la única razón por la que algunos sobrevivimos es porque estamos trabajando para los Linebarger Cats, y los Cats están especializados en la locura aplicada. Está claro que solo un loco atacaría en el espacio abierto, así que los Green Fingers han concentrado el noventa por ciento de su potencia de fuego dentro de su órbita, apuntando a los extremos más cercanos a sus puertas T de salto a gran distancia, en vez de apuntar fuera del centro, cubriendo las zonas de las aproximaciones del espacio real protegido.

Estoy inconsciente la mayor parte del ataque, los recuerdos que tengo están enrollados en los sensores de mi traje y reducidos a recuerdos instantáneos una vez que mi cuerpo de carne se vitrifica para que pueda soportarlo. Durante un momento estoy tumbado boca abajo y el traje me rodea, y un momento más tarde estoy de pie entre los escombros de un compartimiento a bordo de la órbita del Green Finger, con vividos recuerdos de esta locura mientras saco la espada, compruebo mis nódulos blaster con los rastreadores de los glóbulos de los ojos, exudo más espuma ablativa, y me dirijo a los espacios habitados.

Avance rápido:

Cuando nos hayamos apropiado del programa, no será fácil tratar con los civiles, porque ya están infectados de Curious Yellow, de la versión original que lleva la carga útil de Censura, y no las herramientas abreviadas de las diversas inquisiciones o dictaduras. La carga útil de la Censura no se limita a borrar la memoria de las cosas que se consideran prohibidas, sino que tiende a dejar esporas en el cerebro de las víctimas y en las secuencias de arranque de sus enlaces de red, así que si se cargan en una puerta A vulnerable, podrían activarse e infectar el firmware de la puerta. Así que tenemos que reunirlos a bordo de la habitación que acabamos de arrasar con las espadas y los blasters, y reciclarlos a través de nuestras propias puertas de descontaminación en bruto.

Aquí es donde empieza la sensación de pesadilla. El ensamblador de puertas de los otros son productos modernos y elegantes con una tecnogénesis avanzada. Pero nuestras puertas A son improvisaciones naturales, que construimos manualmente en diez megasegundos usando todos los conocimientos que pudimos salvar. Las hicimos deprisa y corriendo, en cuanto nos dimos cuenta de cuánto se había extendido la contaminación (sobre todo a través de las puertas A de la República de Es), así que son imprecisas, ineficaces y lentas. Lo que hemos construido funciona, pero no es rápido, de modo que estamos activando nuestras puertas de asalto en modo dúplex, desensamblando y almacenando a nuestros ciudadanos para un ulterior rastreo del virus y reencarnación. Pero como no hemos asegurado todas las aproximaciones, y otros nódulos del Six Fingers Green Kingdom están atacándonos con una desesperación cruel, tenemos que actuar deprisa.

Después de unos cinco mil segundos recogiendo a combatientes civiles y obligándolos a entrar en nuestras puertas, el comandante del grupo Nordak me llama para darme nuevas órdenes.

—Los cuerpos están reduciendo nuestra velocidad —me envía—. Coged solo las cabezas. Los resucitaremos cuando tengamos la situación bajo control.

Hay una multitud enorme de civiles en la celda temporal de la Plataforma J, que se arremolinan entre ellos muertos de miedo y sin ningún orden. Dos de los nuestros están sacando a la gente por una puerta, diciéndoles que es para el proceso de salida. Algunos no quieren entrar en la puerta, pero es inútil hablar con los tanques acorazados, así que terminan viniendo quieran o no, solo que con algunas contusiones o extremidades rotas. Los llevamos a través de la batería de puertas internas, que no se abren hasta que no se hayan cerrado las puertas exteriores. Entonces todos se muestran reacios, cuando nos ven a Loral y a mí esperando en la otra parte de la puerta interior, con la puerta de asalto, las espadas y una pila de desechos.

Hacemos turnos alternándonos, porque es un trabajo agotador. Agarro a una víctima que se resiste, ya sea una ortohumana regordeta o un tipo flaco y huesudo que necesita otro cuerpo (algunos de ellos han estado viviendo como animales, negándose a usar las puertas A por temor al Curious Yellow hasta que envejecieron de verdad) y ato a las víctimas y las pongo en el suelo resbaladizo y fangoso de la habitación. Normalmente gritan, y en algunos casos hasta se mean encima cuando Loral les pone su Vorpal detrás del cuello, entre las vértebras C7 y D1. Un tirón del botón de encendido, y hay más sangre salpicando y chorreando por todas partes de lo que se pueda imaginar, y dejan de gritar. Loral saca su espada y yo cojo la cabeza, que suele estar mojada, y con los párpados retorcidos por la conmoción que les produce la amputación. Tiro las cabezas a la puerta A, lo más bajo y rápido que puedo, y la puerta se las traga y procesa los cráneos y, con suerte, consigue registrarlos antes de que la despolarización permanente y la apoptosis por osmosis inducida se apodere de ellos. Entonces Loral coge los cuerpos que se han desechado y los lanza sobre el montón del rincón, donde, con cierta frecuencia, los recogen los chicos de las tropas de acciones especiales y se los llevan en un cargador con camillas, mientras que yo barro el suelo con una escoba en una batalla perdida para evitar que la sangre se encharque por el suelo a nuestro alrededor.

Es un trabajo desagradable y nauseabundo, y aunque nos lanzamos a ello trabajando lo más rápido que podemos, estamos consiguiendo solo una media de un civil cada cincuenta segundos. Uno de los ocho equipos del grupo llevamos trabajando cien kilosegundos, procesando unas dieciséis mil personas al diurno, entre nosotros. Pero, por culpa de mi cruel mala suerte, cuando las puertas se abren y los chicos de la otra parte me arrojan el cuerpo siguiente, dando patadas y gritando con toda la fuerza de sus pulmones, es cuando me toca a mí usar la espada y a Loral mantenerlos bien cogidos, y ya estoy levantando la espada cuando miro a la cara aterrorizada y, según como vaya la pesadilla, veo que es mi propia cara, o lo que es peor, la de…

… Kay…

… y estoy sentado derecho comiéndome un helado y hay alguien que me está meciendo entre sus brazos y yo estoy cubierto de sudor frío y temblando sin control. Poco a poco me doy cuenta de que estoy en una cama, y de que acabo de darle una patada al edredón. Desde la ventana se ve la luz de la luna, y estoy en el Programa YFH y no importa lo mal que vayan las cosas hoy, que no se pueden comparar con mis sueños, y un leve quejido me sale de lo más profundo de la garganta.

—Ya ha pasado todo, estás despierta, no pueden hacerte daño —Sam me acaricia los hombros. Me inclino hacia él e intento hacer que el quejido parezca un suspiro. El corazón me está dando golpes como un martillo perforador, y tengo la piel fría y pegajosa. Me rodea con un brazo—. ¿Te gustaría hablar de ello? —murmura.

—Es —asqueroso— un sueño recurrente. Recuerdos, mal redactados —o eso creo— de mi vida anterior. Lo que quise olvidar, que ha venido a buscarme —hablo a tropezones porque me siento la boca rancia. No estoy despierta del todo, y me da miedo soñar con las sombras de mi pasado. ¿Qué está haciendo aquí?

—Mientras dormías estabas dando patadas, quejándote y refunfuñando —me dice—. Estaba preocupado, parecía que te iba a dar un ataque.

No sería nada raro, ni siquiera a esta edad. Me incorporo apoyándome en un brazo pero sin alejarme de él. Es más, saco el brazo derecho de debajo de las sábanas y lo abrazo.

—Perdí mucho con la cirugía —le digo lentamente—. Si esto es parte de lo que he olvidado, preferiría no recordarlo.

—Ya ha pasado todo —dice, tranquilizándome. Saco la otra mano y lo abrazo fuerte. Es grande, equilibrado, serio y sólido. Sam el Serio. Recuesto la cara en el hueco que se forma en la base de su garganta y respiro profundamente, una vez, dos. El brazo con el que me está abrazando hace que me sienta bien, segura. Sam el Seguro. Me tiemblan las costillas mientras me trago una risa nerviosa—. ¿Qué ha sido eso? —me pregunta.

—Nada —le digo a su garganta. Estoy lo suficientemente despierta como para darme cuenta de que no soy la única en esta casa que duerme desnuda. Pero me doy cuenta de que no me importa… confío en Sam y no me da miedo que intente abusar de mí u obligarme a hacer algo que yo no quiera hacer. Antes no me fiaba de él, pero ahora se ha convertido en un amigo, aunque no me he dado cuenta de cuándo ha pasado el umbral. No quiero quedarme aquí sola ahora, y lo más normal del mundo es que lo abrace y le pase la mano por la espalda, con la cara apoyada cerca de su cuello, respirando su aroma natural—. ¿Te importaría quedarte conmigo? No quiero estar sola.

Se pone un poco tenso, pero después noto que me está acariciando la espalda, pasándome la mano de arriba abajo. Me recuesto en su abrazo. Se le nota vivo, como el contrario exacto de los recuerdos empapados de sangre de mi sueño. He estado durmiendo sola y no he tocado a nadie, por no hablar del sexo, desde hace ya un mes por lo menos, así que no me sorprende lo más mínimo sentir que me estoy excitando, deseando, necesitando más contacto físico, tocar más, oler más. Le paso la lengua por el cuello y muevo las manos entre sus piernas, y lo que encuentro no es una sorpresa, porque él ha estado viviendo la misma vida de auto negación que yo.

—No… —murmura, pero no lo estoy escuchando, sino todo lo contrario. Estoy besando su piel, yendo hacia abajo, hacia su pecho, mientras acaricio lo que hay debajo, que contradice su desinterés.

Sam se ha estado conteniendo por un amor que ha quedado encallado en el mundo real, sin él; y yo me he estado conteniendo por orgullo y por la codiciosa mirada de los que observan mis puntos sociales. Rozo sus muslos con la mejilla y lo chupo hambrienta, sintiendo sus manos entre mi pelo…

—No —parece dudar. Lo cojo con la boca lo más profundamente que puedo, y parece como si lo estuviera estrangulando—. No, Reeve, no por favor… —Yo sigo lamiéndolo y chupándolo, y él parece que coge aire para decir algo pero solo jadea, y termino con él con una sensación de anticlímax. «Ha sido muy rápido, ¿no?» Entonces se sienta en la otra parte de la cama, de espaldas y con los hombros encorvados—. Te pedí que pararas —dice malhumorado.

Pasa un poco de tiempo hasta que consigo hablar.

—Necesitaba… —me paro. Tengo la boca ácida por el regusto—. Quiero que seas feliz. Si tengo que rendirme y humillarme a mí misma ante las busconas de puntos, lo menos que puedo hacer es vengarme de ellas.

—Este no es el mejor modo de hacerlo —está tenso y a la defensiva, como si lo hubiera herido—. Creía que teníamos un acuerdo —se mueve furtivamente por la cama y sale de la habitación antes de que pueda decirle nada, evitando mi mirada, y uno o dos minutos más tarde oigo el ruido de la ducha.

Ya estoy completamente despierta, así que me pongo el albornoz y bajo a hacerme un café, en vez de lavarme los dientes, porque no puedo ir al cuarto de baño mientras Sam está intentando limpiarse mi saliva. Todavía me queda algo de orgullo, y no creo que en este momento pueda mirarlo sin gritarle «¿y qué hay de tu autocontrol, eh?» No deja de soñar con ese asombroso amante que encontró fuera del programa, pero no es tan orgulloso como para permitirme una chupada… hasta después, cuando de repente me ignora. Podría odiarlo por esto. Pero me siento en la cocina mientras se enfría mi café, y espero a que pare el ruido de la ducha y que se apaguen las luces de arriba. Entonces vuelvo a tientas a mi habitación y me tumbo ensimismada hasta el amanecer, preguntándome qué es lo que me ha pasado. Al final decido no darle más momentos de intimidad, hasta que no consiga escupirle a la cara imaginaria de su amante. Y al final, me quedo dormida.

Al día siguiente no me muevo de la cama hasta que Sam no se va a trabajar. Cuando me levanto, llamo a la Cámara de Comercio. El zombi que me contesta no parece muy inteligente, pero acepta mandarme un taxi para que me recoja al día siguiente. Salgo y me pongo a correr calle arriba y calle abajo hasta que estoy agotada (ahora aguanto más que antes), y después me doy una ducha. Paso el resto del día en el garaje intentando avanzar en la construcción de la ballesta, que no va nada bien. Me pregunto por qué me preocupo: ¿no es que vaya a dispararle a nadie, no?

Le dejo a Sam una pizza medio descongelada y una nota en la cocina explicándole cómo cocinarla. Cuando vuelvo a casa ya está oscuro, y Sam se ha quedado dormido delante de la televisión, así que me es muy fácil subir las escaleras sin que se dé cuenta e irme a dormir sin que me vea. No es difícil, ahora que los dos nos estamos evitando.

Tengo otra pesadilla, pero esta es distinta. No es tan viva como la del matadero, pero de algún modo, es más inquietante. Imagínate que eres un detective o algo así. Estás buscando a gente, gente mala que se esconde entre las sombras. Gente que ha cometido delitos terribles pero ha modificado la memoria de todos los demás, así que nadie se acuerda de quiénes son o de lo que hacen. no sabes lo que han hecho ni quiénes son, pero tu trabajo es encontrarlos y llevarlos ante la justicia para que no se olvide lo que hicieron ni las consecuencias de sus acciones. Así que eres un detective, y estás andando por un bohordo mal iluminado del programa, buscando pruebas, pero no sabes quién eres ni por qué te han encargado esta misión. A juzgar por lo que sabes, bien podrías ser tú mismo uno de ellos. Han hecho que todos olviden quiénes son o lo que han hecho. Así que, sería lógico pensar que ellos también se hayan obligado a olvidar, ¿no? Podrías ser culpable de un delito tan horrible que ni siquiera tenga nombre y que ya nadie recuerde. Pero una lógica irrevocable te lleva a detectarlos, arrestándote a ti mismo y entregándote a la justicia de un poder superior. Y te juzgan y te consideran culpable de un delito que no entiendes y que no recuerdas haber cometido, y el castigo supera los límites de la comprensión humana y te deja caminando por los bohordos mal iluminados del programa, como un fantasma al que le han esquilado todos los recuerdos, salvo la débil mancha imborrable del pecado original. Y estás allí porque te han encargado que busques a un maestro del crimen para expiar las malas acciones que has cometido en el pasado. Y les seguirás la pista, y un día los encontrarás y, cuando tiendas la mano para cogerlos por la espalda, te darás cuenta de que estás viendo la parte de atrás de tu propia cabeza…

Me levanto sudando y me encuentro fatal porque el corazón no ha dejado de martillearme en toda la noche, y Sam no está. Por un instante me enfado y me da rabia que no esté, pero después pienso: «¿qué le he hecho al único amigo que tengo aquí?» Y me doy la vuelta y empapo la almohada llorando amargamente hasta el amanecer.

Pero al día siguiente empiezo mi nuevo trabajo.