UNA HISTORIA QUE CONTAR

NO podrás —me dijeron ellos.

¡Ah no! Claro que podré—contesté yo.

A penas he vivido veintitrés años. Aún tengo mucho que vivir. Pero creo que algunas de mis experiencias pueden resultar interesantes. Al recordarlas, pienso que me han ayudado a avanzar y a ver la vida de un modo distinto. Tal vez puedan ayudarte o inspirarte a decidir cambiar tu actitud. Que todo tenga más sentido y que vivas tu vida de un modo más auténtico.

Fui una niña bastante arrogante. Se me acostumbró a tener al instante todo aquello que deseaba. Todo lo que quería lo conseguía de inmediato, costase lo que costase. Entiendo que mis padres me intentaban educar lo mejor que podían. Eran padres primerizos. Así fui creciendo. A los trece años, se separaron. Fue un golpe muy duro para mí. Aunque, rápidamente, encontré una vía de escape. Por suerte, fue el estudio. Pasaba horas y horas estudiando; así me evadía de los problemas que me atormentaban. Puede parecer extraño, pero así fue. Separados mis padres, vivimos mi hermana y yo con nuestra madre. Nunca llegamos a pasar hambre, pero tuvimos que ajustarnos un poco a lo que requería la nueva situación. Ya no podía obtener al instante aquello que quería. Había que esforzarse, y mucho, para obtenerlo. Mi madre nos animaba a mi hermana y a mí a trabajar para poder ganar algo de dinero y así podérnoslo gastar en nuestras cosas. Ninguna de las dos lo hizo. Aun en mi arrogancia, pensaba: «¡Oye, que al menos saco buenas notas en el instituto!». El problema no vino por el lado materno, sino por el paterno. Mi padre, tras separarse, rápidamente se fue a vivir con una chica. Ella, pese a tener al principio buenas intenciones e intentar ser amable con nosotras, no poseía, que digamos, mucha experiencia en tratar a dos chicas, una adolescente y la otra preadolescente. Poco a poco mi padre fue olvidándose de nosotras. Tenía una nueva familia. Fue algo muy duro para mí, y mi hermana también sufrió. Las ocasiones en las que veíamos a mi padre, ¡sentía tanta rabia por dentro! Pedía a gritos que me hiciera un poco más de caso, que nos prestara un poco más de atención. Éramos sus hijas. Intenté llamar su atención de muchas maneras, pasando por la anorexia, después bulimia, y junto a ello el alcohol y alguna que otra droga. Mis esfuerzos fueron en vano. Solo conseguí dañarme a mí misma.

Una vez terminados mis estudios de bachillerato, decidí que estudiaría publicidad en la universidad. Es curioso que justamente mi padre fuese publicista. Otro intento de acercarme a él. Me propuse ser mejor que él, superarlo. Por aquel entonces nuestra relación iba un poco mejor que antes. Seguía sintiendo rabia en mi interior, pero al menos nos unía nuestro interés por la publicidad. Incluso el primer año de carrera me fui a vivir con él. Es comprensible que no pusiera ningún impedimento, porque había roto su relación y vivía solo. Con todo ello, rechacé el amor incondicional de mi madre. Me estaba destruyendo a mí misma. Pero ahí no acaba todo. Todavía falta lo más duro. Claro está que con la experiencia que había tenido con mi padre, digamos que no sentía mucho aprecio por el sexo opuesto. Odiaba a los hombres. Todo lo relacionado con ellos era malo. Empecé a adquirir una actitud hombruna. Quería ser más fuerte que ellos, valerme por mí misma, triunfar, ser mejor que los hombres, concretamente mejor que mi padre.

En verano, tras haber acabado el primer año de carrera, decidí que sería positivo que trabajara. Mis ansias de superación hicieron que me presentara ante una agencia de modelos y que me ofreciera para trabajar en el departamento de cuentas. Les dije que como mi padre tenía una agencia de publicidad podría, a través de él, conseguirles clientes. Me dieron una oportunidad. Es curioso que mis carencias afectivas las supliera con una actitud de ¡yo valgo!, al menos en lo profesional. Imagino que indirectamente me benefició aquello que mi madre solía decirnos de pequeñas: «¡Vosotras podéis lograr lo que queráis! ¡Sois muy válidas!». Tengo mucha suerte de tener una madre tan maravillosa. Parece que calaron hondo sus charlas sobre la autosuperación y la importancia de creer en uno mismo. Recuerdo que cuando tenía un ratito aprovechaba para leernos pequeños fragmentos de libros de filosofía y psicología.

Pues bien, empecé a trabajar en la agencia de modelos. Parece bonito, ¿verdad? Sin embargo, no lo fue del todo.

Durante los dos meses que estuve allí no conseguí ni un cliente y, está claro, no me pagaron nada. Pero, gracias a ese trabajo, conocí a los propietarios de una productora de música. Me fascinó lo que hacían. «Ya está —pensé—. Voy a crear una productora de música». Me imaginaba trayendo cantantes a Barcelona y organizando conciertos. Se me metió esa idea en la cabeza. Me vino la brillante idea de traer a España a un grupo llamado RBD. Quizás los conozcas. Eran aquellos jóvenes que protagonizaban una telenovela mexicana, Rebelde. Ya sabía lo que quería hacer. Quería traer a ese grupo. Me marqué una meta. Gracias a que mi madre conocía a un chico mexicano cuyo hermano trabajaba en el sector de la producción musical y televisiva, pude concretar más mi sueño. Pensé que lo mejor sería ir a México y enterarme bien de cómo traer a RBD a España. Porque de momento, lo único que sabía era que pertenecía al grupo de comunicación mexicano Televisa. Ahora me faltaba dinero para viajar al país. Se lo pedí a mi padre. El, pese a no disponer de mucho dinero, tenía un gran sentimiento de culpabilidad por haber medio abandonado a sus hijas y lo enmascaraba comprándonos cosas. Me fui a México. Imagínate lo emocionada que estaba.

Con todo esto me olvidé por completo de mis estudios. Abandoné la universidad. ¿Qué tenía que hacer en la universidad si podía hacerme rica montando una empresa tan rápido? Más tarde descubriría que estaba equivocada. Mis dos semanas en México fueron poco productivas. Conocí a tipos que se hacían pasar por grandes hombres de negocios, pero que en el fondo no eran más que charlatanes. Y el hermano del amigo de mi madre no ayudó mucho. Al final me enteré de que a RBD lo llevaba una empresa subcontratada por Televisa, con sede en Los Ángeles. Volví a Barcelona, empeñada en que tenía que ir a Los Angeles. Me puse en contacto con la empresa estadounidense. Me fue muy fácil comunicarme con ellos, pese a mis carencias en inglés —eran un grupo de mexicanos afincados en Estados Unidos—. Concerté una entrevista y me fui a Los Angeles. Mi padre, a regañadientes, pagó el billete de avión de mi abogado (necesitaba uno) v el mío. Estaba más que emocionada. Volé a Los Ángeles, esta vez para firmar un contrato con la empresa estadounidense para poder traer a España a RBD en concierto. Creo que los convenció mi ilusión y mi entusiasmo. O puede que creyeran que tenía mucho dinero (lo cual no era verdad). Lo cierto es que acababa de firmar un contrato millonario por el que debería pagar mucho dinero a la empresa estadounidense v asegurarme de que todo saliera bien. Pensé: «¡Eso será fácil!, con patrocinadores y..., ¡ya está!». Pobre de mí, no sabía en qué me metía.

Para firmar el contrato tuve que crear una empresa, aunque no tenía ni oficina ni empleados. Pensaba que si había podido llegar hasta ahí, quién podía impedirme que continuara. Aplicaba constantemente la idea de ¡yo puedo! ¡Yó puedo con todo! Le pedí a un amigo que me ayudara, pues sabía más bien poco de cómo preparar un concierto. Lo primero que buscamos fue a una persona para que nos ayudara a conseguir patrocinadores, esto es, dinero para financiar el proyecto. Pasaron tres meses y no logramos ni un patrocinador. El tiempo se nos echaba encima. Empecé a pensar que todo el asunto no había sido muy buena idea. Sentía que me había metido en un buen lío. Pero ahora era demasiado tarde. Preocupada y desesperada, apenas dormía cuatro horas y fumaba muchísimo. ¿Qué pasó al final? Te lo puedes imaginar. No vino RBD, al menos conmigo, pues al final lo traj0 otra productora. Rescindieron el contrato. Por suerte, la empresa estadounidense decidió no demandarnos. Había jugado con fuego, pero parecía que había logrado no quemarme.

Estaba destrozada. En menos de un año parecía haber estado en la cima y ahora, abajo del todo. Mi padre se arruinó, pues había gastado todo su dinero en mis viajes y en mis intentos por hacer que aquello funcionara. Para colmo, las cosas se complicaron un poco más. Aquella persona que nos iba a ayudar en la búsqueda de patrocinadores, enfadada porque había invertido su tiempo en ello y no había recibido retribución alguna, decidió demandarnos. Ahora estaba con una empresa en ruinas y con una demanda judicial de por medio. ¡Y solo tenía dieciocho años, a punto de cumplir los diecinueve!

Me refugié en mi hogar. En casa al menos parecía estar a salvo. Me pasaba el día llorando, preguntándome: «¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho mal?». Quizás me concentré en el dinero; ese era mi fin, el éxito, el poder y nada más. Era un sueño falto de amor. Pero no podía pasarme todo el día en casa, o acabaría deprimiéndome aún más. Me obligué a reaccionar y me hice voluntaria de una protectora de animales. Durante un tiempo acudí todos los martes. Además, fui algunas veces a ayudar a las Hermanas de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta, en la iglesia de San Agustín. Ayudaba a dar de comer a los indigentes. La mejor manera de superar tus dolencias es olvidarte un poco de ti mismo. Deja de recrearte en tus males y haz algo útil por los demás. Me sirvió de mucho. Empecé a pensar que pese a la gravedad de la situación podía lograr solucionarlo. Tenía que enfrentarme a muchos problemas v ser verdaderamente responsable por primera vez en mi vida.

Se acercaba el verano y decidí irme con mi perro a la casa que mi abuelo y su mujer tienen en la montaña. Estuve dos semanas allí. Fueron dos grandes semanas. Por la mañana salía temprano a pasear por la montaña. Kingo (mi perro) y yo empezábamos a caminar a las siete de la mañana y no regresábamos hasta las once. Veía ciervos, aves y la escarcha en las flores silvestres. Después, pasaba largos ratos con mi abuelo. Aprendíamos cosas nuevas, nos reíamos y disfrutábamos juntos de la belleza del paisaje. Mi abuelo y su mujer me consolaron en esos momentos tan difíciles. Con su ejemplo, me mostraron lo bella que podía ser la vida. Reflexioné mucho. Antes de eso, llegué a pensar que la vida ya no valía la pena. Pero algo en mi interior me decía que sí, ¡que la vida vale la pena! y saqué fuerzas de mi interior.

Gracias al apoyo de mi madre, en especial, decidí emprender un nuevo camino. Antes que nada, responsabilizarme de todas las deudas que había contraído mi empresa en ese tiempo, en concreto el crédito que había pedido al banco cuando creé la empresa. Si quería que todo se solucionarse debía hacerlo yo. Mi padre ya había tenido suficiente. Lo dejé en paz. Para poder pagar todas esas deudas, tenía que buscar un trabajo. Al principio me costó encontrarlo. Pero al final conseguí un empleo a tiempo parcial en una tienda. Al mismo tiempo, animada por mi familia, creí oportuno volver a la universidad. Como les tenía pánico a carreras como Derecho, Publicidad o Económicas, por recordarme mi dolor, pensé que sería mejor hacer una carrera algo más humana

(y que no se me malinterprete, las anteriores pueden ser tan humanas como cualquier otra). Escogí Geografía.

Fue extraño al principio. Es como si hubiera vuelto a nacer. Ahora estudiaba geografía y trabajaba en una tienda. Era duro. La mayoría del dinero que ganaba, por no decir casi todo, lo destinaba a pagar las deudas. Sentía una presión en el pecho que me recordaba que había llegado la hora de responsabilizarme de mi vida. Tras estar unos meses en esa tienda, mi madre me consiguió un trabajo en un centro deportivo para dar clases de gimnasia —mi madre es una gran profesional del deporte y de la terapia corporal. Desde bien pequeña, en mi casa siempre se ha hablado de deporte, de danza y del amor por el estudio del cuerpo humano.

Y con todo ello, llego a mi presente. Estoy trabajando, con lo que puedo pagar mis deudas, y continúo estudiando geografía en la universidad —estoy a punto de finalizar mi último año de carrera—. Estos tres años y medio han sido muy importantes en mi vida. He cambiado tanto... Dejé a la niña egoísta que quería ser mejor que nadie y me he centrado en dar amor a los demás. La vida ahora tiene sentido. Estoy muy agradecida por las experiencias que he tenido. Sé que han sido las correctas. Gracias a ellas he llegado hasta aquí. Ahora puedo decirte que pese a lo dura que te parezca la vida, no es tan grave. ¡Tú puedes con todo! Solo piensa en dar un paso tras otro, en avanzar, y poco a poco tus problemas se irán resolviendo.

Todo lo que he vivido me ha animado a escribir este libro. En él aparecen aquellas ideas sobre las que reflexiono a menudo. Algunos libros me han ayudado muchísimo. Las enseñanzas de los grandes filósofos y maestros espirituales

me han ayudado a avanzar, a crecer Me encuentro en un punto de mi vida maravilloso, pese a que las circunstancias puedan parecer un tanto adversas en algunos aspectos; aún quedan pendientes algunas deudas, y la demanda judicial de aquel hombre al que le pedimos ayuda con el patrocinio del proyecto musical sigue ahí. Pero no dejo que esto condicione mi valentía y mis ganas de vivir. El estudio me ayudó mucho. Concentrar mis fuerzas en la bella ciencia de la geografía me ha hecho mucho bien. No te atormentes por tus males.

Te he contado mi vida, o lo que he vivido de ella, porque creí que ya era hora de perdonarme por mi pasado. Todo lo vivido está bien. Mis experiencias, eso creo yo, ilustran dos grandes verdades: la primera, que todo aquello que concibes en tu mente es posible hacerlo realidad. Luché por hacerme un hueco en el mundo de la música. Me acerqué a él. Pero, y aquí está la otra gran verdad, y más sabia que la anterior, no puedes exigirle al Universo que todo salga exactamente como tú quieres. Recuerda, «el hombre propone y Dios dispone». Sé que mi éxito se está procesando. Parte de él ya lo tengo, aquí y ahora. Me apasiona mi trabajo. He aprendido a ser versátil y tolerante con la diversidad de personas que cada día vienen a mis clases. Además, lo estoy llevando a mi terreno, al de la danza. En la universidad, qué te voy a contar. Disfruto con la excelencia. Sé que lo que he vivido hasta ahora no ha sido más que el principio de un gran camino que debo recorrer. Le doy gracias al Universo por todo.

Mi objetivo principal ya no es ganar dinero, fama o poder. Lo he cambiado por otro. Ahora me concentro en lo que me apasiona. Disfruto escribiendo, hablando y amando. Disfruto estudiando e investigando. Mi madre, como mujer sabia que es, me dice siempre: «¡Tú encárgate de disfrutar con lo que haces, que el dinero vendrá con ello!». Céntrate en lo que haces ahora y no solo en la meta a la que quieres llegar. Como dice Wayne W Dyer: «No existe camino hacia la felicidad, la felicidad es el camino». Todo lo que deseas ya lo tienes. Simplemente necesitas enfocar un poco mejor tus lentes para ver con mayor claridad. Aquí tienes todo lo que necesitas, porque tú estás aquí. Las respuestas a tus dudas están en tu interior. Sin embargo, a veces seguimos creyendo que la felicidad es una meta a la que llegar. Pero no te imaginas lo cerca que está de ti. La tienes aquí mismo, ahora mismo.

En un viaje a Costa Rica que hice hace varios años, mi profesor de surf me dijo que dejara de prestarle atención a la tabla y querer sujetarla tan fuerte, y que me concentrara en sentir el movimiento del mar. Me hizo reflexionar. Porque... eso es precisamente lo que hacemos muchas veces, nos aferramos a nuestra mente, a nuestros objetivos y no permitimos que la vida nos sorprenda. Nuestros objetivos son como una tabla de surf. Pueden ser tan rígidos que no sepamos cómo manejarlos ante una superficie tan inestable como lo es el mar, o la vida, y que al final nos ahoguemos. Pero también puede que los entendamos como «sueños dinámicos» y que nos sirvan para deslizamos más cómodamente por la vida, porque sabemos que nuestra ola está aquí y que esos objetivos nos llevarán a otras olas, tan grandes y sensacionales como la primera. Si te dejas llevar, la vida te brinda magníficas oportunidades. Lo más importante es que te relajes, que goces de esto que estás viviendo aquí y ahora.

Me gustaría que tras leer este libro comprendieras que eres un ser maravilloso, brillante e importante en este mundo.

Y que cada vez que tengas miedo, cuando las cosas no salgan como esperas, sepas que todo se soluciona siempre, ti Universo es amoroso. No quiere ningún mal para ti. Ten fe y fortaleza. Si yo lo he podido superar, ¿por qué tú no ibas a hacerlo?

Gracias por leer mis palabras. Me enorgullece que un lector como tú lo haya hecho. Y gracias también a ti, Universo, por hacer que todo se confabulara para que pudiera transmitir este mensaje. Dale amor y alegría al mundo, querido amigo. Termino este escrito con una de las frases que más me inspiran. Pertenece a un escrito de Pau Casals.

¿Cuándo enseñaremos a nuestros hijos lo que son?

Deberíamos decirles: eres una maravilla, eres alguien único.

No ha habido un niño como tú en toda la historia.

Tus piernas, tus brazos, tus maravillosos dedos, tu forma de moverte.

Puedes llegar a ser un Shakespeare, un Miguel Ángel, un Beethoven.

Tienes capacidad para hacer cualquier cosa.

Sí, eres una maravilla. Y cuando crezcas,

¿serás capaz de hacer daño a otra persona que, como tú, es una maravilla?

Amate a ti mismo, ama a los demás. Eres una maravilla.

Recuerda: me encantaría recibir noticias sobre ti. Contacta conmigo en:

celia_quilez_libros@hotmail.com

Mi abrazo, mi amor.

Agradecimientos

Son muchas las personas que me han ayudado en la realización de este libro. La más importante es mi padre. Gracias por haberme apoyado en todo. Dicen que cuando uno obtiene grandes logros en la vida es porque se tiene a alguien al lado que siempre te dice que vales muchísimo y te anima a ir hacia delante. Gracias, papi, porque has sido esa persona. Lo que hemos vivido nos ha alejado al uno del otro, durante mucho tiempo, pero cuando recordé que tú eras yo y que yo era tú, me di cuenta de que lo único que podía hacer para superar mis miedos era abrazarte. Estoy convencida de que uno de los para qué de este libro fue para que volviéramos a amarnos.

Agradezco el apoyo de mi madre y de mi hermana. Cada vez que, emocionada, les pedía que me escucharan porque les iba a leer un nuevo fragmento, no salían corriendo. Al contrario, siempre me decían que sí. Gracias por estar a mi lado y por haberme animado siempre.

Hay muchas otras personas que me han ayudado. Me siento emocionada cuando recuerdo las conversaciones tan profundas que mantuve con mi editor y, ahora, amigo, Antonio. Gracias por hacer que este libro fuera un sueño hecho realidad. Gracias a toda la editorial Sirio. Son almas bellísimas. Hacen un trabajo muy hermoso.

Gracias a Sergio Moreno, mi profesor y amigo, he podido sentir que tengo un mensaje importante que transmitir al mundo. Sergio, todas las conversaciones contigo me han inspirado tanto... Eres pura luz. Brilla siempre con fuerza.

También siento mucha gratitud hacia mi amiga Ana Belén. Siempre me ha animado a seguir adelante y me ha recordado que tuviera paciencia cuando las cosas no marchaban como yo quería. Gracias a ti, Ana Belén, encontré la constancia necesaria para sacar adelante mi sueño.

Alguien que me ha inspirado mucho ha sido Enríe Corbera, mi maestro en Un Curso de Milagros. Muchas gracias, porque con tus lecciones este libro ha podido tomar la esencia de las enseñanzas del curso y convertirse en algo mucho más profundo.

Gracias a todas esas almas tan maravillosas que me he ido encontrando en mi camino, Isabelle, Tina y mis amadas alumnas del gimnasio. Me habéis inspirado mucho. Y a mis compañeros de universidad, porque, con vuestros abrazos y mensajes de apoyo, este camino ha sido más fácil. Gracias, Jordi, Marc J., Daniela, Daniel, Gina, Laura, Xavier, Joan, Paul, Pol, Lluís, Marc G. y Ana Belén.

Gracias, Universo, creo firmemente que tú eres la fuente de donde proviene todo lo que escribo. Gracias por darme la oportunidad de descubrir cuál es mi pasión: escribir.