6 LOS DISTINTOS NIVELES DE IDENTIFICACIÓN DE LAS PERSONAS

DIOS, ayúdame a recordar que lo verdaderamente importante es cómo viva y no lo que aparente.

Meditaciones diarias Melody Beattie¹

Como seres humanos, y pese a saber en la mayoría de las ocasiones que somos más de lo que poseemos o de lo que realizamos en esta vida, nos solemos identificar con lo que hacemos, con lo que tenemos y en última instancia, con lo que otros piensan de nosotros. Son tres elementos que nos atan al ego y que no nos permiten ver nuestro verdadero ser interior ni la perfección que llevamos dentro desde el momento en que nacemos. En este capítulo me propongo desvelarte todo lo referente a ello.

Los tres modos de identificarnos, según lo que hacemos, lo que tenemos y lo que piensan los demás de nosotros, los utilizamos de modo consciente o inconsciente para definirnos. Te etiquetas según esos parámetros. Probablemente ya te has adueñado de una de esas etiquetas, que por regla

general te ayudan a describir tu personalidad ante los demás. Si te pregunto cómo eres, puede que me respondas: «Soy una persona alegre, decidida y que valora mucho la amistad». O bien, por poner otro ejemplo, posiblemente creas que eres reservado, tímido e inseguro. Te identifiques con lo que te identifiques, ya te has adjudicado una etiqueta. Estás seguro de que eres así y solamente así. Date cuenta de que lo único que has conseguido es limitarte. Por ejemplo, crees que eres tímido. Pero un día empiezas a pensar que sería muy emocionante participar en una obra de teatro. De hecho, tu sueño es ser actor, pero aún no has intentado nada porque crees ser demasiado tímido para adentrarte en ese mundo. ¿Y si participas y descubres que mientras actúas te olvidas de tu timidez e incluso disfrutas viendo cómo los demás te contemplan en escena? Conozco a un chico, un muy buen bailarín, que pese a su gran timidez, en el escenario parece literalmente otra persona. Aunque disfrutes con ello, probablemente te auto— convencerás de que «¡una persona tímida no puede sentirse segura actuando!». ¿Sería algo ilógico? Pues resulta que no lo es. Somos cambiantes, y constantemente evolucionamos. Yo lo entiendo como algo normal, propio del ser humano. Si te asignas una etiqueta y jamás permites cambiarla por otra, te encasillas, te limitas a ti mismo y te conviertes en alguien totalmente predecible.

En parte, estas etiquetas de las que hablo las vamos adquiriendo a medida que crecemos. Recibimos estímulos del entorno, con los que forjamos una serie de ideas acerca de nuestra manera de ser y de actuar en la vida. De nuevo, te repito, lo que tienes, lo que haces y lo que otros piensan de ti te sirve para crearte una imagen de ti mismo, pero que m por asomo es cierta. Eso solo lo crees tú ahora. Sin embargo, puede cambiar.

Cuando hablo de definirte, me refiero a identificarte, por ejemplo, con joven estudiante (lo que haces), acompañado de un sinfín de adjetivos como joven estudiante brillante, no válido, trabajador, perezoso (lo que otros piensan de ti) y como joven con dinero, sin dinero, con éxito en las amistades o sin él (lo que tienes). Pero estas limitaciones nos las ponemos nosotros mismos. Cada día podemos reinventarnos, ser distintos, convertirnos en lo que realmente queremos ser. No es necesario que te sujetes con fuerza a lo que tienes para saber quién eres. No es necesario que te aferres a lo que haces para saber quién eres. No es necesario que preguntes a los demás para saber quién eres. Todas las respuestas están en ti, y no en otras personas ni en nada externo a ti, ya sea tu trabajo o tus objetos más preciados.

SOY LO QUE HAGO

Está claro que a tu edad, si es más o menos cercana a la mía, muy probablemente aún estés estudiando, aunque puede que ya trabajes o que compagines ambas cosas. Como eres joven, te habrás identificado como «estudiante» o como «trabajador novato». Aún no has adquirido del todo tu etiqueta profesional, esto es, la que te identifica con lo que haces. Pero puede que ahora estés empezando a sentir la presión de elegir qué hacer en la vida, lo que implica una acuciante necesidad de determinar cuál va a ser tu profesión. Aún estás a tiempo, no obstante, de no aplicarte ninguna etiqueta que se asocie con lo que haces. Piensa que aunque seas un «joven estudiante», eres más que eso. Al igual que quien es abogado.

biólogo, economista, dependiente de una tienda, ama de casa o cualquier otra cosa. También él o ella son más que eso. Eres libre de identificarte con múltiples calificativos.

Sin embargo, a medida que nos vamos haciendo mayores, se nos hace cada vez más difícil vivir con innumerables etiquetas. Fácilmente nos aferramos a algo concreto porque nos hace sentir seguros y nos sirve para justificar quienes somos. No cometas este error. Ve más allá. Piensa que si ya a una temprana edad te identificas con lo que haces, no permitirás que te lleguen oportunidades maravillosas que podrían hacer que te redescubrieses constantemente. Si simplemente eres lo que haces, te encasillas. Cuando te llega la oportunidad de cambiar, de dedicarte a otra cosa, le dices ¡no! No, porque no es lo que sueles hacer habitualmente. Pero no te quedes estancado: puedes cambiar y evolucionar. Esto va parejo al hecho de que sueñes, de que tengas metas e ilusiones. Cuando empiezas a hacer algo en la vida, a tener una profesión, no tienes por qué quedarte con lo mismo el resto de tu existencia.

La historia de Chuck Norris, el famoso Walker Ranger de Texas, ejemplifica lo que te estoy diciendo maravillosamente bien. Durante mucho tiempo, antes de convertirse en actor de televisión, trabajó como repartidor en un supermercado. De repartidor ascendió a encargado del local. Pero no se quedó ahí, no se dijo: «¡Soy el encargado del supermercado, así que ya está, soy esto y no puedo ser otra cosa!». En él latía el deseo de ser un gran profesional del kárate. Lo consiguió. Pero tampoco se quedó ahí. Pese a tener ya más de cuarenta años de edad, decidió que quería ser actor. También lo consiguió. Sabía que era algo más que un repartidor, que podía convertirse en quien quisiera. Siempre dejó volar su imaginación. Esta historia muestra un ejemplo de autosuperación. Existen muchos otros casos. Uno que me impactó es el de un hombre, un desconocido para muchos de nosotros, pues incluso apenas se le conoce en su localidad. Lo importante es lo que sucedió con él. Después de trabajar en una empresa familiar durante más de cuarenta años, a la edad de setenta, se convirtió en médico, ¡y empezó a ejercer la medicina! Jamás se identificó solamente con ser un hombre que trabajaba en una empresa. Todos los momentos de la vida son buenos para hacer algunos cambios. Por ejemplo, en estos momentos estoy finalizando mis estudios universitarios de Geografía. Pero en mi mente no cabe la idea de que «soy geógrafa». ¿Quién soy? Simplemente un ser que ha decidido, a través de la geografía, en este caso, profundizar sobre el sentido de la vida.

Algunas veces nos es muy fácil apegamos a lo que hacemos.

Cuando lo que hacemos nos da prestigio, reconocimiento y ciertos méritos, nos aferramos a ello y jamás lo soltamos.

¿Acaso no somos algo más que eso? Por supuesto que sí.

Te dediques a lo que te dediques, eres más que todo eso. Tu profesión y tu trabajo no dicen quién eres. Ve más allá. Confío en que a partir de ahora ya no caerás en el error de identificarte con lo que haces.

SOY LO QUE OTROS PIENSAN DE MÍ

Es muy fácil que le demos más importancia a lo que otros piensan de nosotros que a lo que podamos pensar de nosotros mismos. Me gustaría que hicieras una breve lista y anotaras algunos adjetivos con los que definas tu personalidad. Estos adjetivos pueden ser positivos o negativos. No es tan importante que los enjuicies como buenos o como malos, sino que creas que eres esa lista de adjetivos. Presta atención a ellos. Pongamos por caso que has anotado en la lista que eres una persona tímida. Quizás te identifiques como tal porque alguien, como tus padres o un profesor en la escuela, te dijo que eras tímido. Y tú te lo creíste.

Recuerdo mis primeros años de infancia. Era tan extrovertida y sociable... Como cualquier niño a tan corta edad, no tenía ningún miedo a las opiniones de los demás sobre mí. Bueno, realmente ni me cuestionaba esta clase de cosas. Simplemente me sentía feliz y alegre. Pero a partir de los once años, aproximadamente, me volví algo más reservada, cada vez era más tímida. Me bloqueaba cuando tenía que pedirle algo a alguien, ¡y qué decir de hablar en público! ¡Jamás! ¿Por qué experimenté ese cambio? Empecé a oír a menudo que era una persona tímida, reservada y muy seria. ¿Y qué hice? Adueñarme de esos calificativos. Cuando sentía vergüenza ante una situación determinada, me consolaba diciendo que era normal porque era tímida. Parece, pues, que lo que otros llegaron a pensar de mí fue moldeando mi personalidad. Me dejé convencer por los demás, por sus opiniones.

Me ha costado mucho tiempo y esfuerzo darme cuenta de que no soy una persona tímida. Es decir, no soy ni tímida ni no tímida. Hay momentos en los que puedo experimentar timidez, pero eso no quiere decir que sea tímida. Todo es cambiante, cada momento es distinto. Para poder experimentar estados de bienestar y superar la timidez, he recurrido a lo que la gran Louise L. Hay nos dice que es el mejor remedio para crecer y no achicarte: las afirmaciones positivas. Construí mi propia frase diciéndome que era una persona a la que le gustaba la gente, estar con la gente y hablar con la gente. Cada vez que, como en mi caso, sientas vergüenza o miedo ante una situación en la que tengas que tratar con otras personas, pronuncia mentalmente estas palabras: «Me gusta la gente, me gusta estar con la gente, me gusta hablar con la gente». Dite lo valioso que eres. Siente las palabras. Con ello te predispones a cambiar tu forma de ser, y al final eso es lo que logras, el cambio. Porque en el fondo, cuando tienes miedo a estar con los demás, tan solo se trata de miedo a estar contigo mismo. No hay otros que te puedan dañar o alterar, solo estás tú frente a tus espejos, porque los demás son un espejo de tus pensamientos y de tus creencias. ¿De quién tienes vergüenza?

Hay veces que las personas que nos rodean no nos dicen cosas negativas sobre nuestra personalidad. Más bien al contrario, puede que recibamos muchos halagos. Está bien que los demás valoren tu esfuerzo y tu genialidad, pero corres el peligro de volverte adicto a ello. Los halagos son como una droga: te enganchan, cada vez quieres más. Si crees que eres lo que los otros piensan de ti, ¿qué sucede cuando ya no te dicen lo simpático, atractivo o válido que eres? Puede que un día te alaben y al siguiente no te digan nada. El día que te prestan atención te sientes magnífico, pero el día que ni siquiera se fijan en ti, te hundes, te deprimes y piensas que va no vales. Como una montaña rusa, tu estado de ánimo sube y baja constantemente. Cuando te halaguen otros, simplemente di por educación «gracias», pero no te identifiques con el halago. Los verdaderos halagos deben proceder de tu interior, eres tu quien debe halagarte. Piensa que eres maravilloso, digan lo que digan los demás sobre ti. Eres perfecto tal y como eres. No tienes que ser mejor que nadie; simplemente, vive y disfruta. Reconoce que eres bello, que eres inteligente, amigable y una gran persona. Grábate en el corazón estas palabras y no tendrás la necesidad de escucharlas en boca de otros porque tú ya sabrás que es cierto.

SOY LO QUE TENGO

¡Con qué facilidad nos identificamos con lo que tenemos! Solemos pensar que cuanto más atesoremos, mejor seremos. Vivimos en una sociedad en la que el espíritu de abarcar muchos objetos (generalmente, absurdos e innecesarios) es una constante. Se intensifica la actitud de valía material. Pero has de saber que poseas lo que poseas no eres ni mejor ni peor que otra persona, simplemente eres. Está muy bien que disfrutes con tus posesiones. A mí me gusta disfrutar con la ropa tan bonita que tengo o con la casa en la que vivo. Sin embargo, si te empiezas a sentir valioso porque tienes lo que tienes, cuando ya no sea tuyo, sentirás que ya no eres nadie. Las cosas se nos extravían o desaparecen de nuestro entorno porque nos ha llegado el momento de continuar el camino de la vida sin ellas. Acéptalo. No llores su pérdida, o al menos no por mucho tiempo. Sencillamente debes disfrutar con lo que tienes en este preciso momento, sabiendo que no es tuyo, es decir, disfrútalo pero no te ates a ello. Además, sujetar muy fuerte algo puede generarte muchos dolores de cabeza. Sin siquiera darte cuenta, te atas fácilmente a los objetos, te vuelves su esclavo. ¡Qué costoso es mantener todas las posesiones! Por ejemplo, quizás aún no seas poseedor de una vivienda pero algún día te gustaría adquirir una. Está bien que entre dentro de tus planes de futuro. Pero atento a las condiciones en las que te encuentras en el momento de adquirir esa vivienda. Muchas personas, aprovechando los últimos años de bonanza económica, compraron casas sin conciencia. Probablemente creían que tener su propio hogar era algo que haría aumentar su valía. Se identificaron claramente con lo que tenían. Cuanto más poseo, mejor soy. No obstante, lamentablemente, ¿qué está ocurriendo hoy en día? Que aferrados emocionalmente a lo que les ha costado tanto esfuerzo conseguir, se sienten irritados, frustrados y muy asustados ante la idea de perder «su hogar». A muchas personas les están embargando sus viviendas debido al contexto de crisis económica en el que nos encontramos inmersos. La dinámica de adquirir cada vez más objetos les ha traído más dolores y penas que beneficios. No estoy diciendo, sin embargo, que si tu sueño es tener tu propia casa, una hermosa y gran casa, renuncies a ello. Solo te pido que lo hagas desde el desapego. Cuando estés a punto de adquirir un bien material, date unos minutos para reflexionar, piensa si lo que deseas simplemente te sirve para engrandecer tu ego o realmente es algo de lo que sacarás provecho.

Eres más que tus posesiones. Estas vienen y van. Además, y esto es curioso, si solo sigues la dinámica de más y más, probablemente acabes acelerando el proceso de pérdida de lo que adquieras. Desde muy pequeña me han gustado los caballos. Montar ha sido una de mis aficiones favoritas. A quien también le gusten entenderá lo bello que es galopar o acariciar el húmedo hocico de un caballo. ¡Qué recuerdos!

Y digo recuerdos porque ahora hace años que ya no monto a caballo. Te explicaré cómo llegué a esta situación actual. Bien pequeñita tuve la suerte de tener mi propio caballo. Kansas, así se llamaba. Era una formidable yegua. Pero, vieja, se murió al cabo de unos años de adquirirla. Tras ella vino mi otro gran amor equino, Kasim. Llegué a sentirme muy conectada con este caballo. No obstante, en plena fase de adolescente, a los catorce años empecé a sentir que tenía que poseer un caballo mejor, un pura sangre. Me obsesioné con ello. Claro, creía que con un caballo mejor podría montar mejor y recibiría más elogios de mis compañeros del centro ecuestre. ¡Qué lástima que al cabo de dos días de adquirir una yegua pura sangre árabe tuviera un grave accidente! Me caí montando a aquel nuevo caballo. El accidente me obligó a alejarme del mundo ecuestre durante un año. Además de perder a mi querido Kasim —lo vendí cuando adquirí a esa nueva yegua pura sangre—, ahora me encontraba en un estado de plena frustración. Estaba postrada en una cama de hospital y pendiente de vender a mi recién adquirido caballo. El periodo de recuperación de la lesión que tuve en el pie iba a durar tanto que no podría hacerme cargo de él y lo tuve que vender.

¿Has visto cómo mi afán por querer cada vez más cosas, y mejores, al final hizo que lo perdiera todo? Me quedé sin caballo y además pendiente de recuperarme de una grave lesión en el pie. Creo que es un buen ejemplo para mostrar que cuando ansias mucho algo, creyendo que eso te convertirá en más de lo que eres, lo acabas perdiendo.

He querido hablar de estos tres modos de identificación de la persona para darte a conocer qué elementos solemos utilizar para definirnos. Ahora ya puedes decir que no eres lo que haces, ni lo que otros piensan de ti, ni lo que tienes. Ya eres una persona libre de estas ataduras. Así que ya es hora de que empieces a volar bien alto. Piensa que en esencia ERES (sin ningún adjetivo que lo acompañe). Los adjetivos que acompañan a nuestro SOY... (soy así o asá), los añadimos nosotros. De ti depende que lo que haces, dicen de ti o tienes, te defina. Eres libre, no te limites.