Poseidón III
Hoy he leído un relato de Kafka que no conocía. Lleva tu nombre: «Poseidón».
Kafka es un continente, te transporta a lugares donde no has estado nunca. Si admitimos que existe una literatura atemporal, tú todavía vives, aunque no seas feliz. Hace nada te vi formando parte de una comitiva de dioses y ahora debo rectificar esa imagen, pues al parecer no tienes tiempo para esas cosas. Estás demasiado atareado con la administración de tus dominios. Según cuenta Kafka, tú nunca viste el mar, como mucho, una vez, cuando ascendiste con gran esfuerzo al Olimpo. Ahí estaba el mar, muy al fondo, una inmensa masa de agua gris en movimiento. Eso último no lo dice el relato, es de mi cosecha. El monte que domina mi isla no tiene la altura del Olimpo, por supuesto, pero también yo contemplo el mar desde su cima una vez al año. Una inmensa masa de agua gris en movimiento, como acabo de decir. Dado que tú resides de modo permanente bajo las olas, no conoces el elemento sobre el que gobiernas. No sé qué pensar de eso. Así te ve Kafka, un dios fatigado en las profundidades de los océanos. Bajo un techo translúcido en movimiento. Inquieto. Un dios siempre ocupado con la revisión de las cuentas, gobernador de todos los mares. No puedes dejar la administración ni un instante, pues ellos no conocen a nadie más que pueda hacerse cargo de esta tarea. Kafka no menciona quiénes son «ellos», que para eso es Kafka. Es una imagen triste. Un viejo, en el fondo del mar, sentado ante su mesa de trabajo y siempre ocupado con su contabilidad. Por sentido del deber. De tridente, nada. En realidad tú detestas esa historia. Tampoco hay referencia alguna a las ninfas acuáticas o a las sirenas. En realidad, al parecer tampoco has navegado nunca tus mares. Solías decir que esperabas el fin del mundo. Justo antes del anunciado fin, después de revisar la última cuenta, harías quizá una breve excursión en barco, cuenta Kafka. Una excursión en barco, no sé cómo quitarme esa idea de la cabeza.