Asedio

En el Prado, en una de las salas de la planta superior del nuevo anexo, hay un cuadro de Pieter Snayers. No hay más visitantes que yo en la sala, lo que intensifica el silencio que reina en el cuadro. En ese instante la temperatura exterior roza los 40 grados, pero en el cuadro ha nevado. Siento la nieve bajo mis pies. Corre el año 1641. Somos españoles, nuestra guerra contra Francia empezó hace seis años y se prolongará dieciocho años más. Desde una elevada colina oteamos una extensa llanura y el núcleo urbano y las murallas externas de Aire-sur-la-Lys. Nuestra mirada alcanza el horizonte, una franja de tierra azulada cubierta por la luz del norte y por unas nubes que solo esas lejanas tierras conocen. Nuestra lengua suena extraña en ese entorno. Cerca de nosotros hay unos árboles pelados y un par de perros. Nuestra misión es reconquistar la ciudad y así lo haremos. Eso dicen los libros. Abajo, a la izquierda, las tropas durante esos minutos irreales que preceden a cualquier batalla. Al fondo, el enemigo invisible que nos espera. Quien observe en el futuro esa escena nos rescatará de la muerte unos instantes, pero los pensamientos que cruzaron nuestra mente aquel día nos los guardamos para nosotros. El espectador verá historia o arte, o las dos cosas. Pero nada sabrá del aliento que aquella mañana salió de nuestras bocas, ni del graznido de las cornejas, ni del sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra helada.