13. POR QUÉ NO DEBERÍAS TENER HIJOS
Por supuesto, aunque tener hijos sea duro —un compromiso mínimo de dieciocho años a tiempo completo, más otros cuarenta años de preocupación a tiempo parcial, prestarles dinero y sacarlos de quicio cuando sigues cortando sus tostadas en tiras, aunque tengan treinta y ocho años y sean neurocirujanos—, en muchos sentidos, es la alternativa más fácil para una mujer. ¿Por qué?
Porque, si tienes hijos, al menos la gente dejará de preguntarte cuándo los vas a tener.
Siempre se pregunta a las mujeres cuándo van a tener hijos. Es algo que se les pregunta más a menudo que «¿Puedo ayudarla en algo, señora?» al entrar en una tienda para llamar con el móvil desde un lugar más silencioso, o que el «¿No puedes sujetarte ese flequillo hacia atrás? Tienes una cara preciosa» de una abuela.
Por algún motivo, el mundo quiere realmente saber cuándo las mujeres van a tener hijos. Les gusta que ellas planifiquen pronto esa mierda. Quiere que sean muy claras y sinceras al respecto: «Oh, tomaría una copa de Merlot, las almejas, el filete… y un bebé a los treinta y dos, por favor.»
Siente un extraño pánico ante las mujeres que se lo toman con calma y responden «¡Ya veremos!». «Pero ¡tu reloj biológico!», tiende a gritar. «¡Debes planificarlo por lo menos con cinco años de antelación! Si quieres un bebé a los treinta y cuatro, tienes que estar comprometida a los veintinueve, como mínimo. ¡Chop, chop! ¡Busca un marido! ¡Mira en Ocado[145]! O acabarás como la pobre Jennifer Aniston, sola y estéril.»
Y si una mujer afirma que no quiere tener hijos, el mundo puede ponerse decididamente molesto:
«Bueeeno, no hables tan rápido», dirá; como si decidir si eres o no el tipo de persona que desea crear otro ser humano en sus entrañas, por medio del sexo y la comida, y basar luego el resto de tu vida alrededor de su bienestar, sea algo que uno hace a la ligera. Como hacer un picnic un día inesperado de sol; o cambiar el fondo de pantalla del ordenador.
«Cuando encuentres al hombre ideal, cambiarás de parecer, querida», dirá el mundo, con extraña y agresiva suficiencia.
Mi hermana Caz, que desde los nueve años se ha mantenido firme en su deseo de no tener hijos, pasó por una época en la que respondía a esta afirmación: «Cuando Myra Hindley conoció a su hombre ideal, éste era Ian Brady.»[146]
Pero ha dejado de hacerlo.
Las mujeres, se supone, siempre acabarán teniendo hijos. Puede que pasen por fases tontas, adolescentes, en las que finjan que es algo que no les interesa; pero, a la hora de la verdad, ser mujer es un callejón sin salida que termina en Mothercare[147], punto final. A todas las mujeres les gustan los niños, del mismo modo que a todas las mujeres les gustan los zapatos de Manolo Blahnik y George Clooney. Incluso las que sólo llevan deportivas, o son lesbianas, y realmente odian los zapatos y a George Clooney.
Así que, en realidad, les estás ayudando en cierto modo al preguntar cuándo van a pasar a la acción y tener un bebé. Sólo les estás recordando que tengan los ojos bien abiertos, por si ven algo de esperma cuando dan una vuelta por ahí. Puede que lo necesiten más tarde.
Cuando tenía dieciocho años, presenté un año en Channel 4 un programa nocturno de música llamado Naked City. Si me pidieran que lo resumiera en una frase, lo describiría como «The Word[148] pero sin chiflados».
Aunque esto significara que no había gente entre el público que comiera vómitos de una taza o se diera el lote con una anciana, sí supuso que no alcanzáramos las cotas de audiencia esperada, y que el programa sólo se emitiera dos temporadas.
Con todo, al estrenarse le dieron un poco de publicidad, y pasé un par de semanas siendo entrevistada por la prensa de Su Majestad, y dejándome hacer fotos en las que ponía, indefectiblemente, mi «cara de teleñeco con la boca abierta», con el consecuente e inmenso desánimo de todo el mundo implicado.
Aunque cada uno de los diferentes sectores de la prensa dio su enfoque particular a las entrevistas (el Sun me preguntó por «mis melones», el Mirror intentó enredarme en una «discusión» con Dani Behr, el Mail quiso saber únicamente en qué momento del pasado había llegado la familia Moran al país, y, por consiguiente, cuánto tenía yo de extranjera), hubo una pregunta que todos me hicieron:
«Y, entonces…, ¿quieres tener hijos?»
La primera vez que me lo dijeron pasé tres minutos riéndome como una histérica.
La entrevista tenía lugar en mi caótica casa de Camden, con la electricidad aún cortada; y a Saffron, la estúpida perra, se le caía tanto el pelo que extendí una hoja de periódico encima del sofá para que el periodista se sentara, y no se marchara luego con unos zahones de pelo de perro. Yo estaba en pijama a las cuatro de la tarde, fumando sin parar y sirviendo copitas de licor Southern Comfort en un vaso de vino. Ellos habían venido a entrevistar a alguien cuyo trabajo era presentar un programa nocturno de rock en el canal «transgresor», en el que entrevisté a Mark E. Smith de The Fall con tal curda que se pasó la mitad de la entrevista mirándose fijamente las manos sobre la mesa. Yo tenía dieciocho años. Era una niña. Pero, aun así:
—Y, entonces…, ¿quieres tener hijos?
—¿Tener hijos? —repetí, muerta de risa—. ¿Tener hijos? Tío, los ratones de mi cocina han muerto de inanición porque nunca tengo de nada. Si ni siquiera puedo ocuparme de las alimañas. Tener hijos. JAJAJAJÁ.
Ésa fue la primera vez, pero no la última.
Por supuesto, entendía por qué los periodistas me hacían esa pregunta: porque cuando yo hacía de periodista, preguntaba lo mismo.
Al principio no lo hacía. Cuando entrevistaba, por ejemplo, a Björk o a Kylie Minogue, lo último que se me ocurría era preguntarles si querían hijos. Al fin y al cabo, tampoco se lo preguntaba a Oasis o Clive Anderson. Pero cuando trabajas para una revista de moda femenina, algo que hice esporádicamente, el director, tras leer la entrevista que has entregado, casi siempre llama por teléfono para decirte:
DIRECTOR: Es estupenda. Reeeealmente maravillosa. Fabulosa. Genial. Nos encanta. ENCAAAANTA. [PAUSA] Sólo un par de detalles. En primer lugar, ¿qué llevaba puesto?
YO: Ni idea. ¿Un top?
DIRECTOR: ¿Un top de quién?
YO, desconcertada: ¿Un top suyo?
DIRECTOR: No, ¿de quién? ¿De Nicole Farhi? ¿Joseph? ¿Armani?
YO, intentándolo: Era gris…
DIRECTOR, bruscamente: Llama a su ayudante personal y se lo preguntas, ¿puedes? Y ponlo en el primer párrafo. Ya sabes. «Kylie está en el sofá sentada sobre sus pies descalzos, informal aunque elegante con un top de cachemira de Joseph, unos pantalones de McQueen, y los zapatos de Chloé en el suelo, a su lado.»
YO, perpleja pero complaciente: Vale.
DIRECTOR: Otra cosa, ¿quiere tener hijos?
YO: ¡Ni idea!
DIRECTOR: ¿Está saliendo con alguien?
YO: ¡Ni idea! No se lo pregunté. Hablamos del elepé, de la fiesta a la que asistió y de cómo lloró cuando Michael Hutchence murió…
DIRECTOR: ¿Puedes hacer una llamadita y enterarte? Pregúntale cuándo quiere ser madre. Creo que el artículo lo necesita…
Sólo con las mujeres, sin embargo. Nunca me han pedido que haga esa pregunta cuando entrevisto a un hombre. Jamás te piden que le preguntes a Marilyn Manson si ha estado paseando por JoJo Maman Bébé[149] acariciando patucos minúsculos y llorando.
La razón por la que no se pregunta a los hombres cuándo van a tener hijos es, por supuesto, porque los hombres pueden seguir más o menos con su vida de siempre una vez que han tenido un bebé. Así sigue funcionando el mundo. Millones de hombres admirables eligen no hacerlo, obviamente; caminan de la mano de sus parejas y comparten el cincuenta por ciento de las noches en vela, el miedo, el agotamiento y el implacable llanto de un recién nacido. Por eso me gustan.
Pero, al preguntar a las mujeres cuándo van a tener hijos, subyace en realidad otra cuestión mucho más oscura y pertinente. Si escuchas con mucha, muchísima atención, apagando todas las fuentes externas de sonido y llevándote el dedo a los labios para acallar a los transeúntes, podrás oírla.
Es ésta: «¿Cuándo vas a joderlo todo teniendo hijos?»
¿Cuándo vas cargarte cuatro años, como mínimo, de tu carrera profesional (a una edad en que el atractivo, la creatividad y la ambición de casi todo el mundo alcanza su punto álgido) teniendo un hijo? ¿Cuándo vas a dejar a un lado (porque es lo decente, lo correcto y lo hermoso) toda tu fuerza y creatividad para atender las necesidades constantes de tu indefenso recién nacido? ¿Cuándo vas a dejar de hacer películas/discos/libros/negocios? ¿Cuándo van a empezar los huecos en tu currículo? ¿Cuándo te dejaron atrás y te olvidaron? ¿PODEMOS PEDIR UNAS PALOMITAS Y VERLO?
Cuando la gente pregunta a las mujeres que trabajan «¿Cuándo vas a tener un niño?» lo que realmente preguntan es «¿Cuándo vas a dejar el trabajo?».
Y la pregunta siempre es «¿Cuándo vas a tener hijos?», en vez de «¿Quieres tener hijos?».
Las mujeres están a menudo tan asustadas por su reloj biológico —¡SÓLO TE QUEDAN DOS AÑOS PARA TENER UN HIJO!— que nunca tienen la oportunidad de plantearse realmente si les importa o no que ese maldito asunto quede aparcado. Al mostrar la fertilidad femenina como algo limitado y abocado a desaparecer pronto, existe el riesgo de que a las mujeres les entre el pánico y decidan tener un hijo «por si acaso», igual que cuando les entra el pánico y compran una chaqueta de cachemira a mitad de precio, dos tallas más pequeña, en las rebajas.
Por un lado, no la querían realmente; pero, por otro, ¿y si no se les volvía a presentar la oportunidad? Más vale prevenir que curar.
No es extraño que una madre diga a las dos de la mañana, empujada a sincerarse por el alcohol: «No es que me arrepienta de haber tenido a Chloe y a Jack. Es sólo que, si pudiera volver atrás, no sé si tendría hijos.»
Pero decidir no tener hijos es algo muy, muy duro para una mujer: el ambiente no es nada propicio para decir «Opté por no tener», o «Parece un poco horrible, para ser sincera». Llamamos a esas mujeres «egoístas». La percepción de la palabra «sin hijos» es negativa: de carencia, de pérdida. Nos imaginamos a las no madres como lobas errantes solitarias, merodeando por ahí, tan peligrosas como varones adolescentes o como hombres. Hacemos sentir a las mujeres que su historia ha llegado a un punto muerto en la treintena si no «rematan las cosas» como es debido y tienen hijos.
Tanto hombres como mujeres se han convencido de algo doloroso: que, por alguna razón, las mujeres están incompletas sin hijos. No el mero «hecho» biológico de que todos los seres vivos, en teoría, se reproducen, y de que nuestro legado en la tierra es la continuidad de nuestro ADN, sino algo más personal, insidioso y degradante. Como si una mujer, de alguna forma, siguiera siendo una niña hasta tener sus propios hijos; como si sólo alcanzara el estatus de «adulta» al crear a alguien más joven. Como si hubiera lecciones que la maternidad te enseña, que sencillamente no pueden impartirse de otro modo; y cualquier otro intento de conseguir este conocimiento y la realización personal fuera un pobre sucedáneo. Como si las que son madres pudieran obtener un sobresaliente en la Universidad de Oxford, y las mujeres sin hijos sólo aspirar a un aprobado en la Universidad de Montford, Leicester[150].
Aunque, en general, estoy a favor de cualquier extraña anomalía en la actitud de la sociedad que revalorice el trabajo de la mujer, en este caso, la idea de que la maternidad es un acontecimiento necesario, transformador, que no tiene ningún paralelismo ni equivalente es, en última instancia, un auténtico grano en el culo para las mujeres.
Parte de este sentimiento de que las mujeres sólo pueden convertirse en auténticos adultos en la sociedad cuando tienen hijos —el auge de la «yummy mummy»[151] en Gran Bretaña o la «mama grizzli» de Sarah Palin en Estados Unidos— está, imagino, ligado al hecho de que no se valora a las mujeres cuando envejecen: básicamente, el momento culminante de tu respetabilidad y sabiduría parece hallarse en los años en que todavía eres fértil, tienes a cargo una familia y, cada vez con más frecuencia, también un trabajo. Cuando llegas a los cincuenta y cinco te despiden de la BBC y te recortan por ser un vejestorio. No tienes una tercera edad gloriosa, ilustre (para ser un poco como Blake Carrington, pero en señora), que esperar con ansiedad. Tu gran momento en la sociedad ocurre en los años de reproducción. El machismo y la estupidez de todo esto me deja sin respiración.
Porque esta exigencia de que todas las mujeres tengan hijos no tiene la menor lógica. Si te detienes a pensar un momento cómo está el mundo, te das cuenta de que están naciendo un montón de niños: el planeta no necesita realmente que todas traigamos más niños.
Especialmente bebés del Primer Mundo, con su feroz consumo de petróleo, bosques y agua, y eructando sin parar emisiones de carbono y basuras. Los niños del Primer Mundo se están comiendo el planeta como termitas. Si pudiéramos ser verdaderamente objetivos con las mujeres occidentales en edad fértil, nos abalanzaríamos sobre ellas por la calle gritando: «¡POR DIOS! ¡TAPÓNATE LOS BAJOS! ¡INMUNÍZATE CONTRA EL ESPERMA!»
Si pudiéramos recordar esto más de diez segundos, no se volvería a acosar a las mujeres con ese «Entonces… ¿cuándo vas a tener uno?».
Porque no se trata sólo de que un bebé traiga al mundo a una persona llena de problemas. Es que también quita del mundo a una persona útil. Como mínimo. A menudo a dos. Cuando tienes niños pequeños dejas de ser útil para las fuerzas de la revolución y la justicia durante años. Antes de tener a mis hijas, puede que anduviera mucho por ahí haciendo el vago, pero estaba políticamente informada, firmaba peticiones y reciclaba todo, hasta las pilas del reloj. Era un montón de compost por aquí, una cena improvisada por allá, y transporte público a todos lados. Nada de Barclays Bank, nada de judías de Kenia; pagaba mis cuotas al sindicato y a las organizaciones benéficas. Llamaba a mi madre con regularidad. Estaba encantada conmigo misma, activa y feliz con mi vida sencilla.
Seis semanas después de ser golpeada con un hacha por una recién nacida llena de cólicos, sin embargo, habría disparado alegremente a la cara del último panda de la tierra si ello hubiera hecho que el bebé llorara sesenta segundos menos. Los pañales de tela («Si nosotros no usamos los pañales de tela, ¿quién va a hacerlo?») fueron abandonados por los desechables; vivíamos de platos precocinados. No se reciclaba nada; la cocina era un caos. Se cancelaron los pagos al sindicato y los pequeños donativos; necesitábamos el dinero para pañales desechables y platos rápidos. Mi madre podría haber muerto, y ni me habría enterado ni me habría importado.
No tenía ni idea de lo que pasaba fuera de casa; no leí un periódico, ni vi un telediario durante un año. El resto del mundo desapareció. Este mundo, en cualquier caso, con China, y las llanuras inundables, y la malaria y la insurgencia. Mi mapamundi era ahora blando y suave, hecho de fieltro de brillantes colores, con bordados de otras telas: Balamory[152] al norte, Fireman Sam’s Pontypandy[153] al oeste, y el resto del planeta cubierto por las praderas ondulantes del país de los Teletubbies, con unos cuantos conejos desperdigados.
Todos los días daba las gracias porque tanto mi marido como yo fuéramos sólo dos inútiles críticos, en modo alguno implicados en la mejora general del mundo.
«¿Te imaginas si hubiéramos sido unos genetistas de primera trabajando en la cura del cáncer?», solía decirle, deprimida, después de otro pavoroso día de trabajo chapucero y sin terminar, entregado con gritos desesperados de «¡Oh, Señor, que el director se apiade de nosotros!».
«Y que estuviéramos tan agotados que tuviéramos que abandonar el proyecto, y trabajar en algo más sencillo y menos importante», continuaba, comiendo granos de café para llenarme de energía. «Los cólicos de Lizzie serían responsables de la muerte de miles de millones. Miles de millones.»
Seamos realistas, la mayoría de las mujeres van a seguir teniendo niños, el planeta no se va a quedar vacío, así que al mundo le da igual que tú tengas uno. Todo lo contrario, en realidad. Esto no debería impedir que lo tuvieras si quieres, por supuesto; un grito alegre y optimista de «Sí, pero mi bebé puede llegar a ser JESÚS. ¡O EINSTEIN! ¡O JESUSEINSTEIN!» es la única justificación que necesitas, si de verdad quieres uno.
Pero también merece la pena recordar que para ti, como mujer, tampoco resulta vital. Sí, podrías aprender un montón de cosas interesantes sobre el amor, la fuerza, la fe, el miedo, las relaciones humanas, la lealtad genética y el efecto de los albaricoques en los sistemas digestivos inmaduros.
Pero no creo que la maternidad te pueda ofrecer una sola lección que no puedas aprender de otra forma. Si quieres saber qué te va a aportar la maternidad, como mujer, entonces…, en serio, no hay nada que no puedas descubrir leyendo los mejores cien libros de la historia de la humanidad; aprendiendo un idioma extranjero lo suficiente como para discutir con él; escalando montañas; amando temerariamente; sentándote sola y en silencio al amanecer; bebiendo whisky con revolucionarios; aprendiendo a hacer juegos de magia; nadando en un río en invierno; cultivando dedaleras, guisantes y rosas; llamando a tu madre, cantando mientras caminas; siendo educada; y siempre, siempre, ayudando a desconocidos. Nadie ha afirmado nunca ni por un instante que los hombres sin hijos se hayan perdido algún aspecto fundamental de la existencia, y fueran por eso los más pobres y tullidos. Da Vinci, Van Gogh, Newton, Faraday, Platón, Santo Tomás de Aquino, Beethoven, Handel, Kant, Hume. Jesús. Todos parecen habérselas arreglado muy bien.
Cada mujer que elige voluntariamente —con alegría, sensatez, tranquilidad y deseo— no tener hijos hace un gran favor a largo plazo al mundo de las mujeres. Necesitamos más mujeres a las que se permita demostrar su valía como personas; y no ser valoradas únicamente por su capacidad para crear personas nuevas. Después de todo, la mitad de esas personas nuevas que seguimos creando son también mujeres, que probablemente también serán juzgadas en el futuro por no crear personas nuevas. Y así sucederá una y otra vez…
Aunque la maternidad sea una vocación increíble, no tiene mayor valor intrínseco que una mujer sin hijos siendo sencillamente quien es, hasta el máximo de sus posibilidades. Pensar de otro modo traiciona la idea de que una mujer inteligente, creativa, productiva y completa es, de alguna manera, insuficiente. Que ningún acto equivaldrá nunca a dar a luz.
Te diré que, por muy importante que haya sido para mí ser madre, he visto exposiciones del trabajo de Coco Chanel que me han parecido mucho más impresionantes. Creo que es importante admitir esto. Si tienes un talento alucinante y no tienes mucho instinto maternal, ¿por qué no seguir con lo que estás haciendo y pasarlo bien? Como estoy segura de que todas sabemos ya, no te premian por el trabajo duro. Jesús no lleva la cuenta de los culitos que has limpiado en su Gran Bloc de los Sacrificios.
Y si eres una chica con cerebro habrás leído suficientes libros y visto suficientes películas para saber que participar en una misión, salvar al mundo, intentar reunir al grupo de nuevo, o sencillamente montar una obra de teatro, justo aquí, en un granero, es sacar partido a la vida. Batman no quiere un bebé para poder sentir que lo ha «hecho todo». ¡Acaba de salvar Gotham otra vez! Si esto significa que Batman debe convertirse en un modelo feminista, por encima de Nicola Horlick[154], por ejemplo, bienvenido sea.
El feminismo necesita tolerancia cero con la angustia de tener hijos. En el siglo XXI, no podemos seguir pensando a quién podríamos crear, y lo que ellos podrían hacer. Tenemos que pensar quiénes somos y qué vamos a hacer.
Además, al haber decidido mantenerse libre como el viento, sin fecundar y en el tope de su creatividad, Caz siempre está disponible para cuidar de mis hijas. Voy a conseguirle un DIU por Navidad.