10

 

 

La llovizna, leve, continuaba cayendo sin pausa. El frío otoñal comenzaba a notarse, sobre todo a aquellas horas tardías de la noche. Mientras caminaba de regreso a casa, con una sonrisa inamovible anclada en el semblante, se preguntaba si había hecho bien o no en rechazar la última propuesta de Amanda.

¿Te quedas a dormir? Creo que es tarde...—le había preguntado en un susurro, evitando que su hijo pudiera escucharles.

Creo que no es el momento—respondió, mirando de reojo a Evan.

Le había parecido descubrir un atisbo de decepción en Amanda, pero lo había disimulado con rapidez fingiendo una sonrisa neutra.

Derek no quería correr con ella, no quería fastidiarlo todo después de tantos esfuerzos. Además, aún sabiendo que ambos tenían un pasado, le apetecía que la primera noche que pasasen juntos fuera… especial. Diferente. Algo que ambos fueran a recordar, al igual que jamás olvidaría aquella canción. Aquel beso.

Sonrió como un adolescente mientras la lluvia continuaba empapando su americana y su pelo revuelto. Se sentía dichoso, feliz. Sin grandes esfuerzos, podía vislumbrar un futuro y muchas puertas que abrir y descubrir. Muchas posibilidades y lo mejor de todo es que eran buenas. Muy buenas.

Por unos instantes, pensó que quería emocionarse con la vampiresa, que quería hacer las cosas bien y ponerles dedicación. Podía organizar un fin de semana fuera, una velada romántica en casa… Una de las tantas cosas que había intentado hacer a Emily, sin que ella las valorase. Por algún motivo, sabía que aquellos detalles le encantarían a Amanda.

Cruzó la puertita de madera del jardín y se quedó estupefacto observando a la chica acurrucada junto a la puerta de su hogar. Se quedó en silencio, al principio sin comprender quién era aquella mujer que sollozaba bajo la lluvia hasta que después comprendió…

¿Emily?

Su ex mujer alzó la mirada y Derek contempló sus acuosos, hinchados y enrojecidos ojos. Tenía el pelo mojado, el rímel corrido y muy mal aspecto. Se preguntó qué le habría pasado y qué demonios hacia allí.

Derek…—susurró con inocencia, entre sollozos.

¿Qué ocurre?

El policía continuaba inmóvil junto a la puerta de madera del jardín, sin avanzar. No entendía muy bien qué hacía ella allí, pero una cosa tenía clara: tenía que marcharse. Fuera lo que fuese que le ocurría, no podía estar allí.

Fran me ha pegado, hemos discutido y me ha pegado—dijo, con un hilillo de voz prácticamente inaudible.

Derek sopesó si debía creerla o no.

No sabía a dónde ir, ya sabes que yo sólo confío en ti y que…

¿Por qué no vas a casa de una de tus amigas?—cortó, confuso.

No quería ser cruel con ella, pero, ¿qué más podía decir?

Ya sabes que sólo confío en ti…—repitió entre gimoteos.

Por unos instantes, el odio fugaz que había sentido hacia Emily aquellos últimos días desapareció y tan sólo quedó una terrible pena hacia ella. Expulsó el aire de sus pulmones con lentitud, mientras repasaba mentalmente las opciones que tenía y cómo debía comportarse.

¿Dónde estaba Nat cuando realmente necesitaba su consejo?

¿No vas a dejarme entrar, Derek? ¿Vas a dejarme en la calle como a un perro?—preguntó, hipando entre sollozos.

El policía sacudió la cabeza con rapidez, caminando hacia ella. En fin, no tenía demasiadas opciones, ¿no?

Ems estaba hundida de pies a cabeza, con el cabello a mechones sobre su frente y unas horribles manchas negras de rímel bajo sus ojos. Derek pensó que todos los años de matrimonio que había vivido junto a ella jamás la había visto así.

Su ex mujer alzó la cabeza y, con una mueca de decepción visible en su semblante, repasó la vivienda de hito a hito.

¿Has quitado nuestros muebles?

No eran nuestros muebles, eran tus muebles—corrigió Derek, procurando no resultar demasiado descortés—, y pensé que lo mejor sería decorarla a mi antojo.

Emily no respondió, aunque tampoco borró su gesto de pocos amigos.

Yo soy el que vive aquí, no tú—puntualizó a la defensiva.

Su ex mujer se encogió de hombros.

Sólo he preguntado…—murmuró, contrariada y dolida.

Derek no quería discutir, pero después del tiempo que habían pasado separados y sin dirigirse la palabra, tampoco sabía muy bien cómo tratarla.

¿Podría darme una ducha?—inquirió, mirándole fijamente con ojos de corderito mientras se calentaba el cuerpo rodeándose con los brazos—. Estoy helada.

Él se encogió de hombros. ¿Qué significaba aquello? No quería negarse, pero tampoco le parecía correcta la manera de actuar de su ex mujer.

¿Dónde están las toallas?

En el segundo cajón del armario del baño—respondió con seriedad.

Se quedó anclado en el suelo, confuso, mientras observaba a su ex mujer desenvolverse en su salón con naturalidad antes de dirigirse al cuarto de baño. Como si fuera natural, como si nada hubiera cambiado.

De golpe, toda la felicidad de aquella noche se esfumó y todos los fantasmas de su pasado regresaron. El instante en el que tropezó con Ems y su amante sacudió con furia sus recuerdos, y Derek tuvo que contenerse apretando los puños para no gritar.

Se había esforzado por olvidarla, por dejar todo atrás y… y ahí estaba ella, como si nada le afectase. Como si Derek no fuera más que una marioneta sin sentimientos a la que podía pisotear antes de volver a estirar y sacudir.

Escuchó el grifo de la ducha accionarse y no pudo evitar sentirse extraño en su propia casa, como si aquel lugar le perteneciera a ella y no a él. Al fin y al cabo, había escogido la vivienda ella misma, ¿no? El color de las paredes, las lámparas…

Pensó que necesitaba un buen trago para poder pasar por aquello y se acercó a la nevera, que como siempre, se encontraba repleta de cervezas. Necesitaba algo más fuerte, así que se decantó por una botella de vino que había abierto en alguna ocasión para Nataly y que había terminado allí metida, prácticamente sin ser empezada.

Se sirvió una copa y, aún confuso, se dirigió al salón. Después regresó y se llevó la botella abierta.

¿Derek?—preguntó Ems desde el lavabo, con la puerta semi-cerrada.

Guardó silencio, preguntándose qué querría en aquella ocasión.

¿Podrías dejarme ropa seca? Ahora que he entrado en calor no me gustaría volver a ponerme los vaqueros mojados.

Él guardó silencio, se tomó el contenido de la copa de un trago y se levantó. Volvía a sentirse mal consigo mismo, estúpido. Se preguntó cuántas veces en su vida había albergado aquel sentimiento y cuántas veces lo había enterrado en su interior sin darle importancia.

Cogió un chándal y una camiseta deportiva y decidió que, le gustase o no, tendría que conformarse con ello.

Bajó de nuevo y golpeó la puerta del servicio.

Pasa…—musitó Emily desde el interior.

Derek entreabrió la puerta y, tras observar fugazmente el interior, la cerró de golpe. Emily, completamente desnuda, se colocaba el cabello frente al espejo.

¡Oh, por Dios, Derek!—la escuchó decir desde el interior—. ¡Me has visto miles de veces desnuda!

Era cierto, pero las cosas habían cambiado. Además, no pudo evitar preguntarse cuántos meses habían pasado sin hacer el amor antes del divorcio. Muchos, demasiados incluso para un matrimonio sumido en la rutina.

Pensó que, seguramente, Emily llevaría bastante tiempo saliendo con el tipejo aquel con el que le engañaba.

Su ex mujer estiró la mano y Derek le entregó la ropa, sin mirar.

¡Oye!—exclamó, aún con la puerta entreabierta—. ¿Dónde está la ropa que dejé en casa?

La tiré a la basura.

¡Oh!—musitó.

Rezaba porque aquello no derivase en una discusión. En realidad, ¿por qué iban a discutir? ¡Joder, estaban divorciados! ¿Qué pretendía que hubiera hecho con las cosas que ella había dejado en el apartamento? Derek había dado por hecho que no las querría.

La escuchó decir algo más, pero ya se había alejado lo suficiente hacia el sofá como para no recibir más que un leve balbuceo. Se sentó de nuevo y se sirvió otra copa, antes de bebérsela de un trago. Emily tenía que marcharse. No podía estar allí.

Salió del cuarto del baño con una mueca insegura en el rostro y se sentó en el sofá.

¿Puedo?—preguntó, señalando el vino.

Derek asintió, confuso por aquella situación tan embarazosa.

Te traeré una copa.

Se levantó para dirigirse a la cocina, pero ella le retuvo sujetándolo del brazo.

Podemos compartir la misma copa, no hace falta que te levantes.

Tenía que pedirle que se marchara, decirle que no podía seguir allí pero, ¿cómo?

¿Te acuerdas cuando los sábados pedíamos cena y organizábamos una velada romántica en casa?—rememoró, sonriente, mientras sorbía el vino de su copa.

Derek asintió. Lo habían hecho todos los fines de semana durante los dos primeros años y la velada siempre había terminado con una botella de vino, música de fondo y ellos dos abrazados en el sofá.

Aquella época fue muy bonita…—murmuró, con los pensamientos muy lejos de allí—. Recuerdo que tú siempre eras muy atento conmigo, me mirabas de una manera especial.

Emily, no…

Ssshhh…—dijo ella, llevando el dedo índice a los labios de él para silenciarle—. No tienes que decir nada, Derek. Sé que hice las cosas mal y que me merezco lo que estoy pasando. Sé que me equivoqué, que Fran es un capullo y que no supe darme cuenta…

Derek pensó que aquello ya no importaba, que lo que tenía que haber pasado, pasó. Y ya está. Aún así, se mantuvo en silencio contemplándola mientras hablaba. La chica desprotegida y mojada de la puerta se había esfumado y Emily volvía a ser la misma de siempre. Se había secado el pelo, se había colocado el pantalón con un par de vueltas en la cintura para ceñirlo a su cuerpo e incluso, Derek se fijó en que se había vuelto a pintar los ojos.

Pero tú también tuviste algo de culpa, Derek. Dejaste que poco a poco el amor se apagara, que entre  nosotros la llama se extinguiera.

“¿La llama?”, se repitió mentalmente, sin comprender nada de lo que decía. Había hecho cualquier cosa por ella. Cierto era que con los años se habían establecido en una rutina, pero eso era algo normal, ¿no? Algo que ocurría en todas las parejas.

Emily se acercó más a él y Derek pudo aspirar el aroma a vino que desprendía su aliento.

Siempre te he querido, Derek—susurró, con lágrimas en los ojos—. Siempre te he amado y siempre supe que tú serías el único hombre que habría en mi vida.

¿El único…?

No puedo pedirte que me perdones pero…

Cada vez estaba más cerca de él.

Sin comprender muy bien por qué, se sentía confuso. Muy confuso. Sí, el también había amado a Ems pero aquello se había terminado.

Se había roto.

¿Por qué estaba ella allí? ¿Qué hacía en su casa?

Pero no quiero que lo nuestro termine de esta manera—continuó—. No quiero que el último recuerdo que tengamos de lo que fue nuestra relación sea esto…

Emily posó los labios sobre los suyos, y Derek se apartó automáticamente.

Ems, no puedo…

¿Por qué la volvía a llamar Ems?

Siento tanto no haberte sabido valorar, Derek… Siento tanto haberme marchado…

Emily se sentó sobre él con lentitud, mientras lo agarraba por los brazos para evitar que el policía pudiera marcharse.

No te pido que me perdones, de verdad—repitió, pestañeando con inocencia mientras recorría su torso con un dedo, lentamente, provocándole como lo sabía hacer—, solo te pido que me dejes despedirme de ti…

Sintió su lengua ronronear en su cuello, chupando su piel con suavidad, mientras la confusión que sentía aumentaba.

Reptando como una serpiente, rodeó su cuerpo con ambas piernas y comenzó a aprisionarse contra él, restregándose, provocándole más y más…

Emily, yo no…

Volvió a silenciarlo con un húmedo beso. Escuchaba los gemidos abandonar su garganta.

Te quiero en mi interior, Derek…—suplicó, mordiendo con sensualidad el lóbulo de su oreja—…, quiero que vuelvas a hacerme tuya.