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Faltaba poco para que terminase su guardia y, en ese momento, el pasillo se encontraba en calma. Desfiló por delante de las habitaciones comprobando que todos los pacientes se encontrasen en sus respectivas camillas y después regresó al mostrador de enfermería. Karen la esperaba allí, leyendo una revista de prensa rosa y entreteniéndose con los últimos modelitos que lucían las famosas.

Todo en calma—anunció Amanda, nada más llegar.

Estaba de especial buen humor. Últimamente, siempre lo estaba cuando su jornada laboral se encontraba cerca de alcanzar final. ¿Cómo podía echar de menos tanto a Evan? Desde que Terry se había marchado, el lazo con su hijo se había estrechado aún más.

Me alegro—murmuró Karen, distraída—. ¿Qué tal Evan?

Amanda se sentó a su lado y levantó la cabeza para poder observar la revista desde detrás.

Está mucho mejor, cada día se recupera más.

Karen asintió.

¿Se ha quedado con tu amiga hoy?

Ella revisó el reloj antes de responder.

Ajá, tengo que salir corriendo en cuanto termine la guardia para hacerle el relevo a Helen.

El día anterior había salido con cinco minutos de retraso y Evan se había tenido que quedar un rato solo; no quería que eso volviera a suceder. Además, se recordó a sí misma, que tenía una charla pendiente con su amiga. Quizás, si lograba escaquearse un poquillo antes, tendría el tiempo suficiente para hacerla entrar en razón… Sí, Helen siempre había sido una cabra loca, pero de ahí a trabajar en un club de striptease había un paso, independientemente de lo bien que cobrase una por quitarse el sujetador y menear un poco el trasero.

Relajándose en la silla, comprobó que no tuviera llamadas perdidas de Helen ni mensajes, y como no había rastro de ella, supuso que en casa todo iría sobre ruedas. En cambio, de quien sí que tenía llamadas era del vecino… Suspiró al pensar en él. ¿Por qué no se rendía y la dejaba en paz? Cierto era que le gustaba tener a alguien pendiente—la hacía sentir, en parte, joven—, pero empezaba a sentirse un tanto agobiada. ¿Qué parte de que no estaba preparada para tener una relación no entendía?

Parecía no estar dispuesto a rendirse, y aunque a Amanda tampoco le parecía del todo mal—tenía sentimientos encontradosal respecto—, sabía que tendría que esperar muchísimo tiempo para poder tener una segunda cita con él. Bueno”, pensó, divertida, “ya veremos cuánto aguante tiene…”Los hombres, como norma general, tenían menos paciencia que las mujeres y Amanda no contaba con a nadie detrás de ella desde su época de instituto.

¡Oh, oh…!—suspiró Karen, levantándose de golpe y soltando la revista.

¡Oh, no!—coreó Amanda, al escuchar el pitido de las sirenas de las ambulancias acercándose al hospital.

¿Apuestas? Yo digo que accidente de coche…—soltó Karen, colocándose bien la bata y preparándose para recibir a las camillas.

Amanda revisó el reloj con nerviosismo; no podía marcharse, la necesitaban en aquellos instantes y no podía abandonar una urgencia así, sin más… Pero…, su turno estaba a punto de acabar—tan sólo le quedaba media hora—, y si se atrasaba Helen tendría que marcharse y Evan tendría que quedarse solo.

Necesito llamar a Helen para decirle que no llego…—dijo con rapidez, levantándose de un salto con el teléfono móvil en la mano.

Los pacientes comenzaban a llegar y, como bien escuchó de fondo, se trataba de un accidente de tráfico. Amanda rezó porque no hubiese ningún herido grave mientras los tonos se sucedían uno detrás de otro.

¡Hola, hola, ca…!

No llego, Helen—explicó con rapidez—, tienes que quedarte más.

¿Qué?—exclamó su amiga—. ¡No puedo quedarme, Mandy! ¡Tengo que irme a trabajar!

Lo sé, pero nos entran pacientes de un accidente y no puedo marcharme así sin más…

Helen suspiró al otro lado de la línea.

Amanda, no puedo quedarme, de verdad—musitó—, no puedo faltar al trabajo la primera semana.

Te buscaré otro trabajo—atajó, mientras veía cómo Karen le hacía señas para que cortase la llamada.

No digas tonterías, por favor—dijo, nerviosa—. Lo siento, pero tengo que marcharme o perderé el trabajo y…

Lo sopesó unos instantes mientras escuchaba a Helen quejarse de fondo. ¿Qué opciones tenía? La única opción que se le venía a la mente era una auténtica locura pero… ¿Acaso tenía más?

¡Llévalo donde Derek!

¿Derek?

Sí, Derek, el vecino, el policía—especificó, hablando con muchísima rapidez—. Dile que en cuanto pueda iré a buscar a Evan y dale las gracias de mi parte.

Y dicho eso, colgó.

¿Tenía más opciones?

Se acercó a las camillas corriendo y la sangre de una pierna abierta en canal fue la primera imagen que llegó a su campo de visión. Se cargó de energía y se preparó para hacer su trabajo de la mejor manera que sabía…

 

Helen miró a Evan, que veía la televisión en el sofá junto con Fantasma. Revisó el reloj y comprobó que aún tenía quince minutos para llevarlo a casa del vecino… ¡Vaya idea la de Amanda!

Aunque entendía que las opciones de las que disponía escaseaban.

¡Eh!—exclamó, señalando a Evan—. ¿Qué tal te cae el vecino?

El niño estaba demasiado ocupado para responder—estaba viendo sus dibujos favoritos, junto a Fantasma, que también parecía mirar el televisor—, así que se limitó a encogerse de hombros.

¿Eso es bien o mal?—inquirió de nuevo.

Evan repitió el gesto y Helen sonrió.No, desde luego, Evan nunca daba ninguna guerra.

Te tienes que quedar con el vecino.

Aquella frase sí que captó la atención del niño que, extrañado, giró la cabeza del televisor para mirar a su tita Helen y frunció el ceño.

¿Con el poli?

Ajá—respondió ella con rapidez.

¿Por qué?

Mamá no puede salir aún del hospital y yo me tengo que ir a trabajar.

“Y él ha sido el único recurso de tu madre”, pensó para sí misma.

Evan volvió a encogerse de hombros antes de regresar la mirada al televisor.

Pues vale…

Helen se levantó, cogió el mando y apagó la pantalla.

Pues venga, a ponerte los zapatos, peque—instó con ánimo—, tengo que llevarte a su casa.

¿A su casa?—repitió Evan extrañado, mientras Fantasma le propinaba un lametón tras otro.

Veeeeenga…—apremió, sonriente, propinándole un pequeño azote en el trasero para que se diera prisa.

Cinco minutos después, Evan se encontraba vestido con el pijama, el chubasquero y las zapatillas de correr que utilizaba en las clases de deportes. Helen no pudo evitar soltar una carcajada, justo antes de meditar si debía de cambiarle de ropa o no. Al final, decidió que no; al fin y al cabo, irían de su casa hasta la casa del vecino—que estaba un poco más abajo en la misma calle— y a esas horas no habría ningún vecino en la calle.

¿Preparado?—inquirió.

El niño asintió.

Acompañados por Fantasma, se encaminaron calle abajo en dirección a la casa del vecino. Helen, un tanto nerviosa, se preguntaba qué tal se le daría al hombre quedarse con Evan y qué tal llevaría el niño pasar el rato en una casa desconocida y con un extraño. Al fin de cuentas, hacía muy poco que había comenzado a recuperarse de la pérdida de su padre y en los últimos meses todo lo que le había rodeado había cambiado.

Llegaron a la puerta y Helen dibujó la mejor de sus sonrisas antes de tocar el timbre. El único día que había visto al policía—en Halloween— no lo había tratado especialmente bien.

Escuchó pasos al otro lado de la puerta y, unos minutos después, Derek apareció tras ella.

Buenas noches—dijo, examinando de arriba abajo al niño y a la mujer.

Buenas noches—respondió Helen, sin borrar la mejor de sus sonrisas—. Te lo traigo en pijama porque he pensado que así estaría más cómodo… Y bueno, el perro viene de regalo en el pack—bromeó.

Derek frunció el ceño, sin comprender a qué se refería con eso del pijama. Al ver que la mujer¿cómo se llamaba?— no se lo aclaraba, preguntó.

¿A qué te refieres?

Desde luego, eran muy pero que muy peculiares en esa familia…

Helen, sonriendo como una loca, señaló al niño mientras revisaba el reloj y comprobaba que tenía que marcharse ya.

A esto—dijo, agarrando la camiseta de osito que tenía detrás del chubasquero.

Había comenzado a llover hacía un rato y, aunque no se habían mojado bajando—el trayecto era corto—, allí plantados comenzaban a calarse.

Sigo sin entender…—dijo, extrañado.

Bueno—cortó Helen, borrando su sonrisa por la preocupación de llegar tarde al trabajo—, te lo dejo así. Lo único que necesitas saber es que aún no ha cenado.

Derek miró al niño, que también parecía tan extrañado como él, y después al perro. ¿Pero de qué demonios le hablaba aquella loca?

¿Me devolvéis al perro?—preguntó, siendo esa la única conclusión lógica a la que había podido llegar.

Helen abrió los ojos como platillos.

“¡No me lo puedo creer!”, pensó alucinada.

¿No te ha llamado Amanda?—preguntó, sin poder ocultar su incredulidad.

El policía negó lentamente, sin borrar el asombro del semblante.

Bueno pues… ¿te lo resumo?—cortó Helen, intentando volver a dibujar su sonrisa pero con las prisas apremiándole—. La guardia en el hospital de Amanda se ha alargado, yo estaba cuidando de Evan pero me tengo que ir a trabajar y la única opción eres tú.

¿La única opción?—repitió, mientras veía cómo la chica ya comenzaba a alejarse hacia la puertita del jardín.

¡¡Sí!!—gritó, echando a correr calle arriba— ¡¡Que lo paséis bien!!

Derek no podía creer lo que estaba sucediendo. Estupefacto, miró al niño que tenía frente a él sujetando a Pipper y se preguntó qué demonios estaba sucediendo ahí.

Hola—murmuró, atónito, sin saber muy bien qué decir ni cómo actuar…

Hola—respondió Evan, con una mueca de fastidio.

Ninguno de los dos parecía muy conforme con la situación pero… ¿qué podían hacer para remediarla?

Se quedaron unos segundos en silencio, mirándose, hasta que Pipper soltó un ladrido.

¿Podemos entrar?—preguntó Evan, sin ocultar la expresión desganada—. Nos estamos mojando mucho.

¡¡Claro!!—exclamó de la misma.

La verdad es que no había caído en la cuenta.

Se hizo un lado para que el niño y su antiguo perro entrasen en la vivienda y se quedó allí, en el umbral, preguntándose qué debía hacer con ellos. ¿Cómo demonios iba a cuidar de un niño y un perro si ni siquiera había sido capaz de cuidar únicamente del perro? ¡¡El primer día que se había mudado ya lo había perdido!!Y además, no sabía nada de niños y nunca se había quedado a solas con uno…

Empezaba a ponerse tan nervioso que pensó que lo mejor era acortar la situación llamando a Nat. Sí, Nat siempre sabía qué hacer para solucionar los problemas.

¿Tienes pizza?—preguntó Evan, distrayéndolo de sus pensamientos—. Fantasma tiene hambre.

Derek miró al niño y al can con el ceño fruncido.

¿Fantasma come pizza?

¡Claro!—cortó, como si fuera extraño que no lo supiese—. ¿Acaso contigo no?

El policía negó lentamente mientras se preguntaba cómo demonios saldría de aquella.

No tengo pizza—resumió—, pero algo podremos hacer de cena…

Evan asintió, aparentemente conforme, mientras acariciaba la cabeza del perro.

“La verdad es que son inseparables”, pensó, observándoles.

Se sentía tan fuera de lugar en su propia casa que no sabía muy bien cómo actuar ni qué decir.

Se acercó a hasta la cocina y abrió la nevera de par en par. Evan y Pipper—o sea, Fantasma— se encontraban detrás de él repasando el contenido de reojo.

¿Solo tienes yogures?

“Y cervezas”, pensó Derek para sí mismo.

Eso parece—resopló.

Evan se acercó hasta la nevera y se colocó junto a Derek, para inspeccionarla más de cerca.

¿Y si vamos a mi casa?—preguntó—, mamá suele tener pizza en el congelador.

“¡Buena idea!”, pensó, decidiendo aún si debía o no llamar a Nataly. Al fin y al cabo, el niño parecía saber qué hacer…

¿Tienes llaves?

Evan agitó en el aire la copia de llaves que Helen le había dado antes de marcharse y, después de Derek se calzase, los tres se encaminaron calle arriba metidos bajo un diminuto paraguas.

Mientras caminaban hacia arriba—mojándose, porque Evan y Fantasma ocupaban buena parte del paraguas—, no podía evitar preguntarse cómo demonios había podido acceder a aquella locura. ¿Él de niñero? ¡Pero si ni siquiera sabía cuidar de sí mismo! Bueno”, pensó, observando al can y al pequeño, “esto servirá para ganar puntos con la vampiresa”.

Aún no había logrado quitarse a Amanda de la cabeza y si había contado con él para cuidar de su hijo debía de significar algo, ¿no? Aunque pensándolo bien, la amiga había dicho que había sido su única opción.

¿Y tus abuelos?—preguntó, mientras el chaparrón se intensificaba.

Evan alzó la cabeza para poder observar a Derek.

Mamá no se habla con ellos—resumió.

El policía asintió.

Desde luego, eran una familia la mar de extraña.

Entraron en la casa y el calor de la calefacción encendida a máxima potencia les recibió.

Evan se dirigió corriendo a la nevera y Derek le siguió, sintiéndose intruso y un poco desubicado.

¿Hay pizza?—inquirió, mientras Pipper comenzaba a ladrar como un loco.

¿Pero qué demonios le pasaba al perro? ¡Iba a despertar a todo el vecindario!

No…—musitó Evan, devolviéndole una mirada de fastidio.

“Bueno, algo tendrá para cocinar”, pensó, recordando su nevera repleta de cervezas y yogures.

Se plantó junto al niño y, repitiendo la misma escena que había tenido lugar en su casa, examinaron la nevera mientras Pipper continuaba ladrando como un loco.

Brócoli, lechuga, tomate, coliflor… ¿Qué se le pasa por la cabeza a tu madre?—inquirió, elevando el tono de voz más de lo que pretendía por los ladridos de Pipper.

No lo sé…—respondió el niño, encogiéndose de hombros.

Bueno, vamos a callar a Pipper y a pedir un par de bocatas…—concluyó, regresando al salón en busca del maldito perro.

¡A Fantasma!—corrigió el niño.

¡No podía creerlo! ¿Cómo podía estar tan activo el perro si había pasado la medianoche? ¿No era, acaso, hora de que todos se encontrasen dormidos?