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Derek había respondido con un breve “te recojo esta noche, sobre las ocho y media”, al mensaje de Amanda antes de dejar el móvil en el coche patrulla. No quería distracciones, no quería obviar ningún detalle de importancia por estar pensando en ella. Y aunque, a pesar de sus esfuerzos, no lograba sacarla del todo de sus pensamientos, tan sólo había necesitado recordar el rostro descompuesto de la vampiresa cuando su hijo se encontró en paradero desconocido durante el incendio del Warminster College.
Tenía que encontrar a aquel pequeño costase lo que le costase, aunque su frustración comenzaba a aumentar a medida que las horas iban transcurriendo.
—¡Joder! ¡Estoy diciendo que alguien está mintiendo y que no me importa quién cojones sea que lo voy a averiguar!
Derek había perdido los papeles mientras interrogaba al conserje y sus compañeros, alucinados, habían preferido guardar silencio.
—No puedo decirle más, agente—musitó en voz baja el hombre—, yo le puedo asegurar que por la puerta no ha salido mientras yo me he encontrado presente. Quizás cuando he ido a cerrar las verjas traseras…
Aquello no tenía ningún sentido.
El conserje, un hombre de casi sesenta años a punto de jubilarse que llevaba toda su vida trabajando en el colegio parecía decir la verdad. La profesora, que acababa de licenciarse y no era más que una cría asustada que pensaba que terminaría perdiendo su empleo también parecía decir la verdad.
¿Entonces, cómo era posible que nadie hubiera visto al niño abandonar el lugar? ¿Nadie? ¿Ni otro profesor de otra aula? ¿Ni un padre que llevaba a sus hijos tarde al colegio? ¿Cómo cojones no le habían visto?
Suspiró hondo, procurando calmarse, y se dirigió hacia la profesora—que parecía al borde de un ataque de nervios—.
—Lléveme al aula donde impartía las clases en el momento de la desaparición—pidió.
Susan asintió y Derek se levantó tras ella.
—¡Derek!—gritó Nataly, que corría por el pasillo en dirección a ellos.
—¡Eh!—saludó, mientras le indicaba con un gesto de mano a la profesora que esperase un instante.
—Derek…—susurró Nat en su oreja, abrazándole levemente—…, ¿estás seguro de lo que estás haciendo?
Él frunció el ceño, sin comprender.
—Ya sé que acabo de llegar y que no me han puesto al día pero… ¿No deberíamos estar peinando las calles si el niño se ha marchado del colegio?—preguntó, como si su lógica no pudiera ser reputada.
Derek negó con lentitud.
—Confía en mí, Nat—suplicó—, el niño no ha podido salir del colegio sin ser visto, a no ser que alguien se lo haya llevado o que aún esté escondido en el interior.
Nataly lo sopesó unos instantes. Aunque no estaba de acuerdo con su amigo, decidió confiar en su instinto y asintió. Derek casi nunca tenía presentimientos pero, cuando los tenía, siempre eran acertados.
—¿Me acompañas?—le pidió, echando a andar detrás de la tutora.
Nat les siguió.
Aunque las circunstancias no eran las más apropiadas, se alegraba de ver a su amiga.
Revisó el reloj de su muñeca y comprobó que eran las doce y media pasadas del mediodía. El tiempo transcurría con rapidez, con demasiada rapidez. Si el niño se habría marchado caminando, ya lo hubieran encontrado, ¿no? La cosa pintaba mal.
Sin poder evitarlo, pensó que si la desaparición se complicaba tendría que cancelar la cita con la vampiresa y un sentimiento de tristeza lo invadió. Lógicamente, la vida de un niño era millones de veces más valiosa, pero no podía sentir un tanto de decepción.
—Esto me huele muy mal…—añadió Nataly, mientras entraban en la clase.
Derek la registró superficialmente. Era obvio que allí no había nadie.
—¿Dónde se sentaba el muchacho?
Susan, cansada, señaló el pupitre del crío. Estaba preocupada por su alumno, pero no entendía por qué la policía perdía el tiempo en aquellas absurdeces.
Caminó hasta el pupitre del pequeño y se colocó de cuclillas en la mesa. Nataly estaba en la puerta y, junto a ella, Susan se encontraba apoyada en su escritorio. El espacio era tan reducido, que Derek estaba convencido de que el niño no había podido abandonar el lugar sin ser visto ni por la profesora, ni por el resto de sus compañeros. Tenían cinco años, pero si algo había aprendido en el escaso tiempo que había pasado junto a Evan, era que independientemente de su edad, no eran tontos. Eran niños, no maniquís, y reaccionaban y pensaban como el resto de los seres humanos.
Sabiendo que tenían prohibido abandonar el aula, ¿cómo habrían reaccionado el resto de los niños si uno de ellos se habría intentado escapar de la clase?
En realidad, lo importante de la cuestión no era cómo si no que lo seguro era que hubieran reaccionado.
—Revisaré los pasillos y los recovecos de la segunda planta—anunció Nat, dispuesta a sentirse útil con su llegada.
Sabía que habían registrado de arriba abajo el colegio y que, con total probabilidad, no lo encontraría, pero no podía continuar de brazos cruzados observando a su colega perder la cabeza.
Nat desapareció tras el umbral de la puerta y Derek continuó allí, pensativo.
—¿Yo también puedo marcharme?—preguntó la profesora.
El poli asintió y la muchacha le siguió a Nat.
¡Joder!
Algo se le escapaba… No sabía qué, pero algo no cuadraba en todo aquel asunto.
El aula estaba en silencio, los dibujos de los niños decoraban las paredes y el colegio completo parecía sumido en una total y devastadora calma.
¿Dónde estaba Gregory? Y si alguien se lo había llevado, ¿quién?No podía olvidar que se encontraban en un colegio y que un hombre merodeando por los pasillos quizás hubiera llamado la atención de alguna profesora. Seguramente, si hubiera sido así, alguien lo recordaría.
¿Y si la persona que se lo había llevado era una mujer? Una mujer daría más confianza, llamaría menos la atención, ¿no?
El golpe secó lo pilló por sorpresa.
Derek se giró hacia el fondo del aula y lo escrutó sorprendido.
Estaba seguro de haber escuchado algo pero…
—No me lo puedo creer…—murmuró, mientras contemplaba el armario de las pinturas abrirse y a un niño pequeño con rostro de somnoliento salir de su interior.
Sin poder contenerse, comenzó a reírse como un loco y el pequeño, sin comprender qué era lo que ocurría, optó por unirse a las carcajadas del policía.
—No me lo puedo creer—repitió entre risotadas sin dejar de examinar las manos repletas de pintura del niño y el interior del armario, completamente pintarrajeado.
Mientras recreaba la escena del pequeño introduciéndose en el interior y coloreando las paredes hasta quedarse dormido, Nataly apareció de nuevo en el umbral de la puerta.
—¿Qué es lo que te hace tanta…?—comenzó, hasta que se percató de la presencia del pequeño—. No me lo puedo creer…
Derek sonrió, cogiendo al pequeño Gregory en brazos y aupándolo en el aire.
—¡Menudo susto nos has dado, hijo!
El niño sonrió de oreja a oreja, con el rostro repleto de pintura azulada.