Capítulo 13

ERA GUAPÍSIMO.

Fue el primer pensamiento que se le vino a la cabeza cuando abrió los ojos. Sentía la urgente necesidad de cerrarlos de nuevo y dejar de pensar.

Él estaba sentado junto a la cama, dormido, pero aun así no parecía relajado. Tenía los músculos tensos y la barbilla oscurecida por la barba, una barba tan oscura como la noche, como las sombras que tenía bajo los ojos. Felicity miró hacia abajo y vio que tenía agarrada su mano, con sus dedos evitando tocar la aguja del suero.

La cinta del hospital que cubría su anillo parecía estar destinada a estar allí.

Ocultando la unión que jamás debería haber existido.

Era tan guapo como la primera vez que había puesto sus ojos en él, sólo unas cuantas semanas antes, sólo que en ese momento había mucho más entre ellos. Un matrimonio de conveniencia y un dolor donde debería haber estado su corazón.

Pero no se arrepentía.

En algún lugar de su interior, aún intentaba justificar el dolor inflingido. La felicidad que había encontrado en sus brazos, la calidez que la había rodeado cuando sus ojos habían bajado la guardia, cuando sus fuertes brazos la habían sostenido como un hombre debería sostener a una mujer, el pensamiento de que Luca podía hacerlo todo bien.

—¿Felice? —preguntó él preocupado. Se había quitado la chaqueta y, al mirar, Felicity vio la marca del pintalabios de Anna, un recuerdo de lo que había ocurrido, si es que lo necesitaba. Puso cara de dolor y miró para otro lado, pero él malinterpretó su agonía—. Aquí —dijo él mientras le ponía un cable en la mano—. Apriétalo. Te quitará el dolor.

«Nada quitará el dolor», estuvo a punto de decir ella. Los calmantes y las emociones eran un cóctel explosivo, pero aún le quedaba orgullo, aún le quedaba algo que Luca jamás podría destruir. En vez de mirarlo giró la cabeza hacia las cortinas y examinó la habitación, recordando.

Era evidente que todas las habitaciones eran iguales allí, ¿entonces por qué pensaba que ésa era la misma en la que había muerto Joseph? ¿Que las cortinas color beige eran exclusivas para su pérdida?

Pérdidas.

El bebé apareció en su conciencia, aquella pequeña vida que jamás había visto y nunca había deseado conscientemente. Pero ahora que lo había perdido se dio cuenta de lo mucho que lo quería.

Su bebé.

Las lágrimas salieron de sus ojos, cada una cargada de agonía por la pérdida de su hijo. Cuando Luca pulsó el botón en su mano, ella lo apartó. De algún modo quería, necesitaba, sentir el dolor, la agonía física. Su cuerpo demandaba el recuerdo de todo lo que había perdido.

—Lo siento.

Las palabras de Luca sonaron insignificantes y vacías, una vez que su hijo había muerto.

—Debería haberte escuchado —añadió él gentilmente y se sentó en el colchón, esparciendo su aroma alrededor de Felicity. Aún seguía sin poder mirarlo—. No podía entender por qué no confiabas en mí, por qué insistías en que había algo entre Anna y yo.

—¿No lo entendías? ¿Cómo puedes decir eso cuando estuviste mintiéndome todo el tiempo? ¿Se suponía que yo tenía que hacerme la ciega cada vez que te acostaras con ella? ¿Es ése el lenguaje que comprendes?

—Desde que Anna y yo rompimos no me he acostado con ella.

—Ahórratelo, Luca —dijo ella apretando el botón. Pero aquél era un dolor que ninguna droga podría curar, una agonía que la medicina moderna nunca sanaría. La cura para un corazón roto era tan evasiva como la del resfriado común, y la enfermedad probablemente igual de predominante—. Os vi. Os pillé, no trates de negarlo. Tus empleados lo sabían. A Rafaello casi le dio un infarto por tener que correr para avisarte de que tu mujercita estaba de camino, ¿y aun así tienes la decencia de sentarte aquí y decirme que no os acostáis?

Por primera vez Luca no se enfadó, no se unió a su furia. En vez de eso le quitó el interruptor de la mano, y luego la agarró con sus dedos.

—Necesitas estar despierta para esto, Felice. Vas a escucharme y a creerme. He sido un ingenuo —dijo él, y ella lo miró al escucharlo decir semejante cosa siendo un hombre tan seguro de sí mismo—. Hasta que te conocí nunca había estado celoso en toda mi vida. Era un sentimiento que nunca había tenido hasta que apareciste tú. Cuando pensaba en ti y en Matthew sentía un asco interior que ni siquiera reconocía. No sabía que lo que experimentaba eran celos. Los mismos celos que sentía Anna. Y, por lo que yo he experimentado, puedo entender por qué has hecho cosas tan extrañas. Aquel primer día, cuando estabas en mi habitación demandando tu vestido, lo único que sabía era que no podía dejarte marchar. Habría hecho cualquier cosa por detenerte, cualquier cosa, y eso es lo que estaba haciendo Anna. Pensó que si le decía a la gente que aún estábamos juntos, que si la suficiente gente se, lo creía, entonces ocurriría de verdad. Lo organizó todo hasta el último detalle. Se encargó de separarnos lo suficiente para que hubiera dudas entre nosotros y luego se abalanzó como un buitre sobre su presa. Pero nunca me habría acostado con ella, nunca. Al llegar a la habitación del hotel, furioso, me di cuenta de lo acertada que habías estado, de lo calculadora que había sido Anna desde el principio. Le dije que se fuera, pero se negó a aceptarlo, siguió lanzándose sobre mí, rogándome que me lo pensara. Entonces fue cuando entraste.

Felicity deseaba con todas sus fuerzas creerlo, pero estaba demasiado asustada para aceptar aquella historia, que todo podía ser tan simple.

—Debería odiar a Anna, pero no lo hago —admitió Luca—. Me-da pena, más exactamente, entiendo sus motivos. Entiendo cómo los celos pueden hacerte hacer cosas extrañas. Cómo puede dejar de lado la razón para actuar por impulsos.

—¿Como pedirle a una extraña que se case contigo? —preguntó ella.

—En mi mente imaginaba que si me casaba contigo y te amaba, si le decía al mundo que eras mi esposa, algún día tú acabarías amándome. Te quiero, Felice.

—Nada de falsas declaraciones, ¿recuerdas? —dijo ella apartando su mano. Su pena era lo único que no podía aceptar. Pero Luca le había puesto las manos en la cara para obligarla a mirarlo.

—¿Cómo puede ser una declaración falsa si hablo de corazón? Te quiero. Lo he hecho desde el momento en que te conocí. Desde que me acosté a tu lado supe que no quería dejarte ir nunca. Casi no te conocía y habría hecho cualquier cosa por tenerte allí. Tenías razón. Saboteé tus planes de estudio, retrasé lo del abogado, pero sólo porque no soportaba la idea de perderte. No podía soportar verte marchar antes de haber empezado.

Ella se quedó allí, alucinada por sus palabras. Aquel hombre le estaba diciendo lo que necesitaba escuchar.

Luca Santanno la amaba.

Y debería haber ayudado, pero no lo hizo. La omisión de cualquier declaración de amor durante su relación había costado la vida de su hijo.

La esperanza que había invadido momentáneamente su cuerpo se dispersó. Cerró los ojos y apartó su mano de la de él.

El amor parecía una compensación mínima en comparación con la pérdida que había sufrido.

—Sabías lo del bebé, ¿verdad? —preguntó él con suavidad. Ella asintió lentamente mientras las lágrimas le caían por las mejillas—. Por eso estabas tan mal, tan...

—¿Difícil? —sugirió Felicity—. Jamás había estado tan asustada en toda mi vida. No sabía lo que hacer, cómo decírtelo.

—Ojalá lo hubieras hecho —dijo él, pero sin reproche en su voz—. No creo que yo sea tan inaccesible.

—Lo eres —suspiró ella—. Pero no lo suficiente como para que deje de quererte. Y dejaste muy claro desde el comienzo que no querías bebés.

—No quería —convino él—. No entendía la gracia del asunto. He visto a amigos y familiares convertirse en padres neuróticos, hablando de cosas incomprensibles durante la cena, debatiendo durante horas las ventajas de darle el pecho al bebé sobre los biberones. Entonces apareciste tú y comencé a preguntarme si tendríamos hijos rubios o morenos, con tu timidez o con mi temperamento. ¿Pero cómo iba a decirte eso? Pensaba que saldrías corriendo, que te reirías en mi cara. Tuve que tener mucho cuidado para no espantarte.

Le secó las lágrimas con el pulgar y le dio un beso. Ella deseaba poner la mejilla sobre su mano, pero aun así no podía.

—Ahora nos comprendemos el uno al otro, eso es lo que importa.

—No, Luca —dijo ella con voz ronca.

—Aprenderemos de esto, y avanzaremos juntos. Puede que ahora no lo parezca, pero con el tiempo verás que es lo mejor.

—¡Lo mejor! —dijo ella abriendo los ojos de golpe—. ¿Cómo puedes decir que será lo mejor? ¿Cómo puedes ignorar a tu bebé? Claro que imagino que tendrás algo de práctica. Anna me contó que querías que abortara cuando pensó que se había quedado embarazada.

A Luca se le oscureció la cara y soltó un suspiro.

—¡Nunca!

—¿Signora? —dijo una enfermera que apareció junto a su cama, sonriendo. Era evidente su sorpresa al ver que Felicity parecía más recuperada, pero aun así le colocó el medidor de la tensión alrededor del brazo.

Felicity se quedó allí tumbada, sintiendo la impaciencia de Luca, la tensión en la habitación mientras la enfermera hablaba y le tomaba la temperatura, el pulso, ajena a la creciente irritación de Luca.

—Nunca —repitió él cuando estuvieron solos—. Nunca pudo haberse quedado embarazada de mí. ¡Tomé precauciones para asegurarme de que no ocurriría nunca!

—¡Pues no fuiste tan cuidadoso conmigo! —exclamó Felicity—. No te paraste a pensar en las consecuencias cuando hacíamos el amor.

—Porque hacer el amor y tener sexo son dos cosas diferentes.

Aquella simple explicación la detuvo. Aquel breve resumen de la magia que habían compartido la dejó baja de defensas, proporcionándole a él un instante para seguir hablando.

—Anna ha causado mucho daño, ha dicho muchas mentiras. Si hay algo que debemos hacer por el bien de los tres es olvidar todo lo que ha dicho. Debemos...

—El bien de los dos —lo corrigió ella. Corregir a Luca estaba en su naturaleza, pero aquel comentario tan insensible hizo que le brotaran las lágrimas de nuevo.

—El bien de los tres —repitió Luca mirándola a los ojos mientras le pasaba una mano por el estómago, sobre la manta blanca. Al sentir su calidez y su fuerza no notó el dolor que había anticipado. Sino que sintió tranquilidad y seguridad, relajando sus músculos al instante.

—Es demasiado pronto, Luca —susurró ella—. Demasiado pronto para hacer promesas que no podemos cumplir. Demasiado pronto para hablar de bebés cuando el que yo quiero es éste.

—Y yo también.

Aún tenía la mano sobre su estómago y, al verlo sonreír, el ritmo de su corazón se aceleró en el monitor. En su interior la esperanza renació abriendo sus alas mientras Luca hablaba.

—¿Qué crees que te ha pasado, Felice?

—Un aborto —dijo luchando por pronunciar la palabra—. Cuando llegué el doctor dijo que... Gravidanza ectopica probabile. No necesitaba un diccionario para traducirlo. Firmé el consentimiento para...

—Probabile —dijo él con una amplia sonrisa—. Significa probablemente. La oración que escapa a todo médico. Sólo que en este caso todos se alegraron de estar equivocados. Tenías apendicitis, Felice. Claro que estabas enferma. Claro que hemos estado preocupados por ti y por el bebé, pero eso es todo. El bebé está a salvo.

Él sabía por lo que había pasado, sabía que sus dudas no tenían nada que ver con su amor, que el dolor era intenso, y que a veces su palabra no iba a serlo todo.

—Espera aquí —susurró Luca dándole un beso en la mejilla.

—No tengo otra elección.

Regresó en un momento, con una enfermera sonriente que le levantó al bata y extendió gelatina sobre su estómago.

—¿Ahora me crees?

Habría contestado, habría dicho que sí, pero las lágrimas no le dejaban hablar mientras tocaba la pantalla con la mano, intentando de algún modo capturar el futuro, con todos sus sueños y esperanzas ante sus ojos.

—Es muy pequeño —dijo Luca emocionado al ver la pantalla.

—Del tamaño de una bellota —dijo Felicity mientras miraba al hombre que la amaba y que veía emocionado al hijo que ambos amarían.

Pasase lo que pasase.