Capítulo 10
AMBOS habéis sido maravillosos.
La voz profunda de Anna aún hacía que Felicity apretara los dientes pero trató de controlarse y le sirvió a Anna el tercer limoncillo, ofreciéndoselo mientras ella estaba sentada en el sofá, con su melena negra cayéndole sobre los hombros y su abrigo lo suficientemente desabrochado como para dejar ver su escultural figura.
Decir que Felicity había visto más de Anna que Luca en los pocos días desde el ataque de Ricardo era quedarse corto. Anna aparecía en la cocina mientras Felicity intentaba concentrarse y luego desaparecía con Luca para luego regresar a cualquier hora para contarle a ella los progresos de Ricardo mientras Luca desaparecía para hacer algunas llamadas.
Su matrimonio, si se le podía llamar así, había pasado la fase de las peleas y parecía haberse estancado en la de la resignación.
—¿Dónde está Rosa? —preguntó Anna tras dar un sorbo de su bebida.
—Felice le ha dado la noche libre. Otra vez —dijo Luca con un sarcasmo que no pasó desapercibido.
—Quiere a su marido para ella sola, cariño —dijo Anna—. Y la verdad es que no la culpo —añadió. Felicity estaba a punto de dar su respuesta pero Anna se adelantó—. Es una mujer muy complicada. No sé por qué sigues contratándola, Luca.
—Pero tú te llevas bien con ella —señaló Felicity.
—Sólo porque ya estoy fuera de la vida de su preciado Luca. Cuando yo estaba aquí me trataba corno basura, pero ahora que me he ido me trata como a una santa. No te culpo por querer librarte de ella y tener tu casa para ti. Yo sé que cuando Ricardo vuelva a casa haré todo lo que sea por él. El hospital está arreglándolo todo para que vengan enfermeras a casa, pero yo no quiero. Voy a cuidar de él yo misma. Esto ha sido una gran...
—¿Llamada de atención? —preguntó Felicity casi sin voz.
—Eso es lo que intento decir —contestó Anna con una sonrisa—. Al verlo tan enfermo, tan frágil, incapaz de hacer nada —cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla—. La otra noche cuando llamé, sentí haberos molestado, pero la enfermera dijo que tenía que volver a casa para buscar la medicación de Ricardo y llevarla de vuelta, irme a casa para descansar. Mis lágrimas estaban poniendo nervioso a Ricardo. No debí haber llamado.
—Tonterías —dijo Felicity sentándose a su lado y tomando su mano para ofrecerle su primera muestra de afecto real—. Por supuesto que debiste llamar. Somos amigas.
Miró a Luca y vio la sonrisa que le dirigió, y sintió de pronto que la culpa que había sentido durante la última semana se había multiplicado.
Anna no sólo estaba triste, estaba totalmente angustiada. La devora hombres que Felicity se había imaginado parecía haber desaparecido y dejado a aquella mujer pálida sentada en el sofá.
—Será mejor que me vaya —dijo Anna mientras se abrochaba el abrigo, haciéndole señas a Luca de que se sentara al verlo sacar las llaves del coche—. Puedo caminar. Sólo vivo a unos minutos, y el aire fresco me hará bien.
—No debes andar —dijo Felicity—. Ha estado nevando de nuevo. Luca te acercará.
Felicity frotó la ventana del salón para quitar el vaho y vio cómo Luca abría la puerta del copiloto y guiaba a Anna gentilmente. Verlo tocar su espalda era una acción que poco antes la habría puesto completamente celosa, pero la pena de Anna la había conmovido.
Cuando Luca regresó estaba pálido, cansado y tenso.
—¿He estado fuera demasiado tiempo? —preguntó al entrar. Se quitó el abrigo y los zapatos—. ¿No esperarías que la dejase tirada a la puerta de su casa?
—Por supuesto que no.
—Me ofreció un café —dijo él—. Pero naturalmente lo rechacé. No quería darte más argumentos.
—Luca, por favor, no quiero pelear.
—Yo tampoco —de pronto toda la ira pareció haber desaparecido de su cuerpo. Felicity vio marcas bajo sus ojos, marcas que no había visto nunca, y supo entonces que la tensión de los últimos días, semanas, comenzaba a dejarse notar.
Horrorizado por lo que había ocurrido en el hotel de su padre, Luca había estado realizando visitas sorpresa a cada hotel que poseía, haciendo reuniones, marchándose al alba hasta altas horas de la noche en un esfuerzo por asegurarse de que nadie sufriera del mismo modo que lo había hecho su familia.
¿Y qué había hecho ella a cambio?
Quejarse de que estaba sola, comportarse como una niña consentida de dos años para llamar su atención.
Y en ese momento tenía a un gran amigo enfermo y se encontraba con una esposa celosa que cuestionaba cada movimiento que hacía.
Pero ya no más.
—Yo tampoco quiero pelear, Luca. Siento haber dudado de ti. Ver a Anna esta noche me ha hecho darme cuenta de lo egoísta que he sido, no sólo con ella sino también contigo. Las últimas semanas no pueden haber sido nada fáciles para ti —tragó saliva y trató de calcular sus palabras pero no le salió nada. Lo más inquietante de todo era la falta de respuesta por parte de Luca ante su disculpa—. Lo que intento decir es que...
—Ahórratelo —dijo él sin inmutarse, sin ni siquiera malicia en su voz, aunque Felicity lo habría preferido. Sus peleas pasionales y fugaces encuentros la dejaban destrozada, pero aquella respuesta nula ante su disculpa era aún más preocupante, y abrió los ojos sorprendida al ver que Luca se daba la vuelta para dirigirse a las escaleras.
—Luca, por favor.
Se dio la vuelta y la miró, pero parecía tan exhausto que momentáneamente Felicity se quedó parada.
—Estoy cansado, Felice. Llevo días despertándome a las cinco y regresando a casa después de medianoche. Seguro que comprenderás que yo también necesito dormir.
—No es de Anna de quien quiero hablar, Luca. Es de nosotros.
—Estoy seguro de que la pelea durará hasta mañana —dijo él con una sonrisa.
El abismo que había entre ellos cuando ella se tumbó en la cama parecía alargarse para siempre. Mentalmente deseaba que se diese la vuelta y que se acercara a ella en sueños como hacía cada noche.
Hasta eso momento.
Una mano tentativa buscó uno de sus hombros. Incluso dormido podía ella notar su tensión, sentir los músculos apretados bajo sus manos. Retiró la mano de golpe cuando él, inconscientemente, la rechazó, y una horrible premonición la asaltó cuando Luca se dio la vuelta y se apartó más de ella y de su vida.
Luca se despertó con el primer sonido de la alarma, saltó de la cama con una disciplina militar aunque su cuerpo estaba rogando por unas cuantas horas más de sueño, y ella lo observó con los ojos somnolientos. Felicity había pasado la noche dando vueltas en la cama, y el dolor en su estómago era algo en lo que no quería pensar pero que no podía ignorar.
—Tienes un aspecto horrible —dijo él mientras se hacía el nudo de la corbata.
—No he dormido muy bien —admitió ella encogiéndose en la cama para ver si así el dolor desaparecía, deseando que él se marchara para que ella pudiera enfrentarse con aquello que a su cuerpo le ocurriese. Ansiaba por algo de intimidad.
—Quizá esto te haga sentir mejor —dijo mientras le alcanzaba a Felicity un montón de papeles que había sacado de su maletín. Felicity se incorporó y comenzó a leer—. Son las escrituras del hotel. Verás que tu padre es el dueño ahora —añadió mientras ella sentía cierta tristeza—. Es irrefutable, Felice. Mis abogados han estado trabajando en ello toda la semana. No puedo cambiar de idea de repente.
Las lágrimas inundaron los ojos de Felicity y él le tendió una mano.
—No nos hemos hecho muy felices el uno al otro, ¿verdad? Estoy cansado de pelear y de verte tan mal, como una prisionera aquí. No era lo que pretendía —dijo apretando su mano. Ella tuvo que morderse el labio para evitar que se le cayesen las lágrimas—. Ya tienes lo que querías. Matthew ha salido de tu vida y tu padre tiene su hotel otra vez, lo cual no es menos de lo que merece.
—¿Pero qué pasa contigo?
—¿Conmigo? —dijo él con una carcajada—. Con tu permiso, por supuesto, le diré a mi madre que mi único intento de matrimonio ha fracasado, que te has marchado de mi vida. Eso la mantendrá alejada de mí durante un par de años por lo menos. Así que ya ves, no ha sido una completa pérdida de tiempo.
Se había acabado, y Luca parecía aliviado.
—Lo que dije de Anna —comenzó a decir ella, pero Luca meneó la cabeza.
—No es sólo por Anna. Lo sabes muy bien. Es culpa mía. Tú querías detalles y yo me negué a dártelos, pero no pensé que tuviera que contarlo todo.
Sorprendida, abrió la boca para detenerlo, para detener el horrible final, pero Luca continuó imparable. Era evidente que su discurso de despedida estaba ensayado.
—Yo no sólo quería diversión, ni una amante con un anillo en el dedo. Quería una esposa.
—Yo quiero ser tu esposa —rogó ella, pero él volvió a menear la cabeza.
—Ricardo es como mi segundo padre, ya lo sabes. Te lo he dicho una y otra vez. ¿Pero has venido alguna vez al hospital conmigo? ¿Me has tendido una mano? ¿Has estado allí conmigo? Sé que el hospital te trae malos recuerdos por lo de Joseph, pero yo te habría ayudado a superarlo si sólo hubieses ido conmigo y me hubieses mostrado que te importaba.
—Pero sí que me importas —insistió ella, pero cayó en saco roto.
—Anna no es mi amante. Te lo he repetido hasta la saciedad, pero tú te empeñas en no creerme. Yo no puedo vivir así, no puedo enfrentarme a la acusación en tus ojos cada vez que llego diez minutos tarde a casa. Te expliqué cómo estaban las cosas el primer día que estuvimos juntos. Creí que confiarías en mí. Admito que he dicho cosas horribles, pero era por la agitación de la pelea, una pelea que continuamente has instigado. Te estás apartando de mí. Cada día te siento un poco más lejos, cada día siento más tu distancia —se quedó mirándola durante un momento antes de darle un beso en la mejilla—. Ambos merecemos algo mejor, Felice. Lo sabes tan bien como yo.
Verlo marchar, ver cómo se iba era como ver meter el ataúd bajo tierra. Quería lanzarse sobre él, rogar por una segunda oportunidad, por poder retroceder en el tiempo. Pero luchando con las náuseas y la pena lo único que podía hacer era caerse de la cama. La puerta se cerró y las lágrimas finalmente salieron. El dolor de su estómago era una tontería comparado con el de su corazón.
Lo había perdido, había perdido al único hombre que había amado, y sus náuseas se triplicaron. Al escuchar al helicóptero alejarse, llevárselo de su lado, se sintió totalmente inundada por el dolor. El sudor le corría por la frente y el dolor de estómago se le acrecentó aún más. Sentía como si su mundo se hubiese resquebrajado de golpe.
Consiguió llegar al baño justo a tiempo.