29

Lucía llegó a su casa y se tiró en la cama a llorar y no dejó de hacerlo hasta la hora en la que tuvo que salir a por sus hijos al colegio. Ni comió ni sentía hambre. Solo sentía tristeza, congoja, angustia, y todas las palabras que se le pudiera ocurrir para explicar el dolor tan profundo que sentía en el corazón. Pero ¿en qué estaba pensando? ¡Cómo había podido llegar a pensar que un hombre como Ángel Bueno fuera a pretender algo serio con ella! Una mujer con cargas familiares, ni siquiera era buena para trabajar en su empresa y estaba claro que solo la había contratado para acostarse con ella. Se había sentido atraído pero nada más. Si de verdad hubiera sido así no le habría mentido. ¿Por qué todos los hombres la engañaban? Miguel le había dicho que era de mente cerrada, ¿acaso debía ver la vida de otro modo y dejar que jugaran con ella y sus sentimientos sin importar los principios? Porque ella tenía principios, vaya si los tenía, y uno de ellos y fundamental era la confianza y eso suponía sobre todo sinceridad. A dos hombres había amado, de dos hombres se había enamorado, y los dos la habían mentido. ¿Acaso todos los hombres mentían? ¿Era propio del género masculino?

Por la noche, cuando Miguel fue a por sus hijos, tenía pensado pedir una última oportunidad a su exmujer. Llevaban casi un año separados y no había podido olvidarla. Sabía que él era de una manera y que nunca cambiaría, pero tenía que echar el último cartucho e intentar hacer que Lucía lo entendiera.

—Lucía, sabes que esto no tiene por qué ser así. —dijo una vez en el piso de su ex.

—¿A qué te refieres?

—Oh, cariño, lo sabes muy bien. No tienes por qué separarte de tus hijos.

—Tú lo has querido, ahora tenemos custodia compartida. ¡Y no me llames cariño!

—Por favor, dame una última oportunidad, te lo suplico.

—¿Una oportunidad? ¿De verdad me estás pidiendo de nuevo que volvamos?

—No, no es eso. Lo que quiero es que tengamos una cita, quiero llevarte a los sitios que a mí me gustan e intentar que me comprendas, pero sobre todo quiero que descubras que abriendo tu mente y dejando a un lado los tabús sexuales que te han inculcado desde pequeña, puedes llegar a disfrutar. Cariño, podemos disfrutar juntos. Hemos vivido demasiado como para dejarlo correr. Por favor, dame la oportunidad de demostrarte que podemos volver a ser felices juntos.

Lucía miró a ese rubio de ojos azules con el que había compartido tantísimas cosas y de repente se olvidó de lo enfadada que había estado todos esos meses atrás. Ahora con quien estaba enfadada era con Ángel y un sentimiento de venganza irreconocible para ella, que se consideraba buena persona, la invadió, y en lugar de ignorarlo, se dejó llevar.

—Una cita, eso es lo que quieres. —dijo Lucía.

—Sí, por favor.

—Está bien. Mañana.

—¡Gracias! —exclamó Miguel, esperanzado —Te recogeré a las once ¿te parece bien? Y no te preocupes por los niños, que se quedarán en casa de mis padres encantados.

—Ya, ya. No dudaba que fueran a pasar la semana allí.

—No te equivoques, Lucía. No soy tan pervertido como tú te piensas ni tengo necesidad de echar un polvo cada día. Pensaba dedicarme a mis hijos la semana que estén conmigo.

—¡Qué menos! —dijo Lucía poniendo los ojos en blanco —A las once. Si te retrasas me iré a dormir.

—A las once en punto estaré aquí. Ah, y ponte falda.

—Me pondré lo que me dé la gana. —dijo Lucía cerrando la puerta tras de sí, ¿pero qué se había creído?

Se sentó en el sofá y sintió el vacío en la casa. Hacía un rato estaba escuchando a sus hijos pelear, jugar, reír... y ahora estaba sola, en silencio, triste.

Miguel no se retrasó ni un minuto. Lucía, por llevarle la contraria, se había puesto unos vaqueros y una blusa azul turquesa con la cazadora de piel marrón. Cuando su ex la vio, sonrió maliciosamente advirtiendo su desafío, y a ella le pareció que estaba guapísimo. ¡Maldita sea! Le había querido tanto...

El pub al que fueron era demasiado oscuro para su gusto, apenas se podía distinguir nada. Se sentaron en unos taburetes sobre la barra y pidieron unos cubatas.

—Lucía, sabes que te quiero ¿verdad? —dijo Miguel.

—Pues mira, no, no lo sé, la verdad.

—¿Cómo puedes decir eso? Te quiero desde que teníamos diecisiete años, ¿crees que eso se puede olvidar? ¿crees que alguna vez me ha importado una mujer que no fueras tú? Lo que quiero que comprendas es que una cosa es el corazón, y otra muy distinta el cuerpo. Mi corazón es tuyo y solo tuyo, el cuerpo, sin embargo, me gusta compartirlo, me excita, y quiero que pruebes, y por favor no me grites ni te alteres, recuerda que me estás dando una oportunidad, hasta donde llegarías con tu sexualidad.

—¿Quieres decir si me acostaría con alguien a quien no conozca?

—Mira, déjate llevar esta noche ¿de acuerdo? Intenta abrir tu mente y si ves que llegas a tu límite, pues lo dejamos estar ¿vale? Pero déjame comprobar si te puede llegar a gustar lo mismo que a mí.

—Está bien. —dijo Lucía no muy convencida. En ese momento, solo podía pensar en su jefe, y solo le apetecía acostarse con él.

—Ven, vamos a dar una vuelta por el pub. —dijo Miguel, cogiendo a Lucía de la mano.

Ella se dejó llevar, y como sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, empezó a distinguir a las personas. Había una pequeña pista en la que hombres y mujeres bailaban entre sí de forma sensual. La música acompañaba y los movimientos denotaban un ambiente sexual al que Lucía no estaba acostumbrada.

Miguel la acercó cuerpo con cuerpo y empezó a moverse al ritmo de la música. Lucía estaba nerviosa, diciéndose a sí misma que abriera su mente, que le diera una oportunidad al hombre que tanto había amado, pero sus ojos no dejaban de mirar a las parejas que se besaban y masturbaban en los reservados, e incluso en medio de la pista.

—Mira, esa pareja de ahí son el hombre y la mujer más caliente que he conocido nunca. Me he acostado con ellos en más de una ocasión y no te imaginas cómo disfruta ella.

—¿Te has acostado con un matrimonio? —preguntó Lucía atónita.

—No lo veas como la institución, piensa que solo son un hombre y una mujer a los que les gusta disfrutar del sexo. ¿Te parecen atractivos? ¿Te gustaría que te los presentara?

—¿Eso quiere decir...?

—Sí. —contestó Miguel, poniéndole un dedo en los labios.

—Está bien. —afirmó Lucía, tras dar un largo suspiro.

Miguel, emocionado, acercó sus labios a los de su exmujer y los lamió suavemente, para después introducir su lengua dentro de ella, excitado ante la idea de follarla allí mismo junto con sus amigos. Lucía, recordó la primera vez que sus labios besaron los de Miguel, en la fiesta del instituto, y lo dichosa que se sentía. Era la envidia de todas las amigas. Eran la pareja perfecta, la chica morena de rasgos exóticos y el rubio con aspecto del norte de Europa. Desde luego que Miguel era el chico más guapo del instituto. Recordó lo bien que lo pasaban juntos, el día de su boda, cuando nacieron sus hijos... Había pensado que estaría con él el resto de su vida, y qué distinto había sido todo.

De pronto, sin saber cómo ni por qué, notó que alguien la apartada de su exmarido. Era el hombre de la pareja morbosa que le había hablado Miguel. Era bastante guapo, pero le resultaba extraño que sin conocerla de nada, se atreviera a cogerla y pegarla contra su cuerpo.

—No estés nerviosa. —le susurró al oído —Vamos a pasarlo bien.

El hombre agarró a Lucía del culo y la apretó contra su miembro excitado. Ella miró hacia donde suponía que estaría su marido y lo encontró besando los pechos de la mujer. Una sensación extraña le recorrió todo el cuerpo. Sin poder evitarlo le vino a la memoria la escena que había encontrado en su casa hacía ya un año y la congoja la invadió.

—Lucía, disfruta. —le dijo el hombre.

—¡Sabes mi nombre! —exclamó ella.

—Sí. No sabes cuánto nos ha hablado tu marido de ti.

—Mi exmarido. —quiso aclarar.

El hombre la giró, pegando su erección contra las nalgas de la joven, y empezó a frotarla mientras lamía su cuello y metía una mano por debajo de la blusa hasta llegar a un pezón. Lucía se sintió húmeda cuando el hombre lo pellizcó. No se podía creer lo que estaba haciendo. Miró de nuevo a Miguel, el cual había levantado el vestido sin medias de la mujer, y le estaba metiendo la mano por debajo de las bragas. Oh, ¿cómo podía hacer eso delante de ella? El hombre, desabrochó el botón del vaquero y le metió la mano directamente a través de las braguitas hasta llegar al clítoris. Lucía gimió y el hombre le introdujo un dedo dentro, impresionado por lo bien que lo estaba llevando la novata.

Entonces, el hombre fue moviendo a Lucía hacia un reservado, y una vez allí vio que Miguel estaba penetrando a su mujer.

—¿Cómo puedes tolerar esto? Dios mío, ¡que es tú mujer! —dijo girándose hacia el hombre.

—Solo somos cuerpos, nena. Y a nuestros cuerpos les gusta disfrutar.

—Oh... yo... lo siento pero no estoy acostumbrada a esto ni lo puedo aceptar...

—Pero si ahora viene lo mejor.

Pero Lucía corría buscando la salida sin hacer caso a lo que aquel desconocido le decía. Solo pensaba que se había dejado que la manoseara como si fuera una cualquiera y se sentía sucia por ello.

Cuando salió a la calle, miró hacia todos lados buscando un taxi, pero no vio ninguno. No tenía que haberse fiado de Miguel, no tenía que haber dejado que la llevara a aquel sitio.

Su ex salió del pub acalorado, abrochándose el pantalón.

—¡Lucía! —la llamó al ver que la muchacha se iba andando de allí —Espera.

Lucía lo oyó pero no hizo caso. Siguió su camino, acelerando el paso con la esperanza de que no la siguiera. Pero era absurdo apenas pensarlo. Miguel corrió hasta darle alcance y la detuvo agarrándola del brazo.

—¡Suéltame! —gritó.

—Ssssssh —la instó Miguel para que no chillara —La gente va a pensar que te quiero atracar o algo peor.

—Me da igual lo que piense la gente, eres un degenerado.

—Sí, síiii, ya sé lo que piensas de mí, ya me has llamado eso varias veces. Pero Lucía, me pareció que lo estabas pasando bien, ¿acaso no te ha excitado el verme con otra mujer?

—¿Quée? Para nada.

—Pues a mí sí me ha puesto muchísimo verte con otro hombre. ¡Joder! No pensé que me excitaría tanto. Lo que he hecho con su mujer ha sido solo provocado al verte cómo te dejabas hacer por su marido. Estabas cachonda ¡no me digas que no!

—Sí, reconozco que algo sí me he puesto, pero yo no soy así.

—¿Así cómo? Lucía, ese hombre que te ha puesto a cien es abogado, y su mujer es profesora de inglés. Son personas normales con vidas normales.

—Sí pero con unos gustos sexuales peculiares.

—Para ti es peculiar todo lo que no sea convencional.

—Pues seré así, lo que tú digas. Me da exactamente igual lo que pienses, pero no es mi rollo. Yo, para acostarme con un tío debo haberlo conocido de antemano, saber cómo se llama, y desde luego no necesito hacer una orgía para sentirme satisfecha.

—Lucía, abre la mente.

—Vete a la mierda. Estoy harta de que me digas eso. Hazte a un lado y déjame seguir mi camino.

Miguel se retiró enfadado y Lucía siguió andando. A los dos segundos, Miguel la llamó y como no hizo caso volvió a alcanzarla.

—Déjame que te lleve a casa. No puedo permitir que te vuelvas sola.

—No te preocupes, solo tengo que llegar a la parada de taxi más cercana.

—Lucía, por favor.

—Está bien. —admitió, pues estaba muy cansada y tenía ganas de llegar a su casa cuanto antes.

En el coche, esta vez fue Lucía la que no pudo evitar sacar el tema.

—¿De verdad es esto lo que te gusta?

—Sí.

—Yo... pensaba que cuando te acostabas con una mujer era porque te atraía físicamente, porque tuviera lo que yo no, porque te prometiera algo distinto a lo que yo te daba... aunque bueno imagino que en eso último sí que era así.

—Lucía, es solo morbo. Nunca ha habido una mujer que me haya parecido más bonita que tú, ni que me haya atraído tanto como tú, ni que me haga reír, ni me fascine como tú. Pero sí, tienes razón en que hago cosas que no hacía contigo. Te he dado la solución, cariño. —dijo mirándola para comprobar cuál era su expresión —He intentado que participemos juntos en la experiencia, y la verdad, yo ya no sé qué más hacer.

—Oh, no hace falta que hagas nada. —dijo Lucía sacudiendo las manos.

Cuando llegaron al patio, antes de que Lucía abriera la puerta, Miguel la agarró y la volvió a besar.

—Suéltame. —se soltó ella, esta vez no tan dispuesta como antes.

—Por favor, volvamos a intentarlo. Piénsalo unos días y ya me dices, ¿vale?

—No tengo nada que pensar. Olvídate de mí. —dijo Lucía, abriendo la puerta y saliendo rápidamente del vehículo.