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Lucía salió a la calle con lágrimas en los ojos, las cuales disimuló porque hacía tanto frío que no eran de extrañar los mocos producidos por sus emociones. Maldita sea. Tal vez tenía que haber mentido y no haber mencionado a sus hijos. No, seguramente habría sido una pregunta más en la entrevista, si tan problemático parecía que tuviera que ser eso para poder hacer un buen trabajo. Para una vez que tenía a alguien que la ayudaría y la iban a rechazar precisamente ahora.

—Helena —dijo cuando su amiga contestó al móvil —No me van a dar el puesto.

Y rompió a llorar de nuevo. Se había esperado a llamar a su amiga cuando estuviera en su casa porque temía no poder reaccionar de otro modo.

—Pero ¿Por qué? ¡Si eres un encanto!

—Por mis hijos.

—¿Por tus qué...? No lo entiendo.

—Ni yo. Dicen que con cargas familiares no se puede trabajar en esa empresa.

—¿Por qué no?

—Porque los horarios son complicados y porque has de estar todo el tiempo atendiendo al teléfono y no puedes hacerte cargo de otro tipo de llamadas, tú ya me entiendes.

—Pero, ¿les has dicho que se te va a ayudar con los horarios?

—Sí, pero no ha servido de nada.

Lucía cogió un pañuelo de papel para sonarse los mocos que las lágrimas le ocasionaban.

—No sé qué voy a hacer —dijo Lucía —Como no encuentre un trabajo pronto voy a tener que irme del piso por no poder hacerme cargo de la hipoteca. No llego a fin de mes con lo que me pasa Miguel, si no fuera porque mis padres me están ayudando, pero cuánto más vulnerable me ve Miguel, más insiste en que va a pedir la custodia compartida de los nenes y que cuando eso ocurra dejará de pasarme manutención por ellos. ¿Qué haré entonces?

—Lucía, no te asustes por lo que te diga tu ex, sabes que no hará nada. Él te quiere y todo te lo dice para que vuelvas con él, porque cree que si no ves otra salida lo harás.

—Ya veo lo que me quería mientras se acostaba con otras mujeres. —dijo Lucía recordando las continuas infidelidades de su exmarido y rompiendo a llorar más todavía, pensando que todo le salía mal últimamente.

Por supuesto Lucía no había sabido nunca lo que su ex hacía a espaldas de ella. Llevaban juntos desde el instituto y ella siempre había estado enamorada. No veía nada malo en él, así que cuando llegaba tarde o salía de repente de casa sin apenas dar explicaciones, lo veía como algo normal de los hombres o de su trabajo y no le daba importancia.

Hasta que cometió la desfachatez de llevarse a una de sus amantes a su propia casa creyente de que Lucía pasaría el día con los niños de visita en casa de su hermana. El problema fue que a Eva le cogió una de sus migrañas y su hermana tuvo que volverse a casa antes de lo esperado.

Todavía ahora, después de ocho meses, lloraba cada vez que recordaba la escena que encontró en su propio dormitorio. Se le cayó el mundo a los pies. Su vida perfecta, con sus hijos y su marido, se desmoronó en un santiamén y no dejaba de preguntarse qué había hecho mal para que su marido quisiera acostarse con otras mujeres, por qué ella no le llenaba lo suficiente como para no necesitar a nadie más.

Todavía ahora, cuando Miguel iba a recoger a sus hijos para pasar con ellos el fin de semana, sentía un cosquilleo en el estómago parecido al de cuando le conoció y no sabía si ese rubio de ojos azules se fijaría en ella.

—Lucía, deja de pensar en tu ex. —la recriminó Helena, después de un vacío que duró unos segundos durante los cuales sabía perfectamente en qué estaba pensando su amiga.

—Menos mal que te tengo de nuevo en mi vida. —dijo Lucía intentando dejar de llorar.

—Lucía, yo siempre he estado ahí, solo que por diferentes motivos nos alejamos durante una temporada, pero sabes igual que yo sé que en caso de necesidad habríamos estado la una para la otra. Lo importante es que no se dio esa necesidad...

—Hasta ahora yo. —la interrumpió Lucía. —Hacía casi un año que no hablábamos, y por mi culpa. Si no nos llegamos a encontrar en el Camelot, yo no te habría molestado solo para contarte mis penas.

—Ya, eso dices, pero estoy segura de que sí me habrías llamado.

—No lo sé, Miguel me tenía tan absorbida con sus amistades y con él mismo... Y no es que le esté echando la culpa. Sé que la única culpable de eso soy yo porque me dejé llevar.

—Bueno, déjalo. El pasado pasado está. Ahora centrémonos en el presente. Tienes que seguir buscando trabajo, no te hundas ¿vale?

—Oh, claro que no. Es lo único que puedo hacer, y siempre he conseguido lo que me he propuesto, así es que si ahora me he empeñado en encontrar un buen trabajo, tarde o temprano lo encontraré.

—¡Esa es mi chicaaa!

Lucía consiguió dejar de llorar. Hablar con Helena le hacía bien. Era su amiga desde el colegio y aunque en el instituto coincidieron solo en un curso, siempre estaban juntas. La pena fue cuando Lucía empezó a salir con Miguel en tercero de B.U.P. y empezó a relacionarse más con los amigos de su novio que con los suyos propios. Además, Helena siempre había puesto sobre aviso a Lucía de que Miguel le parecía un mujeriego y eso a él no le gustaba, por lo que hizo que poco a poco su con el tiempo mujer, dejara de relacionarse con su vieja amiga.

Hasta hacía un año más o menos, cuando coincidieron en Camelot, puesto que por una de las casualidades de la vida, sus mellizos, Noa y Leandro, fueron invitados al mismo cumpleaños que la sobrina de Helena, y como su madre trabajaba fue ésta última la que se hizo cargo de llevarla. ¡Qué emoción las dos amigas cuando se vieron! Habían hablado por teléfono alguna vez, cuando nacieron los pequeños, en verano alguna vez quedaban para ir juntas a la playa, en Navidad se felicitaban por mensajes de móvil, y poco más. Y de eso hacía mucho. Ambas se dieron cuenta del tiempo que había pasado por lo grandes que estaban los niños, y después de estar toda la tarde hablando y poniéndose al día, decidieron que no volverían a dejar que pasara tanto tiempo sin saber la una de la otra. Además, Helena se iba a casar en dos meses y quería que Lucía y su familia fueran a la boda. No la habría llamado para invitarla de no haberse encontrado, porque sabía que sería ponerla en un compromiso. Pero ahora que volvían a ser las amigas de siempre, Helena supo que alguien tan importante en su vida no podía faltar a un acontecimiento tan especial.

Pero Lucía no fue a la boda de su mejor amiga. Miguel se las ingenió para hacer creer a su esposa que justo para ese fin de semana había reservado un viaje, que pensaba que fuera una sorpresa, y que ya estaba pagado. Lucía pasó una semana en el Caribe increíble, pero en el fondo sentía pena por no haber podido estar con su amiga. Por supuesto Helena le dijo que no pasaba nada y que ella no se perdería un viaje así por nada del mundo, aunque en el fondo intuía que Miguel lo había organizado aposta para alejarla de ella una vez más.

Por eso, cuando Lucía encontró a su marido con otra en su propia cama, Helena fue la persona a quien llamó. No se le ocurría nadie mejor, aún a riesgo de que su amiga le dijera un “Te lo advertí”. Prefería que fuera ella la que le brindara su apoyo en ese momento ya que sentía una vergüenza espantosa por lo que le estaba pasando y por lo que pensaría su familia. Gracias a que los niños habían ido directos a su habitación a jugar no se enteraron de lo ocurrido, y Lucía los cogió lo más rápido que pudo para huir de su casa. Miguel la seguía diciendo que todo tenía una explicación, curioso, pese a lo evidente, pero Lucía solo quería salir de allí y no llorar delante de sus hijos.

Helena la acogió en su casa con un fuerte abrazo y entre ella y su marido trataron de animarla. Lucía lloraba desconsoladamente sin entender cómo su mundo perfecto se acababa de desmoronar mientras Jorge, el marido de su amiga, entretenía a los mellizos para que no se dieran cuenta.

Cuando su madre la llamó preocupada porque Miguel la estaba buscando y no sabía dónde estaba (puesto que Lucía no había atendido a sus llamadas al móvil), Lucía le contó lo que había pasado.

—Hija, tienes que volver a tu casa. —dijo su madre.

—Pero mamá, no puedo volver ahora. ¡No quiero ver a ese hombre! —dijo medio gritando.

—Pues tendrás que hacerlo. Lucía, cariño, sé que es duro, pero acuérdate de lo que le pasó a Sebastián con su exmujer. Si Miguel decide ponerse a malas porque no te localice y te denuncia por abandono de hogar, puedes perderlo todo.

—Me da igual, no quiero nada de él.

—Eso lo dices ahora porque estás caliente pero, ¿acaso no quieres a tus hijos?

—¡Claro que sí! Más que a nada en el mundo.

—Pues entonces vuelve a tu casa y haz las cosas bien. Le diré a Sebastián que te busque un buen abogado y mañana mismo podrás pedir el divorcio.

—Gracias, mamá.

—De nada, tú y tu hermana sois lo que yo más quiero.

Y así lo hizo. Lucía volvió a su casa, se enfrentó a su marido y le pidió el divorcio, tras descubrir que sus infidelidades habían sido continuas y que Miguel no podía vivir sin variedad en lo que a mujeres se refería. ¡Maldito degenerado!, pensaba Lucía cada vez que recordaba a su exmarido con una mujer que no era ella.