20
Al día siguiente, Ángel decidió que intentaría ser siempre amable con Lucía. Si con el resto del mundo era antipático, arrogante, egocéntrico y exigente, con ella sería todo lo contrario. Quería demostrarle que todo lo que se decía de él no era cierto, y para empezar, había decidido no acostarse con ninguna otra mujer. Claro que eso ahora le resultaba sencillo puesto que después de tener a Lucía entre sus brazos, no podía fijarse en ninguna otra. Lástima que ella no lo supiera y que por más que él se lo dijera, no le creyera de todos modos.
No pudo evitar sentirse incómodo durante el almuerzo en la cafetería de la empresa mientras observaba a su empleada relacionarse con sus compañeros. Sobre todo le sacaba de quicio ese Román Espúñiga, pues como hombre, notaba con qué ojos la miraba. Pensó que lo mejor sería bajar a otra hora a almorzar. Él no era quien ¿o tal vez sí? para decirle a Lucía que no hablara con los hombres, por muy celoso que le pusiera, así que lo mejor sería no verlo.
Lucía, mientras hablaba con sus compañeros no podía evitar mirar de vez en cuando a su jefe, notando sus ojos clavados en ella. Temió que sus colegas se dieran cuenta, y para disimular, además de que se dio cuenta de que estaba a punto de cagarla con uno de ellos, apartó a Román a un lado y le dijo que tenía que hablar con él.
—Román, creo que no he sido del todo sincera contigo.
—Dime, preciosa, no sé a qué te refieres. —le dijo sin importarle que se diera cuenta de que le gustaba.
—Te dije que no quería tener una relación con nadie, y eso es cierto. Me refería a una relación seria, me entiendes ¿verdad?
—Sí, claro. —Román estaba ansioso por saber de la vida de esa chica, puesto que en el trabajo solo hablaba de sus hijos.
—Pues creo que no debería salir contigo porque me estoy acostando con otro hombre y... me gusta mucho.
A Román le ardió el pecho al escuchar esas palabras.
—Te estás acostando con un hombre. —repitió para sí mismo.
—Sí. Por supuesto que no es nada serio, no es una relación ni nada parecido, pero he creído conveniente decírtelo porque pienso que no debemos salir. No me gustaría crearte falsas ilusiones.
—Sí, ya te he oído a la primera. —dijo Román de muy malhumor ¿Falsas ilusiones? No, claro que no. Esa chica se lo dejaba bien clarito.
—No quiero que te enfades, tú insististe y yo te advertí que no quería salir con nadie.
—Ya, con nadie.
—¡Deja de repetir lo que yo digo! Joder, ¡estoy harta de los hombres! —dijo más alto de lo que debía haciendo que sus compañeros los miraran asombrados.
Lucía sacó rápidamente tres euros de su monedero, los dejó sobre la mesa en la que estaban Macu y los demás y salió como alma que lleva el diablo hacia la oficina. Solo le faltaba que Dafne la mirara con ojos de arpía cuando llegó a su sitio para que su enfado se agrandara.
—¿Y tú qué miras? —le gritó.
—Oye, si te has enfadado con tu novio no lo pagues con los demás ¿de acuerdo? —dijo, pues sabía de dónde venía y con quién había estado —Y compórtate, que esta empresa es seria y no se puede permitir una actitud así.
Lucía se sentó en su sitio, acalorada, y siguió con su trabajo, tratando de olvidar que acababa de perder los nervios.
Al terminar el turno de los teleoperadores, Román se acercó a ella y le pidió disculpas.
—Perdóname, pero es que me gustas y quería que me dieras una oportunidad para gustarte yo también.
—Ya me gustas, Román. Pero no quiero una relación y la persona con la que me acuesto me atrae bastante. No estoy acostumbrada a esto porque yo antes no había estado con otro hombre que no fuera mi marido ni tampoco nadie me había pretendido, y ahora estás tú ahí y...
—No te preocupes, te entiendo. —¿la entendía? Lo que le molestaba más era que si no quería una relación y en cambio sí estaba dispuesta a entregar su cuerpo, tenía que haberse dado más prisa y haber sido él el hombre que la poseyera. Tal vez no había sido tan buena idea lo de desnudar su alma para hacerlo después con el cuerpo, pues ella había preferido lo segundo. ¡Joder!, se maldijo a sí mismo.