12
Cuando a la mañana siguiente se despertó con la canción Get Lucky de los Daft Punk, lo primero que pensó fue en que no se arrepentía de nada de lo que había hecho. Imaginaba la tensión que habría cuando bajara a desayunar entre ella y su jefe, pero se dijo que intentaría no darle importancia y seguir como si nada. Había disfrutado y era lo suficientemente mayorcita como para saber que una noche de sexo no significaba nada, y ella pretendía menos. Seguía teniendo claro que jamás tendría nada que pasara de eso con un hombre como Ángel Bueno, mujeriego como su exmarido. No, para nada quería en su vida a un tipo así. Sin embargo había disfrutado como una loca esa noche, y eso le hacía mostrar una ligera sonrisa que hacía tiempo no se veía en su rostro.
Se duchó, recogió sus cosas, y salió con la maleta, tal y como le había dicho Ángel que hiciera el día antes. Desayunarían en el hotel y volverían a reunirse con el señor Feigenbaum. ¿Qué habría pasado con su hija? Hasta ahora no se lo había preguntado. Lucía había pensado que la rubia se llevaría a su jefe al huerto, y había aparecido en su habitación, y como un loco además. Una nueva sonrisa apareció en su rostro mientras recordaba cómo había entrado Ángel en su habitación, avasallándola para robarle sus besos.
Ummm.
En la cafetería, Ángel la esperaba leyendo el periódico.
—Llevo media hora intentando entender algo de lo que pone aquí y nada. —mintió Ángel cuando la vio llegar. —Buenos días, ¿cómo has pasado la noche? —preguntó, refiriéndose a las dos horas que la había dejado descansar, haciendo un esfuerzo para irse a su habitación y hacer lo mismo. Resultó en vano el intento puesto que tenía el sabor de Lucía y su olor por todo su cuerpo, y no quería ducharse porque quería mantenerlo y recordarla, conocedor de que lo más probable fuera que lo de esa noche no volviera a suceder.
—Bien, gracias. —contestó Lucía, algo tímida. No podía evitar sentirse así cuando estaba con ese hombre, le intimidaba su aspecto, su patrimonio, su saber estar, su templanza... en fin, todo él la fascinaba.
Umm, como al resto de las mujeres, pensó.
—Me alegro. —dijo sirviendo café caliente en una taza —¿Con leche?
—Oh, sí.
—Y me alegro de ver por fin una sonrisa en tus labios. Si antes te veía hermosa, ahora estás resplandeciente.
—Señor Bueno, yo... —no estaba acostumbrada a que nadie la halagara de esa forma. Además, había pasado de tener una relación fría y distante con su jefe a escuchar esas palabras que la hacían estremecer, y no se sentía preparada.
—Lucía, no ha cambiado nada, quiero que lo sepas. Pero no por eso voy a dejar de decirte lo que es verdad, y más sabiendo lo atraído que me siento por ti, ¡te habrás dado cuenta esta noche ¿no?!
—Yo, no puedo darme cuenta porque no estoy acostumbrada a estas cosas.
—¿No estás acostumbrada a tener sexo? —preguntó extrañado.
—No desde que me separé, y no con alguien que no fuera mi exmarido.
Oh, no. Ángel pensó que debía haberse dado cuenta, pero atribuyó su timidez a su relación jefe—empleada, sin pasársele por la cabeza que se debiera a su falta de experiencia de tener relaciones con otros hombres. Ahora la veía más perfecta, más bonita incluso. Y una punzada se le clavó en el estómago cuando de pronto le recordó a María, tan ingenua e inocente que era cuando la conoció. De pronto cambió su actitud.
—Bien, desayuna rápido que hemos quedado en media hora. —y se levantó de su sitio, dejando a Lucía sola y perpleja en la mesa, con su café con leche y la bandeja que contenía cruasanes y bollería de todo tipo.
Ese día la reunión fue tan solo con el señor Feingenbaum, motivo suficiente para que Lucía sospechara que algo había pasado con su hija, y no bueno precisamente. Aunque de nuevo la relación con su jefe era distante, se alegró de que esa noche la hubiera preferido a ella. Después de todo, la rubia de ojos azules no le atraía tanto al señor Bueno, y sin poderlo evitar, eso la hizo feliz y volvió a asomar una sonrisa en sus labios.
A medio día Lucía llamó a Helena para avisarla de que llegaría a Valencia por la tarde y que recogería a sus hijos en su casa sobre las ocho. Como era viernes, no había prisa por los baños y la cena, y prefería hacerlo ella cuando llegara. No había vuelto a tener noticias de Miguel y eso la tranquilizaba. Seguramente se habría pensado mejor lo de la custodia compartida, él ahora vivía muy bien sin ataduras de ningún tipo, y veía a sus hijos cada dos semanas, no antes porque no se interesaba, puesto que Lucía le había dicho que podía ir a visitarlos siempre que quisiera. Ella prefería que no lo hiciera porque así no tendría que verlo, pero comprendía que pudiera tener la necesidad de verlos, acostumbrado a estar con ellos siempre. El caso es que no lo hacía y excepto cuando se le ocurría llamarla para saber de ella e intentar convencerla de que estaban mejor juntos, o cuando recogía a sus hijos para pasar con él el fin de semana y le soltaba alguna indirecta; por lo general vivía tranquila, más ahora que tenía trabajo.
Se despidieron del señor Gerhart Feigenbaum y subieron al avión. La tensión una vez volvieron a quedarse solos era evidente. Ángel no se quitaba de la cabeza el sabor de los labios de Lucía, su cuerpo delgado, sus piernas largas, sus manos delicadas... Lucía no sabía qué pensar de sí misma. Se había propuesto no arrepentirse, pero que su jefe ahora la ignorara como si no hubiera pasado nada y volviera a ser frío como al principio, eso no se lo esperaba. Ángel sabía que estaba haciendo mal, pero estaba sintiendo algo que no sentía desde hacía seis años y que se había propuesto no volver a sentir. Llegó a plantearse despedir a esa chica porque al fin y al cabo ¿para qué la necesitaba? Se había inventado que no sabía idiomas solo para tenerla cerca, ese puesto en realidad nunca había existido. Pero no, no debía, no podía, y no quería hacerlo. Sabía lo que la perjudicaría quedarse sin trabajo, había sido muy insistente en lo que lo necesitaba, y sería muy cruel dejarla sin él solo porque no sabía contener sus sentimientos, como no había sabido contener su cuerpo la pasada noche.
Una vez en Valencia, Gregorio los esperaba con el Mercedes Benz para llevarlos a su casa. Lucía pidió que la llevara a casa de su amiga y una vez allí, el propio chófer le sacó la maleta del maletero y Ángel, sin salir del coupé, le dijo un simple “Nos vemos el lunes”.