21

Esa tarde Lucía tenía mucho trabajo y tuvo que pedir a Helena que recogiera a sus hijos del colegio. Cuando Ángel salió de su despacho y se dio cuenta de que seguía allí, le preguntó por qué no se había ido.

—La señorita Cruz me ha dicho que era urgente que tradujera estos documentos. —dijo Lucía.

Ángel cogió lo que tenía Lucía entre manos y se preguntó por qué su secretaria le habría dicho tal cosa.

—¿Y tus hijos?

—Le he pedido a una amiga que los recoja del colegio. Ahora estarán en el parque con ella o en su casa. —se explicó Lucía.

—Bien, ¿te gustaría venir a tomar algo conmigo?

—Oh, no puedo. Mis hijos me esperan. —no anteponía sus hijos al trabajo sino a él, por lo que pensó que eso no tendría que ver con su eficiencia en la empresa.

—Ellos no son conscientes del tiempo, y estoy seguro que a tu amiga no le importara que llegues media hora más tarde.

Lucía estaba segura de que no sería media hora sino más. Se sentía en un aprieto porque se trataba de su jefe y no podía rechazarlo, aunque por otro lado, como hombre, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo.

—No sé. —susurró.

—Por favor —Ángel estaba empezando a alterarse por lo que esa mujer hacía de él, ¿desde cuándo suplicaba?

—Está bien, llamaré a mi amiga.

Fueron a un bar no muy lejos de la empresa y pidieron dos cervezas. Lucía estaba nerviosa porque no sabía de qué hablar con su jefe ¿de trabajo?

—Lucía, siento mucho lo que tu exmarido te hizo. —dijo Ángel, dejando a su empleada petrificada en el sitio —Yo nunca te trataría así.

—Ya, claro. —susurró Lucía inconscientemente.

—Yo tuve una mujer. La amaba más que a nada en el mundo.

Lucía se quedó más de piedra todavía (si podía ser) al escuchar algo tan personal del inalcanzable Ángelus Domine.

—Jamás le fui infiel, porque para mí no existía ninguna mujer en el universo que no fuera ella... Ni ha existido hasta que has llegado tú.

—¿Yo?

—Sí, tú. Vi tu foto en tu curriculum y desmoronaste mi mundo. Enseguida sentí la necesidad de conocerte, de acercarte a mí. Te di el mejor turno que fuera compatible con tus hijos porque no quería que nada te impidiera venir cada día a mi empresa.

—Así que fue gracias a ti. —dijo Lucía, todavía alucinando.

—No podía hacer menos. Lucía, tenía muy clara mi vida hasta que te conocí y ahora no sé ni dónde está el norte y dónde está el sur. Siento que estoy traicionando a mi mujer porque le prometí que jamás amaría a nadie pero...

—¿Qué fue lo que le pasó?

—Falleció. —Lucía notó el dolor en sus ojos. —El cáncer me la quitó en tres meses.

—Oh, lo siento mucho. —dijo Lucía acariciando la mejilla afeitada de su jefe.

Ángel le cogió la mano y se la llevó a los labios.

—Y ahora sé que tengo una reputación con las mujeres digna de un óscar, y que tú has sufrido por lo que te hizo tu marido y crees que yo te haría lo mismo, pero me gustaría que me dieras la oportunidad de demostrarte cómo soy en realidad.

—¿Cómo eres en realidad?

—Fiel, tremendamente fiel.

—Perdóname, pero me cuesta creerlo. Además, no me siento preparada para tener una relación, y menos con mi jefe.

—¡Maldita sea! —protestó Ángel —¿Y qué me dices del señor Espúñiga?

—¿Te refieres a Román? A él le he dicho lo mismo. Es más, a él le he dicho que me estoy acostando con otro hombre. —dijo, advirtiendo que su jefe se había dado cuenta de las intenciones de su compañero.

—Y es cierto, porque pienso hacerte el amor cada vez que quiera, ¿estás de acuerdo?

—No sé si sabría separar el placer sexual con el amor, y no quiero volver a pasarlo mal. Pero cada vez que te acercas a mí...

—Dame una oportunidad. Jamás he suplicado nada, Lucía, no me hagas hacerlo, por favor.

—Lo siento, pero no puedo. —y diciendo eso, se levantó de su silla y salió corriendo con la esperanza de que su jefe no fuera tras ella.

Por suerte no lo hizo. Ángel se quedó terminándose su cerveza, intentando aceptar una nueva negativa de esa mujer de ojos oscuros. No podía reprocharle nada. Él le había dicho la primera vez que la había tocado que sería solo sexo y que no se repetiría. Y ella lo había aceptado porque las habladurías la habían convencido de que ese hombre apuesto era así. Lucía no esperaba nada más de él ¿por qué había de creer que dentro de esa apariencia fría y hostil se encontrara un hombre cariñoso, hogareño, fiel amante de su mujer, cuando demostraba todo lo contrario? Llamó al camarero y pidió un whisky doble, se sentó en la barra a tomárselo y se quedó mirando la pantalla de la televisión, donde estaban dando un partido de fútbol. Ni era aficionado ni le estaba haciendo caso en ese momento, pero era la mejor manera de disimular lo que sentía por dentro ya que su cuerpo no se decidía a salir de allí, pues se hubiera ido directo al piso de Lucía.