Capítulo 2

Nadie quería hablar con nosotros, ni lo necesitaban, ya no. De hecho, cada vez que me veía el alcalde Terry Vale tenía escalofríos. Era el menos involucrado en el caso, y de hecho no comprendía su presencia continua, pero los demás parecían estar demasiado preocupados por su paz mental, así que Tolliver y yo nos marchamos.

Una serie de llamadas de teléfono reveló que el dentista de Teenie, Dr. Kerry, estaba fuera de la ciudad hasta dentro de cuatro días. El cuerpo solo podía ser identificado en Little Rock. El sheriff Branscom había llamado al centro criminalístico estatal, y les habían dicho que en cuanto tuvieran el cuerpo lo primero que harían sería la identificación, antes de hacer el resto de los análisis. Ya que el laboratorio criminalístico de Arkansas estaba cerca, fue una buena elección. Branscom tenía una copia del registro dental de Teenie y les envió los datos junto con el cuerpo.

No obtendríamos un cheque por parte de Sybil hasta que confirmaran que el cuerpo era de Teenie Hopkins, así que parecía que íbamos a estar tratados en Sarne al menos veinticuatro horas más. Veinticuatro horas sin nada que hacer. Pasamos mucho tiempo esperando, pero no es fácil.

—El motel tiene satélite.-Dijo Tolliver.-Quizás pongan una película que no hayamos visto.

Pero después de revisar la lista de películas y descubrir que ya las habíamos visto todas, Tolliver se marchó para perseguir a la camarera de la noche. NO es que tuviera que deletreármelo, pero me lo supuse.

Yo estaba demasiado intranquila para leer, y demasiado despierta para acurrucarme en la caliente cama. Me puse a hacerme las uñas, para entretenerme. Así que saqué mi kit de manicura, y estaba pintándome las uñas de rojo cuando Hollis Boxleitner llamó a mi puerta.

—¿Puedo pasar?-Preguntó. Me incliné hacia un lado para mirar detrás de él, asegurándome de que no llevaba el coche patrulla. No. Aunque todavía llevaba puesto el uniforme, conducía su propio coche, un Ford pickup azul electico.

—Supongo que sí.-Dije. Dejé la puerta abierta y el ayudante del sheriff no se quejó. Hollis Boxleitner se sentó en una de las dos sillas. Yo me puse en la otra, y le ofrecí una lata de Fresca que estaba fría y mojada del frigorífico. Quitó la anilla y dio un trago. Puse mi pie sobre el borde de la mesa y continué con mi manicura.

—¿Quiere ir a un restaurante y tomar pollo frito?-Preguntó.

—No, gracias.-Era pasada la una, así que debería comer algo, pero no tenía mucha hambre.

—No será por las calorías, ¿Verdad? Podría ponerse algo más de carne sobre sus huesos.

—No, no es por eso.-Pasé el pincel cuidadosamente sobre la uña del dedo gordo del pie.

—Su hermano ya está abajo. Está hablando con Janine.

Me encogí de hombros.

—¿Y qué le parece ir al Sonic?-Me atreví a mirarle, pero solo parecía estar esperando una respuesta.

—¿Qué es lo que quiere?-Pregunté. No me gusta que me manipulen.

Me miró, y dejó la lata sobre la mesa.-Solo quiero hablarte un poco sobre Monteen Hopkins. Mi cuñada. La chica que cree que encontramos hoy.

—No necesito saber nada más sobre ella.-Era mejor que no. Sabía suficiente. Sabía cómo habían sido sus últimos momentos sobre la tierra. Eso era lo más íntimo que se podía saber.-Y le garantizo-añadí, ya que tengo algo de orgullo profesional,-Que el cuerpo que encontramos es el de Monteen Hopkins.

Miró sus vacías manos, grandes manos con pelo dorado en el dorso.-Tenía miedo de que dijera eso.-Dijo, quedándose en silencio unos minutos.-Venga, vayamos a tomar algo. Yo fui el que vomitó en la escena, y hasta mi estómago ruge mostrando que tengo hambre. Así que supongo que el suyo también.

Le miré un largo momento, tratando de pensar qué quería. Pero era una puerta cerrada para mí, ya que estaba vivo. Finalmente, asentí.

Las uñas de mis pies no estaban totalmente secas, así que a pesar del frio aire otoñal, me subí a su coche con los pies descalzaos. Pareció encontrar eso divertido. Hollis Boxleitner era un hombre brusco con una nariz curvada, una cara ancha, una sonrisa llena de blancos y brillantes dientes, aunque en aquel momento no sonreía. Su rubio y claro pelo era como el cristal.

—¿Siempre ha vivido en Sarne?-Pregunté, después de haber aparcado ante el Sonic y que hubiera pedido dos batidos de chocolate a la máquina.

—Desde hace diez años.-Dijo.-Me mudé aquí en mis dos últimos años de instituto, y me quedé. Estuve en un par de residencias universitarias, pero dejé las clases al cabo de un año.

—¿Ha estado casado? ¿Por eso Teenie era su cuñada?

—Sí.

Asentí.-¿Hijos?

—No.

Quizás sabía que el matrimonio no iba a durar.

—Mi mujer era la hermana mayor de Monteen.-Dijo.-Mi mujer está muerta.

Eso fue toda una sorpresa. Suspiré. Mientras Hollis pagaba los batidos, noté que iba a aprender cosas nuevas sobre Teenie Hopkins, quisiera o no.

—Conocí a Monteen cuando tenía trece años. La recogí en una carretera que pasa cerca del pueblo, mientras estaba de patrulla. Era muy obvio que era menor de edad y que no tenía motivos para estar allí. Hizo señales al coche patrulla. Estaba totalmente ida. Conocí a Sally cuando llevé a Monteen a casa aquella noche.-Se quedó en silencio un rato, recordando.-Me gustó mucho Sally, la primera vez que la vi. Era una chica normal, con mucha dulzura en ella. Teenie era demasiado salvaje.

—Así que los Teague no podían haberse alegrado más de que usted saliera con su hija.

—Se podría decir así. Teenie lo sacó de su madre. En aquel momento, Helen bebía mucho, y llegaba a casa cuando quería. Pero Helen consiguió cambiar, dejó de beber. Cuando la madre de Teenie se reformó, Teenie lo hizo también.

No era así como Sybil me lo había presentado, en nuestro segundo encuentro. Anoté eso para más tarde.

—¿Cómo la contrataron?-Preguntó.

Chupé la pajita, pensando en cómo abordar el tema. Era un buen batido, pero había sido un error tomar una bebida fría en un día de otoño y encima descalza. Tuve un escalofrío.

—Va de boca en boca. Así es como me contrataron aquí; Terry Vale escuchó algo sobre mí en una conferencia del ayuntamiento. Los agentes de la ley hablan entre ellos, en las convenciones, por email. Y algunas veces he salido en revistas.-

Asintió.-Supongo que no puede poner anuncios.

—A veces, lo hacemos. Es complicado escoger las palabras correctas.

—Puedo imaginármelo.-Sonrió. Entonces volvió a ponerse tenso.-¿Usted solo... los siente?

Asentí.-Veo sus últimos momentos. Como un video. ¿Puede encender la calefacción?

—Sí, ahora mismo.-Un minuto más tarde, dejamos el Sonic y estábamos cruzando Sarne.

—¿Cuántos agentes trabajan aquí?-Trataba de ser educada. Había un río bajo nosotros, y el agua se movía rápidamente.

—A tiempo completo, ¿Además de mí? El sheriff, y dos ayudantes más.

—No es mucho.

—No durante esta época. Ahora, solo vienen turistas para ver el cambio de estación. Vienen a ver los colores. Son muy tranquilos.-Hollis sacudió su cabeza para mirar las hojas.-En verano, somos seis personas. Controles y tráfico y cosas así.

Los ingresos de Hollis Boxleitner debían de ser escasos. Era un hombre joven, y parecía inteligente y muy capaz. ¿Qué hacía atrapado en Sarne? Vale, no era asunto mío: pero tenía curiosidad.

—Heredé la casa de mis padres aquí.-Dijo, como si respondiera a una pregunta no formulada.-Murieron cuando un camión golpeó el coche en el que iban.-Asintió agradecido cuando dije que lo sentía. No quería hablar de sus muertes, y eso era algo bueno.-Me gusta cazar e ir de pesca, y la gente. En verano, trabajo un poco ayudando a mi cuñado; tiene una tienda de rafting, alquila canoas a los turistas. Trabajo unos tres meses, pero me ayuda a aumentar mis ingresos. ¿Qué hace su hermano, cuando no le ayuda?

—Siempre está conmigo.

Hollis pareció estar meditando como decirlo amablemente.-¿Eso es todo lo que hace?

—Es suficiente.-El pensamiento de que trabajara por su cuenta me hizo estremecer.

—Entonces, ¿Cuánto cobra por sus servicios?-Preguntó, con la mirada puesta en la carretera.

Esperaba que eso no fuera a tener implicaciones ocultas. Me quedé en silencio.

Pasó un rato hasta que Hollis se sintió incómodo, mucho más de lo que le cuesta a la gente normal.

—Quiero contratarla.-Dijo, como explicación.

No me esperaba eso.-Cobro quinientos dólares.-Dije.-Cobro cuando identifico el cuerpo.

—¿Y si se conoce la localización del cuerpo? ¿También puede determinar la causa de la muerte, verdad?

—Sí. Por supuesto, cobro menos si no tengo que buscar el cuerpo.-Algunas veces la familia quiere saber de otra forma la causa de la muerte.

—¿Se ha equivocado alguna vez?

—No que yo sepa.-Miré por la ventana hacia la ciudad.-Cuando puedo encontrar el cuerpo, claro está. No siempre lo hago. A veces, no hay suficiente información disponible para indicarme dónde buscar. Como la chica de Morgenstern.-Me refería a un caso que había salido en los periódicos el año pasado. Tabitha Morgenstern había sido raptada en una carretera comarcal en Nasvhville, y nunca la habían vuelto a ver. Saber donde ha desaparecido la persona no suele ser suficiente. Quizás fue tirada en cualquier lugar, en Tennessee, Mississippi o en Kentucky. No había suficiente información. Tuve que decirles a los padres que no podían.

Aunque el cementerio todavía no era visible, sabía que nos acercábamos a uno. Podía notarlo por los zumbidos en mi piel.-¿Qué edad tiene el cementerio?-Pregunté.-Supongo que es el más nuevo.

Aparcó a un lado de la carretera tan bruscamente que casi solté mi batido. Me miró, sorprendido. Le había asustado.

—¿Cómo demonios...? ¿Pasaste con tu hermano por aquí antes?

—No.-Estábamos bastante lejos de las calles por las que los turistas merodeaban, cerca del límite y lejos de los reclamos turísticos.-Es lo que hago.

—Es el nuevo cementerio.-Dijo Hollis.-Los viejos...

Giré mi cabeza hacia un lado, estimando.-Están al sureste de aquí. A unos cuatro kilómetros.

—Dios, mujer, es usted aterradora.

Me encogí de hombros. A mí no me aterraba.

Dijo.-Puedo darle trescientos. ¿Hará algo por mí?

—Si, lo haré. Ya que no hemos investigado sus cuentas, necesitaré el dinero por adelantado.

—Es usted una mujer de negocios.-Su tono no era de admiración.

—No, no lo soy. Por eso Tolliver se ocupa normalmente de estas cosas.-Terminé mi batido, haciendo un gran ruido al sorber las últimas gotas.

Hollis giró en redondo hacia la ciudad. Fue a un cajero. El banquero trató de no parecer sorprendido cuando él le entregó la petición, y también trató de no mirarme. Quise decirle a Hollis que si fuera a hacer cualquier otro trabajo, no le molestaría tanto; si limpiase casas, no me pediría que limpiara la suya gratis ¿Verdad? Mis labios se abrieron, pero los cerré. Me negaba a tener que justificar mis acciones.

Me puso el dinero, todavía dentro del sobre del banco, en la mano. Deslicé el sobre en el bolsillo de mi chaqueta sin comentarios. Fuimos de nuevo hacia el cementerio. Aparcamos ante un camino que llevaba a las tumbas, y apagó el motor.-Vamos.-Dijo. La tumba está allí.-El día se había despejado, ahora brillaba el sol, y vi como unas grandes hojas rodaban empujadas por la brisa.

—El embalsamado anula el efecto.-Le avisé.

Abrió los ojos. Estaba pensando que había falseado mis resultados antes, de alguna manera, y que ahora me había puesto al descubierto. Y que recuperaría su dinero. Tenía una tonelada de ambición sobre los hombros.

Me acerqué a la tumba más cercana, el suelo frió bajo mis pies desnudos. Como un cementerio está lleno de muertos, es complicado obtener una lectura clara. Cuando añades las emanaciones de los cuerpos y el embalsamado, tienes que acercarte lo máximo posible.-Edad de mediana edad, murió de... ataque al corazón.-Dije, con los ojos cerrados. El nombre era Matthews, algo así.

Hubo un silencio mientras Hollis leía la tumba. Entonces gruñó,-Sí.-Respiró profundamente.-Vamos a andar ahora. Mantenga los ojos cerrados.-Sentí como me tomaba de la mano, me llevó hasta otra tumba. Me agaché para poder sentir mejor mi instinto que nunca me había fallado.-Hombre mayor.-Sacudí la cabeza.-Creo que se cayó.-Me llevó a otra tumba, esta estaba más lejos.-Mujer, sesenta, accidente de coche. Llamada Turner, ¿Turnage? Un borracho, creo.

Regresamos hacia el camino principal, y supe por la tensión de su cuerpo que estábamos ante la tumba que quería que revisara. Cuando me puso sobre la tumba, lo supe. Esta muerte era violenta, lo supe a la primera. Respiré profundamente y me agaché.-Oh.-Dije secamente. Noté que como Hollis estaba pensando tanto en esa persona me ayudaba a sentirla mejor. Podía escuchar el agua corriendo en la bañera. La casa estaba caliente, la ventana abierta. La brisa entraba por la ventana. De pronto...-¡Suéltame!-dijo ella, pero era como si yo fuera la mujer, diciéndolo también. De pronto su/mi cabeza estaba bajo el agua, y estábamos mirando al techo, y no podíamos respirar, y nos ahogamos.

—Alguien le sujetó de los tobillos.-Dije, y era de nuevo yo, mi piel, y estaba viva.-Alguien la mantuvo bajo el agua.

Después de un largo momento abrí los ojos, miré hacia abajo para ver la tumba. Sally Boxleitner, decía. Amada esposa de Hollis.

—El policía dijo que no lo podía saber. Le hicieron la autopsia.-Dijo el ayudante del sheriff.-Los resultados no fueron concluyentes. Podía haberse desmayado y deslizado bajo el agua, quedarse dormida en la bañera o algo así. No pude comprender por qué no trató de salvarse. Pero tampoco había pruebas.

Solo le miré. La gente apenada puede tener reacciones impredecibles.

—Estado de shock.-Murmuré.-O quizás no se diga así. La gente ni siquiera es capaz de defenderse, si es muy brusco.

—¿Ha visto esto antes?-había lágrimas en sus ojos, lágrimas de rabia.

—He visto de todo.

—Alguien la asesinó.

—Sí.

—No puede ver quién.

—No. No veo quién lo hizo. Solo el cómo, cuándo encuentro el cuerpo. Si usted fuera el asesino, y estuviera junto a la víctima, quizás fuera capaz de notarlo.-No pretendía decir eso: por eso necesitaba que Tolliver hablara en mi lugar. Empezaba a echarle de menos, cosa que era ridícula.-¿Puede llevarme de regreso al motel, por favor?

Asintió, perdido en sus pensamientos. Retomamos el camino entre las tumbas. El sol todavía brillaba y las hojas todavía se movían con la brisa, pero el día ya no era tan bueno. Estaba temblando ligeramente mientras mis pies tocaban la fría hierba del suelo. De vuelta hacia el coche azul de Hollis, me detuve para leer el nombre de la tumba más grande del cementerio. Había al menos ocho tumbas en la cerca y ponía Teague.

Bien. Pisé cuidosamente la que decía Dell. Estaba ahí, enterrado no muy profundamente en el suelo de Ozarks. Pasé un segundo pensado que tenía suerte de que conectar con un cuerpo embalsamado no era tan potente como con un cadáver; Hollis nunca me ayudaría igual que Tolliver. Me incliné para agudizar mi sentido, tratando de asumir lo que encontraría al entrar en contacto con el cuerpo de Dell Teague.

Suicido, y un cuerno, fue mi reacción silenciosa e instantánea. ¿Por qué Sybil no me había traído hasta aquí para mirar primero en la tumba, en vez de enviarme al bosque a buscar a Teenie? Por supuesto este chico no se había disparado a sí mismo. Dell Teague había sido asesinado, igual que su salvaje novia. Abrí los ojos. Hollis Boxleitner se había girado para ver lo que estaba haciendo, le miré a la cara.-No fue un suicidio.-Dije.

En la larga pausa que siguió, miré hacia el este y vi nubes negras acercándose. Hollis miró también. Vi algo de luz entre las nubes.

—Vamos.-Dijo Hollis.-Parece atraer a la mala suerte.

Nos metimos en el coche. De camino a Sarne, ninguno rompió el silencio reinante. Mientras miraba la carretera, deslicé el dinero de mi bolsillo y lo puse en el asiento que había entre ambos. Al llegar al motel, salí del coche rápidamente, cerrando la puerta detrás de mí y abriendo la puerta de mi habitación casi al mismo tiempo. Hollis se alejó sin decir palabra. Suponía que tenía mucho en lo que pensar.

Pegué mi oreja a la pared y escuché que Tolliver estaba en casa. Debía tener encendida la televisión. Pero esperé un minuto, ya que había pensado lo mismo en anteriores ocasiones y lo había pagado con mi propia vergüenza. Dudé, porque después de un segundo noté que Tolliver tenía compañía. Estaba dispuesta a apostar que era Janine, la camarera de la cena. Las pruebas mostraban que Tolliver era mucho más atractivo para las mujeres de lo que yo lo era para los hombres. A veces eso me molestaba. No pensaba que fuéramos muy diferentes; pensé que venía con nuestros genes. Suspiré, con ganas de patear la pared— algo infantil.

Había imaginado por unos minutos que Hollis Boxleitner se sentía atraído por mí, pero lo que quería de mí era lo que tenía que ofrecer profesionalmente, y no personalmente.

Y había una tormenta acercándose.

Cogí una novela y traté de leer. La oscuridad aumentaba fuera, y en diez minutos tuve que encender las luces. A lo lejos se escuchó un sonido brusco. Un trueno.

Me obligué a leer un par de frases. De verdad quería perderme y olvidarme de lo que estaba pasando. La mejor forma de hacerlo era meterme en un libro.

Teníamos una caja de libros se segunda mano en el asiento trasero del coche. Cuando leemos cada libro lo dejamos en algún sitio donde puedan recogerlo para leerlo. Si los libros están en buen estado, los intercambiamos. Nos paramos en todas las tiendas de segunda mano que vemos para eso. He leído muchas cosas que no planeaba leer, debido a la selección de esas tiendas. Y he leído muchos libros años después de que fueran best sellers, lo que no me molesta en absoluto.

Tolliver no lee tanto como yo. No le gustan las novelas románticas (cree que son demasiado predecibles) y las de espías (piensa que son aburridas), pero lee casi cualquier otra cosa. Novelas del oeste, de misterio, ciencia ficción, casi cualquier libro que pasa por nuestras manos. Ahora mismo tenía un ejemplar de-la zona caliente-de Richard Preston. Era una de las cosas más aterradoras que había leído nunca— pero prefería tener miedo del origen y expansión del virus del ébola que pensar en los truenos.

Antes de tratar de sumergirme de nuevo en la exploración de una cueva africana de Preston, miré al reloj. La camarera se marcharía de la habitación en una hora más o menos. Quizás para cuando llegara la tormenta, Tolliver estaría ya solo.

Con el libro abierto ante mí sobre la mesa barata, saqué mi plancha para el pelo y la utilicé. De vez en cuando me miraba al espejo. Me veía bien, pensé. No demasiado mal. Algo pálida, eso sí.

Mi hermano y yo no nos parecíamos mucho, aparte de nuestro color— perlo negro, ojos marrones. Tolliver parecía duro, secreto, como el fruto prohibido. Sus mejillas con cicatrices y anchos hombros le hacían parecer todo un hombre.

Pero yo era quién aterraba a la gente.

Sonó de nuevo un trueno, esta vez mucho más cerca. Ni siquiera el virus del ébola podía captar mi atención ahora. Traté de distraerme. El sheriff ya habría sacado el cuerpo de Teenie Hopkins del bosque ahora, y estaría de camino a Little Rock. Seguro que se alegraba de haberlo hecho antes de la lluvia. No le podía haber costado mucho, ya que no había una escena del crimen que asegurar. Por supuesto, incluso el policía más v.. .ago buscaría un poco por la zona. Me pregunté si Hollis había participado en la búsqueda. Me preguntaba si habrían encontrado algo. Debería haberle hecho preguntas a Hollis mientras íbamos en el coche. Quizás ahora estaba en el bosque, en este mismo momento.

¿Pero qué importaba? Me marcharía mucho antes de que llevaran a alguien ante la justicia. Golpeé con mis uñas sobre la mesa con un ritmo ansioso, mis pies golpeaban el suelo inaudiblemente. Apagué la luz de la habitación y la del baño.

Iba a superar esto. Esta vez, no me acobardaría.

Un boom de un trueno seguido por la brillante luz del rayo. Salté como un metro sobre el suelo. Aunque la plancha del pelo era inalámbrica, la apagué. Desenchufé la televisión y me senté en la cama, sobre la brillante y verde colcha del motel. Más truenos, y más rayos fuera en la ventana. Me estremecí, con los brazos sobre mi abdomen. La lluvia resonaba en la habitación del motel, cayendo sobre el coche, salpicando violentamente contra el suelo. Otro rayo de luz. Hice un pequeño ruido, involuntariamente.

La puerta que había entre ambas habitaciones se abrió y Tolliver entró, con una toalla rodeando su cintura, su pelo todavía mojado de la ducha. Vi un movimiento en su habitación; la camarera, poniéndose la ropa, molesta.

Se sentó en el extremo de la cama junto a mí, con su brazo rodeando mis hombros. No dijo una sola palabra. Ni yo tampoco. Me estremecí y sacudí hasta que terminó la tormenta.