11
Al darse la vuelta, Bobo vio que Fiji estaba mirando al sheriff Smith como si acabara de informarle de que la Tierra estaba hecha de masa para tarta. Alcanzaba a oírla.
—¿Cómo puede decir eso? —preguntó.
Olivia se acercó y el sheriff la observó, como hacían todos los hombres, pero ella se plantó delante de él con los brazos cruzados y expresión decidida.
—Veamos qué tiene que contarnos —dijo Olivia.
—Señor Winthrop —dijo el sheriff, y Bobo se dirigió hacia ellos como si sus pies fuesen reacios a seguir la dirección indicada.
Sabía que iba a ser una conversación desagradable, como si algo pudiera empeorar todavía más aquel día.
—Fiji —dijo al llegar junto a ella—. ¿Qué pasa?
Fiji no medió palabra, pero tampoco se fue, al igual que Olivia. A Bobo le dio la sensación de que al sheriff le habría gustado pedirles que se marcharan.
—Acabo de tener noticias de uno de mis ayudantes —anunció Smith mirando directamente a Bobo—. ¿Qué le contó Aubrey Hamilton acerca de su pasado?
Desde luego, Bobo no se esperaba aquello.
—¿A qué se refiere? —dijo intentando comprender el significado de la pregunta de Smith. Notaba la cabeza densa como el algodón, y la tristeza lo había vuelto lento y estúpido—. Cuando la conocí trabajaba en Davy. Era camarera en el Lone Star Steakhouse.
—¿Qué le contó acerca de su pasado?
Sin duda, aquel era un giro ominoso, pero Bobo dijo:
—Me contó que sus padres habían muerto y que su hermana la había echado de casa al cumplir los dieciocho… y que se las había apañado sola desde entonces.
—Eso es lo que les contó también a sus compañeros del asador. Hablamos con ellos cuando dio usted parte de su desaparición. Sin embargo, uno de mis ayudantes indagó un poco más cuando recibimos la llamada para venir aquí. Es la única persona desaparecida que tenemos en nuestros libros. Nada de eso es cierto.
Bobo notó la sacudida hasta los huesos.
—¿Qué está diciendo? —preguntó.
Miró a Fiji, que tenía la cabeza gacha, como esperando una revelación.
—Sheriff, ¿insinúa que Aubrey se inventó a sí misma? —preguntó finalmente.
—Exacto. Su nombre era Aubrey Hamilton, eso es cierto —respondió Arthur Smith—. Pero sus padres están vivos y no tiene hermanas. Tiene un hermano y ya había estado casada antes.
—Pero yo la conocía —intervino Bobo, que creía que si decía lo suficiente, borraría las palabras del sheriff—. Vi su carnet de conducir. La conocí por casualidad… —Entonces recordó a los dos hombres que habían entrado en la casa de empeños y dejó que una nueva idea calara en su cerebro—. Creía que la conocía.
—¿Cómo la conoció? —preguntó el sheriff.
—Me encanta el Lone Star Steakhouse —dijo Bobo—. Voy al menos una vez cada dos o tres semanas a comer un bistec. La conocí allí.
Olivia se puso colorada de rabia.
—Hija de la gran puta —gruñó, y salió en estampida.
Bobo observó al resto de los residentes congregarse a su alrededor y Olivia empezó a hablar, levantando las manos de vez en cuando a causa de su indignación.
—Olivia no tiene ningún problema en creerse que Aubrey era una mentirosa —farfulló Bobo mientras aceptaba la enormidad de la revelación sobre la mujer a la que amaba.
—Yo tampoco —dijo Fiji casi con un susurro.
Con torpeza, lo abrazó y Bobo percibió su infelicidad, la infelicidad que sentía en su nombre.
El resto de los habitantes de Midnight se había reunido alrededor de Olivia. Incluso Madonna, que había estado mirando amenazadoramente a la multitud desde la camioneta, se acercó con Grady en brazos.
Smith soltó un fuerte suspiro de exasperación. Bobo supuso que no tenía planeado contárselo a toda la comunidad de golpe o tan pronto. Pero el sheriff debió de decidir sacar partido de la situación, ya que alzó la voz al nivel de un anuncio público.
—Lo mejor es que se lo diga a todos a la vez. Aubrey Hamilton no era la mujer que decía ser. Para ser más exactos, era Aubrey Hamilton Lowry.
La gente de Midnight se acercó a Smith, Bobo y Fiji. Bobo notó que todos estaban tensos y enfadados, y si hubiera tenido espacio para cualquier otra emoción, se habría conmovido.
—¿Estaba casada?
Parecía que al reverendo le hubieran arrancado las palabras de la garganta. Resultaba aún más severo de lo habitual.
—Lo estuvo —puntualizó el sheriff—. Aunque en el restaurante les dijo que se había divorciado y que iba a cambiar toda la documentación legal para recuperar su nombre de soltera. Su marido, Chad Lowry, fue tiroteado por unos agentes de policía en Phoenix, Arizona.
—¿Tiroteado por qué? —preguntó Teacher.
—Por robar un banco.
—¿Era delincuente profesional? —preguntó Bobo, que casi esperaba que fuera así.
—No exactamente —dijo el sheriff—. Formaba parte de un grupo supremacista blanco, Hombres por la Libertad. Tienen su sede en Arizona, pero hay sucursales en todos los estados del sudoeste, incluido Texas.
—No —dijo Bobo. Se volvió hacia Olivia Charity—. Todo forma parte de lo mismo.
—¿Qué? —preguntó ella, entrecerrando los ojos al mirar a Bobo, que captó la advertencia un segundo después.
—Todo forma parte de su engaño —dijo Bobo, desviando bien la situación—. Fui un idiota al pensar que me quería.
Todo el mundo se sintió sumamente incómodo ante aquellas palabras y apartaron la mirada. Todos menos Fiji. Él la miró a los ojos y no vio nada, excepto resolución.
—Fui un idiota —repitió en voz baja.
—No —replicó Fiji—. La idiota fue ella.
Se oyó un grito al final de la pendiente y todos se dieron la vuelta. Una ayudante, con el pelo negro recogido en una coleta, llevaba en la mano una bolsa de plástico que contenía una vieja pistola. Smith se acercó a ella y la sostuvo en alto para examinarla bien.
Todos guardaron silencio. Bobo no sabía qué pensaban los demás, pero él había vuelto a aquella tierra en la que las revelaciones desagradables eran la norma. Hacía tiempo que no vivía allí y no quería regresar jamás.
Vio con el rabillo del ojo que Olivia estaba justo detrás observando la pistola.
—Conozco esa arma —dijo, intentando hablar en voz baja, pero, por supuesto, Fiji la oyó.
—¿De qué? —preguntó, también en voz baja.
Bobo quería contar la verdad, aunque solo fuera a Fiji.
—Estaba en la tienda —dijo—. Llevaba años allí.
El sheriff les indicó que podían irse a casa.
—Volveremos a hablar con cada uno de ustedes más tarde —dijo—. No salgan del pueblo hasta que alguno de nosotros los haya interrogado.
La caminata de vuelta a Midnight pareció el doble de larga que el trayecto hasta el río. En silencio, se arrastraron rumbo al pueblo, sin hablar, sumidos en sus pensamientos. Bobo caminaba en solitario, pues no era capaz de soportar la compañía de nadie, ni siquiera la de su gran amiga Fiji. Cuando llegaron a la casa de empeños, Bobo ya había sacado las llaves del bolsillo y entró por la puerta lateral para ir a su apartamento sin decir nada.