Capítulo 36

Imagen

 

 

 

—¡La madre que me parió! —exclamó Cien—. ¿Se sabe quién mató a Angus O’Leary?

—No, fue uno más de los casos no resueltos de la Isla de las Mil Lágrimas. Había muchos roces entre los inmigrantes, y las disputas se dirimían muchas veces a navajazos.

—¿Y los otros dos, padre e hijo? —dijo Bosco—. ¿Les has seguido la pista?

—Sí, pero hay poca cosa. El padre murió tres años después de neumonía y fue enterrado en el cementerio irlandés, junto a su hijo Angus. De Sean O’Leary no se sabe nada, su rastro se desvaneció cuando pisó tierra firme. Tenía dieciséis años cuando llegó en 1940. Si siguiera vivo, ahora tendría noventa y un años.

—Son muchas coincidencias, más allá del nombre. Las islas Skellig, su relación con la Isla de las Mil Lágrimas, la muerte de su hermano por una puñalada… Sin embargo, ese chico no puede ser este Sean, no si nació en 1924.

—Esto se acerca a lo que yo creía. Cabe la posibilidad de que se trate de una secta familiar de asesinos —dijo Cien—. Escuchad esto. El hijoputa de Sean O’Leary llega en 1940 y se carga a su hermano por cualquier disputa familiar. Le coge el gustillo y después se dedica a matar a otros jóvenes, aunque al principio no señala sus crímenes con tatuajes ni otras chorradas. El tío procrea, tiene hijos o familiares tan locos como él y siguen matando. No me miréis así, joder. Hay cientos de casos documentados de familiares que han asesinado juntos. Allá por 1966 alguno de esos cabrones decide mejorar la obra del viejo Sean original, se vuelve más… creativo y comienza a tatuar a los fiambres. Repite la operación en 1990 y vuelve a repetir en estos días. Eso sí, es viejo, ya no puede matar él solo y recurre a la nueva generación. Podemos estar ante tres o cuatro generaciones de asesinos.

Bosco estaba totalmente desconcertado. Hasta ahora había creído que el escultor de cadáveres tendría unos sesenta y pocos años, lo que significaba que había cometido sus primeros crímenes cuando era un adolescente. Era posible. Pero si había participado en los asesinatos cometidos en la década de los cuarenta, entonces no podía tratarse del mismo hombre. Solo había dos alternativas: o era un imitador o un continuador de la saga. Aun así, Bosco tenía la fuerte sensación de que se les escapaba algo clave, algo que tenían delante de las narices y que les haría comprender el misterio. Tenía la misma sensación que cuando intentaba recordar algo, como el título de una canción, pero solo lograba rozarlo, sin atraparlo. Con las canciones era fácil; siempre podía preguntar a alguien o consultar en internet, y problema resuelto. Pero con el caso del escultor era diferente. No había a nadie a quién preguntar ni ningún lugar en el que hallar la respuesta correcta.

—No lo acabo de ver —sentenció—. ¿Por qué mataría Sean a su propio hermano?

—¿Y por qué mata a los demás chicos? Aún no sabemos qué le lleva a matar, desconocemos su motivación, su patrón.

—El escultor insiste en que todas sus víctimas son culpables —dijo Bosco—. Ese es el único patrón reconocible. El problema es que son culpables en su cabeza. Aunque tengamos los casos de Han Alone y Amon Polk, el resto de chicos estaban empezado a vivir la vida.

—Tú lo has dicho, Guapo. El modus operandi es su puta locura, no le hace falta nada más para matar. No nos perdamos en ese terreno. Yendo a lo práctico, sabéis tan bien como yo que los asesinatos de este verano no los ha cometido un anciano de noventa años. Vosotros dos le habéis visto y os habéis enfrentado a él.

El teléfono de Bosco interrumpió la reunión. Lo tenía en la mesa, junto a sus notas. Era un número oculto.

—Al habla Bosco Black.

—Hola, Bosco. Nos alegramos de que te hayas repuesto de tu… pequeño percance. —Era la voz del escultor.

—Gracias, Sean.

—Sentimos haberte golpeado, pero no nos dejaste muchas opciones, ¿recuerdas? Incluso nos disparaste. Fue muy… desagradable.

—¿Qué esperabas que hiciera, Sean? Me pagan por atrapar a gente como tú.

—Me gusta oírte pronunciar nuestro nombre… Bosco, Bosco, Bosco. El tuyo también suena bien, darás la talla.

—¿Qué quieres de mí, Sean?

—Charlar un rato, como buenos amigos. Nos hemos enterado de que has hablado con el bueno de Andy Bates. Un gran tipo, ¿eh? Espero que te haya aclarado todas tus dudas.

—Lo ha hecho.

—Porque dudabas, ¿verdad? Pensabas que Han Alone no era culpable, incluso llegaste a pensar que nosotros teníamos algo que ver. ¿Crees que lo que hizo Andy Bates está mal? Fabricar pruebas para que condenaran a Han Alone a la pena de muerte.

—Yo no lo hubiera hecho.

—¿Estás seguro? Bates te lo contó todo, ¿verdad, Bosco? Uno de los chicos no tenía más que nueve años. Seguía vivo unas horas después del ataque de Alone y pudo hablar con Bates. El niño le describió perfectamente, sin lugar a error, sus pantalones, su pelo, sus gafas de espejo, su anillo de águila. Y no le conocía de antes, nunca le había visto, no se lo pudo inventar. Pero el chico murió, no pudo testificar. Y los abogados defensores lograron anular el testimonio de Bates. Según ellos, estaba contaminado porque su sobrino había muerto en la masacre. Contéstame otra vez: ¿de verdad crees que Bates hizo mal al fabricar esas pruebas? Solo perseguía la justica, igual que tú. Igual que nosotros.

—Tú no buscas la justicia, matas indiscriminadamente a gente inocente. Puede que Han Alone se merezca la muerte, pero qué pasa con los demás.

—Todos la merecían. Todos. Ya habéis tenido tiempo de descubrir algunos más, ¿no? Amon, Lammer, Gates… No eran angelitos.

—Has matado a mucha gente que no había cometido ningún delito.

—No lo habían cometido todavía, pero lo harían, con el tiempo lo harían. La mala hierba hay que cortarla de raíz. ¿No conoces el dicho? Es aplicable tanto a la especie vegetal como a la humana.

—Eres un loco, un miserable asesino.

—Somos un juez, hacemos nuestro trabajo aunque sea duro de sobrellevar. ¿Crees que a nosotros nos gusta? ¿Crees que disfrutamos? Lloramos cada muerte, créenos. Pero ya queda poco, solo nos quedan dos peldaños para completar nuestra ascensión. Y el primero lo subiremos gracias a una linda muchachita que está aquí, a nuestro lado. Eli, querida, ¿quieres saludar al tío Bosco? Vamos, cariño, no seas tímida.

Boscó escuchó unos gemidos al otro lado del auricular y sintió que la sangre se le congelaba en las venas.

—No… Por favor… Por favor… No me haga daño, se lo suplico —oyó decir a una voz infantil, aterrada.

—Como la toques, te mataré.

—Ahórrate tus amenazas, Bosco. Se nos agota la paciencia y el tiempo. Ya te he dado elementos suficientes para que creas en la obra, es hora de cerrar el ciclo. Si quieres volver a ver a la chica con vida, no involucres a nadie más y escúchanos atentamente. Esto es algo entre tú y yo.