Capítulo 17

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—¿Y por qué coño no estás muerto?

—No lo sé —contestó Bosco

—Mierda, Mierda ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido capaz de ocultármelo?

—No tengo excusa.

—¡Claro que no! Soy yo, Cien… No uno de esos gilipollas del departamento. Que se lo ocultes a Connor ya me parece mal, esto es algo muy gordo, pero que no confíes en mí.

—No debí hacerlo, pero estaba… desconcertado. Creía que el escultor había salido de mi vida para siempre, pero cuando vi el tatuaje en el cuerpo de Matt Adams… Estuve a punto de decírtelo, pero estaba Sander allí, y… no lo hice. Después no encontré el momento y perdí el control de la situación, me sentía superado. Voy a llamar a Connor, tiene que saberlo. —Bosco sacó el móvil.

—¡Quieto, qué coño haces! A buenas horas, Einstein. Si se lo cuentas ahora estarás jodido. Te empapelará, te joderá vivo, te echará del cuerpo. Tenías que habérselo dicho al principio. Presentará cargos contra ti por obstrucción, ocultar información y todo lo que se le ocurra, y se lo pondrán muy fácil.

—Ya he cometido demasiados errores, tengo que…

—En eso estoy de acuerdo, ya has cometido demasiados errores, así que cállate la boca. Si se lo cuentas a Connor, perderás tu trabajo… y perderás a tu hijo. Y lo mismo pasa con Sander. Es un lameculos; si él se entera, le irá con el cuento.

Aunque no compartía la opinión que Cien tenía del chico, Bosco no le contradijo. Su ojo palpitaba con fuerza.

—Cuéntame cómo paso. Todo —le ordenó Cien.

Se habían citado en su pequeño piso. Bosco había llamado a Cien y le había pedido que fuera a verle en cuanto pudiera. Su amigo detectó algo en el timbre de su voz que le extrañó, y aunque estaba relajándose en el Blue Oyster, dejó lo que tenía entre manos y acudió de inmediato. Bosco tomó aire profundamente, lo expulsó, y comenzó a narrar su historia.

—Yo tenía dieciocho años recién cumplidos. Me ganaba la vida trabajando en el puerto y cumpliendo algunos encargos para unos tíos. Ya sabes, cobrar deudas, intimidar a los que se retrasaban en el pago de la maría… Nada demasiado feo. Por las noches, iba al gimnasio de Carter a reventarme las manos contra quien quisiera ponerse en frente. Cualquier cosa antes que pasar demasiado tiempo en casa. Mi madre estaba enferma y casi no me hablaba con mi hermana. —Bosco hizo una parada y se encendió un cigarrillo—. Una de esas noches, al salir del gimnasio, volví a casa dando un paseo por el río. Fue en el verano de 1990. El escultor de cadáveres tenía atemorizada a todas las madres de la ciudad, había matado a seis jóvenes en seis semanas. Yo no tenía miedo, conocía el barrio, conocía la noche, era joven y estaba convencido de que nada podía sucederme. Medía metro noventa y tenía el cuerpo musculado por el trabajo en el puerto y el entrenamiento en el gimnasio. Además, llevaba una pistola para ayudarme en mis trabajitos. Si al escultor se le ocurría acercarse a mí, iba a salir bien jodido. —Bosco esbozó una sonrisa—. Pero no fue así… Ni siquiera lo vi venir… No sé de dónde salió ni cómo lo hizo, pero lo último que recuerdo de esa noche es que estaba en el Parque de los Ecos, contemplando la luna llena. Me desperté a la mañana siguiente, tirado en un callejón cercano y con un fuerte dolor en el pecho. Tenía esta… esta maldición tatuada aquí. —Bosco se llevó la mano al corazón.

—¡Joder! Y claro, no fuiste a la policía. ¿Por qué? Sabías que el tatuaje era la marca del escultor ¿no?

—No estaba seguro de que hubiera sido él… Yo seguía vivo. Había leído los periódicos, sabía que el escultor mataba a la gente y luego tatuaba a sus víctimas algo mucho más complejo que un triángulo y uno ojo. También estaban la jaula, el pájaro y la escalera. Pensé que había sido alguna broma macabra, alguien que había decidido meterle el miedo en el cuerpo a un chaval. Por aquel entonces yo tenía muchos enemigos.

—Veo que en eso no has cambiado.

Bosco torció la cara, en una triste imitación de una sonrisa.

—Además, mi relación con la policía no era muy buena. No tenía muchas ganas de presentarme voluntariamente en una comisaría. Pero había algo más.

—Vamos, larga.

—Fue algo muy extraño. Cuando me desperté y vi el tatuaje de mi pecho… por un instante… me pareció que brillaba con una luz anaranjada.

—¿Qué cojones estás diciendo? En esa época te metías de todo, estarías flipando.

—Puede, no lo sé. Pero yo creía… No, sentía que aquel tatuaje no era normal. En el fondo sabía que no era obra de un bromista, aunque trataba de convencerme de lo contrario.

Bosco se quedó callado. El cigarrillo se había apagado mientras hablaba. Se encendió otro y dio una larga calada.

—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿No volviste a verle más?

—No. Aunque él a mí, sí.

—¿Qué coño quiere decir eso? Guapo, no estoy para acertijos.

—Después de que el tatuaje apareciera en mi pecho, anduve con mil ojos. Dejé de ir al gimnasio y me retiré momentáneamente de mis pequeños negocios. La cicatriz dolía cada día más, pero no parecía infectada, así que me aguanté y no fui al médico. Cerca de casa había un bloque de oficinas que estaba abandonado y tapiado. Conocía una entrada oculta y utilizaba el lugar para guardar la mercancía que no quería que cayera en manos ajenas. Le dije a mi hermana que me iba unos días de la ciudad. Compré comida, agua, me llevé unos cuantos libros y me encerré en mi pequeño búnker. Poco a poco le fui perdiendo miedo a la situación, aunque el maldito dolor no se iba. Después de seis días encerrado, decidí que ya era el momento de salir. Y entonces volvió a suceder. Perdí el conocimiento y, al recuperarlo, me encontré tirado en el suelo de mi pequeño escondite. Tenía la camisa rasgada y la gasa con la que me cubría el tatuaje había desaparecido. Él había estado allí, podía olerlo… Era un olor dulce, como a caramelo quemado.

—Eres un hijo de puta. Por eso le insististe a Connor en que probablemente utilizaba algún tipo de gas narcótico con sus víctimas. Creías que lo había usado contigo. ¿Pero por qué no te mató? ¿Por qué tanto rollo si al final te dejó vivo? Se arriesgó en el parque, te tatuó el pecho con el triángulo y el ojo. Después te siguió, te encontró en tu cuchitril y te durmió, pero no te rajó el corazón. ¿Por qué?

—No lo sé. Forma parte de su ritual, a la mayoría de sus víctimas las mata y después les tatúa el pecho con toda su parafernalia, pero a otros les duerme, les tatúa el triángulo y el ojo, les deja vivir y les sigue. A algunos de estos termina matándolos de todos modos. Lo hizo en 1990 con Josh Truman y Linda Harding. Y hace una semana hizo lo mismo con Matt Adams. Les tatuó varios días antes de matarlos, por eso había esa diferencia en las cicatrices. Pero a otros… A otros les tatúa, les vigila y les deja vivir… Como a mí.

—¿Por qué coño hará eso? Aparte de porque está tarado. ¿Y por qué a ti no? ¿Qué te hace diferente? Quizá sea por lo que hiciste durante esos días. Tal vez, le complaciste de algún modo.

—No lo creo. Solo cobré un par de deudas y me encerré a leer en una ratonera. Tiene que haber algo más.

—¡Joder! Entonces es posible que haya gente ahí fuera con ese tatuaje desde hace más de cincuenta años. Gente a la que el escultor les ha visitado y les ha dejado vivir.

—Es probable. Y hay algo peor. Puede que ahora mismo haya alguien, un adolescente, al que le haya tatuado recientemente. Un pobre chico que no sabe que la muerte le pisa los talones, a la espera de si el escultor decide matarlo o dejarlo vivir.

—La madre que me parió. ¿Dónde coño estamos metidos, Guapo?

Bosco no tenía la respuesta.

—De todas formas, hay algo especial en ti —siguió Cien—. Ese tío pudo dejar a más gente con vida con su jodido dibujito de regalo en el pecho, pero solo se interesa por ti. Tu número de placa está tatuada en la llave. Y se ha puesto en contacto contigo. Solo te quiere a ti. Cuando te llamó desde el teléfono de tu hijo, ¿qué te dijo? Y no me cuentes el mismo rollo que le soltaste a Connor porque no me lo trago.

—Digamos que no conté todos los detalles.

—Pues ya lo estás haciendo o te arranco las pelotas de un mordisco. Y hablo en serio, no tendría ni que agacharme.

Bosco suspiró. No le quedaba más remedio que rememorar la conversación y contársela a Cien.

 

—Bosco —dijo una voz suave al otro lado de la línea—. Ha pasado mucho tiempo… Teníamos muchas ganas de volver a hablar contigo.

—¿Cómo debo llamarte? Estoy en desventaja, tú conoces mi nombre, pero yo no el tuyo.

—Nombres, nombres… No son nada más que etiquetas, nosotros no las necesitamos.

—Dices que ya hemos hablado. Me debe fallar la memoria. Sé que nos hemos visto, bueno, qué tú me has visto, pero yo a ti no y tampoco hemos hablado.

—Te equivocas, Bosco, excepto en eso de que te falla la memoria. —Soltó una risita—. Ya hemos hablado, aunque tú estabas un poco aturdido y nosotros tuvimos que llevar todo el peso de la conversación. Fue… interesante.

—¿Cuándo sucedió? ¿La primera vez, cuando me tatuaste? ¿O después, cuando me hiciste una visita a mi pequeño refugio?

—Eres un chico listo, Bosco. Por eso nos gustas. Fue en tu pisito de soltero. En el parque hubiera sido muy poco íntimo.

—¿Y a qué debo que me prestes tanta atención?

—Ya lo sabes, eres nuestro ojito derecho. Nuestro trabajo inacabado.

—¿Vuestro? Creía que trabajabas solo.

—No nos hagas perder el tiempo, no nos queda demasiado como para malgastarlo. Pero no… no nos enfademos. Aún nos queda un camino muy hermoso que recorrer juntos.

—¿Juntos? No lo creo. A ti te queda poco. Has matado a diecinueve inocentes, pero no matarás a más. Eres un viejo, no podrás seguir ese ritmo y te estás volviendo descuidado. Te encontraré.

El escultor rio a carcajadas.

—¿Inocentes? Nunca hemos matado a un inocente, créeme.

—Por el amor de Dios, eran solo niños.

—Juventud no es sinónimo de inocencia. Tú deberías saberlo mejor que nadie, ¿no crees? ¿Tú eras inocente, Bosco? ¿Lo eres ahora? ¿De cuántos pecados eres culpable?

—Maldito cabrón.

—Excelente, excelente. Eso es lo que queremos. Un poco de pasión y que nos encuentres. Por eso somos un poco más distraídos con nuestro trabajo. Tienes que acercarte, tú eres nuestra liberación, nuestra llave al paraíso, al descanso.

—Si lo que queréis es encontrarme podemos hacerlo ya. No hace falta que mates a nadie más ni que esperes más tiempo. Veámonos cara a cara.

—No, Bosco, todo a su debido tiempo. Debes aprender, comprender por ti mismo tu función, tu papel en este juego. Si te lo contamos no valdría de nada, no nos creerías. Investiga, Bosco, haz tu maldito trabajo. Resuelve el rompecabezas, el rompecabezas, Bosco. Anticipa el presente, escarba en la cárcel del pasado y encuéntranos. Si no, otros cinco inocentes como tú los llamas serán ajusticiados. Adiós, Bosco, nos reuniremos en el rectángulo del honor. Ah… y recuérdalo: debes creer.

—No, espera. ¡Espera!

 

Así acabó la charla con el escultor de cadáveres. Bosco se levantó y contempló la ciudad desde la ventana de su salón. La incontinencia verbal de Cien había sido sustituida por un silencio que incomodaba a Bosco. El pequeño inspector parecía concentrado, rumiando la conversación que le acababan de contar. Bosco se encendió otro cigarrillo. Cuando ya iba por la mitad, Cien habló.

—Resuelve el rompecabezas, en el presente y en el pasado.

—¿Qué quieres decir?

—Está claro que quiere que le encuentres, a saber para qué. Pero antes tenemos que completar su puto puzle, el rompecabezas que tatúa a sus víctimas —insistió Cien—. Anticipa el presente… Se refiere a la localización de sus futuras víctimas, eso lo sabemos. Escarba en la cárcel del pasado… ¿Qué cojones querrá decir?

—Quizá tenga que ver con nuestro primer encuentro.

—No lo creo, Guapo. Hablaba del rompecabezas, la cárcel del pasado tiene que ver con algún elemento de su maldito tatuaje. —Cien sacó una foto del pecho tatuado de Matt Adams, la primera víctima de la última hornada—. Él es el pájaro encerrado dentro de la jaula, tú eres la llave para salir de allí, la escalera es su camino de sangre, un crimen por cada por cada escalón. Con los añadidos al tatuaje nos dice el lugar dónde va a cometer su siguiente asesinato, anticipar el presente… Solo queda este otro.

Cien señaló la inscripción de números y letras rodeados de una valla de rosas y la leyó voz alta.

—CDLM 06541. Esto es el pasado. ¿Pero qué mierda significa?

Bosco observó la inscripción. La habían estudiado hasta la extenuación sin llegar a una conclusión convincente. No representaba nada que tuviera lógica o aplicación con respecto al caso, y Bosco tenía serias dudas sobre la teoría del pasado de Cien. El escultor era un embaucador. Contaba solo lo que le interesaba, no había que buscar literalidad en sus palabras.

—Al menos no te quiere muerto… De momento.

—Le he dado mil vueltas al asunto, no me lo quito de la cabeza. No sé qué quiere de mí, por qué me dejó con vida, ni por qué me busca ahora.

—Ha dicho que le queda poco tiempo. Se hace mayor, no podrá volver a matar dentro de veinticuatro años. Quiere completar su labor, acabar con el trabajo que dejó inacabado. Eres parte de su ritual… Su ritual final.

—¿A qué te refieres?

—A que creo que tú serás el muerto número ocho de esta oleada. La última víctima de su carrera. Eres la puta guinda de su pastel macabro. Está como un cencerro. Fíjate en lo que te dijo: Nos reuniremos en el rectángulo del honor. ¿Qué coño es eso?

Bosco iba a contestar cuando el móvil de Cien comenzó a sonar, amortiguado.

 

♪ ♫ Boy, I think about it every night and day ♪ ♫

♪ ♫ I'm addicted, wanna jump inside your love ♪ ♫

 

—¡Mierda! ¿Dónde he dejado el puto teléfono?

 

♪ ♫ I wouldn't wanna have it any other way ♪ ♫

♪ ♫ I'm addicted and I just can't get enough ♪ ♫

 

—Ahí, debajo del cojín —le indicó Bosco.

 

♪ ♫ I just can't get enough ♪ ♫

♪ ♫ I just can't get enough ♪ ♫

 

Cien maldijo y cogió el teléfono.

—Marcus Skroto al habla… Sí. ¿Qué pasa?… ¿Qué?… No me jodas… —Su cara era un poema—. ¿Dónde ha sido?… Sí, sí, vamos para allá.

Cien colgó, con la frente húmeda por el sudor.

—Otro cadáver tatuado —dijo Bosco, imaginándose lo peor.

—Uno no, dos. Un cura ha encontrado a dos chavales muertos en el altar de su iglesia… Dos hermanos gemelos… Iban disfrazados de ángeles.