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TIERRAS DE LA EXPERIENCIA, SOMBRÍAS Y HOSTILES

He de comenzar diciendo que toda mi vida podría resumirse en una frase. Es ésta: «Si mi vida no fuera divertida, sería sólo real, y eso es inaceptable».

Eso significa que, además de lo que dicen las palabras, es lo siguiente. Digamos que ocurre algo que puede percibirse como trágico, incluso al límite de lo espeluznante. Pasa el tiempo y lo ves desde el punto de vista cómico; ahora esa misma cosa ya no te puede causar ningún daño.

De manera que de lo que en realidad estamos hablando aquí es dé ubicación, ubicación, ubicación, como lo que se dice sobre el mercado inmobiliario.

Un ejemplo de cosa trágica y espeluznante sería el siguiente. Hace unos años un amigo mío Se murió en mi casa. No Contento con morirse en mi casa, se murió en mi cama. No sólo murió durmiendo, sino que lo hizo también mientras dormía yo.

Greg era uno de mis mejores amigos. No era mi novio, ni nada parecido. Es decir, no murió sobre la silla de montar, lo que me habría convertido a mí en silla de montar.

No. Greg era gay. Y eso puede convertirse en uno de los temas dé este libro.

Si invitáis a los amigos a casa como hago yo, pedidles que no hagan lo que él hizo. Básicamente por dos razones: a) Acabarán muertos, y, no importa lo creyente que uno sea, eso no puede ser nada maravilloso; y b) Harán que la anfitriona pierda los papeles durante un año, o tal vez durante tres.

Supongo que hay cierta curiosidad por conocer esta experiencia relativamente extraña, y soy consciente de que aún no nos conocemos lo suficiente, pero os aseguro que eso va a cambiar drásticamente hasta que sintáis ganas de divorciaros de mí, y por esa razón tengo unos abogados de mucho prestigio (os prometo que no me vais a sacar ni un céntimo). O quizá no os inspira ninguna curiosidad, porque ya os habéis despertado junto a un cadáver y sabéis más de lo que nadie querría saber de una cosa así. O quizá no queréis saber cómo fue. Ya suena suficientemente desagradable sin los detalles. ¿Para qué profundizar?

Pero, la verdad es que he descubierto que muchas personas sí quieren saber más, sobre este asunto del hombre que murió en mi cama. De entre las preguntas que ha hecho el público, mi favorita es: «¿Cómo te deshiciste del cadáver?», como si hubiera cavado un hoyo, metido a Greg en un saco, lo hubiera arrastrado hasta el jardín y… en fin, ya os imagináis por dónde va la cosa.

Otra pregunta favorita es: «¿Estabas desnuda?». ¡Hace quince años que no me meto en la cama desnuda! ¡Y hace veinte que no lo hago con una prenda sin mangas!

Por supuesto, la gente también hace preguntas razonables, como: «¿Qué hacía él en tu cama?». Y yo respondo: «No mucho». Cuando me la hacen cambiando un poco las palabras: «¿Por qué estaba él en tu cama?», me veo obligada a responder con sinceridad. Entonces les cuento que eran los premios Oscar en Los Ángeles (que son una especie de noche de fin de año para los sosos). Y como mi casa es uno de los centros de la sosería en la costa oeste, Greg había venido en avión hasta Los Ángeles para acompañarme a las fiestas. Venía de Bosnia, donde había estado dirigiendo una campaña presidencial, pues a eso es a lo que Greg se dedicaba. Dirigía campañas presidenciales en países poco estables. Lo mismo que les gusta hacer a los republicanos. Así que Greg y su ayudante, Judy, vinieron a quedarse conmigo. Judy dormía en mi habitación de invitados, y otra amiga mía, que es gay, también dormía en casa. Podía escoger entre dormir con mi amigo gay o con mi amiga gay. Escogí al amigo gay y fui castigada por ello. No lo volveré a hacer.

También me han preguntado qué hacía en la cama con un republicano. Para demostrar mi lealtad al Partido Demócrata les digo que, si bien es cierto que he dormido con un republicano, también lo es que he tenido relaciones sexuales con un senador demócrata.

Por supuesto, enseguida me preguntan con qué senador, a lo que contesto: «Chris Dodd».

La única razón por la que me siento autorizada a revelar esto es porque el senador Dodd habló de nuestro «noviazgo» de hace mil años cuando se presentó como candidato a la presidencia, y Paul Simon (que ahora vive en Connecticut) apoyó su campaña.

Cuando al senador Dodd le pidieron que diera más detalles de nuestra relación, respondió con coqueta timidez: «Ocurrió hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…».

Creo que fue sobre todo este comentario lo que hizo que fracasara en su intento de obtener la nominación.

También os estaréis preguntando cuál fue la causa de la muerte de Greg, así que os lo diré. Fue una combinación de apnea del sueño (ya sabéis, un poco de sobrepeso, duermes boca arriba, roncas y de pronto dejas de respirar, es como si te ahogaras) y Oxycontin (que por si alguien no lo sabe, es un fuerte calmante).

Pero Greg no era republicano en el sentido de ser una persona que vota a la derecha. No, era republicano como yo había sido la princesa Leia. Era republicano de profesión. ¿Cuántos republicanos gais y adictos conocéis? ¡Ah, sí, claro, muchos, muchísimos! Aunque Greg había estado metido desde el principio en el movimiento gay republicano que está tan presente hoy en Washington.

La verdad es que Greg era muy divertido, sobre todo para ser republicano, y tenía unas anécdotas buenísimas. Había compartido despacho con George Bush. Pero hace mucho. Cuando Dubya era sólo el hijo de George, padre. Compartieron despacho, y Greg una vez me contó lo siguiente; «¿A que no sabes cuál es uno de los muchos talentos de Bush? Es capaz de tirarse pedos a voluntad (muy a tono con su personalidad de antiguo miembro de una hermandad universitaria)». Y Greg me dijo que cuando él esperaba a alguien, Bush entraba y se tiraba un pedo en el despacho y salía corriendo, dejando a Greg solo, como alguien envuelto en una nube de humo de marihuana.

Y la gente llegaba a la reunión y se encontraba a Greg en medio de un olor espantoso.

No es muy diferente de lo que el presidente Bush ha hecho al país.

Cuando murió Greg, mi amigo Dave me dijo: «Cariño, esto es como una patada en el culo».

Y yo le contesté: «Si pudiera aislar el dolor y se quedara sólo en el culo, sería fantástico».

Y Dave añadió: «Bien, concentrémonos en eso».

¿Sabéis lo que me hace gracia de la muerte, aparte de nada en absoluto? Uno pensaría que podemos recordar cuándo nos enteramos de que no somos inmortales. A veces veo niños llorar a moco tendido en los aeropuertos y pienso: «Vaya, acaban de decírselo».

Pero no, de alguna manera conseguimos poco a poco encajar el golpe. La palabra clave aquí no es «golpe». Greg encajó bastantes, pero no esa noche en particular.

Bueno, ya basta de muerte. Quería quitarme de encima esta historia deprimente al principio del libro, porque el resto de lo que tengo que contaros es pura diversión y risas y saltitos.