CAPITULO VI

 

Luke evitó visitar a su vecina durante toda la semana. Pero por la noche, al salir al porche a descansar un rato, se sentaba de cara a la casa contigua y quedaba mirando la luz del otro porche.

Desde aquella distancia vislumbraba confusamente a Suzy y notaba cuándo se levantaba y cuándo se sentaba.

Solo en el porche, mientras Mary trajinaba en la cocina, Luke fumaba parsimoniosamente un cigarrillo en completo reposo, sin apartar la mirada del porche de al lado.

Luego, cuando se iba a acostar, cada noche sucumbía a la tentación de observar la ventana del dormitorio de la forastera.

La veía encender la luz y abrir la cama. Luego, ella cerraba la ventana y Luke resoplaba.

Había tardes que desde antes de volver al trabajo ya estaba esperando que llegara el momento de verla aparecer en el dormitorio. Luke se acostaba.

Pero ahora no se dormía en seguida.

Le costaba trabajo.

Y no reposaba como antes.

El domingo se dio una larga ducha al levantarse y vistió un traje ancla para ir a la iglesia.

Con corbata y traje, su aspecto era más «ciudadano». Resultaba elegante por su tranquila naturalidad y falta de afección.

No era guapo, con su pelo casi al rape y su rostro ancho cuajado le pecas, pero robusto y sin un gramo de grasa en el cuerpo, no habría pasado inadvertido en ninguna parte.

Bajo la escalera y entró en la cocina.

— ¿Mi café?

—Lo tienes puesto.

Luke se sentó y fumó un cigarrillo entre sorbo y sorbo de café.

— ¿Vas a la iglesia?

—Sí, ¿vienes?

—Ya estuve. ¿Has oído lo que dicen?,

— ¿De qué?

—De miss Wayne.

—Alguna tontería.

—Nada de tonterías. Cosas muy razonables.

—Las chismosas estáis de enhorabuena —dijo Luke con tono inocente.

Mary giró en redondo.

— ¡Yo no soy chismosa!

Luke se echó a reír.

—Precisamente, nada me molesta tanto como la gente chismosa —aseguró Mary—. Detesto las personas que siempre andan con cuentos de lo que dice ésta o responde aquélla...

—Es verdad, perdona mi injusticia —se burló Luke.

—Pues dicen que miss Wayne debe de ser alguna artista de cabaret.

—Oh... ¡Qué paisanos tan inteligentes tengo!

—Incluso aseguran que es atea.

— ¡Caramba! ¿Y cómo lo han averiguado?

—Una artista de cabaret no tiene por qué creer en Dios, eso es lógico.

—Sois asombrosas en vuestras deducciones.

—Aseguran que ha venido aquí para esconderse huyendo de un gánster que quiere matarla.

—Y todo eso lo habéis averiguado en una semana, ¿no?

—Yo no he averiguado nada. Me limito a repetir lo que dicen. Precisamente no me gusta meterme en lo que no me importa. Ya te he dicho que aborrezco a la gente chismosa.

—Ya lo veo —se burló Luke.

Apuró su café, y se levantó.

—Hasta luego, me voy —dijo saliendo.

Salió de la casa y la rodeó para ir a la cochera. Echó una mirada a la casa vecina.

La ventana del dormitorio de Suzy estaba abierta, denunciando que se había levantado; pero bajo el sol no se percibían en el hotelito señales de vida.

Luke entró en la cochera y se puso al volante de su coche. Salió conduciendo lentamente.

Al pasar por la ancha calle del chalet de Suzy, echó una mirada al porche.

Y siguió hacia el centro de la población.

Había ya muchos coches aparcados ante la iglesia cuando llegó.
Al dejar el suyo miró un poco sorprendido el que había al lado.
Era imposible no reconocer el fantástico descapotable una vez se había visto.

»Vaya, pues no es atea...», se dijo Luke risueñamente para sí. Entró en la iglesia con más prisa que de costumbre y avanzó por el lateral buscando entre la gente.

La vio sentada en uno de los bancos.

Ella vestía un sencillo y bonito vestido de seda gris perla, con chaquetilla del mismo género. Cubría los cabellos recogidos con un sencillo gorrito.

Parecía otra.

Luke sonrió de placer al mirarla.

Durante los oficios no estuvo precisamente muy pendiente del sacerdote.

Mary hubiera podido calificarle de ateo, o por lo menos acusarle de que le interesaban más los seres de este mundo que las cosas divinas.

Cuando los oficios terminaron procuró encontrarse con Suzy al salir.

Suzy le vio y le sonrió.

—Buenos días, señor Strew.

—Buenos días, miss Wayne —sonrió Luke.

— ¿Sale usted o se queda?

Luke había quedado parado, interceptando a la gente.

—Oh, salgo, sí.

Salieron juntos.

Suzy notó las miradas de la gente.

—Está usted transformado con traje y corbata —le bromeó—. ¿No se siente estrecho?

—Oh, no —rió Luke mirándola encantado—. Está hecho a medida, ¿qué se cree? Soy un hombre elegante.

Los dos rieron.

—Aunque lo diga en broma, es verdad que está usted elegante.

—Me voy a poner colorado...

Suzy rió.

— ¿Es usted tímido? No me lo había parecido.

—No creo serlo, pero nunca me ha piropeado una mujer.

—Pues, ¿en qué piensan las chicas de aquí? ¿Cómo pretenden casarse, si no piropean a los hombres?

—No somos vanidosos —rió Luke.

Suzy abrió la ancha portezuela de su fantástico automóvil.

— ¿Tiene usted prisa? —preguntó Luke.

Deseaba seguir mirándola, seguir oyéndola.

Se sentía como quien acaba de descubrir un mundo nuevo. Suzy parecía otra mujer.

Otra mujer que a Luke le gustaba mucho más.

Su vestido era elegante, pero sencillo; estrecho, pero sin ceñirle el cuerpo; con escote, pero no escandaloso. Y no llevaba el busto de aquella forma agresiva y violentamente provocadora.

A los ojos de Luke, el cambio la favorecía infinitamente.

—Pues no tengo prisa, pero, ¿dónde puede ir una si no es a casa?

—Hay un bar que a estas horas está bastante animado: el Henry's —sugirió Luke.

— ¿Y es acogedor?

—Si le gustan las ostras, las tienen magníficas.

—Pues vamos a verlo —sonrió Suzy.

—Es muy cerca. Podemos ir andando.

Suzy cerró la portezuela y ambos cruzaron el paseo central caminando bajo los árboles.

—No sé qué le encuentro hoy —dijo Luke, mirándola mientras caminaban—. La veo... la misma, sí, pero... distinta.

Ella sí sabía en qué consistía el cambio que Luke percibía sin encontrar la causa: le había bastado cambiar su maquillaje para dejar de parecerse a Olivia.

Había suprimido la raya de negro que bordeaba sus párpados, y había quitado de ellos una buena dosis de abéñula.

Había suprimido por completo del rostro la capa de maquillaje, dejando a la vista el tono real del cutis, y había dibujado sus labios al grueso natural y con el color quisquilla fuerte que ella prefería en vez del violento rojo graso que usaba para parecerse a Olivia.

El resultado era que el famoso parecido a Olivia que le permitía «doblar» a la famosa actriz, se había esfumado dejando paso a la auténtica personalidad de Suzy.

Pero todo aquello no se lo explicó a Luke.

— ¿Sí? No comprendo cómo puede ser... —dijo.

—No sabría decir dónde está el cambio, pero... la veo diferente.

—Eso significa que ya no me ve atractiva.

— ¡Oh, nada de eso! ¡Al contrario! La encuentro mucho más bonita que antes... y como si ahora fuese usted más joven.

—Es usted muy amable mintiendo de esta manera.

Tenía ganas de juguetear.

Y la halagaba gustar más siendo «ella misma» que cuando se maquillaba para hacerse pasar por Olivia.

—No, no estoy mintiendo —aseguró Luke, sonriendo—. Tal vez sea el vestido. Es un vestido muy elegante.

—Da gusto hablar con un hombre tan amable.

El Henry's estaba quinientos metros más allá, en el mismo boulevard Petersburg.

Había numerosas mesas ocupadas y abundante número de clientes se agrupaban en la barra.

Un pianista, un saxofón y una batería interpretaban música moderna en tono menor y un par de parejas bailaban en la diminuta pista.

Luke y Suzy ocuparon una mesa.

— ¿Cerveza y ostras? —preguntó Luke.

—Muy bien.

—Para los dos, Peter —ordenó Luke al camarero.

—Sí, señor Strew.

Suzy deslizó la mirada por el local.

—Es acogedor y agradable —aprobó satisfecha—. Me parece que aquel muchacho quiere saludarle a usted.

Luke miró hacia la barra.

Era David, elegantemente vestido, que le hacía una seña desde la barra.

— ¡Hola! —saludó Luke—. Trabaja conmigo —explicó a Suzy.

—Parece muy presumido —bromeó Suzy.

David se portaba con el desdén de un hermoso gallo en un corral de grises gallinas.

—Es muy justo que un hombre presuma a los veinte años, ¿no le parece a usted? —rió Luke.

—Si es sólo hasta los veinte, puede pasar. ¡Hum, estas ostras tienen un aspecto magnífico!

—Quien prueba las ostras de Haven, ya no las olvida nunca, señorita —aseguró el camarero.

—Creo que es un poco exagerado —dijo Luke—. Pero son buenas.

— ¿Mucho limón? —preguntó Suzy.

—A su gusto.

—Entonces mucho.

Suzy les puso limón y cogió una despegándola con la cucharita. Se la llevó a la boca.

Luke quedó en suspenso, contemplando el movimiento de los carnosos labios flexibles al succionar la ostra.

—Hum, fresquísimas —admiró Suzy.

Luke parpadeó, saliendo de su momentáneo hipnotismo.

Con poca originalidad, pensó que no le importaría ser ostra con tal de sentirse absorbido por aquellos labios.

— ¿Ha pensado usted si estará mucho tiempo entre nosotros? —preguntó.

—No lo sé, exactamente, pero acaso dos o tres meses.

—No es mucho...

Se sintió disgustado.

—Claro que aquí se aburrirá.

—Estuve una o dos veces en el cine.

— ¿Le gusta el cine?

—A veces. Pero siempre es un recurso cuando una no sabe dónde ir.

—Me gustaría servirle de guía y enseñarle la región. Tal vez se distraería.

— ¿De verdad le gustaría tomarse ese, trabajo, señor Strew?

—No lo considero un trabajo.

— ¿Quiere que le sea sincera?

—Me encanta la sinceridad.

—Desde aquella noche, la de mi llegada, que me vino a visitar usted para ofrecérseme como vecino; no ha vuelto ninguna vez, no obstante de lo cerca que vivimos. He pensado que no quería usted demasiada amistad conmigo.

— ¡No diga eso! A cualquier hombre le halagaría ser amigo de usted.

Suzy reprimía la sonrisa.

Adivinaba el motivo por el cual Luke no había vuelto a visitarla. «Le dio miedo una mujer tan explosiva —pensó divertida—. Ahora, en cambio, me ve más natural.»

—Pues me alegro de haberme equivocado, porque me encantaría aceptar esa invitación para enseñarme los alrededores.

— ¿Le gustaría hacer esta tarde la primera excursión?

—Estupendo. Cuando el sol pierda su fuerza.

—A las seis. ¿Le parece bien?

—Estaré preparada.

Quedaron un momento silenciosos.

Muchas veces creemos que las mujeres comen poco, pero esa falsa impresión se debe a la estupenda habilidad que tienen ellas para hablar sin dejar de comer, mientras que el hombre, cuando habla deja de comer.

Suzy tenía altamente desarrollada esa femenina facultad y en un abrir y cerrar los ojos hizo desaparecer las ostras.

Pero como dejó las conchas en el mismo plato que Luke, él quedó convencido de que se las había comido él todas.

—La he dejado sin ostras —lamentó—. Pediré más.

—Oh, no —rió Suzy—. No quiero explotar. Me las he comido yo todas. Pida más, si quiere, pero para usted.

Se la quedó mirando con los labios entreabiertos por una sonrisa.

— ¿Por qué se ríe?

— ¿Yo me río? —preguntó Luke.

—Me está mirando y riéndose.

—No me daba cuenta. Quizá se deba a que... me siento muy a gusto con usted.

— ¿A pesar de haberle dejado sin ostras?

Los dos rieron.

El bar había ido llenándose.

El saxofón hacía malabarismos con su timbre de tenor, el piano llevaba el ritmo, la batería hacía el contrapunto.

Sin darse cuenta, Suzy empezó también a llevar el ritmo con el pie.

—Tocan bien —dijo.

— ¿Le gusta bailar?

— ¿Qué tal lo hace usted?

—No soy un profesional.

—Vamos, si no sabe le enseñaré.

Se levantaron.

—Un segundo que me quite la chaqueta. Tengo calor.

Se quitó la chaqueta echándola sobre el respaldo de la silla. Debajo, el vestido desmangado dejaba admirar sus dorados brazos.

—El gorro —dijo.

Levantó los brazos y se lo quitó, dejándolo encima del bolso.

— ¿Vamos?

Luke respiró lentamente.

La rozó por el codo cediéndole el paso, y sintió que su tranquilidad se resquebrajaba lamentablemente.

La gente les miraba.

En parte por la curiosidad que Suzy, como forastera, inspiraba. En más parte, por lo moderno y elástico de su figura.

Al rodearla con el brazo, Luke sintió el cuerpo femenino lleno de vida palpitante.

Al ver el desnudo brazo apoyado sobre su hombro, sonrió turbado.

—Espero no defraudarla... —dijo.

Sudaba.

Dio un breve traspié al empezar.

—Oh, perdón, ¿se ha lastimado?

—Claro que no —sonrió Suzy.

Contuvo la risa.

«Este hombre tranquilo es capaz de ponerse nervioso..., aunque se le note», pensó.

Recuperado del primer contratiempo, Luke cogió el ritmo de la música, ya sin tropiezos.

Resultaba facilísimo bailar con Suzy.

Luke tenía la impresión de que ella adivinaba lo que iba a hacer, antes de que iniciara los movimientos.

No sentía su peso.

Sólo sentía, en la palma de la mano, la carne palpitante que latía ajo la seda del vestido.

—Pero si baila estupendamente —aplaudió Suzy—. Me había hecho sospechar que no sabía.

Fina y elegante, no quedaba nada de provocativo, ni el vestido ni maquillaje.

Era una demostración de la inigualable belleza que puede poseer a mujer simplemente con la sencillez natural.

Luke estaba entusiasmado.

Cuando volvieron a la iglesia a recoger sus respectivos coches, y luego se despidieron ante sus contiguas casas, Luke quedó con la presión agridulce de haber vivido las horas más cortas de su vida.

 

* * *

 

—Siento no haber traído mi cámara —lamentó Suzy—. Me habría gustado hacer algunas fotos.

El coche que estaba abandonado entre los espesos abetos que daban frescura y sombra al lugar.

El riachuelo de limpias aguas transparentes formaba un remanso, reflejando el cielo aún incandescente con los rayos de sol de la tarde estival.

—Podernos volver otro día para que haga las fotos —sugirió Luke, sentándose frente a ella.

Suzy reposaba sobre la hierba.

Con las rodillas dobladas, se sentaba sobre sus propias piernas. El vuelo de la falda las ocultaba por completo.

—Me gusta este lugar... —sonrió.

—Sí, este rincón es bonito.

—No me refiero sólo a este rincón del bosque. Hablo de la región, de la población... Me gusta mucho.

—Estando acostumbrada a vivir en San Francisco, pronto se cansará de estar aquí, si tuviera que quedarse.

—No, no me cansaría. No suelo vivir en San Francisco, sino en Los Ángeles, aunque viajo bastante desde hace unos meses.

— ¿Antes no?

Suzy sonrió un poco pensativa.

—No, antes no...

—Los Ángeles es una de las ciudades de más activa vida de América. Acostumbrada a vivir allí, nuestra pequeña ciudad le resultará pronto monóto-na.

Deseaba que ella le dijera que estaba equivocado. Y sin darse cuenta, contes-tando con sinceridad, Suzy le complació.

—Está en un error. Ya le dije, creo, que nací en un pequeño pueblo del interior de California.

—Sí, un pueblo ganadero donde no hay mucha agua.

—En cambio, aquí corre por todas partes —sonrió Suzy, hundiendo la mano en las del remanso.

Llenó el hueco con la palma y las dejó escurrir.

—Está fría —rió.

Permanecía consciente de la admiración varonil, que la envolvía con el calor de un fuego naciente.

Fueron a la Post Office a echar la carta y luego salieron del pueblo tomando por los caminos comarcales.

La brisa caliente agitaba los rojos cabellos femeninos. Suzy sonreía.

Estuvieron allí hasta que el sol se puso y en el bosque se sintió el fresco.

Con un estremecimiento, Suzy se incorporó.

—Tengo frío. Es hora de volver.

Caminaron por entre los abetos hacia el coche y emprendieron el viaje de regreso.

Luke dijo:

—Me gustaría tutearte...

Suzy repuso:

—Y a mí también.

Se sentía feliz como si flotase en una nube, ligera como el viento...