CAPITULO IV

 

Después de cenar salió de nuevo al porche.

Se había hecho de noche, pero no hacía frío.

Miró hacia la casa vecina.

Era la que él habitaba antes de hacerse aquella otra más grande y más confortable.

Mediante una valla de setos había dividido la finca para poder alquilar la casa antigua, remozada, pequeña.

La noche —estrellada, pero sin luna— era oscura, y a la luz del portal de la casa alquilada podía contemplar la figura femenina tendida perezosamente en una chaise-longue de lona, en el porche de entrada.

Luke caminó despacio entre las sombras hacia la casa vecina.

Junto a los setos se detuvo.

Y quedó mirando a Suzy qué repasaba distraída unas revistas. Ella no se había cambiado de ropa; bajo la luz que la aislaba en la noche destacaba su femenina figura.

Luke estuvo contemplándola sin prisas.

Sentía una vaga resistencia a seguir avanzando y a delatar su presencia.

Era muy agradable estar allí mirándola con libertad.

Al fin apartó con la mano las ramas del seto y cruzó al jardín vecino.

Caminó despacio por la hierba que ahogaba sus pisadas, en dirección a Suzy.

Ella seguía leyendo sin advertir su aproximación.

Deteniéndose a menos de diez metros, Luke volvió a contemplarla.

Era hermosa.

Intensamente femenina.

Sin las gafas oscuras y sin el gorro, las espesas pestañas sombreaban sus ojos y la abundosa melena roja que se derramaba como suavísimo oleaje sobre los hombros.

Hay momentos en que uno quisiera quedarse así, quieto, contemplando a una mujer toda una eternidad.

Pero no es posible hacerlo.

Luke renunció al placer de mirarla y siguió aproximándose.

—Buenas noches —saludó.

Suzy no se sobresaltó, aunque pareció sorprendida.

Levantó la mirada de la revista y la dirigió hacia su visitante. Sin cambiar de postura le tendió la mano.

— ¿Cómo está? —sonrió.

—Muy sorprendido —sonrió Luke, estrechándola.

— ¿De verme? No será eso, ¿verdad? Usted viene precisamente a visitarme, ¿no? Siéntese.

Luke se sentó frente a ella.

Podía seguir mirándola, sí, pero no con la entera libertad de minutos antes.

—La sorpresa me la ha proporcionado enterarme que es usted la persona que ha alquilado esta casa.

— ¿Usted es el dueño de este chalet?

—Así es. Ya ve qué casualidad.

—Sí que es casualidad. Así, usted es el señor Strew.

—He venido por si necesita alguna cosa.

—Es usted muy amable —sonrió Suzy—. Creo que les molestaré demasía-das veces, puesto que además de ser usted mi casero, es usted también mi vecino. La señora... ¿Su madre?

—Mary es mi ama.

—Me ha dicho que me proporcionará una mujer que cuide de esto.

—Ella conoce a todo el mundo y podrá proporcionársela.

—La casita es pequeña, pero muy agradable. ¿Vivía usted aquí antes?

—Sí, hasta hace unos meses.

—Ya he observado que esa casa dónde ahora vive está recién construida. Eso demuestra que sus negocios de madera marchan bien —bromeó.

—Hay siempre mucha demanda —rió Luke—. Exportamos a toda la costa, San Francisco, Los Ángeles...

— ¿Conoce esas ciudades?

—Sí, voy a ellas con frecuencia.

«Entonces no es tan paletito», pensó Suzy.

—Pero seguro que esto le gusta más.

Luke rió apagadamente.

—Cada lugar tiene su encanto. Me gusta el campo, pero también me gustan las grandes ciudades. De vez en cuando, paso una larga temporada en San Francisco o en Los Ángeles, o me acerco a Chicago o a Nueva York. No soy partidario de enterrarme, sin salir de un sitio.

—Entonces, ha viajado usted más que yo. Yo no conozco ni Chicago ni Nueva York.

—Nunca lo hubiera supuesto.

—¿Por mi aspecto?

Suzy se burlaba, poniendo cara inocente.

—Oh, no; su aspecto es muy favorable —aseguró Luke.

Suzy tuvo ahora la impresión de que quien se burlaba era él.
—No me estará usted piropeando, señor Strew —dijo, con burlona admonición.

Luke rió tranquilamente.

—Esta mañana dejó usted a mis hombres revolucionados. Al parecer, todos se han enamorado.

— ¡Qué impetuosos!

—No están acostumbrados a ver mujeres como usted, Suzy.

Un espíritu travieso condujo a Suzy a coquetear.      

—Pero usted sí... —sugirió.

De nuevo Luke rió de aquella forma tranquila.

—No, tampoco, lo confieso. Usted es muy atractiva.

Suzy pensó que no sería eso —«atractiva»— lo que Olivia esperaría oír de los labios de un hombre.

«Atractiva» parece que no revela demasiado entusiasmo. «Subyugante» sería más halagador.

—Es usted muy amable —aseguró—. Sin embargo, yo creo que soy aproxima-damente como las demás mujeres, y por lo que he podido observar desde que he llegado, aquí en Haven no faltan las mujeres «atractivas».

—Hay chicas bonitas aquí, sí.

—Seguro que su novia es preciosa —dijo Suzy.

No supo explicarse por qué le provocaba a que hablase.

Poco podía importarle a ella, que tuviese novia o no, pero un impulso curioso le puso las palabras en los labios.

—El caso es que no tengo novia.

— ¿Es posible? ¿Es usted enemigo de las mujeres?

—Al contrario, nadie admira tanto a las mujeres como las admiro yo.

—Eso significa que le gustan todas. ¡Es mucho peor!

Luke rió mirándola.

—Pone usted una cara muy expresiva para decir algunas cosas. — aseguró.

Suzy rió también.

Se levantó.

—No estoy cumpliendo las leyes de la hospitalidad —dijo—. Le serviré cerveza o café, como usted guste. No puedo ofrecerle otra cosa porque no estoy instalada.

—No se moleste, por favor.

—Supongo que ha cenado ya.

—Sí, señorita.

—Le daré café.

—Pero no quiero que se meta usted ahora en la cocina.

—Lo traeré aquí. Dispense un momento.

Luke la contempló mientras ella se apartaba y entraba en la casa.

Una sonrisa inconsciente se esparcía por su rostro ancho, revelando hasta qué punto le hechizaba, sin que él se diera cuenta, la presencia de Suzy.

Al quedar solo hizo un gesto expresivo.

Le hubiera gustado preguntarle cuál era su profesión, pero no quería ser indiscreto.

Encendió un cigarrillo y fumó impaciente mientras esperaba su regreso.

Suzy apareció tras unos minutos.

Llevaba en las manos una bandeja de plástico con dos servicios de café y la cafetera.

—Supongo que conoce usted las tazas —bromeó.

—Sí, claro...

Suzy se inclinó sobre la baja mesita de cara a Luke, para depositar la bandeja... y Luke se sintió turbado.

Suzy reprimió una sonrisa al notar el esfuerzo que hacía él para mirar a otro lado.

«Pobre, le estoy haciendo padecer —pensó con ganas de reír—. Voy hecha un escándalo...»

—No me gustan los hoteles —dijo volviéndose de espaldas para conectar la cafetera en el enchufe de la pared—. Hay siempre demasiada gente. Ha sido una suerte para mí que usted me alquilara esta casita amueblada.

Luke la recorrió amorosamente con la mirada.

«Qué pantalones tan ceñidos... Qué exagerada va... y qué hermosa es...», pensó.

—Me alegro de haberle sido útil —repuso.

—En un momento estará hecho —sonrió Suzy, volviendo a sentarse en la choise-longue.

Sus ojos se encontraron y los dos se sonrieron.

Suzy exhaló un suspiro de satisfacción.

—Se está muy bien aquí —dijo—. Qué paz, qué tranquilidad...

—Si le gusta a usted la tranquilidad, aquí se encontrará a gusto.

—Pero temo engordar.

—Puede hacer ejercicio, pasear por los bosques, nadar...

—Tendré que hacer algo así..., porque no quiero aumentar de peso. Me pondría horrible.

—Usted no está delgada, pero tampoco está gruesa, y es más bien alta. Aunque aumentara un kilo no perdería la línea.

—Aumentar el primer kilo es peligroso —rió Suzy.

Le hacía gracia aquel pelirrojo natural y tranquilo que tanto cuidado ponía en no mirarla con insistencia.

Sintió un perverso deseo de adoptar alguna de las actitudes y movimientos de Olivia.

— Sirvió café.

— ¿Y no se encuentra aquí demasiado sola? —preguntó Luke.

—Acabo de escribir a una amiga invitándola a pasar conmigo unos días.

Suzy indicó con el gesto un sobre que había sobre las revistas.

—Además, usted me dijo esta mañana que este pueblo es muy divertido.

—Para ser una población pequeña, tiene bastantes centros de diversión.

— ¿Mucho azúcar?

—Sólo un terrón, gracias.

Suzy le sirvió.

Cogió luego un cigarrillo que tenía sobre la mesita y sé lo puso en los labios.

Luke le aproximó un fósforo encendido.

—Gracias —sonrió Suzy.

Se hizo un momento de silencio y Suzy trató de encontrar algún tema de conversación.

No es fácil entablar conversación con un conocido reciente, si no se recurre a los temas triviales: el tiempo, el cine...

—Me habían dicho que aquí, en Oregón, hace frío por las noches, incluso en verano; pero veo que la temperatura es muy agradable —contestó.

—Más tarde hará frío. Y también al amanecer. Si sale por la noche y regresa tarde a casa, le recomiendo que lleve usted abrigo.

—Seguiré su consejo, aunque en estos momentos nadie adivinaría que suele hacer frío después. Se está muy bien, No dan ganas de acostase.

—Es verdad. Lo Lo malo es que mañana hay que madrugar.

—Claro, usted se levanta siempre muy temprano, ¿verdad?

—Cuando clarea nos llegamos al bosque. Es más agradable trabajar por la mañana temprano.

Terminaron de tomar café y Luke miró la hora. No tenía muchas ganas de irse.

Pero pensaba en el trabajo del día siguiente.

Suzy conocía lo bastante a los hombres para adivinar las contradictorias sensaciones de Luke.

—Le agradezco mucho que haya venido a ofrecérseme por si le necesito,

señor Strew —sonrió brindándole una oportunidad para pedirse.

Pero como Suzy había sospechado, él no la aprovechó. Prefirió seguir con ella.

Una hora después se despidió.

—Repito que nos tiene a su disposición, miss Wayne. No tema molestar-nos. Nos servirá de satisfacción serle útil en algo, si nos necesita.

Suzy se levantó tendiéndole la mano.

—Se lo agradezco mucho; y tenga la seguridad que usaré de su amable ofrecimiento, señor Strew —sonrió—. Muchas gracias, y buenas noches...

—Buenas noches, miss Wayne.

Al llegar a la linde de setos que separaban las dos fincas, se volvió.

La vio de pie junto a la luz del porche, recortándose su deliciosa silueta como un relieve contra la pared.

Se preguntó si ella le vería en la oscuridad y obtuvo en seguida la respuesta.

Suzy alzó la mano y la agitó levemente.

— ¡Buenas noches, señor Strew!

Su voz, deliciosamente femenina, sonó con un trémolo divertido. Había estado esperando que él se volviera, y la hacía sonreír comprobar que había acertado.

Luke contestó:

— ¡Buenas noches, miss Wayne!

Y pasó decididamente a las tierras de al lado.

Suzy sonreía a sus propios pensamientos.

Sentándose, sacó del sobre la carta escrita. La releyó, y cogiendo el bolígrafo, añadió una posdata:

«Acabo de tomar café en el porche con mi vecino, un leñador pelirrojo, alto, fuerte, robusto y tranquilo como un gran mastín, y creo que sin proponérmelo, le he dejado un poco turbado y confuso. Quizá esta noche, por culpa mía, no duerma tan profundamente como de costumbre. ¡Ven pronto, Betsy! Este clima y esta paz te sentarán admirablemente.»

Suzy no se equivocó.

Aquella noche, Luke no durmió como siempre.

Ya acostado y con la ventana abierta, notó iluminarse algo en su interior.

La noche estaba oscura y silenciosa.

Se levantó y miró.

Era una ventana de la casa vecina.

Vio a Suzy abrir las ropas de la cama.

Con lento movimiento de la garganta, Luke tragó saliva.

Suzy vino de cara hacia la ventana, abrió los brazos y cogiendo una hoja con cada mano, cerró.

La noche se colmó de desilusión.

Luke hinchó de aire los pulmones y lo soltó luego en largo, inmenso resoplido.

Volvió a la cama.

Aquella noche soñó cosas inexplicables, durmió dando saltos y al día siguiente se levantó molido.