CAPITULO II

 

Echó rápida una mirada hacia el espejo retrovisor.

Hacía más de una hora que conducía a más de cien kilómetros por la formidable pista que, después de saltar el gran puente del Golden Gafe, dejando atrás San Francisco, se lanzaba por la costa de California hacia el Oregón.

Los demás coches habían ido abandonando la peligrosa carrera, pero aquel coche gris seguía pertinaz tras ella, como un podenco detrás de una liebre.

Suzy observó la señal de desvío de la carretera y se preparó sin disminuir la velocidad.

Al llegar, bruscamente tomó la curva abandonando la pista y lanzándose por el serpenteante camino secundario.

Dobló luego por otro desvío.

Por allí era imposible conducir a aquella velocidad, y tuvo que acortar la marcha.

De repente, al coronar una rampa, vio el coche gris que seguía tras ella.

No le había engañado.

Llegó a la bifurcación entre varias granjas y tomó uno de los caminos al azar.

El terreno era accidentado, cubierto de bosque y salpicado de prados y riachuelos.

Encontró un nuevo desvío y se metió en él.

El camino ascendía a una empinada loma. Al coronarla, Suzy paró, lanzando un suspiro de descanso.

Oprimió un botón y la capota del coche se deslizó lentamente hacia atrás.

Suzy se puso de rodillas en el asiento escrutando los retorcidos caminos que acababa de recorrer.

Miró detenidamente a través de los árboles.

No se veía el coche gris.

—Bueno —suspiró—, creo que por fin lo he dejado atrás.

Convencida de que había conseguido despistarlo volvió la mirada en torno.

No sabía dónde estaba.

Tanta vuelta y revuelta en aquel terreno accidentado la habían extraviado por completo.

Miró el reloj.

Hacía dos horas y media que había salido de San Francisco.

—Debo de haber recorrido unos doscientos kilómetros hacia el norte... —murmuró—. Y debo de estar cerca de Haven...

A su izquierda se extendían espesos bosques de grandiosos y sereno abetos.

A la derecha, bosques aislados y hermosas praderas verdes, donde el ganado pastaba, cubrían la tierra.

Se sintió tan a gusto que, perdiendo toda prisa, se recostó en el baquet y encendió un cigarrillo.

Una paz augusta reinaba en la extensión umbría y fresca, y por entre las grandes ramas horizontales de los abetos, los rayos del sol estival se hundían dorados hasta besar la hierba.

«Si tuviera dinero construiría una casa en un sitio como éste», suspiró Suzy.

Terminó el cigarrillo y lo metió en el cenicero, como si temiera arrojarlo al suelo para no ensuciar el verde puro del bosque y del prado.

Arrancó de nuevo y condujo despacio, paseando, gozando de la maravillosa atmósfera del paisaje.

No sabía dónde se encontraba, pero no tenía importancia. Aquel camino iba hacia el norte. Ya saldría a la pista y volvería a orientarse.

Pasó algunas granjas cuyas casas quedaban separadas del camino.

Se respiraba paz, sosiego, serenidad.

«Aquí la gente debe de ser feliz...», pensó.

Los prados, separados por bosques de abetos, eran como grandes esmeraldas de verde oscuro en las que de vez en cuando surgía una casa blanca.

Suzy oyó en la distancia una voz de hombre grave y pausada que surgía del bosque.

—Sube la tensión, Larry; este tronco es muy duro.

Era el tono de voz que esperaba escucharse en aquella calma majestuosa.

Era como si la voz formase también parte de la serena naturaleza del paisaje.

Conduciendo muy despacio, Suzy escrutó entre los árboles tratando de ver quién había hablado.

Llegó a sus oídos el chirrido de una sierra automática que guió a sus ojos.

Al doblar un recodo y hundirse por un camino del bosque, el chirrido sonó más cerca.

Por todas partes la rodeaban los altos abetos seculares de inmensos troncos.

En la gran quietud del bosque bajo el sol, el sonido de la sierra semejaba al canto persistente e inarmónico de un monótono grillo. Suzy experimentaba una gran sensación de misterio, de aventura.

—Ya está bien —dijo la voz—. ¡Para! Despejad, Malachy.

Suzy vio entonces a un grupo de hombres en medio del bosque y divisó al que hablaba.

Era un hombre vestido con pantalón caqui y camisa escocesa de manga corta.

Alto y robusto, entonaba con la grandeza del bosque.

Suzy descubrió conforme se acercaba una veintena de hombres más, esparcidos por el bosque en las proximidades.

Entre los árboles pasaban inadvertidos a corta distancia.

El coche silencioso no había sido oído, y Suzy disfrutó al mirarlos sin ser notada.

Pasó a corta distancia de ellos.

Eran hombres que se dedicaban a la tala de árboles, y trabajaban en un claro ya formado en el que se veían algunas máquinas productoras de energía eléctrica, un par de tractores pesados y varias sierras automáticas.

Suzy abrió los labios.

—Oiga... —empezó a decir.

Pero, súbitamente, calló, dando un brinco en el asiento.

Uno de los gigantes del bosque se tambaleaba, como si la quieta atmósfera fuera para él un huracán.

Y de repente, el grandioso abeto se inclinó hacia un lado y descendió acostándose sobre la tierra con fragoroso y sordo estrépito. Luego quedó el bosque sumido en un profundo silencio.

—Podadlo y descortezarlo —ordenó el hombre que antes hablaba—. Luego...

Se volvió y entonces vio el coche de Suzy parado a una docena de metros, en el camino.

—Buenos días —saludó.

—¡Buenos días! —saludó Suzy—. Ha sido impresionante ver caer ese árbol.

—Buenos días —saludaron algunos hombres.

—Es un buen gigante —rió uno de ellos.

El hombre que parecía ser el capataz se aproximó al coche.

—Entonces los descortezamos, ¿no, Luke? —preguntó uno de los hombres.

—Sí —contestó el hombre—. Y pasad al grupo número siete. Buenos días —repitió ya junto al coche—. No es de aquí, ¿verdad, señorita?

Era pelirrojo y tranquilo.

De cara y antebrazos pecosos, era ancho y robusto. Pero no resultaba grueso debido a su talla.

—No, no soy de aquí. ¿Son ustedes leñadores?

—Algo así —sonrió Luke, apoyando sus musculosos brazos en la portezuela—. ¿Va usted a alguna granja cercana?

—No, no precisamente. En realidad, me he extraviado.

—Me lo imaginé al verla por aquí. Este camino que lleva usted no tiene salida. Lo hemos trazado nosotros para la entrada de tractores y camiones a la explotación forestal.

—Y yo creía que iba hacia el norte —sonrió Suzy.

Le agradaba aquel hombre que era lo bastante tranquilo para mirarla a los ojos en vez de mirarla al escote.

—Y es verdad que enfila hacia el norte —sonrió Luke—. Sólo que muere en el bosque. ¿Va hacia el norte?

—Eso es.

—Debe retroceder hasta salir al cruce y tomar luego hacia la izquierda. Pero todos estos caminos son comarcales y no conducen lejos.

—Lo que quiero es salir la pista general de Oregón. Supongo que alguno de esos caminos me llevará.

—Entonces, haga lo que le he dicho; vuelva hasta el camino por donde usted venía y tuerza a la izquierda. El camino da muchas vueltas, pero usted sígalo hasta cruzarse con otro más ancho y tuerza de nuevo a la izquierda. Saldrá a la pista de Oregón. ¿Va muy lejos?

—A Haven.

—¿A Haven? Pero si esto es Haven...

—¡Oh! ¿Y el pueblo?

—Queda un par de kilómetros al sur.

—Entonces, me he pasado.

—Sí, si viene del sur y quería seguir hacia el norte, se ha pasado usted. Tendrá que volver. De todos modos, el camino que le he indicado es el mejor, pero en vez de ir hacia el norte cuando llegue a la pista, vaya hacia el sur. Si le indicara otro camino se extraviaría de nuevo.

—Sí, será preferible que siga el camino fácil.

Hizo un movimiento de cabeza señalando el bosque.

—Todo esto es maravilloso... —dijo.

—Sí, esta tierra es muy hermosa. ¿Es la primera vez que viene por aquí?

—Sí, es la primera vez en mi vida.

—¿Es usted de muy lejos?

Suzy notaba que las preguntas no eran dictadas por la curiosidad, sino por la amabilidad.

—No muy lejos: de California.

—Tampoco es fea California, ¿no? —sonrió Luke.

—Es magnífica; pero hay de todo, hasta desiertos —rió Suzy—. Yo nací en un pueblo ganadero donde el agua no abunda y no hay bosques como éstos, ni se ven estos prados verdes y jugosos.

—Aquí, en cambio, el agua corre por todas partes formando mil arroyos. Es un paraje distinto.

—Completamente distinto. ¿Y no es peligroso ese oficio? ¿No temen que un árbol les caiga encima?

—Tomamos las necesarias precauciones y tenemos experiencia.

—Me ha impresionado verlo caer. ¿Y qué hacen ahora?

—Cortan las ramas y lo descortezan. Luego se sierra en trozos de distintas longitudes y se exporta en rollo.

—¿En rollo? ¿Cómo es en rollo?

—Sin hacer tablas.

—Ah, ya... Me gustaría ver cómo lo hacen. No tengo prisa —sonrió.

Y añadió:

—Pero no quiero molestarles.

Luke abrió la portezuela.

—Baje, no molestará en absoluto.

Suzy aceptó la invitación.

Bajó.

—Nunca he visto una explotación forestal, ¿sabe? Y yo soy muy curiosa.

Ante aquellas personas no tenía necesidad de hacerse pasar por Olivia Russell y caminó con paso natural.

Así y todo, lo ceñido de sus ropas y lo descotado de su niky puso nerviosos a los hombres cuando pasó cerca de ellos.

—Mira lo que haces, David, o vas a cortarte un dedo —dijo Luke, impercepti-blemente burlón. Y añadió en voz baja—: Los muchachos la encuentran a usted atractiva.

—Oh, sin duda son demasiado impresionables.

Se retiró contemplando cómo dos hombres despojaban de la corteza el corpulento tronco del recto abeto derribado.

Debajo aparecía la madera blanco-amarillenta.

—Da pena verlo... Es como si... lo desnudaran.

—Hay que hacerlo para utilizarlo.

— ¡Qué ramas! Son tan gruesas y largas como muchos árboles.

—Se emplean para cajones y carpintería económica.

— ¿Qué hacen allí?

—Venga y lo verá.

Los dos hombres que descortezaban el tronco los siguieron con la mirada.

— ¡Qué mujer...! ¡Qué maravilla...!

—El jefe aprovechará bien la ocasión.

—La ocasión, ¿de qué?

—De estar con ella, idiota, ¿de qué va a ser? Esta noche voy a soñar con esa hembra...

Luke y Suzy se habían parado frente a un recio abeto, por cuyas ramas trepaba un hombre.

—Dará los «vientos» a la copa para impedir que se venza en sentido opuesto.

— ¿Vientos? ¿Qué es eso?

—Dos fuertes cuerdas atadas para impedir que el árbol se balancee hacia aquel lado cuando se corte el tronco. De esa forma, se dirige la caída del abeto.

— ¿Y si se rompen las cuerdas?

—Son cuerdas muy gruesas y se toman las debidas precauciones; pero, como en todas las profesiones, puede haber accidentes.

Suzy no tenía prisa.

Debía quedarse en aquel pueblo hasta que Olivia la avisara y no tenía nada que hacer.

Se sentía como si hiciera años desde que había salido de San Francisco.

Y se encontraba a gusto en la frescura del bosque.

—Creo que a mí me daría miedo —rió.

—No es profesión para mujeres. ¡Más arriba, Malachy! ¡En la otra rama! ¡Y tú a la derecha! ¡Sí, eso es, ahí! —dijo alzando la voz.

No gritaba.

Se limitaba a elevar un poco el volumen de su acento, y su voz tranquila y grave resonaba en el bosque.

Era una voz que impartía tranquilidad.

—Usted debe de ser muy tranquilo, ¿verdad? —sonrió Suzy.
Venía de un mundo, el mundo del cine, donde todos parecen estar siempre nerviosos, histéricos o medio desquiciados, y la calma de Luke la impresionaba fuertemente.

Luke rió.

Su risa era grave como su voz.

—No lo crea; a veces me pongo furioso por cualquier cosa y pierdo el control de los nervios.

—No me lo imagino —dijo ella.

Respiró profundamente.

Lo había hecho inconscientemente, pero notó que esta vez Luke sí miraba el borde del niky.

«No es extraño —pensó—, voy verdaderamente escandalosa.»

Sintió deseos de reír.

Hacía mucho tiempo que no se había encontrado tan a gusto como en aquellos instantes.

Le dieron ganas de sentarse en cualquiera de los troncos cortados y fumar un cigarrillo plácidamente.

Pero temió estorbar.

—Le estoy haciendo que pierda el tiempo por culpa de una desconocida —sonrió disculpándose—. Debo irme y dejarle que siga con su trabajo.

—No me estorba. Mientras lo preparan todo, no tengo que hacer más que inspeccionar lo que hacen. ¿Quiere un cigarrillo?

—Lo estaba deseando —rió Suzy.

—Pues tome.

—Gracias.

— ¿Fuego?

Suzy acercó la punta del cigarrillo y aspiró apretando los labios.

—Gracias.

— ¿Quiere sentarse?

—Usted tiene la facultad de adivinar mi pensamiento —bromeó Suzy.

—Este tronco no tiene muelles, pero espero que nos sirva.

—Es comodísimo —bromeó Suzy, sentándose.

Aunque los hombres no podían distraerse de su trabajo, no resistían a la tentación de mirar de vez en cuando.

Uno de los que manejaban la sierra automática de mano, podando el árbol, les echó una mirada observando a Suzy sentarse en el tronco.

—El jefe no le quita ojo...

—Ni tú tampoco —se burló su compañero.

—A Luke le gusta la chica.

—Y a mí también.

— ¡Y a mí!

—Bombones como ése gustan al menos goloso.

Luke había quedado de pie, recostado en otro tronco frente a Suzy.

Pelado casi al rape, su cara pecosa parecía más ancha y la sonrisa más espontánea.

«Un leñador fuertote y sin malear —pensó Suzy—. Un hombre sencillo y sin artificios.»

Suzy fumó.

Sus labios se empeñaban en sonreír.

— ¿Siempre se ha dedicado a este trabajo? —preguntó mirándole a los ojos.

—Sí, desde muchacho.

— ¿Son suyos estos bosques?

—Oh, no...

La suposición debía ser tan exagerada que hizo al hombre sonreír.

—Pertenecen al estado... — aclaró.

— ¿Y le permiten cortar los árboles?

—El estado me ha vendido la concesión forestal.

— ¿Y va a cortar todos los árboles? Será una lástima.

—No, todos no —rió Luke como si hubiera oído un razonamiento infantil—. Hay muchísimos miles de abetos en esta zona del bosque y no sería fácil cortarlos todos. Con el tiempo, tal vez dentro de cíen años, esta parte quedará como la del otro lado del camino por donde usted ha venido: bosques alternados con prados y granjas.

—Ah, me gusta. ¿Dentro de cien años?

—Lo menos.

—No lo veré.

—Ni yo —rió Luke.

La miró reír a ella.

«Es muy bonita —pensó—. Tiene una boca preciosa, unos dientes blancos... Pero qué exagerada viste... ¿Quién será? Parece una artista de cine...»

— ¿Y se propone estar mucho tiempo en Huyen, o va de paso? —preguntó.

—No sé cuánto tiempo estaré, pero probablemente será bastante para poder conocer los alrededores.

—Creo que no se aburrirá. Tiene tres cines y un par de sitios donde se baila. Está la playa también y los alrededores son muy interesantes. Y si hace amistades, la invitaran. Con frecuencia se celebran partys en las casas particulares. Puede pasarlo distraída.

—Un magnífico programa —sonrió Suzy—. Yo también espero no aburrirme.      

—Tal vez..., ¿tiene familia aquí?

—Oh, no...

Luke no se atrevió a preguntar a qué venía entonces, y ella no le explicó nada tampoco.

Tiró el cigarrillo cuando hubo terminado y se levantó.

—Ahora debo irme ya. Muchas gracias por su amabilidad.

—No hay de qué, señorita. Ha sido un placer.

La acompañó hasta el coche.

De nuevo los hombres la siguieron con la mirada golosa, al verla pasar entre ellos.

Suzy se puso al volante y cerró la portezuela de un fuerte portazo.

—Así, a la izquierda, otra vez a la izquierda y luego hacia el sur, ¿no es eso?

—Tiene buena memoria. Adiós, señorita. Y bien venida a Haven.

—Adiós. ¡Y gracias de nuevo!

Dio marcha atrás metiendo el coche entre los árboles y arrancó luego hacia delante girando en sentido de regreso.

—¡Adiós! —repitió alzando la mano.

Luke alzó a su vez la mano hacia la altura del hombro.

—Adiós... —dijo.

Quedó parado mirándola alejarse.

Luego giró sobre sí mismo y volvió a su trabajo.