Capítulo 15
Tras obtener permiso del jefe de bomberos, Harve fue con Lottie a su casa el domingo por la tarde para hacer recuento de los daños y recoger un poco de ropa.
El jefe Easton, fiel a su palabra, había bloqueado con tablones las entradas a la casa. Lottie suspiró aliviada cuando comprobó que tampoco se había equivocado en su evaluación al decir que los daños se limitaban a la pared que compartían el porche y la cocina.
—Los armarios de la cocina no han sufrido desperfectos —le aseguró Harve tras examinarlos en busca de quemaduras—. Sólo habrá que limpiarlos y sacarles brillo otra vez.
Harve la ayudó a confeccionar una lista de las reparaciones necesarias. Una parte de las baldosas de la cocina habría de ser reemplazada, así como todo el papel.
Teniendo en cuenta lo que podría haber pasado, Lottie sabía que había tenido mucha suerte.
Toda la ropa de su armario apestaba a humo. Seleccionó con cuidado algunas prendas de fácil lavado para llevarse al rancho y apartó otras para llevarlas a la tintorería al día siguiente.
A pesar de las protestas de Harve, también sacó el coche del garaje. Aunque había accedido a que darse con él en el rancho, estaba decidida a ser todo lo discreta que fuera posible.
—No voy a hacer ostentación del hecho de que me haya ido a tu casa. Pienso ir y venir del trabajo en mi propio coche.
Sin embargo, teniendo en cuenta las circunstancias, no discutió con él cuando Harve dijo que se proponía vigilarla de cerca. Los incidentes de los dos últimos días la habían dejado verdaderamente sobrecogida.
Harve la siguió a la ciudad el lunes por la mañana a poca distancia de su coche e incluso aparcó delante del banco hasta que la vio entrar. La había obligado a prometerle que no saldría de la ciudad aquella tarde hasta que él estuviera disponible para acompañarla al rancho.
Lottie entró en el banco tensa y nerviosa, tratando por todos los medios de ocultarlo. La atmósfera financiera de costumbre, el «hacemos negocios aunque se hunda el cielo», le parecía casi irreal. Naturalmente, era la única que sabía que los auditores no tardarían en ponerlo todo patas arriba. Se preguntó si alguien se delataría cuando los viera llegar.
Todo el personal del banco parecía estar al tanto de su aventura del sábado en la cámara acorazada. Obviamente, Jeff había extendido la noticia.
—No puedo imaginarme para qué bajaste a meter tus narices en el sótano —
refunfuñó su tío—. A pesar de todo, me alegro de que Jeff te encontrara.
—Es un edificio antiguo, tío Cyrus. Las puertas viejas se atrancan a menudo —
dijo ella, tratando de hacerlo pasar por un accidente. Le sonrió a Jeff—. Pero yo también le agradezco que me rescatara.
—No volverá a suceder —le aseguró su primo—. Voy a hacer que instalen un teléfono esta misma mañana.
Una buena idea si quedarse atrapada en la cámara hubiera sido un accidente, pero Lottie sabía que quien la hubiera encerrado, no dudaría en cortar la línea en la próxima ocasión. Sintió escalofríos.
Su aventura en el sótano no había trascendido fuera del banco, pero el incendio de su casa era el suceso más comentado en la ciudad. Los clientes hicieron una cuestión de honor manifestarle lo mucho que lamentaban el fuego y le expresaron sus deseos de que los daños no fueran irreparables. Todos parecían pensar que había sido un accidente y ella no trató de decirles lo contrario.
En vez de comer en su despacho, como tenía por costumbre, salió del banco y cruzó al Down Home. Una conversación con Myrtle siempre era reconfortante. Sin embargo, aquél no era su día de suerte.
—Primero te quedas encerrada en el sótano y luego casi te quedas sin casa —
dijo Myrtle—. ¿Vas a decirme de una vez lo que está pasando aquí?
Lottie se preguntó cómo se habría enterado Myrtle del incidente de la cámara, pero no se molestó en preguntárselo. Sabía que Myrtle no iba a revelarle sus fuentes.
—No fue tan malo como parece —dijo Lottie—. La cámara daba un poco de miedo, pero en ningún momento corrí peligro. Y tampoco estaba en mi casa cuando se declaró el incendio.
—A mí me parece que necesitas un guardaespaldas.
Lottie no puedo evitar que un rubor furioso encendiera sus mejillas.
—¡Ajá! —exclamó Myrtle de guasa—. ¿De modo que ya has encontrado uno?
¿No será un ranchero alto y guapo que cría caballos?
—No seas ridícula, Myrtle —dijo Lottie, sonrojándose más aún—. Harve es un amigo. Sólo me está ayudando, nada más.
—Si tú lo dices, pero sigo pensando que es una pena que vosotros dos no os emparejéis.
—¡Myrtle! —suplicó Lottie.
—¡Oh, bueno! Esperaré hasta que quieras contármelo, pero hazme un favor.
Prométeme que te andarás con ojo. Aquí se está cociendo algo y cuando digo algo no me refiero a lo que pasa entre cierto guapo ranchero y tú. No me gustan los presagios que tengo, no me gustan nada Y dile a ese guardaespaldas tuyo que he dicho yo que también se ande con ojo, ¿eh? ¿Me oyes?
No, reconoció Lottie mientras regresaba al banco, su visita a Myrtle no había servido para que se sintiera mejor.
Aunque Harve le había dicho que seguramente necesitarían veinticuatro horas para reunir un equipo de auditores, se pasó la mayor parte de la tarde sobre ascuas, incapaz de decidir qué era peor, el deseo de que llegaran o el miedo que le daba el momento en que comenzara el desastre.
Sin embargo, a excepción de sus propios pensamientos, nada alteró la rutina del día. Salió del banco unos minutos antes de la hora de cierre, las tres y media. Nada de quedarse a trabajar. Ni hoy ni en un futuro cercano. Estaba decidida a llegar y a marcharse a su hora mientras que no acabara aquello.
No tardó en ver a Harve, que la esperaba dentro de su camioneta al otro lado de la calle. Se echó el Stetson hacia atrás, le hizo una seña para que supiera que la había visto y arrancó el motor. Cuando ella salió de su plaza de aparcamiento, él estaba preparado para seguirla.
En cualquier otro momento, Lottie hubiera sentido que aquel afán por protegerla era irritante, quizá incluso agobiante. Pero ahora no. Cada vez que miraba el espejo retrovisor y veía la gran camioneta verde, lo único que sentía era gratitud.
Se preguntó cuánto tiempo tardaría la gente en darse cuenta de que Harve estaba haciéndole de guardaespaldas. Decidió que no mucho. Seguramente menos de veinticuatro horas. Pero, para entonces, era probable que todos se hubieran enterado de que había problemas en el banco.
¡Dios, cómo deseaba que aquello se acabara! Tratar de actuar con normalidad mientras esperaba la llegada de los auditores estaba siendo más difícil de lo que ella se había imaginado.
Abby y Annie habían sido puestas al tanto de la situación, de los incidentes de la cámara acorazada y del incendio, para justificar que Lottie se quedara en casa de Harve en vez de en el apartamento de Abigail. A Abby le ofendió que pensaran que ella no podía proteger a Lottie y a sí misma.
—Dejadme que busque mi rifle y ya me ocuparé yo de cualquiera que venga por aquí con malas intenciones —insistía.
Pero al final, estuvo de acuerdo en que Harve era mejor guardaespaldas que ella, con o sin rifle.
Cuando Lottie y Harve llegaron al rancho, Annie estaba preparando la cena, incluyendo uno de sus famosos pasteles de moras. Lottie sabía que era el modo que tenía el ama de llaves de manifestarle su aprobación, o al menos expresarle que no la censuraba por quedarse en el rancho.
Annie también se había encargado de lavar la ropa ahumada y de tenderla discretamente en una de las habitaciones de huéspedes. Otra sutileza, pensó Lottie.
Cuando Annie se marchó, Harve adoptó el papel de anfitrión solicito, pero sin una sola referencia o insinuación a la intimidad que habían compartido, como si ya lo hubiera olvidado.
Frustrada y deprimida, Lottie acabó por pedir excusas y retirarse al piso de arriba. Ni siquiera podía contar con sentirse mejor al día siguiente…
Harve la vio subir las escaleras. Sola. Era lo más duro que había hecho en toda su vida.
Quería estrecharla entre sus brazos y aliviar el dolor y la miseria que veía en sus ojos. Quería ayudarla a olvidar sus preocupaciones por el banco, por las amenazas, por la incertidumbre. Quería abrazar la y asegurarle que todo se iba a arreglar.
Pero no se atrevía a tocarla. Un ligero roce hubiera bastado para que su control se desvaneciera como el humo. Quería hacerle el amor tan exhaustivamente que ella se olvidara de todo lo demás. Deseaba tenerla en su cama todas las noches, que sus cuerpos y sus vidas se entretejieran, como amantes, como compañeros.
Pero todavía no había llegado el momento. Le había exigido que se quedara en su casa por otros motivos. Lottie se sentía herida, confusa, vulnerable. Harve no podía aprovecharse de aquellas circunstancias. Tenía que dejar a un lado su relación personal hasta que el malversador fuera desenmascarado y ella estuviera segura.
Hasta ese momento, pensaba custodiarla y protegerla, pero ella dormiría en su cama y él daría vueltas y más vueltas en la suya.
«¡Por favor, Dios mío! Haz que esto acabe pronto!»
El martes amaneció una mañana despejada y luminosa de mediados de junio.
La temperatura pasaba de los veinte grados cuando Lottie salió del rancho en su coche, seguida de cerca por Harve en la camioneta.
Una vez más, Harve le advirtió que lo esperara aquella tarde antes de ir al rancho sola.
Los interventores llegaron a las diez menos cuarto, en un revuelo de credenciales y exigiendo paso. Cargados con calculadoras y ordenadores portátiles, se apoderaron de la sala de juntas e iniciaron el proceso de la auditoría.
Aunque trabajaban a puerta cerrada, lejos de la vista del público, nadie en el banco podía ignorar ni olvidar su presencia. La atmósfera era tensa y ansiosa.
A Lottie le pareció que no era sorprendente. Después de todo, era normal que la gente se preocupara por lo que pasaba a su alrededor, lo cual no significaba que fueran culpables. ¡Demonios! Ella también estaba preocupada y sabía perfectamente que no era culpable. Por otro lado, todos los que trabajaban en el banco podían ser culpables, ¿verdad?
A media mañana, Jeff entró en su despacho hecho una furia.
—¡Has sido tú! —la acusó—. Has sido tú quien ha llamado a los interventores,
¿verdad? Eso era lo que estabas haciendo el sábado en la cámara. ¡Maldita sea, Lottie!
Si tenías alguna pregunta, ¿por qué no me has consultado? Por qué no has acudido a mi padre? Esto va a hundir el banco.
Lottie quería creer que sus protestas eran inocentes, su indignación justificada.
Sin embargo, la cruda verdad era que alguien tenía que ser culpable. Y podía ser Jeff.
—Estás convencida de que van a encontrar algo turbio, ¿no es así? —siguió él en un tono horrorizado.
O era inocente o era un actor condenadamente bueno, pensó ella.
—Eso es, ¿no? —insistió Jeff—. Crees que hay alguna irregularidad.
A Lottie se le pasó por la cabeza fingir ignorancia. A fin de cuentas, Jeff no podía estar seguro de que hubiera sido ella quien había llamado a las autoridades.
Entonces decidió que no importaba, ya no.
—He hecho lo que tenía que hacer —le dijo ella—. Y sí, Jeff. Creo que hay algo muy irregular.
Lottie se quedó en su despacho durante la hora de comer. No deseaba enfrentarse al hervidero de especulaciones que azotaba la Calle Mayor. Aunque la llegada de los auditores había sido absolutamente discreta, estaba segura de que su presencia no tarda ría en ser aireada a los cuatro vientos. No había secreto que escapara al boca a boca local.
Mientras la tarde avanzaba, la atmósfera en el interior del banco se hizo más opresiva, la temperatura en el exterior más agobiante. Lo que había comenzado como una mañana soleada se estaba convirtiendo en una tarde bochornosa y aún esperaban más días parecidos, según las previsiones meteorológicas. Lottie no entendía las explicaciones sobre corrientes de viento, frentes cálidos y anticiclones, pero no hacía falta ser ingeniero astronáutico para ver que el mercurio del termómetro rozaba los cuarenta grados.
Cuando terminó la jornada, estaba deseando marcharse. Otro de los directivos del banco, probablemente Jeff, tendría que quedarse mientras los auditores siguieran trabajando. Desde luego, ella no pensaba presentarse voluntaria.
Harve estaba de nuevo esperándola al otro lado de la calle. Cuando llegaron al rancho, le dijo que había empezado a llenar la piscina por la mañana y creía que podrían darse un baño cuando atardeciera. Annie les comunicó que había preparado una cena fría porque hacía demasiado calor para cocinar.
—No hacía tanto calor desde 1963 —añadió.
Por lo visto, Annie todavía no había oído nada de los auditores, pero Lottie sabía que se habría puesto al día de los chismorreos cuando la volviera a ver por la mañana. Entonces sería el momento de las preguntas. Como todo el resto de la ciudad, Annie querría saber qué estaba pasando.
La tarde transcurrió como las anteriores, con Harve comportándose con amabilidad y comprensión, pero distante. Incluso durante el baño en la piscina se mantuvo reservado. Lottie se alegró cuando puedo escapar escaleras arriba hacia su habitación.
El miércoles fue incluso peor en el banco que el día anterior.
De algún modo, Josephine se las arreglaba para mantener una sonrisa firme cuando trataba con los clientes, pero la tensión que sin duda debía sentir era evidente. De todo el personal del banco, era la única a la que Lottie podía eliminar como sospechosa porque todavía no había empezado a trabajaban con ellos cinco años antes. Jeff iba de un lado para Otro con aspecto desasosegado y ansioso, evitando a Lottie todo lo posible.
Cyrus salía y entraba de su despacho como si trotara, con el rostro aún más pálido de lo habitual. Poco antes del mediodía, Emma llamó a Lottie por el intercomunicador.
—El señor Blackburn quiere verla en su despacho —anunció con voz gélida.
—Ahora mismo voy —dijo Lottie, un tanto sorprendida de que la convocara.
Había pensado que Cyrus trataría hasta el último momento de aparentar que no pasaba nada.
—Aunque estaba en contra de que te pusieras a trabajar en el banco, jamás creí que tratarías de destruirlo deliberadamente —dijo su tío en cuanto ella entró en su despacho—. Eres la hija de William Carlyle, pero también eres una Blackburn. He sido un estúpido al creer que tendrías un poco de lealtad para con tu familia.
—No se trata de lealtad a la familia, tío Cyrus. No he tenido más remedio.
Descubrí un problema en los libros y se lo notifiqué a las autoridades. Me gustaría pensar que, si lo hubieras descubierto tú, habrías hecho lo mismo.
—No hay nada malo en los libros —protestó él.
—Entonces no tenemos nada de que preocuparnos, ¿verdad?
—Cuando este episodio vergonzoso acabe, el consejo exigirá tu dimisión —le advirtió.
Lottie se vio asaltada por las mismas preguntas que se había hecho con su hijo.
Su indignación, ¿era genuina o una simple comedia?
—Supongo que tendremos que esperar acontecimientos.
Emma también se las apañó para manifestarle su desaprobación cuando salía del despacho de Cyrus.
—Tendrías que estar avergonzada por causar todo este alboroto —dijo la secretaria.
Incluso Hiram, de comportamiento imperturbable y estoico, se dejó llevar por los nervios después de haber acarreado varios libros mayores a la sala de juntas. El contable parecía extremadamente alterado. Poco después del mediodía, informó de que no se sentía bien y se fue a casa. Josephine le dijo a Lottie que era la primera vez que veía a Hiram pedir permiso para marcharse desde que ella trabajaba en el banco.
Después de la jornada, Harve la siguió a su casa. Lottie quería ver cómo progresaban los trabajos de reparación. También quería echar un vistazo a la rosaleda, le preocupaban las temperaturas. Era probable que las plantas necesitaran un riego.
—¡Eh! Señorita Carlyle —la llamó uno de los obreros en cuanto llegó—. Aquí hay una chica que la busca.
Lottie pensó que debía tratarse de Gayle. Con miedo de imaginar el motivo por el que la buscaba la hija de Jeff, echó a andar y la encontró entre los rosales.
—Ya no voy a venir más —dijo Gayle—. Hoy es el último día, pero hace tanto calor que tenía que regar.
—Muy bien —dijo Lottie con tristeza—. Bien, gracias por decírmelo. Y gracias por toda la ayuda que me has prestado. La valoro mucho y quiero que sepas que voy a echarte de menos.
Gayle no le contestó. Se dio la vuelta y, tirando de la manguera, se internó algunos pasos en el jardín. Aunque la chica no lo había mencionado, Lottie estaba segura de que la situación que se vivía en el banco tenía mucho que ver con que Gayle no siguiera cuidando las rosas.
Titubeó un momento. Necesitaba decir algo, asegurarle a Gayle que todo acabaría solucionándose, pero no sabía cómo empezar. Además, no estaba segura de que ella quisiera escucharla. Había muchas probabilidades de que su padre o su abuelo fueran acusados de malversación. Quizá incluso de algo peor. ¿Habría sido Jeff quien le había prohibido que la ayudara con las rosas?
Todavía estaba luchando consigo misma cuando Gayle giró sobre sus talones y la miró a la cara.
—Mi papá no ha robado dinero del banco —dijo con voz temblorosa—. No tendrías que haber dicho una cosa tan fea. Mi papá no roba a nadie.
—¿Te ha dicho él que yo lo he acusado de robar? —preguntó Lottie con cuidado.
Gayle negó con la cabeza, las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Él no me ha dicho nada. Nadie me dice nada —dijo entre sollozos—. Pero lo he oído hablar con mamá. No tendrías que haber dicho que robaba.
—Yo no he dicho eso —le aseguró Lottie acercándose a la chiquilla—. Sólo he encontrado lo que parecen ser unos errores en los libros de cuentas. Según la ley, estoy obligada a avisar a las autoridades para que revisen las cuentas. Si fuera tu padre quien hubiera encontrado esos errores, habría tenido que hacer lo mismo.
Lottie no sabía si sus explicaciones llegaban a Gayle. Sin embargo, continuó con más firmeza.
—Yo nunca he dicho que tu padre estuviera robando. Nunca he dicho que nadie estuviera robando. No voy a mentirte. Puede que eso haya sucedido, pero puede que no sean sino errores en los libros. Las autoridades decidirán si es robo o equivocación cuando acaben con la auditoría. Si los registros demuestran que alguien ha estado robando, seguirán investigando hasta dar con el responsable. Hasta entonces, no se puede acusar a nadie de robar. Ni a tu padre ni a nadie.
Lottie hizo una pausa.
—Creo que deberías hablar con tus padres sobre lo que has oído de sus conversaciones, cariño. Tengo la sospecha de que no has oído sino parte de la conversación. Si quieres, puedes contarles lo que te acabo de decir y que he sido yo la que ha sugerido que hablaras con ellos. Pero no esperes que tu padre tenga todas las respuestas, Gayle. Ahora mismo, ninguno sabemos cuál es el problema, sólo que existe. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dijo la adolescente—. Pero no voy a volver de todas maneras.
—Lo comprendo —le dijo Lottie mientras recogía la manguera—. Yo acabaré de regar. Tú ve a hablar con tus padres.
Harve rodeó el seto momentos después de que Gayle desapareciera.
—Os he oído hablar y no quería interrumpiros.
—Quizá haya sido lo mejor —dijo Lottie—. Estaba muy trastornada. ¿Has oído toda la conversación?
—Casi toda.
—Te parece… ¿crees que debería haberle dicho algo más? ¿O de otra manera, quizá?
—No, no lo creo. Le has dicho la verdad tal como tú la conoces. En realidad, es todo lo que sabes. Creo que eso es siempre lo mejor. Tú te ves reflejada en ella, te identificas con ella, ¿verdad?
Lottie asintió.
—Recuerdo que no lo creía… que no quería creer que mi padre fuera culpable.
Si resulta que Jeff… ¡Oh, Harve! Gayle es tan joven, más de lo que era yo.
—No anticipes los problemas antes de que se presenten, Lottie. Recuerda, pase lo que pase, no es culpa tuya. Incluso si Jeff resulta culpable, sospecho que Gayle y Jeannie no serían tratadas como parias, que fue lo que os ocurrió a vosotras. Tú no permitirás que vuelva a suceder y yo tampoco.
Al día siguiente era obvio que la noticia de que «algo estaba ocurriendo en el banco» circulaba por la calle. El trasiego de gente en el banco era mucho más intenso de lo habitual a mediados de semana y a mediados de mes. Estaba claro que los clientes se inventaban pretextos para acudir a las oficinas.
Charlie Zimmerman llevó treinta y cinco dólares para ingresarlos en la cuenta de la barbería. Jacob Calley apareció para ordenar un talonario en los que figurara el nombre de su tienda y luego pretendió que había olvidado que ya había encargado quinientos la semana anterior. Incluso Billy Bob Simpson, con la placa del uniforme recién bruñida, se pasó por el banco para ver «si todo iba bien».
Lottie no tenía forma de saber cuánto de lo que se decía en la calle era información real y cuánto era simple especulación, pero sospechaba que no era la única empleada del banco que se sentía deprimida. Le hubiera gustado hablar con Myrtle, pero no podía reunir el coraje necesario para entrar en el Down Home Café.
Ni Myrtle ni el resto de los parroquianos iban a andarse con remilgos para hacerle preguntas y Lottie no tenía las respuestas. Los interventores seguían encerrados a cal y canto, estudiando los libros mayores.
Fuera, la ola de calor continuaba.
Aquella tarde, cuando Harve y ella llegaron al rancho, encontraron un vehículo que no conocían aparcado junto a la casa.
—Es un investigador —le dijo Harve antes de que entraran—. Quiere hablar contigo, pero lejos del banco.
—¿Cómo sabía que podía encontrarme aquí?
—Supongo que habrá hablado con mi abogado. O quizá lo haya enviado el jefe de bomberos.
—¿Crees que han averiguado algo?
—Parece que sí —dijo Harve—. Pero a mí no me ha dicho nada. Es muy callado.
Se ha limitado a enseñarme sus credenciales y a preguntarme si podía hablar contigo aquí. Ni una palabra más.
El investigador los esperaba en el salón. Se presentó como el Detective Federal Martin Ludlow y le mostró a Lottie su identificación.
—¿FBI? —pregunto ella.
—No exactamente, aunque puede que tengamos que trabajar con ellos antes de que todo esto termine —dijo Ludlow—. Los delitos bancarios están bajo jurisdicción federal ya que los bancos están regulados por ley federal. Por extensión, los delitos contra personas amenazadas o heridas en el desempeño de su deber dentro de una institución federalmente regulada entran en las competencias de la autoridad federal.
Lottie se descubrió sonriendo y lo disimuló con una tosecilla. Se prometió que jamás volvería a acusar a Harve de ser petulante y pomposo. Aparte de lo que pudiera ser, estaba dispuesta a apostar que el señor Ludlow se había licenciado en derecho. Nadie que no fuera abogado podía contestar a una pregunta sencilla de una manera tan enrevesada para, al final, no decir nada. Lottie seguía sin saber a qué agencia pertenecía.
—¿Necesita Lottie que haya presente un abogado? —preguntó Harve.
—Eso es decisión suya, por supuesto, pero la señorita Carlyle ni lo es en el momento actual ni puedo concebir circunstancias futuras que la implicaran como sospechosa. Quisiera hacerle algunas preguntas, pero meramente recabo información.
Lottie pensó que al menos eso sí eran buenas noticias.
—¿Puede quedarse Harve?
—Por mí, no hay objeciones.
—Bien, ¿qué quiere saber, señor Ludlow?
—Cualquier cosa que pueda decirme, señorita Carlyle. Por ejemplo, ¿qué fue lo primero que le hizo entrar en sospechas?
Lottie le explicó que los intereses del fondo de inversión le habían parecido extraños y por eso había acabado decidiéndose a investigar en los libros mayores, en la documentación y hacer un rastreo.
—Por eso precisamente se quedó atrapada en la cámara acorazada, ¿no es cierto?
—Sí, exacto.
—¿Tiene alguna idea, alguna conjetura sobre quién pudo hacerlo?
—No —contestó ella—. Creí que estaba sola en el banco cuando bajé al sótano.
—¿Y ahora piensa que había alguien más allí?
—O eso, o alguien llegó mientras que yo me encontraba abajo.
—Pero, ¿quién podía saber que usted se hallaba todavía en las dependencias del banco?
—Cualquiera podría haberlo sospechado, supongo. Mi coche seguía aparcado frente a la puerta principal.
—Por eso pensé yo que seguía dentro —interrumpió Harve—. La había buscado por todas partes y su coche seguía aparcado en su sitio de siempre.
—¿Y quién pudo tener acceso al banco después del cierre, señorita Carlyle?
—Técnicamente, sólo mi tío, Cyrus Blackburn, mi primo Jefferson y yo misma.
Pero somos un banco pequeño, señor Ludlow, casi como una familia. No creo que hayan reprogramado la alarma en años. Cualquier empleado podría tener los códigos.
—¿De mismo modo que cualquier empleado podría tener acceso al ordenador?
—Me temo que sí.
—¿No tomó notas y las dejó donde cualquiera pudiera leerlas y descubrir lo que se proponía?
—No, claro que no —dijo Lottie—. Mantuve una especie de diario, pero lo llevaba conmigo todo el tiempo, incluso cuando estaba en la cámara.
—¿Qué quiere decir con «una especie de diario» señorita Carlyle? —preguntó Ludlow con una voz monótona que delataba su carencia de emociones.
—Es un registro cronológico, como un comentario de lo que sospechaba y de lo que hacía. Lo puse en un disquete de ordenador, no en el ordenador mismo, y guardé el disquete en mi portafolios y con llave. Hice un archivo distinto para cada entrada, pensando que la grabación electrónica de la hora y la fecha serviría como documentación. Una idea tonta, ¿eh? —añadió al cabo de una pequeña pausa.
Ludlow se enderezó sin levantarse.
—De ninguna manera. En realidad es una idea muy inteligente, suponiendo, claro, que no lo dejara donde todo el mundo pudiera verlo. —¿Por casualidad…? —
Ludlow se aclaró la garganta—. ¿Por casualidad conserva ese disquete?
—Lo tengo aquí mismo —dijo ella, abriendo su maletín y enseñándoselo.
—¿Puede prestármelo o hacerme una copia?
—Yo puedo hacerle una copia —dijo Harve—. Eso salvará las fechas y las horas de grabación. El ordenador está en mi despacho.
—Muy bien, gracias —dijo Ludlow volviendo su atención a Lottie—. Señorita Carlyle, ¿puedo preguntarle hasta dónde retrocedió en su investigación de los registros?
—Encontré la misma pauta de comportamiento desde hace cinco años, aproximadamente.
—Comprendo. ¿Y examinó registros más antiguos? ¿Digamos los de trece años atrás?
Lottie asintió lentamente.
—¿Cómo lo ha sabido?
—Dadas las circunstancias y dada la oportunidad, creo que la mayoría de la gente hubiera hecho lo mismo. Dígame, ¿qué encontró?
—La misma pauta de inversión.
—¿Y a qué conclusiones ha llegado?
—A que este malversador es un calco exacto del anterior.
—¿O…? —le animó el agente.
—O que el malversador original ha vuelto a las andadas.
A sus espaldas, oyó que Harve contenía la respiración, pero no se atrevió a mirarlo, temerosa de perder el poco aplomo que le quedaba.
—Mis expertos me dicen que el esquema es demasiado exacto como para ser una réplica —dijo Ludlow en voz baja.
—¿Quiere decir…?
—Todavía estamos empezando las investigaciones, pero sospechamos que podemos enfrentarnos al mismo malversador. Todo apunta a que su padre no fue culpable del anterior desfalco. Y eso, señorita Carlyle, también plantea la cuestión de la muerte de su padre. Han pasado demasiados años y quizá nunca podamos estar seguros de si fue un suicidio, un accidente o un asesinato. Nada nos permite decidir entre alguna de esas tres posibilidades.
Lottie cerró los ojos un momento, digiriendo las palabras del investigador.
Entonces Ludlow prosiguió.
—Por lo común, la malversación es un delito no violento de cuello blanco. Pero este caso no parece corriente. Supongo que no he de decirle que debe informarnos inmediatamente de cualquier cosa sospechosa, de cualquier cosa que se salga de lo habitual.
—Lo haré —dijo ella.
—Y que ha de ser extremadamente precavida.
—Sí —prometió ella.
—De acuerdo. Entonces, si el señor Tremayne es tan amable de hacerme una copia de ese disquete, los dejaré tranquilos.
Después de hacer una copia para el detective y acompañarlo hasta el coche, Harve volvió junto a Lottie.
—¿Por qué no me contaste lo de tu padre?
—Porque tenía miedo.
—¿Miedo?
—Yo quería… No, «quiero» que sea verdad lo que imagino. Tenía miedo de abrirme a la esperanza, me parecía imposible al cabo de tantos años. Creo que tenía miedo de estar engañándome a mí misma. ¿Y si resulta que al final sólo es alguien que ha copiado el mismo método?
—Entonces, nada habrá cambiado —le recordó él—. Ni a mejor ni a peor, todo seguirá sencilla mente igual. Y ya has aprendido a vivir con eso, ¿no?
—Sí —dijo ella con un temblor en la voz.
—Lottie, cariño, ven aquí —dijo Harve cerrando los brazos alrededor de ella.