Capítulo 10
¿Cómo lo había hecho Harve?, se preguntó Lottie. ¿Y por qué se lo había permitido?
Tenía decidido despedirse de él en cuanto volvieran a Little Falls. Y, sin embargo, allí estaba, todavía con él. Después de pasar casi toda la tarde trabajando juntos en su casa, ahora se encontraba de camino al rancho Tremayne, a asaltar el frigorífico. Por segunda vez. Aquello era reincidencia.
Cuando volvieron de Fayetteville, Harve le dijo que tomara el coche hasta la casa de su abuela, que él iría a recogerla para el trayecto de vuelta a la ciudad.
—No hace falta que utilicemos los dos vehículos —añadió.
También trató de tranquilizarla con respecto a las habladurías.
—Ya conoces cómo es Little Falls, Lottie. Siempre hay algún chisme en circulación. Desaparecerá en cuanto pase algo más interesante.
Lottie se dio cuenta de que había cedido oponiendo tan sólo una resistencia testimonial y supo que había capitulado con tanta facilidad porque le gustaba estar con él. Además, también era consciente de que, con su ayuda, podría avanzar mucho más que si trabajaba sola.
«Eso es aprovecharte. ¡Qué vergüenza!», se escandalizó su conciencia. «Puede que sí, pero nadie lo ha obligado a hacerlo», replicó la parte más práctica de su mente.
Sin embargo, permaneció inflexible respecto a una cosa. Por nada del mundo iba a poner los pies en su rancho. Estaba convencida de que había sido eso lo que había disparado los rumores.
—Tonterías —dijo él—. No corres peligro de convertirte en una dama de dudosa reputación.
Y entonces él procedió a sobornarla. Con un pastel de moras.
—¿Cómo sabías que no puedo resistirme a los pasteles de moras que hace Annie?
—Porque yo mismo le he explicado que necesitaba un incentivo irresistible —
confesó él.
—Bien, pues ya ves que te ha funcionado.
«Annie Martin va a tener que explicar muchas cosas. No, eso no es justo», se dijo, aunque sabía que no estaba siendo justa con la pobre mujer. Al fin y al cabo, había ido allí por su propia voluntad.
Una vez aceptada su culpabilidad, Lottie se relajó y decidió divertirse. Después de comer, Harve sugirió que tomaran un baño caliente.
—Vicki siempre deja un bañador aquí para cuando su marido y ella vienen de Washington. Puedes usarlo. No sé tú, pero yo hoy he utilizado unos músculos que había olvidado que tenía.
Esta vez, ella ni siquiera trató de convencerse de que no debía aceptar. Un baño relajante parecía el colofón perfecto para aquel día. Se puso el bañador y se reunió con Harve en el belvedere que había a unos metros del porche trasero.
—¡Cielos! Pero si más parece una piscina que un baño —se sorprendió ella—.
¿Qué te propones? ¿Usarla como baño terapéutico para tus caballos?
—Ellos ya tienen la suya. También hay una piscina de verdad, pero la vacío en invierno y esta primavera todavía no la he llenado —dijo él, encogiéndose de hombros—. ¿Qué quieres que te diga? Soy grande, me gusta tener espacio para moverme.
—Bueno, lo que es yo, me conformo con sentarme y ponerme a remojo.
Lottie se deslizó en el agua clara, se sentó un momento en uno de los bancos de obra y, al cabo de un rato, buscó uno más bajo. Con un suspiro de placer, se sumergió hasta la barbilla, apoyó la cabeza en el borde del baño y cerró los ojos.
No sabía cuánto llevaba allí, su cuerpo y su mente se habían relajado por completo, cuando sintió que Harve se sentaba a su lado.
—Estás tensa —dijo él—. Vuélvete de lado y te daré un masaje en el cuello.
Si antes ya se sentía como flotando en una nube, el toque de sus manos fue gloria pura. Estuvo a punto de gemir de placer mientras él le amasaba los músculos del cuello y los hombros.
Las manos de detuvieron un momento y volvieron a moverse, pero esta vez acariciantes, suaves como plumas, tentadoras, incitantes.
—Lottie.
El nombre en sus labios era apenas un susurro. Lottie ya no pudo seguir resistiéndose a la llamada, igual que un arroyo no podía evitar fluir hacia el mar. Se dio la vuelta entre sus brazos.
Sus ojos azules parecían resplandecer cuando decía su nombre. Entonces, inclinó la cabeza buscando su boca.
El beso de Harve era lento y considerado. Lottie se apretó contra él y levantó la cara en una súplica silenciosa. Harve reclamó sus labios, más exigente en esta ocasión y ella los abrió por instinto al sentir la presión de los suyos.
Con un gemido que era tanto de placer como de frustración, Harve apartó sus labios de ella y la estrechó entre sus brazos. Lottie sentía que la piel le hormigueaba donde él la tocaba y trató de poner orden en la confusión de sus emociones. Al final, y tuvo la impresión de que lo hacía a regañadientes, Harve aflojó su abrazo y se apartó unos centímetros.
—Lottie…
Su voz se perdió en el silencio. Al cabo de un momento, volvió a hablar, aunque en un tono menos solemne.
—Si no salimos pronto de aquí vamos a quedarnos como ciruelas pasas.
Lottie trató de reír y descubrió que le era imposible emitir el menor sonido, de modo que tuvo que contentarse con asentir. Harve salió del baño y entonces, como si intuyera que las fuerzas habían escapado de su cuerpo, se inclinó para ayudarla.
Aunque hacía una tarde cálida de principios de primavera, el aire sobre su cuerpo mojado era lo bastante frío como para resultar vigorizante. De algún modo, encontró la fuerza necesaria para ponerse en pie. Cuando Harve la envolvió en una toalla de baño, ella se la sujetó con fuerza y retrocedió, apartándose de sus manos, temerosa de descubrir que era su proximidad y no el agua caliente lo que convertía sus rodillas en jalea.
—Harve… —empezó mientras buscaba en su mente algo que decir.
La mirada azul de sus ojos la hipnotizaba.
—No, nada de análisis ni de condolencias —dijo él—. Esta noche no. Ya hablaremos de esto más adelante.
Lottie asintió, tan dispuesta como él a posponer lo que hubiera sido una conversación incómoda.
—Me vestiré para que me lleves a casa.
Hicieron el breve trayecto entre el rancho de Harve y el de su abuela en silencio.
Esta vez, cuando él detuvo la furgoneta, Lottie esperó a que bajara y le abriera la puerta. Se dio cuenta con un humor irónico de que la había acostumbrado bien.
—Mañana tengo que ir a Tulsa a ver un caballo —comentó él mientras caminaban hacia la puerta—. ¿Te apetece acompañarme?
—No puedo —dijo ella mirándole a la cara.
—Si lo dices porque…
—Lo digo porque tengo muchas cosas que hacer —le cortó ella—. Me gustaría acompañarte. De verdad. Sé que nos lo pasaríamos bien, pero no puedo.
Harve la miró a los ojos y entonces, aparentemente satisfecho, asintió.
—De acuerdo. Quizá en otra ocasión.
—Me encantaría.
—Lo he pasado muy bien hoy —dijo él.
—Yo también. Gracias por tu ayuda… y por invitarme a pastel de moras.
—Estás invitada a comerte mi pastel cuando quieras —dijo él, sonriendo.
—Yo… Creo que lo mejor será que entre. Buenas noches.
Harve se inclinó hacia ella y le rozó la mejilla con los labios.
—Buenas noches, Lottie. Nos veremos la semana que viene.
Dándose cuenta de lo ansiosa que se encontraba ante la inminencia de volver a verlo, el sábado Lottie trató de mantenerse lo más ocupada posible para no pensar en él. En términos generales, el plan funcionó, hasta que Abby comentó que le había llamado desde Tulsa para decirle que iba a estar fuera unos días más.
—Me alegro de que Harve y tú paséis el tiempo juntos —dijo Abby—. Mi nieto necesita una mujer. Creo que tú eres perfecta para él.
—Sólo somos amigos —dijo Lottie, que empezaba a cansarse de repetir siempre la misma cantinela—. Además, tenemos demasiados desacuerdos.
—No hay nada malo en ser amigos. La amistad es tan importante como el amor en una buena relación, pero que seáis amigos no significa que siempre tengáis que estar de acuerdo. Mi Harvey y yo éramos íntimos amigos.
Lottie suspiró. Esperaba fervientemente que aquello no fuera una repetición de la charla que había mantenido con Myrtle. ¿Acaso aquellas dos mujeres estaban confabuladas para emparejarla con Harve?
—Amigos o amantes, no hace falta estar de acuerdo siempre con el otro —
prosiguió Abby—. Es la capacidad de ser tú misma, la libertad para discrepar y de permitir que la persona que amas discrepe contigo lo que caracteriza a una relación duradera. Mi Harvey y yo la tuvimos y también disfrutamos de un largo y feliz matrimonio.
—Estoy segura de que tienes razón —la interrumpió Lottie—. Pero…
Abby continuó como si Lottie no hubiera abierto la boca.
—No me importa confesártelo, Rosemary y mi nieto me tenían preocupada. No me parecía que compartieran esa clase de vínculo.
—No deberíamos hablar de estas cosas —dijo Lottie con tacto.
—No veo por qué no —replicó Abby, negándose a dejarse disuadir—. Ahora forma parte del pasado. Rosemary era dulce y amable, pero no suponía un desafío.
Siempre estaba de acuerdo con Harve, nunca discutía sus decisiones, nunca hacía que se parase a pensar. Si se hubieran casado, antes de seis meses habría estado más aburrido que una almeja. Pero si Harve y tú… bueno, me extrañaría mucho que él pudiera aburrirse. Ni tú tampoco.
—Harve y yo no tenemos esa clase de relación —insistió Lottie—. Sólo somos amigos.
—Más cabezotas que mulas, eso es lo que sois los dos —sentenció Abby—.
Piénsate lo que te digo.
A pesar de todos sus esfuerzos por cambiar de conversación, Lottie se descubrió repasándola en su mente. Abby tenía razón en una cosa. Harve la intrigaba, la seducía, le divertía y a veces la enfurecía, pero jamás la aburría.
No, era imposible. Como pareja, eran imposibles. No podía enamorarse de él, tenía que evitarlo a toda costa. Nunca funcionaría. Sin embargo…
No veía el momento de que fuera lunes por la mañana. La situación iba a mantenerla demasiado ocupada para que sus pensamientos se centraran exclusivamente en Harve.
Cuando el banco abrió el lunes por la mañana, Lottie pudo sentir el nacimiento de un entusiasmo y una confianza renovada entre los empleados. El horario del sábado podía considerarse como un éxito sólo por esa razón.
Diversas tareas la mantuvieron ocupada hasta que Samuel Morgan llegó a su cita poco después de las dos y media. Su padre, John, había muerto recientemente y, como hijo único, el joven había heredado un rancho de ochenta acres y la hipoteca que pesaba sobre él.
—¿Qué puedo hacer por usted hoy, señor Morgan? —preguntó ella, después de hacerle pasar a su despacho.
Lottie escuchó mientras él le explicaba que, durante el año anterior, la precaria salud de su padre había hecho necesaria la venta de su ganado. Samuel iba a la universidad, pretendía especializarse en horticultura y le faltaba un año para licenciarse. Había puesto en funcionamiento una granja de productos hortícolas e invernaderos de cultivos especializados y, con la ayuda de su esposa, había concertado acuerdos con distintos restaurantes de la zona para suministrarles sus verduras.
—La producción nos da para vivir —le dijo—. Por otro lado, estudio con una mezcla de becas y ayudas para la universidad. Pero, con la muerte de mi padre, ya no disponemos de lo suficiente para hacer frente a los pagos de la hipoteca.
—Entonces, ¿qué es lo que me pide, señor Morgan?
—Bueno, nos preguntábamos si podríamos refinanciar el rancho y conseguir dinero suficiente para estar al día en los pagos de la hipoteca hasta que yo acabe los estudios.
—¿Se da cuenta de que la hipoteca actual es antigua? Con esa operación, aumentará su endeudamiento, así como los costes, y los nuevos plazos serán mucho más altos que los actuales.
—Lo sé —dijo él asintiendo—. Pero no se me ocurre qué otra cosa podría hacer.
No quiero dejar la universidad. Sin embargo, la alternativa es abandonar los estudios o terminarlos porque, hasta entonces, no podré aumentar nuestros ingresos. Mi esposa ha hablado de buscar un trabajo, pero es ella la que se encarga de casi todas las faenas del rancho, de modo que, en realidad, no tiene tiempo. Hemos pensado en poner algunas cabezas de ganado para carne en los pastos, pero el precio de la carne es tan bajo que, aunque lo hiciéramos, no conseguiríamos recuperar la inversión hasta que lo vendiéramos en otoño.
—En resumen, le está solicitando al banco que le preste el dinero para hacer frente a los pagos de su hipoteca durante el próximo año. Con eso sólo conseguirá aumentar su deuda con cada día que pase.
—Cuando termine los estudios y pueda dedicarme plenamente a trabajar, estoy seguro que las hortalizas y los invernaderos serán más rentables. Podríamos vender el doble de lo que ahora producimos. No sé qué más puedo hacer, señorita Carlyle.
No quiero dejar la universidad, pero tampoco quiero perder el rancho.
Lottie podía oír la desesperación en su voz.
—No se preocupe, señor Morgan. El saldo de la hipoteca vigente es mucho menor que el valor de la propiedad. La refinanciación es una alternativa, aunque, en las presentes circunstancias, no estoy segura de que sea su mejor opción. Pero ya verá como se nos ocurre algo, se lo prometo. Déjeme que lo piense un momento.
Lottie se dio cuenta de que la tensión y desesperación de su rostro se relajaban un poco. Se apoyó contra el respaldo de su sillón y tamborileó con los dedos sobre su escritorio.
—Me ha dicho que la producción de su huerta y de sus invernaderos es pequeña, ¿no es cierto?
Morgan asintió.
—Entonces, la mayor parte de la tierra siguen siendo pastos, ¿no? ¿Pastos que no están siendo utilizados?
Morgan volvió a asentir.
—¿Ha pensado que puede arrendar esos pastos para aumentar sus ingresos?
—Sí, señorita. Pero el precio de la carne ha caído en picado, la mayoría de los ganaderos ya han reducido su cabaña al mínimo para mantenerse. Tratan de aguantar con lo que tienen hasta que vuelvan a subir los precios. Nadie va a comprar ganado en una temporada.
—Pero ya no van a reducir más sus rebaños, ¿no?
—Ahora no. No con los precios actuales y si pueden evitarlo.
—Yo no soy ganadera ni agricultora, pero comprendo lo que me dice. Un ranchero hace mejor manteniendo su ganado que vendiéndolo, ¿correcto?
—Sí, señorita. Ahora mismo sólo perdería dinero con cada cabeza que venda.
—En ese caso, tengo una idea que quizá resuelva su problema.
Lottie vio un brillo esperanzado en sus ojos cuando le explicó que ella conocía a un ganadero local que pensaba dedicar parte de sus pastos a la producción de alfalfa e iba a reducir el número de sus cabezas en la misma proporción.
—Si vender ahora significa pérdidas, puede que al señor Jamison le interese arrendar sus pastos para mantener su rebaño hasta que suban los precios. Puede que incluso le interese aumentar el número de cabezas, puesto que no sería problema con los precios tan bajos. Cuando sus campos de alfalfa se encuentren en plena producción, podrá mantener un rebaño más grande.
El hombre la miraba perplejo.
—No voy a aprobar su préstamo hoy, señor Morgan —continuó ella—.
Volveremos a plateárnoslo si es necesario, pero soy de la opinión de que podría arrendar sus pastos para pagar los plazos de la hipoteca. ¿Por qué no investiga esa alternativa antes de que nos planteemos aumentar su endeudamiento?
—Yo… No sé qué decir —balbuceó el joven.
Lottie frunció el ceño.
—¿No le parece un plan factible?
—No, no me refería a eso, parece un buen plan. Lo que no entiendo es… Bueno, creía que el banco estaría encantado con la oportunidad de refinanciar el préstamo y subirme los intereses. ¿No es a eso a lo que se dedican los bancos? ¿A tratar de ganar más dinero siempre?
—Sí —contestó ella—. Pero con ciertos parámetros que, sinceramente señor Morgan, usted no cumple en estos momentos. El valor de sus tierras es lo bastante alto como para que, desde luego, pueda optar a una hipoteca más elevada, pero también debemos tener en cuenta su capacidad de hacer frente a los pagos y, en estos momentos, usted no dispone de los ingresos suficientes para soportar unos plazos que llegarían a ser onerosos.
Samuel Morgan parecía incómodo y la preocupación volvió a su rostro.
—Pero acaba de decir que la decisión de no aumentar el préstamo no era definitiva.
—Sí, y lo decía en serio. Somos un pequeño banco independiente y poseemos la flexibilidad suficiente como para considerar otros factores cuando aprobamos un préstamo, en este caso, unos potenciales anticipos de ingresos diferidos. Estaría dispuesta a darle el visto bueno a su préstamo, pero prefiero que trate de arreglar las cosas sin aumentar su endeudamiento hasta que esté preparado para incrementar la producción.
Lottie sonrió antes de proseguir.
—En su familia han sido buenos clientes de este banco durante varias generaciones, señor Morgan. Cuando acabe los estudios y esté en posición de expandirse, espero que acuda a nosotros para acordar la financiación.
Para cuando acabaron de hablar, el banco había cerrado.
—No sé cómo darle las gracias —dijo el joven ranchero mientras cruzaban el vestíbulo.
—No tiene por qué dármelas —dijo ella—. Sin embargo, le ruego que me mantenga informada de sus tratos con Jamison. Si es necesario, podemos pensar en algo más.
Lottie lo acompañó a la puerta y la cerró cuando salió. Una buena tarde de trabajo, se dijo a sí misma al volver a su despacho. De eso se trataba el trabajo de banca en una ciudad pequeña, en una asociación entre el banco y el cliente para el beneficio mutuo.
Contempló su escritorio. Volvía a estar atestado de montones de documentos y de archivos. Decidió ordenarlo un poco antes de marcharse.
Trabajó de firme durante casi media hora, examinando los fajos de documentos uno a uno, archivando algunos, descartando otros, hasta que sólo quedó una bandeja rebosante de papeles. Por un momento, se dejó engatusar por la tentación de dejarlo para el día siguiente. Después, con un suspiro, se los puso delante. Merecía la pena quedarse unos minutos más con tal de llegar al día siguiente y encontrarse el escritorio despejado.
La bandeja estaba casi vacía cuando vio el sobre. Sin nada escrito, completamente en blanco, sin señales distintivas.
Se echó a temblar y sintió que los pelos de la nuca se le erizaban.
«Tonterías», se dijo mientras lo tomaba en sus manos. Sólo porque lo pareciera no significaba que por fuerza tuviera que ser lo mismo. A pesar de sus protestas mentales, no se sorprendió cuando desdobló cuidadosamente una única cuartilla.
Al igual que la primera nota, el papel era corriente y las letras habían sido meticulosamente recortadas de los titulares de distintos periódicos y revistas para pegarlas formando palabras. El mensaje era más breve, pero no menos desagradable: ESTás ADvertida.