Capítulo 1
Harve Tremayne era un hombre práctico. Siempre examinaba los hechos y las circunstancias antes de actuar y, nunca, nunca, se comprometía en batallas desesperadas por causas perdidas.
Hasta ahora.
Mientras esperaba a que la junta anual de accionistas del Community Bank de Little Falls fuera declarada abierta, estudió las opciones posibles y, como antes, no encontró ninguna solución.
Maldijo entre dientes. Hacía años que sabía que, a menos que el banco cambiara su política ultraconservadora, iba de cabeza al desastre. En el moderno mundo de las finanzas, el Little Falls Bank, una pequeña institución privada cuyos propietarios absolutos eran descendientes de los fundadores originales, constituía un anacronismo. Durante más de ciento cincuenta años, las fortunas de la ciudad habían experimentado sus mismos flujos y reflujos.
Harve casi podía sentir sobre su cuerpo la mirada furibunda de Gideon Tremayne, su tatarabuelo y uno de los fundadores, que lo contemplaba con sus feroces ojos azules desde su descomunal retrato al óleo que ocupaba casi toda la pared por encima de la mesa presidencial y parecía decirle: «¡Haz algo!»
Sí, claro. ¿Pero qué?
Los números pueden manipularse en ocasiones, pero nunca mienten. Mientras que Cyrus Blackburn, actual presidente del banco y del consejo de administración, controlara el sesenta por ciento del capital, Harve se encontraba con las manos atadas.
Hacía falta un milagro.
Cuando el viejo reloj de péndulo Seth Thomas comenzó a dar las campanadas de las diez, Cyrus ocupó su lugar de honor en la mesa.
—En mi calidad de presidente del Community Bank de Little Falls…
Harve apenas prestó atención a los comentarios iniciales del presidente y, en cambio, trató de plantear un debate que pudiera hacer entrar a Cyrus en razón. Casi pasó por alto que el anciano se detenía de pronto y que las puertas de la sala de juntas se abrían de par en par para luego cerrarse con suavidad. Como todos los presentes, se volvió para ver quién era el responsable de la interrupción.
La responsable, pues era una mujer joven y atractiva, se quedó apoyada contra las puertas en una pose elegante. Era esbelta, de estatura media y llevaba un vestido rojo, formal y bien cortado. A pesar de la severidad de sus líneas, no alcanzaba a disimular la feminidad de sus curvas.
Había algo familiar en ella… Harve frunció el ceño tratando de fijar una imagen elusiva en su mente. El peinado sencillo de su pelo negro se curvaba suavemente sobre la mandíbula, subrayando la determinación de su barbilla. ¿Pero dónde la había visto antes?
—Ésta es una reunión privada de accionistas —dijo Cyrus con una voz que vibraba de indignación.
—Estoy al tanto —dijo la mujer mientras se adelantaba—. ¿No reconoces a tu sobrina? Soy Charlotte, tío Cyrus. Charlotte «Blackburn» Carlyle.
—Cha… Charlotte… —balbuceó Cyrus conforme su rostro descolorido palidecía aún más—. Pero… ¿qué estás haciendo aquí?
—No es posible que hayas olvidado, tío Cyrus, que celebré mi trigésimo cumpleaños el pasado doce de abril. Con arreglo a las cláusulas del fideicomiso de mi padre, yo, y no tú, controlo ahora el paquete de acciones que me dejó. Refrendado en el testamento de mi madre, que también se ejecutó la semana pasada, y en el que me hace titular de las acciones que heredé de ella. Poseo el treinta por ciento de los activos del banco. He vuelto a casa para reclamar mi herencia y para, de acuerdo con las disposiciones del documento, ocupar mi puesto como directora de la entidad.
¡Charlotte Carlyle! La pequeña Lottie, aunque ya bien crecidita… Harve se relajó en su asiento.
Cierto que esperaba un milagro, pero, sinceramente, no confiaba en que se produjera. ¡Quién iba a imaginarlo! ¡Un milagro vestido de rojo! Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras acallaba una voz interior que le advertía de que Charlotte Carlyle era un personaje desconocido. Ya se preocuparía por eso después.
Por ahora, le bastaba con ver retorcerse al viejo Cyrus.
Lottie vio cómo su tío boqueaba como si tratara de hablar, aunque la voz no le salía del cuerpo. Su estrategia se basaba en el factor sorpresa. A juzgar por la reacción de su tío, había tenido éxito. Contuvo el impulso de sonreír y sintió que las mariposas de su estómago se apaciguaban hasta un revoloteo suave. Aprovechando el desconcierto momentáneo de Cyrus, lo estudió.
Los años trascurridos desde la última vez que lo había visto no eran patentes en su rostro. Estaba considerablemente envejecido, el pelo gris era ralo y sus rasgos agudos parecían encogidos, dándole un aspecto amargado.
El hombre que se sentaba a su derecha también era pariente de Lottie, su primo Jefferson Blackburn. Una versión más rolliza y desdibujada de su padre, también aparentaba más de los treinta y ocho años que tenía. Hacia el otro lado de la mesa había un hombre de mediana edad y rasgos fuertes al que reconoció como el consejero Andrew Pettigrew.
Abigail Tremayne estaba sentada justo frente a él. La matriarca de Little Falls debía rondar los noventa pero, al contrario que tío Cyrus, no parecía haber envejecido un solo día desde la última vez que la había visto. Llevaba el cabello níveo y espeso recogido en un moño bajo, el traje azul marino y la blusa de seda color marfil denotaban riqueza y respetabilidad.
Lottie se fijó en el último miembro de la mesa y, mientras sus miradas se encontraban, sintió que su ya nervioso estómago hacía un doble salto mortal. Era el único de la sala que no llevaba traje y corbata tradicional, sino una versión vaquera de la indumentaria de ejecutivo: una camisa tachonada de perlas, corbata de lazo y una chaqueta con el canesú muy marcado y de color crema. La última vez que le vio era mucho más joven, pero el famoso mentón de los Tremayne, con su profundo hoyuelo, seguía siendo claramente identificable. Lo mismo sucedía con aquellos ojos azules y brillantes que ahora la examinaban con curiosidad. Era Harvey Tremayne, nieto de Abigail e hijo predilecto de Little Falls, el mismo que ella había creído amar como una idiota.
Mientras le devolvía la mirada inquisitiva sin arredrarse, se le heló el aliento en algún punto entre la garganta y los pulmones. La intensidad de aquellos ojos hizo que sus hormonas entraran en efervescencia como las burbujas de un sifón.
Luchando por dejar a un lado su desorientación, Lottie fijó la vista en el presidente de la mesa.
—Pero… pero no puedes hacerlo —dijo Cyrus. Ahora su rostro se había sonrojado intensamente.
—Te aseguro que sí.
Su voz sonó fuerte y firme, aunque sus piernas parecían a punto de fallarle.
Abrió el portafolios y sacó un fajo de papeles.
—Los documentos rubricados ayer por el tribunal del condado certifican la ejecución del testamento, la disolución del fideicomiso y la revocación de tus poderes como albacea de las acciones en cuestión. He hecho copias para todos los miembros del consejo.
—¡Esto es absurdo! —exclamó Cyrus—. Desconoces por completo esta comunidad y cómo opera nuestro banco. No puedes presentarte aquí como si tal cosa y…
Lottie sacudió la cabeza y respiró hondo. Estaban empezando a disiparse los efectos de la descarga de adrenalina. Tendría que estar disfrutando con aquella confrontación, pero sólo quería terminar de una vez.
—Olvidas, tío Cyrus, que por mis venas corre la sangre de dos de las familias fundadoras del banco. Mi madre era una Blackburn y, aunque mi padre no procedía de Little Falls, los Carlyle son una familia de banqueros muy respetada en Oklahoma.
Como una niebla que se alzara del lago, el silencio se cernió sobre la sala, tan absoluto, que Lottie podía oír su propio pulso. Mantuvo su atención firmemente centrada en su tío, confiando en que fuera el primero en atacar.
Se equivocaba.
—Me sorprende que te refieras a eso —dijo Jefferson en tono condescendiente
—. Considerando que tu padre…
Lottie lo miró furibunda, retándolo a que acabara la frase. Su primo tartamudeó antes de callar definitivamente y ella esperó un momento antes de continuar.
—Poseo extensos conocimientos de banca y varios años de sólida experiencia directa —dijo, ignorando la interrupción de Jefferson—. He incluido una copia de mi currículum en los documentos que acabo de entregaros. Os aseguro que estoy bien cualificada para integrarme en el consejo de administración.
—Un currículum puede falsificarse —dijo Jefferson con hostilidad.
—Y también puede ser comprobado —replicó ella—. De todas maneras, para mis propósitos, la verdad es que no importa.
Lottie volvió a hacer una pausa, esta vez buscando un efecto dramático.
—Según las cláusulas de la carta fundacional del banco, el accionista con más títulos en su poder puede automáticamente reclamar el puesto de director. Estoy dispuesta a permitirte que mantengas el puesto si quieres, tío Cyrus. Ya veremos más adelante cómo van las cosas. Mientras tanto, por favor, haz que me preparen el antiguo despacho de mi padre. Me presentaré a trabajar como la nueva vicepresidenta de la entidad el lunes por la mañana.
¡Lo había hecho! Había cogido el toro por los cuernos. Lottie reprimió una risilla que amenaza con brotar de su garganta. Una rápida inspección de las caras en torno a la mesa confirmó el efecto que causaba su anuncio. Tiempo y movimiento parecían congelados en el instante comprendido entre la acción y la reacción. La expresión de su tío vacilaba entre la ira y la incredulidad. La de Jefferson era rebelde. Andrew Pettigrew parecía pensativo. Vio un gesto contenido en los labios de Abigail Tremayne, como si tratara de disimular una sonrisa.
¿Y Harve Tremayne? Su rostro estaba absolutamente desprovisto de expresión.
Seguro que en alguna vida anterior le había dado clases a una esfinge. ¿Estaba con o contra ella?
—Reconozco que tu treinta por ciento te da derecho a ocupar un puesto en el consejo, pero los demás accionistas quizá tengan algo que decir al respecto —
protestó su tío.
—Charlotte cuenta con mi voto —anunció Abigail—. Eso le da un apoyo del cuarenta por ciento.
Lottie contempló a la anciana. Abigail le devolvió la mirada con un brillo en los ojos y una expresión que sólo podía comparar con la de un prestidigitador que acabara de sacar un conejo de la chistera. Su apoyo era firme, pero, ¿qué ocurría con los demás miembros de la junta? ¿Andrew, Harve? Podía sentir la mirada del último clavada en ella y de nuevo luchó por mantener la serenidad.
—¿Y usted, Andrew? —preguntó Cyrus.
—El banco está estancado y no les he oído decir nada que cambie esta situación
—dijo Andrew con calma—. Me inclino a secundar a la señorita. Desde luego, no veo qué daño puede hacer con intentarlo.
—Gracias por su apoyo, señor Pettigrew —dijo Lottie.
—De nada, señorita. Aunque, tal como ha señalado, no lo necesita. Todo figura en los estatutos del banco, exactamente como usted ha dicho. Cyrus ha estado utilizando sus poderes testamentarios y los estatutos para mantener durante años su control sobre la junta y retener el título de presidente y, en realidad, sólo posee el quince por ciento de las acciones. La salsa que vale para el ganso también vale para la gansa, lo digo para que todo el mundo entienda mi postura.
Cyrus frunció el ceño y, sin molestarse en preguntarle a Jefferson, dirigió su atención al último hombre de la mesa.
—¿Y tú, Harve? —dijo su tío con una voz que era a la vez una pregunta y una súplica—. ¿Vas a permitir que mi sobrina, que no ha puesto un pie en Little Falls desde que era niña, venga de repente y se haga con la dirección de esta manera?
Lottie contuvo el aliento. Sabía que en las manos de Harve estaba la clave de sus planes. Si se oponía a ella, quizá poseyera el título, pero le sería difícil ejercer el poder y ganarse el apoyo de la comunidad. Ya se había puesto en ridículo una vez con él, persiguiéndolo con la intensidad fanática de una adolescente enamorada. Se preguntó si él aún recordaba aquel encaprichamiento. ¿Podría olvidar o perdonar la vergüenza que una niña inmadura le había hecho pasar?
Harve pareció dudar un momento, más por dramatismo, pensó ella, que por indecisión. Entonces, se inclinó hacia delante.
—Bien, Cyrus —dijo con un fuerte acento—. Tal como Andrew ha señalado, legalmente, ella está en su pleno derecho.
Su voz era fuerte y suave, como terciopelo, pero no había modo de escapar a la autoridad que había detrás de sus palabras.
—Admito que esto me ha pillado por sorpresa —continuó—. Hay una vieja máxima latina que aconseja: «Hagas lo que hagas, hazlo cuidadosamente y llega hasta el final». Siendo un hombre prudente por naturaleza, creo que me abstendré.
Sin embargo, con su paquete de acciones, más las de mi abuela y las de Andrew, cuenta con el respaldo de la mayoría.
Lottie sabía que podía darse por satisfecha con que Harve no se hubiera opuesto a ella, aunque tampoco pudo evitar sentir una cierta desilusión. ¿No se daba cuenta de que ella había crecido, que ya no era aquella niña mimada? ¿No se daba cuenta de que cualquiera que estuviera preparado para el puesto sería mejor director que Cyrus?
Y ella estaba más que preparada, era condenadamente buena.
—Por lo que parece, el banco tiene una nueva vicepresidenta —declaró Abigail y la satisfacción de su voz alivió un poco la desilusión de Lottie.
—¡Jefferson es el vicepresidente! —espetó Cyrus.
—No hay nada que le impida conservar el nombramiento —contestó Lottie—.
No será la primera vez que un banco funciona con dos vicepresidentes. Tengo entendido que, en cierta ocasión, mi padre y tú compartisteis el puesto.
—¡Te atreves a mencionar el nombre de tu padre…! —empezó Cyrus.
¡Condenación! Se le había escapado, pero ya no tenía remedio. ¿Qué había hecho Cyrus, borrar el nombre de William Carlyle de la historia del banco? Dudaba que los habitantes de Little Falls tuvieran ese tipo de memoria selectiva. En las ciudades pequeñas, los viejos escándalos nunca se olvidan del todo.
«Empieza como pensabas hacerlo», se recordó a sí misma.
—¡Oh, sí! Claro que me atrevo, tío Cyrus. También te advierto que te abstengas de hacer comentarios despectivos sobre él. Para bien o para mal, era mi padre.
Además, te advierto que, si queremos que las puertas del banco sigan abiertas, su política tendrá que cambiar.
Lottie hizo un esfuerzo para no retroceder ante la rabia que veía en sus ojos.
—Te agradeceré que cooperes pero, contigo o sin ti, haré lo que sea necesario para salvar el banco. Si es preciso, ejerceré el poder en toda la amplitud que me confieren los estatutos, independientemente del nombramiento que ostente.
—En otras palabras, pretendes llevar la batuta —rezongó Jefferson.
—Exacto, Jefferson, y empezaré el lunes por la mañana.
Teniendo en cuenta la rabia que sentía, Lottie agradeció que su voz aún no la hubiera traicionado. Había hecho lo que planeaba, o sea, plantear su caso ante su tío y el resto de la junta de una manera firme, enérgica y profesional. Había aprendido que los banqueros, sobre todo las mujeres, debían ser vigorosos y no dejarse llevar por las emociones o corrían el riesgo de que les tomaran por personas poco profesionales y dados al sentimentalismo. Y ahora lo que necesitaba era salir de allí sin destruir esa imagen ni permitir que se le notara la rabia que le hervía en la sangre.
No era una huida, se dijo, sólo un repliegue táctico. Quizá hubiera ganado la primera batalla, pero estaba muy lejos de ganar la guerra.
—Os ruego que ahora me disculpéis. Tengo muchas cosas que hacer antes de presentarme a trabajar el lunes.
Echó un vistazo en torno a la mesa, estableciendo un breve contacto visual con cada uno de sus integrantes, hasta que llegó a Harve.
Decidida a mantener su expresión bajo control, se enfrentó a él valientemente.
Un chispazo de alguna emoción indescifrable hizo que se le acelerara el pulso de inmediato. Fingiendo una calma que no sentía, se obligó a sostenerle la mirada un segundo más antes de apartar los ojos.
—Gracias, señora Tremayne y señor Pettigrew por su apoyo. Tío Cyrus, Jefferson, os veré el lunes por la mañana.
Esperando que nadie se diera cuenta del temblor de sus piernas, se dio la vuelta y, abriendo las puertas de par en par, salió de la sala de juntas tan repentinamente como había entrado.