Capítulo 8

Conforme transcurrían los días, el apoyo de la gente al nuevo horario continuó creciendo. Un editorial en la Gazette bisemanal alababa el anuncio, calificándolo como una decisión que ponía a Little Falls en los noventa, ya que «supone un beneficio para el colectivo de comerciantes y una gran ventaja para todos los residentes».

Lottie sabía que un informe fiable de cómo el horario nuevo podía ayudar al banco no estaría disponible hasta que pasaran algunas semanas más, quizá meses.

Desde luego, el anuncio era una mina de oro publicitaria, pero habría que esperar para determinar cuántos nuevos clientes podía atraer.

Por suerte, Cyrus mantuvo su desaprobación dentro de las cámaras del banco, lejos del ojo público. Por una vez en la vida, Lottie agradeció su contención amarga.

Para un observador casual, Cyrus no parecía más cascarrabias que de costumbre.

Además de los buenos deseos de la comunidad, Lottie apreció una mejora en las actitudes de los empleados del banco. Habría sido una verdadera estupidez que no se hubieran dado cuenta de que el banco tenía problemas financieros. Quizá ahora empezaran a creer, ya que no a confiar, en que tenían un futuro.

De vez en cuando, oía que Jeff silbaba por lo bajo en el despacho contiguo.

Josephine sonreía mucho más, aun cuando no tenía clientes delante. Lottie pensó que nunca había visto al contable, el sobrio Hiram Nelson, sonreír más de dos veces seguidas. Sólo le cabía esperar no defraudarlos. Pero todos, Lottie incluida, estaban obligados a aguardar para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

El viernes por la tarde, convencida de que había hecho todo lo posible al respecto, Lottie centró su atención en la carpeta de inversiones del banco. Ya había transferido los fondos disponibles a los más beneficiosos, aunque todavía conservadores, bonos blindados del tesoro. Más adelante, confiaba en reinvertir parte de los fondos en ofertas más rentables, aunque de mayor riesgo, pero las reservas del banco estaban demasiado bajas como para ponerlas en peligro por el momento. Tenía que proteger a los depositarios.

Tuvo que dejar un lote completo en su inversión de bonos original cuando Cyrus le informó de que había una penalización por retirarlos antes de plazo. Estaba previsto que los bonos vencieran en tres meses. Si los retiraba antes del vencimiento, el banco pagaría más en recargos de lo que ganaría con el interés acumulado en el mismo periodo.

Lottie centró su atención en esa cuenta, la misma que la había dejado intrigada la semana anterior. Mientras que revisaba una vez más los archivos, volvió a tener la sensación de que se le estaba escapando algo.

Sí, la rentabilidad era baja, pero bueno, las inversiones de Cyrus siempre eran conservadoras. Las ganancias estaban meticulosamente consignadas y parecían consistentes. Los totales equilibrados. Hizo un seguimiento de la pauta durante el año anterior. Cada vez estaba más perpleja y más preocupada.

¿Qué era lo que estaba viendo? O mejor, ¿qué era lo que no veía? Cuando los tipos de interés eran tan bajos como aquéllos, los fondos bancarios se invertían normalmente en bonos a corto plazo para permitir que el banco se aprovechara de tipos más altos en cuanto salieran al mercado. A pesar de todo, en aquella cuenta hacía más de un año que nada había cambiado.

¿Hasta dónde se remontaba aquel esquema de comportamiento? Sólo hacía un par de años que el banco se había informatizado. Necesitaba estudiar los archivos en la cámara acorazada del sótano para determinar si existía el mismo comportamiento antes de la reconversión. En cualquier caso, no podía hacer nada más aquel día.

La última hora fue relajada, como siempre en un día a mediados de mes.

Mildred Gaston se pasó por allí para ingresar el pequeño cheque del seguro que recibía cada mes. Lottie le sugirió que se lo ingresaran electrónicamente.

—Es más rápido, más eficiente y no corre el riesgo de que se pierda o se extravíe en el correo —le explicó.

Pero, como tantos otros de los residentes de más edad, Mildred se resistía a aceptar aquellas ideas «modernas».

—No es que no confíe en el banco, pero prefiero tener el cheque en mis manos

—le dijo a Lottie—. De esa manera, sé que lo tengo de verdad.

Justo antes del cierre, Jacob Calley llegó para depositar sus ingresos de la mañana. Calley era uno de los comerciantes locales que con más entusiasmo aprobaban el horario nuevo. Echó un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que nadie los oía y se inclinó hacia ella por encima del mostrador.

—Los viernes por la noche y los sábados por la mañana es cuando más trabajo

—dijo en un susurro—. No me gusta dejar todo ese dinero en la tienda durante el fin de semana, de manera que me lo tenía que llevar a casa. Me imaginaba que no era muy seguro, pero no podía hacer otra cosa. Esté segura de que va a verme todos los sábados, un poco antes del mediodía y le prometo que será un peso que me quito de encima. Muchas gracias, señorita. Si alguien me pregunta, cuenta usted con mi voto.

—Muchas gracias, señor Calley. Y gracias también por su lealtad para con el banco.

—Eso es algo que funciona en los dos sentidos —dijo él con su habitual tono gruñón—. Little Falls tiene suerte de contar con un banco. No quiero ni pensar que tuviera que conducir todo el camino hasta Fayetteville o hasta Springdale para hacer mis negocios. No sé cuánto tiempo duraría esta ciudad así. Como mínimo, no sería la misma. Eso por descontado.

Por eso precisamente era tan importante el banco para la ciudad y viceversa.

Los dos existían desde el principio gracias a su relación simbiótica.

Lottie hizo recuento, limpió el librador del cajero y apagó su ordenador.

Siguiendo un impulso, decidió pasar por el Down Home antes de ir a casa a trabajar unas cuantas horas más. Una dosis de Myrtle siempre era buena para el espíritu.

—¡Hola, Lottie! —la saludó Myrtle en cuanto puso el pie en el café casi vacío—.

Siéntate en una mesa y enseguida estaré contigo. Podré salir de detrás de esta barra en un momento. ¿Qué vas a tomar?

Lottie se sentó en una de las mesas.

—Sólo una taza de café. He pasado a saludar, más que nada.

—Y ya era hora, diría yo.

Myrtle le llevó una taza de café humeante, se sirvió otra para ella y se sentó enfrente de Lottie.

—¿Estás decidida a contarme de una vez lo que ocurre entre Harve Tremayne y tú?

—¿Lo que ocurre?

Lottie estuvo a punto de atragantarse con el café. Dejó su taza con cuidado y trató de recobrar el aliento.

—¿Qué te hace pensar que ocurre algo entre Harve y yo?

—Bueno, por lo que he oído, fuisteis a cabalgar tempranito por sus tierras, ¿no es cierto?

—Sí, pero…

—Luego he oído que estuvisteis solos toda la tarde en ese caserón tuyo. Y luego he oído que fuiste a su rancho con él y estuvisteis juntos otra vez hasta que se hizo de noche —dijo con una nota triunfal—. Pues a mí me parece que eso quiere decir que ocurre algo.

Tendría que haberlo recordado. En Little Falls era imposible mantener secretos.

—No ocurre absolutamente nada entre Harve y yo —dijo firmemente—. Sólo somos amigos.

—Bueno, no sabes cuánto siento oír eso —dijo Myrtle meneando la cabeza—. Es un tipo bueno y guapo. Los dos hacéis una bonita pareja. ¿Estás segura de que no os traéis nada entre manos? Me parece recordar que hace tiempo estuviste coladita por él.

Lottie sintió que sus mejillas ardían y bajó la cabeza. Además de ser uno de los personajes más extravagantes de Little Falls, Myrtle también era de las personas más perceptivas.

—Eso sólo fue un enamoramiento adolescente —protestó Lottie—. El sábado, Harve me estuvo ayudando a quitar el papel de las paredes. Luego fuimos a su casa y saqueamos el frigorífico para cenar. Sólo somos amigos —repitió.

—Si tú lo dices. Pero a mí me sigue pareciendo una lástima —dijo Myrtle en un tono sinceramente pesaroso—. Llevo años preocupada por ese muchacho. Cuando dejó de obsesionarse con su dichosa prometida, creí que se había solucionado todo.

Pero no. Se limita a pasar por la vida. No parece especialmente triste, pero tampoco particularmente feliz. Tú serías ideal para él, le harías espabilar un poco. Pero, si no hace que te suenen los cascabeles es que no te suenan los cascabeles.

—¿Qué cascabeles?

—Mira, de eso se trata en definitiva. Ya sabes, lo de las flores y las abejitas y todo lo demás. Haces bien en resistirte a esos sentimientos. Fíjate en mí y en mi Chester. La primera vez que le puse los ojos encima supe que era mi hombre. No es que estuviera dispuesta a admitirlo, entiéndeme. Lo que te pregunto es, ¿para qué iba una chica a cruzar medio país para instalarse en una ciudad de paletos que ni siquiera tiene cine? A pesar de todo, al final, ganó Chester. De modo que luchas contra esos sentimientos, pero ya te darás cuenta cuando te ocurra. Lo mirarás y notarás cómo te zumban los oídos.

—Suena bastante incómodo —dijo Lottie, deseando que Myrtle cambiara de tema.

Sin embargo, Myrtle no estaba dispuesta a dejar ahí la conversación. Miraba a Lottie con ojos penetrantes bajo las abundantes capas de maquillaje.

—A veces lo es. Sobre todo si tratas de fingir que no ha sucedido. También es el sentimiento más maravilloso del mundo. Sabes que te está ocurriendo cuando estás pensando en cualquier otra cosa, en algo completamente distinto y, de repente, ahí tendrás a ese hombre, en tu cabeza. Te lo digo yo, criatura, entonces es mejor que empieces a ceder y a reconocer que es el elegido.

La conversación se acercaba demasiado a la verdad para que Lottie se sintiera tranquila.

—Me sigue pareciendo un poco incómodo, pero la verdad es que en este caso no importa. Harve y yo sólo somos amigos —repitió sin empacho.

Lottie se vio salvada por la campana. O mejor, por la campanilla de la puerta.

—Vaya, creo que se acabó mi descanso —dijo Myrtle levantándose y volviendo tras la barra.

Lottie dejó escapar un suspiro de alivio y se apresuró a terminar el café.

Entonces, mientras Myrtle estaba ocupada, se despidió alegremente y huyó de allí.

Se dijo firmemente que no importaba cuánto le zumbaran los oídos. Estaba tan claro como la luna en aquella noche sin nubes que cualquier sentimiento que Harve pudiera albergar hacia ella era estrictamente amistoso.

Harve se decía que Lottie y él sólo eran amigos. Se decía que le había ofrecido su ayuda sólo porque compartían recuerdos de la niñez y una larga historia de amistad entre sus familias. Para eso están los amigos.

Entonces, ¿por qué no dejaba de pensar en ella?

Podía ser tan espinosa como un higo chumbo o tan tierna como un potro recién nacido, tan vulnerable como un gatito sin garras o tan molesta como un erizo bajo la silla de montar. Rechazaba sus ofrecimientos de ayuda e ignoraba sus consejos. Lo frustraba y lo tranquilizaba. Lo hechizaba y lo desafiaba.

Desde luego, nunca lo aburría.

¡Maldición! Le tenía hecho un verdadero lío.

Incómodo con el rumbo que tomaban sus pensamientos, apartó la silla del escritorio, tomó la taza de café y fue a la cocina. Se encontró a Annie por el camino.

—Venía a decirte que voy a irme —dijo el ama de llaves—. Te he dejado un poco de estofado en el frigorífico para mañana. Hay más en el congelador. Lo único que tienes que hacer es calentarlo en el microondas. ¿Necesitas que haga algo más antes de marcharme?

—No, gracias Annie. No necesito nada.

—¿Estás seguro? Me queda tiempo para hacer un pastel rápido, si es que piensas tener compañía.

—No, que yo sepa.

—Bueno, pero quería preguntártelo por si las moscas.

Harve dejó la taza y se apoyó en la encimera.

—¿Sólo por si las moscas? Muy bien, Annie. ¿Por qué no me dices adónde quieres llegar en vez de andarte con indirectas?

Annie levantó la barbilla.

—Pues bien, he pensado que quizá volverías a traer a la señorita Lottie a cenar.

Sólo quería ser amable.

—¿Y dónde has oído que la señorita Lottie ha venido a cenar antes? —preguntó él con voz aterciopelada.

—¿Es que no vino? Todo el mundo dice que…

Annie cerró la boca de golpe.

—¿Qué es lo que dice todo el mundo?

—Pues que el sábado pasado vino a cenar al rancho —admitió ella, desafiante

—. Si me hubieras avisado de que venía, señor Harve, podría haberos preparado algo especial. Por eso quería saber si iba a volver este fin de semana. No quiero que le des dos veces seguidas las sobras. Se va a creer que no te cuido bien.

—¿Se ha quejado Lottie de que le diera sobras?

Annie soltó un resoplido.

—Naturalmente que no. Ella nunca haría algo parecido. Incluso de niña, Lottie era la criatura más agradecida que he conocido en mi vida. Podría haberle dado manteca de cacahuete y pan duro todos los días y ella me lo hubiera agradecido igual que si fuera un menú de cuatro estrellas. Tampoco quiero decir que yo le diera eso alguna vez.

Por lo general, Annie era una mujer que hablaba a las claras. Sin embargo, esta vez Harve tenía problemas para seguir el hilo.

—¿Qué fue lo que no hiciste?

—Darle pan duro, por supuesto. Tendrías que saberlo. ¿Alguna vez te he dado yo pan duro?

Su expresión era tan indignada como la de un gato atrapado en mitad del aguacero. Harve se vio obligado a sonreír.

—No, claro que no. Tú siempre preparas unas comidas excelentes, Annie. No era mi intención insinuar lo contrario. Simplemente, no te he entendido bien.

—Pues a ver si prestamos atención. Bien, ¿estás seguro de que no va a volver este fin de semana? Tengo moras frescas en el frigorífico. Los chicos de los Clayton han pasado vendiéndolas.

—¿Moras frescas? ¿Ya?

—Hemos tenido una primavera muy buena y este año van adelantadas. No hay nada mejor que un pastel de moras frescas con helado. Es uno de los platos favoritos de la señorita Lottie.

De pronto, a Harve se le ocurrió que podía estar dejando pasar una oportunidad. Aunque habían sido compañeros de juegos, tenía la edad de su prima, por lo que había sido más amiga de Vicki que de él. Como ama de llaves de los Carlyle, Annie tenía que haber conocido a esa niña mejor que nadie.

—Para serte sincero, Annie, la cena del sábado fue una cosa improvisada. No tenemos planes para este fin de semana. Sin embargo, no digo que no vuelva a ocurrir —añadió intencionadamente—. Sobre todo si cuento con uno de tus pasteles de moras como incentivo.

—¡Vaya! Entonces será mejor que lo haga antes de irme, ¿no?

Era evidente la satisfacción de la anciana. Harve sonrió.

—Te lo agradezco, pero ¿de verdad que tienes tiempo?

—Un pastel se hace en nada de tiempo —le aseguró ella—. Pondré el cronómetro del horno y, en cuanto suene, sólo tendrás que sacarlo.

—Si no te molesto mientras trabajas, me quedo a hacerte compañía —dijo él con cuidado de que no se le notara lo satisfecho que se sentía.

Hablar era la pasión de Annie, pero si se daba cuenta de que él trataba de sonsacarla, quizá se negara en redondo. Harve se sirvió un café y se sentó en un taburete.

—No me molestas nada de nada.

Harve la vio ir de un lado para otro reuniendo los ingredientes y utensilios.

Annie encendió el horno y luego sacó un cuenco de moras del frigorífico.

—¿Has tenido la oportunidad de ir a ver a Lottie desde que volvió? —preguntó el.

—Ha sido ella la que ha pasado a visitarme un par de veces —dijo Annie mientras medía un par de tazas de harina y las echaba en un recipiente—. Lottie sabe que a mí me gusta verla. Siempre fue una niña muy considerada.

—¿Te parece que ha cambiado mucho? Desde que era niña, quiero decir.

—Un poco, quizá. Eso es lo que te pasa cuando creces. Creo que ahora se ha vuelto más cauta. Ya no es tan rápida para lanzar su corazón por encima del arco iris y luego correr a buscarlo, si me entiendes lo que quiero decir. Lo pasó muy mal cuando su madre se la llevó de Little Falls. Por fuerza tenía que cambiar.

Annie añadió levadura y agua al recipiente y mezcló los ingredientes con dedos hábiles. Harve miraba intrigado. La anciana espolvoreó harina sobre la encimera, tomó una porción de masa del recipiente, la colocó en medio de la harina espolvoreada y empezó a manejar el rodillo como si fuera una jefa de pastelería.

—De todos modos, Lottie sigue siendo la misma niña que yo conocí, dulce, leal y optimista. Todavía da lo mejor de sí y no entiende que los demás no hagan lo mismo.

Satisfecha con el grosor de la masa, Annie la levantó para extenderla sobre un molde. Volvió a espolvorear harina sobre la encimera, tomó otra porción de masa y repitió el proceso de estirarla.

—Será mejor que haga dos pasteles, ya que estamos —explicó antes de continuar—. Nada mas volver, oí que la gente hablaba de que quizá había venido a ajustar cuentas con su tío o con la ciudad entera —dijo Annie con expresión sombría—. Yo no lo creí ni por un segundo. Esa chica no tiene ni un gramo de maldad en todo el cuerpo.

Annie extendió la masa sobre un segundo molde y buscó el cuenco con las moras.

—¡Hum, sí que están dulces! —exclamó tras echarse una fruta a la boca. A continuación, le puso delante el cuenco—. Anda, prueba.

La mora era dulce, pero también había una acidez inesperada en aquel sabor.

Igual que Lottie, pensó Harve.

—Claro que a ella no le hacía falta regresar —dijo Annie como si acabara de ocurrírsele—. Te apuesto lo que quieras a que los bancos grandes se la rifaban.

Annie sacó un limón del frigorífico y lo cortó en dos con un movimiento rápido del cuchillo. Exprimió el zumo en una taza y la dejó aparte.

—Ahora que lo pienso, seguramente ganaría más dinero vendiendo el dichoso banco que tratando de salvarlo. ¿Crees que iba a trabajar tan duro en el banco y restaurando la casa si pensara venderlos?

—Estoy de acuerdo contigo, Annie. Creo que Lottie ha vuelto porque quería salvar el banco y también porque quiere vivir aquí.

«Por lo menos eso es lo que yo deseo creer», pensó él.

Annie abrió el tarro de melaza que había sacado antes y echó un poco de aquel jarabe marrón sobre las moras. Después añadió el zumo de limón y menos de una taza de azúcar. Removió la mezcla y la probó.

—Bien, así está mejor.

Harve no estaba seguro de si se refería al relleno o a su comentario sobre las intenciones de Lottie.

—Pero aún le falta un toquecito. Alcánzame la nuez moscada y la canela de la estantería de las especias que tienes detrás de ti, señor Harve —ordenó ella.

Annie tomó los dos frasquitos que él le dio, echó un poco de cada en la mezcla y volvió a removerla.

—Una cosa sí te digo —continuó Annie sin levantar la vista—. Lottie ha aprendido a ocultar sus sentimientos. Cuando era una cría, podías saber lo que pensaba con sólo mirarla. Ya no es tan sencillo —dijo suspirando—. Pero supongo que es algo que ha tenido que aprender para protegerse. Como te he dicho antes, no lo ha pasado demasiado bien.

Annie volvió a probar su mezcla.

—Bien, yo diría que ahora está perfecto.

Dividió la mezcla echando la mitad en cada molde. Luego tomó lo que quedaba de masa y comenzó a estirarla con el rodillo.

—El secreto de un pastel de moras es sacar la dulzura de la fruta sin disfrazarla ni agobiarla —dijo Annie—. A veces hace falta un toque especial, algo inesperado para conseguirlo.

—¿Algo como la nuez moscada y la canela? —preguntó él.

—Sí. Son sabores que no te esperas.

Annie puso un poco de mantequilla sobre las moras, cortó la masa que acababa de extender en tiras y empezó a hacer un enrejado sobre las tartas. Tras cortar el exceso de masa de alrededor con un cuchillo afilado, usó un tenedor para unir la masa de arriba y la de la base.

—Ya está. Listos para hornear —anunció.

Annie metió los pasteles al horno.

—Espera a que suene el avisador, señor Harve. Lo he puesto para treinta minutos. Puede que necesite un poco más. Échales un vistazo cuando suene y luego cada cinco minutos. Y no te olvides de que tienes que dejarlos enfriar antes de meterlos al frigorífico.

—Puedo encargarme de eso —dijo él y olisqueó el aire—. Ya se nota el olor. Van a estar deliciosos.

—Como debe ser —dijo ella—. Eso pasa cuando se tiene buenos ingredientes con los que trabajar.

Harve sonrió.

—Gracias por quedarte a prepararlos. No te preocupes de la limpieza, la hago yo. Ya te he entretenido bastante.

—¿Lo dices en serio?

—Pues claro. Anda, vete. Y que tengas un buen fin de semana.

—Bueno, si estás seguro. Voy a por mi bolso.

Annie volvió a la cocina un minuto después, se detuvo en la puerta trasera y le lanzó una mirada penetrante.

—Tengo una cosa más que decir a propósito de la señorita Lottie —proclamó—.

Serás un condenado idiota si dejas que se te escape.

—Annie…

—Y no lo olvides, a veces hace falta algo inesperado para liberar la dulzura.

Y con aquellas palabras, Annie desapareció.

Harve se las arregló para contener la risa hasta que estuvo fuera de su vista.

¿Quién había sonsacado a quién? Por lo visto, su ama de llaves lo conocía tan bien, si no mejor, que él mismo.

No importaba. Volvió a oler la fragancia que se adueñaba de la cocina. Al fin y al cabo, había ganado dos pasteles de moras con aquella experiencia, ¿no?