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ARMAND DE RENNES
Días después Roselyn acompañó a su hermana al vergel, era un día hermoso de comienzos de verano y querían recoger flores y jugar al escondite. Un robusto escudero las vigilaba a distancia porque eran órdenes de monsieur, el conde, quien se encontraba en el castillo atareado con unos asuntos importantes.
Las damiselas corrían y reían felices, aprovechando esa mañana de sol cuando un caballero alto y apuesto y Armand de Rennes las vieron. Eran las niñas raptadas, el caballero alto no conocía a la mayor, Roselyn, y pensó que era muy hermosa y dulce, delicada. El doncel no reparó en la chiquilla, sus ojos la vieron a ella, con la larga cabellera trenzada, la frente levemente curva y las mejillas llenas…
—Son hermosas, monsieur, pero no puede estar aquí, el señor de Hainaut se enfurecerá —le advirtió el caballero de Rennes.
—Pobrecillas, encerradas en este castillo sombrío. ¿Son las damiselas de Tourenne? ¿Cómo se llama la mayor? —quiso saber el otro caballero.
Armand de Rennes sonrió:
—La damisela de castaña cabellera es Roselyn de Tourenne, es la elegida del conde de Hainaut, no os atreváis a cortejarla porque os hará pedazos.
Esas palabras alarmaron al caballero.
—¿Y por qué raptó a la otra joven?
—En realidad no las raptó, las niñas fueron al bosque, cometieron una travesura, huyeron del castillo blanco para ver a las brujas en el Bosque Encantado la noche de las brujas. Él las vio espiando y decidió conservarlas. Pero no le interesa la pequeñita, solo la mayor. La pequeñita será mía.
—Es extraño, no se ven desdichadas.
—Pero lo son, querido primo, la doncella rubia me rogó que la sacara de este castillo en una ocasión, que avisara a su padre.
—¿Y os atreveréis a traicionar al conde de Hainaut? —Etienne de Montblanche bajó la voz.
—Sabéis bien que nunca traicionaría a nuestro leal amigo, Etienne.
Cuando Angélica vio al caballero de guapo semblante dejó de sonreír y enrojeció. Verlo la inquietaba siempre, lo había visto algunas veces esos días, pero no habían conversado. Era amigo de Hainaut y había ido al castillo para ayudarlo, no sabía bien para qué.
Roselyn vio al otro joven y turbada bajó la mirada, la mirada del guapo doncel parecía llena de tierno embeleso.
—Angélica, debemos irnos. No es prudente que estemos aquí, esos caballeros no dejan de mirarnos —murmuró Roselyn.
No pudieron huir a tiempo, pues el caballero de Rennes las saludó cortés y les presentó a su primo, Etienne de Montblanche.
Los ojos de Rennes no dejaban de mirar a la doncella rubia, le gustaba mucho esa chiquilla, buscaba siempre oportunidades para verla y esperaba hablar con el conde para poder llevársela. Era su leal amigo, merecía ese premio.
Miradas y algunas palabras, no pudieron disfrutar más que de un momento de tan dulce compañía, pues uno de los escuderos dijo a las damas que la hora de los juegos había terminado y debían regresar a sus aposentos.
—Olvidad a Roselyn, primo, olvidadla de inmediato, Guillaume la desposará, pero antes debe traer un cura de sotana atado a la cola de su caballo, ninguno se atreve a venir aquí.
Su pariente suspiró. «Es preciosa como un ángel», murmuró, y luego sintió rabia hacia Hainaut. ¿Qué derecho tenía a llevarse a esa flor y convertirla en su esposa? Pero era suya, su cautiva, y mataría a quien intentara robársela, lo haría sin vacilar.
Angélica estaba muy excitada, ver a ese doncel de Rennes la dejaba en ese estado mientras que Roselyn permanecía pensativa, callada. En ocasiones no la escuchaba y Angélica debía despertarla de sus pensamientos. Algo la preocupaba y sabía la razón: pronto debería casarse con el conde de Hainaut, en cuanto este consiguiera un cura que acudiera al castillo de Montnoire.
Cada vez que él iba a verla ella se sonrojaba y meneaba las manos, nerviosa y luego al regresar se dormía profundamente y en una ocasión la escuchó gemir y despertar sobresaltada por pesadillas.
Angélica suspiró, se estaba enamorando de ese caballero, pero no se atrevía a pedirle que la llevara a Tourenne. Guillaume le advirtió que su padre era enemigo del caballero. Sin embargo, la miraba y una noche, mientras cenaban, no le quitó los ojos de encima.
—Angélica, ese joven debe de tener más de veinte y vos solo tenéis doce, no es correcto. No le miréis —dijo Roselyn al verla perdida en ensoñaciones de amor.
La joven sonrió con picardía.
—Bueno, pronto cumpliré trece —le recordó ella.
Roselyn frunció el ceño, pues de pronto notó que su hermana había cambiado en poco tiempo, ahora lucía con orgullo sus pechos y la cintura estrecha, era una mujercita en miniatura y ya no podrían llamarla niñita a pesar de tener baja estatura. Sin embargo, sintió escalofríos de imaginar a ese joven intentando tocarla.
—Angélica, sois muy niña todavía, hace poco que tuvisteis vuestra primera regla y además… No creo que estéis preparada… Ese grandote os lastimará, ¿entendéis?, y dudo que piense en vos como en una niñita graciosa y bonita, no deja de miraros con deseo. Hablaré con monsieur de Hainaut.
—No hagáis eso, os lo prohíbo. ¿Es que sois tonta, Rosie? ¿Queréis que vuestro futuro marido me arroje a los brazos de su primo feo y lascivo? Moriré si me lleva con él como tanto desea, me quiere en su lecho y también quiere desposarme. No iré con ese bruto y mi única esperanza es ese caballero que no deja de mirarme. A mí también me agrada, es muy guapo, ¿no creéis?
—Hermana, no le conocéis, no sabéis gran cosa de ese joven, ¿y si luego os rapta y no se casa con vos?
—Bueno, al menos no me encerrará en un convento como deseaba hacer nuestro padre. Dejad de preocuparos, sé cuidarme sola, y si me quiere en su castillo o en su lecho, pues lo obligaré a casarse primero.
—Pero no ahora, Angélica, aún sois muy chica. —Roselyn estaba preocupada por su hermana y le habría gustado tener una conversación con ese caballero, pero Guillaume jamás permitía que ella conversara con ninguno de sus leales pares y en una ocasión dio una zurra a un escudero por mirarla.
Una semana después llegó el padre Anselmo al castillo de Montnoire; un hombre bajo y rechoncho con una cara de susto que causó risa a los escuderos. Los grandes ojos oscuros del prelado miraban de un lado a otro como si temiera ver aparecer un demonio de un momento a otro.
Cuando compareció ante el conde de Hainaut, el cura palideció, los ojos de ese conde eran infinitamente malignos, inquietantes…
—Bienvenido al castillo de Montnoire, padre Anselmo, imagino que sabréis por qué os he traído hasta aquí. Debo desposar a mi cautiva, a la dama Roselyn de Tourenne.
Esas palabras hicieron que el cura palideciera aún más.
—¿Vos habéis raptado a la hija del conde de Tourenne, monsieur de Hainaut?
—Así es, pero quiero desposarla, imagino que no se opondrá a que despose a la damisela. Es lo más prudente dadas las circunstancias…
—¿Y su padre lo sabe? ¿El conde de Tourenne está al tanto de sus intenciones?
La pregunta del cura era ridícula y una completa impertinencia.
—Escuchad, padre, hay una antigua capilla abandonada en mi castillo, mis sirvientes la han arreglado, pero me temo que algunas imágenes han desaparecido. ¿Podéis vos casarnos allí mañana temprano?
—¿Y monsieur de Tourenne ha dado el consentimiento para que usted despose a su hija? —insistió el cura.
Guillaume perdió la paciencia y desenvainando su espada con rapidez apuntó con la punta de ella directamente a la garganta del desafortunado prelado.
—El único consentimiento que necesito es el de la joven y le aseguro que lo tendré. No necesito más que eso. Tourenne es mi enemigo y vos no diréis una palabra al respecto, ni aquí ni fuera de las murallas.
El cura asintió despacio.
—Así lo haré, monsieur, pero necesito un libro para anotar la boda y… Tal vez debería confesaros y comulgar, un matrimonio no puede celebrarse así, con prisas; unos días le pido, monsieur…
—Pues llevo semanas esperando que un cura venga a mi castillo a celebrar mi boda con la dama de Tourenne, no perderé un día más, y en cuanto a lo otro… Le diré que no tengo necesidad alguna de confesarme ante vos.
El padre Anselmo palideció. Lo matarían, o le darían una paliza, mejor cerrar la boca y obedecer. Anotó cuidadosamente los nombres de los contrayentes en un pergamino, y luego rezó en silencio cuando fue conducido a la antigua capilla.
Al parecer hacía mucho tiempo que no se celebraba misa en ese lugar. Los criados habían hecho un buen trabajo, sin embargo, no había más que un altar, una inmensa cruz con Cristo crucificado y unos pocos cuadros religiosos. No había imagen ni de la Virgen y el Niño Jesús, ni de los santos. Era una verdadera calamidad. Bueno, no podía pedir que trajeran las santas imágenes, ese castillo carecía de figuras religiosas, lo había notado y sabía la razón. Se rumoreaba que la madre del conde era una bruja que realizaba conjuros diabólicos. Pero ese conde gozaba de la amistad del rey, y era temible, implacable con sus enemigos.
El padre suspiró, bueno, al menos tenía un altar donde celebrar la liturgia y la boda. El Cristo clavado en la cruz parecía mirarle a hurtadillas con lástima. Se inclinó y rezó un padrenuestro.
Por su parte, el conde Guillaume fue a visitar a su prometida para darle la noticia. Al fin había aparecido ese cura tonto para casarlos. Su llegada era un verdadero milagro.
Avanzó con prisa, entusiasmado, y de pronto, al llegar a la celda de las cautivas, la encontró vacía. ¡No podía ser! Una sensación extraña se apoderó de su alma, ¿dónde estaban? Con paso presuroso interrogó a sus escuderos y estos dijeron que las jóvenes habían ido esa mañana al vergel en busca de flores.
—¿Y las habéis dejado? —El conde estaba furioso.
El escudero enrojeció.
—La dama de Tourenne dijo que vos lo habíais autorizado —se defendió.
—¡Patrañas! ¡Imbécil escudero! Sabéis que no pueden abandonar el torreón si no es en mi compañía.
Sin perder tiempo se marchó porque sentía deseos de estrangular al estúpido escudero, y sus pasos lo llevaron al vergel. Las niñas no podían salir sin su permiso. ¡Maldita sea! Avanzó sigiloso y encontró a las cautivas conversando amistosamente con los primos Rennes y Montblanche. La niña rubia estaba muy sonrojada, coqueteando descaradamente con Armand, mientras que su prometida parecía incómoda ante la charla del audaz doncel Etienne. Y él miraba a su futura esposa con ojos de enamorado, no podía creerlo.
Roselyn sintió su presencia y fue la primera en verlo, y él quiso ver sus ojos para saber si ella respondía a las atenciones de ese joven caballero. Afortunadamente no era así, pero de todas formas no le agradó que abandonaran sus aposentos sin que él lo supiera y que esos donceles conversaran con sus cautivas.
Ambos jóvenes lo saludaron respetuosos. Conocía los planes de Armand de Rennes con la niña rubia y no se oponía a ellos, pero ignoraba que su primo Etienne también tuviera planes con respecto a Roselyn. Atrevido mancebo, lo atravesaría con su espada si se atrevía a robársela.
—Dama Roselyn, acompañadme —ordenó.
Ella lo siguió asustada y él tomó su mano y la llevó lejos del vergel mientras Angélica los seguía a distancia, no quería quedarse a solas con esos caballeros, intuía que Armand quería besarla y eso la asustaba un poco.
—Aguardad, damisela Angélica, por favor —dijo el guapo señor de Rennes.
Ella se volvió y dijo que debía irse, pero él siguió sus pasos y al llegar a un rincón cubierto de espesa vegetación se detuvo frente a ella cerrándole el paso.
—Hermosa niña, no me atormentéis con vuestro desdén —dijo mirando sus labios. Era tan bonita la joven damisela, con ese cabello rubio y la carita aniñada.
—No es prudente que me quede aquí, monsieur, no quiero que el primo del conde vuelva a molestarme —confesó la joven sonrojándose.
—Lo mataré si se atreve a molestaros de nuevo, bella flor, os doy mi palabra.
Ella bajó la mirada y quiso esquivarle, pero él la atrapó y le robó un beso fugaz, suave y delicioso. Angélica suspiró mientras se resistía furiosa. Su primer beso de amor, robado, tan dulce…
Sus ojos se clavaron en los suyos, estaba nerviosa y emocionada, le gustaba mucho ese joven, pero no estaba bien que la besara sin decirle por qué lo hacía.
—Hermosa Angélica, creo que os amo —dijo él lentamente, como si leyera sus pensamientos.
La joven sonrió con picardía, nada disgustada con la situación, al contrario, por primera vez era cortejada por un guapo doncel y le gustaba. En Tourenne solo la habían mirado los feos mozos y algún escudero esmirriado y tonto. Pero Armand era un verdadero caballero y sabía besar… Y ella también lo amaba y cuando volvió a besarla dejó que lo hiciera abrazándolo con cierta timidez para decirle que ella también lo amaba a pesar de ser muy joven, casi una niña.
Esa fue la escena que presenció Roselyn, que de pronto recordó que su hermana menor había quedado sola en el vergel y le rogó a Guillaume ir a buscarla.
—Caballero de Rennes, suelte a mi hermana de inmediato —dijo furiosa, y sintió deseos de darle un golpe por haber besado a su hermana y sujetarla entre sus brazos de esa forma.
Angélica la miró con rabia, furiosa de que interviniera, pero Armand dio un paso adelante dispuesto a enfrentarse con la hermana de la jovencita.
—¿Acaso no vais a disculparos, monsieur de Rennes? Mi hermana solo tiene doce años, ¿es que no la habéis mirado bien? ¿No tenéis una moza de más edad para complaceros?
El caballero dio tres pasos hacia Roselyn, era una dama alta y orgullosa, en apariencia tímida pero en esos momentos estaba furiosa y parecía odiarlo.
—Quiero a vuestra hermana, madame Roselyn, y sé que es muy joven, pero os doy mi palabra de que jamás le haré ningún daño.
—Si no queréis hacerle daño, dejadla en paz, mi hermana es una niña, y es una crueldad ilusionarla y enamorarla. ¿Es que no veis que la habéis enamorado en poco tiempo?
—Basta ya, Rosie, yo sé cuidarme sola, además solo fue un beso —intervino su hermana.
Angélica no volvió a hablarle ese día cuando se reunieron en sus aposentos, estaba furiosa y lloraba desconsolada pensando que su hermana mayor lo había arruinado todo. ¿Por qué tuvo que decirle que solo tenía doce años? Ella había mentido, le había dicho que tenía catorce y que pronto cumpliría quince. ¡Qué maldad! ¡No podía entenderlo! Ahora no volvería a mirarla siquiera, ni mucho menos se acercaría a ella ni intentaría besarla. ¡Qué mala era Rosie, nunca la perdonaría!
Roselyn le dio la espalda, molesta, ella también estaba llorando, Guillaume le había dicho que iban a casarse mañana y no quería…
Al día siguiente se despertó repuesta, sabía que era inevitable y que no podía hacer nada. Tal vez fuera mejor ser esposa que ser una cautiva, encerrada en la torre de por vida.
Las criadas la despertaron temprano para bañarla y vestirla.
Angélica despertó malhumorada por las risas y el alboroto de las sirvientas.
—¿Qué pasa aquí, Rosie, por qué tenéis ese vestido tan bonito a esta hora del día?
Su hermana la miró, tenía los ojos muy bellos y luminosos y el cabello trenzado.
—Debo casarme hoy con el conde, Angélica —le respondió.
—¿Qué habéis dicho, hermana? Pero no podéis casaros tan pronto, no habían encontrado ningún cura para casaros.
—Ya lo hay, debo irme ahora, debéis apresuraos o llegaréis tarde a mi boda, Angélica.
La jovencita saltó de la cama y apenas tuvo tiempo de cambiarse el vestido y que trenzaran su largo cabello rubio.
Cuando Roselyn entró en la capilla, los presentes se volvieron para mirarla. Estaba hermosa con su vestido bordado con piedras preciosas y el cabello castaño cubierto con una diadema de perlas.
Guillaume avanzó hacia ella y tomó su mano. Parecía algo inquieto, ansioso por casarse, temía que ese cura tonto lo arruinara todo. Nunca había visto un prelado tan torpe en toda su vida, temblaba como una niña mientras celebraba la improvisada misa para casarlos. Él no era ningún demonio como pensaba ese sujeto, los demonios huían de los objetos santos, pero le agradaba que los demás creyeran las historias siniestras que se contaban sobre él.
Miró a su novia y notó que estaba asustada y permanecía con la mirada baja, apretando las lágrimas que pujaban por salir. Todavía lo temía, más que ninguno de los presentes, tal vez la hermosa doncella creyera que tenía un rabo entre sus piernas y la marca del demonio en su espalda. Pero él la amaba, estaba loco por esa chiquilla y había una razón secreta por apurar la boda, que no era la de tomarla como su mujer, y solo él lo sabía.
Cuando el padre pidió el consentimiento de la joven novia, ella lo miró perpleja y se hizo un silencio en todo el recinto. Guillaume la miró con intensidad y Roselyn comprendió que debía decir que lo aceptaba como su esposo. Lo hizo con cierta timidez, apremiada por las circunstancias, y el padre Anselmo la miró con lástima. Era evidente que la niña no quería casarse, pero ¿qué podía hacer él? No era más que un cura, raptado en el pueblo, llevado al castillo de Montnoire a la fuerza para celebrar una boda.
Cuando todo terminó, bendijo a los novios, y Roselyn comprendió que el matrimonio era un sacramento como la misa: sagrado, y ahora solo la muerte podría deshacerlo. Pero estaba nerviosa, aterrada, ese día se mudaría a los aposentos de los condes de Hainaut, el lugar donde habían yacido los esposos del linaje desde tiempos remotos y no quería siquiera imaginarse desnuda entre sus brazos, soportando la intimidad a la que tanto le temía.
Guillaume estaba muy alegre, sin embargo, recibiendo el homenaje y las felicitaciones de sus parientes y amigos leales, mientras llevaba de la mano a su novia, trémula y asustada.
Angélica se acercó a su hermana y la felicitó, pero se detuvo al ver que tenía los ojos rojos por haber llorado. No era feliz, estaba asustada, aterrada a decir verdad, y Angélica lo notó y la compadeció, abrazándola sin decir palabra.
—Quiero escapar, Angélica, ocultarme en algún lugar, ayudadme —le susurró a su hermana la desesperada novia. Había palidecido y temblaba como una hoja.
—¡Oh, Rosie! Sabéis que es tarde para escapar, pero tranquilizaos, sois su esposa ahora. Y eso es mejor que ser una simple cautiva.
Esas palabras no le dieron consuelo y apenas probó los deliciosos manjares que se sirvieron, solo bebió agua porque sabía que el vino le daría dolor de cabeza.
El conde de Hainaut, al ver a su novia tan disgustada, se acercó a ella y le reprochó no haber probado un solo bocado. La joven lo miró asustada y obedeció, comió un poco del pastel de anguila rellena, no se sintió capaz de probar nada más.
Emelina se acercó a saludar a la joven novia, pobrecilla, se veía tan pálida y desdichada, una novia no debía verse así, el matrimonio era una de las fiestas más felices en una familia. Pero esa no era una boda normal, y ella lo sabía bien, su marido le había prohibido avisarle a Tourenne y ahora… Bueno, al menos le había dado su nombre y la convertiría en la señora del castillo.
Habría deseado hablarle, pero no tuvo oportunidad, el conde la vigilaba y sabía que tenía un oído muy fino. No debía enfrentarse a la ira de ese caballero, era realmente malvado…
Angélica tampoco se veía feliz, Armand conversaba con una joven y no le prestaba ninguna atención. Sintió deseos de llorar al verlo bailar en ronda con ella, muy animado. Ni siquiera era bonita. Tenía el cabello negro y su nariz era muy larga. Todo por culpa de Rosie, oh. Rosie la había delatado al decirle que la dejara en paz, que solo tenía doce años. ¿Qué importaba eso? Ya no era una niña pequeña.
Entretenida en estos pesares, no notó que alguien se le acercaba, un caballero, y le hablaba casi al oído.
—¿Es que no vais a bailar en la fiesta de bodas de vuestra hermana, bella damisela? —dijo Louis, el odioso primo de Guillaume. No la había dejado de mirar en todo el día, a pesar de que ella no le prestó ninguna atención, y no la dejaba en paz. ¡Maldito latoso!
Angélica se escabulló rápido y fue a hablar con su hermana, que permanecía sentada junto a su esposo, con la mirada baja. ¡Se veía tan desdichada!
Pero Louis le cerró el paso.
—No os vayáis, pequeñita, por favor —dijo suplicante—. Yo os llevaré conmigo muy pronto, tengo un castillo a escasas millas de aquí, os salvaré de vuestro cautiverio.
La jovencita enrojeció furiosa, dispuesta a hacerle frente.
—Yo solo me iré de aquí cuando mi padre venga a buscarme, monsieur, no antes. Y mucho menos seré tomada como una pobre campesina indefensa —le aclaró con orgullo.
Estaba tan bonita con su vestido azul de terciopelo y el cabello rubio trenzado. Era preciosa y él estaba un poco enamorado de ella, pero la joven lo ignoraba y su primo dijo que debía esperar dos años para desposarla. ¡Maldición! ¿Por qué esperar tanto?
—Me casaré con vos, preciosa damisela, os lo prometo. Y os cuidaré como mi tesoro más valioso.
Ella lo miró con rabia, en ocasiones ser tan jovencita era una ventaja.
—No puedo casarme con vos, monsieur, solo tengo doce años —le respondió y se alejó antes de que intentara besarla.
Pero Louis no iba a dejarla en paz, no hacía más que molestar a su primo pidiéndole que le entregara a la niña cautiva, que él la cuidaría y esperaría a que creciera un poco para tomarla. Podía casarse, lo haría, haría lo que fuera para llevársela.
Angélica chilló al verse a merced de ese esmirriado mancebo, en ocasiones era muy cargoso, y aprovechando que todos estaban beodos en la fiesta y bailaban, cantaban y nadie le prestaba atención, se atrevió a besarla.
Armand de Rennes, que presenció la escena, corrió en su ayuda, olvidando por completo a la joven que tenía a su lado. Odiaba que ese tunante molestara a la niña de Tourenne. Solo tenía doce años y él había estado besándola también… Pero él había creído que pronto cumpliría quince…
—Dejad en paz a la chiquilla, Louis, ¿es que no os da vergüenza molestar a una joven tan pequeña? —dijo airado.
El mancebo Louis lo miró desafiante.
—Ya quisierais vos, nunca dejáis de mirarla, pero no me la robaréis, Rennes, la niña es mía, mi primo me la ha prometido.
Armand lo empujó furioso y le dio un golpe. Angélica vio a los dos caballeros peleando por ella y se quedó mirando al más guapo, sonrojada. ¿Sería verdad que aún la quería? Sin embargo, había pasado todo el día en compañía de esa joven fea.
Roselyn vio la escena y habló con su esposo.
—No dejéis que le haga daño a mi hermana, por favor, monsieur, prometisteis que…
Guillaume observó la escena nada conmovido, dos mancebos peleándose por la chiquilla, ¡vaya! Casi podía adivinar el final de la historia, sin necesidad de ser brujo, pero debía calmar a su esposa.
—Vuestra hermana tiene un fiero defensor, y a ella le agrada Rennes, mirad cómo se sonroja mirándole.
Roselyn lo vio con sus ojos.
—Es muy joven, Guillaume, debéis pedirle a vuestro primo que la deje en paz, no deja de molestarla, ella no siente inclinación alguna por él y en cuanto al otro… Mi hermana tiene trece años..
—Pero a ella le agrada, esposa mía, no deja de mirarlo como una gatita pícara, ansía estar entre sus brazos y suspira por ser raptada. No os inquietéis, sabe defenderse y además, está enamorada de Armand y él también de ella. ¿Y no es maravilloso el amor, esposa mía?
Roselyn se sonrojó y miró a su hermana, consternada. ¿Enamorada, Angélica? Era tan joven, y ese caballero no jugaba al acertijo, estaba segura de ello. ¿Sería ese amor del que hablaban los poetas? Angélica debía de estar encaprichada, le agradaba Armand y la había besado algunas veces y le habían gustado sus besos, pero eso no era amor, no ese amor que es como el fuego que quema las entrañas y convierte en esclavos a quienes lo padecen. Y le parecía insólito que su hermana, que tiempo atrás mojaba la cama, ahora deseara casarse con ese mancebo de Rennes.
Angélica, por su parte, miró a su salvador y bajó los ojos. Le agradecía en silencio que la salvara, pero estaba angustiada; Guillaume la había prometido a su pariente como si fuera una esclava, una cosa que se toma y regala. Odiaba a ese hombre y solo deseaba que su noche de bodas y su vida entera fueran un completo infierno. No merecía más que eso. Había conservado a Roselyn porque le gustaba y ahora se desharía de ella entregándola a ese primo lascivo.
—Angélica —la llamó Armand.
La joven se detuvo y lo miró y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Gracias, monsieur, pero temo que nadie podrá salvarme de ese bruto, el conde va a entregarme a él muy pronto. —La joven lloraba desesperada y el caballero se acercó y acarició su cabello y sus mejillas húmedas y ardientes.
—No puede haceros eso, sois tan joven, damisela Angélica.
—Lo hará, monsieur, soy un estorbo para él y sabe que lo odio —respondió ella.
—No digáis eso, ni lo penséis tampoco, él tiene el don de ver más allá, damisela, no lo olvidéis.
—Mi vida es un tormento, monsieur, y ahora he perdido a mi hermana… Vos dijisteis un día que me llevaríais a mi casa, que me ayudaríais a regresar…
Armand tomó su mano y la besó con suavidad.
—No puedo hacerlo, damisela, vuestro padre es mi enemigo y monsieur Hainaut mi más fiel aliado, pero no temáis, hablaré con él.
La joven se apartó furiosa.
—Los adultos hacen demasiadas promesas que luego no pueden cumplir.
Angélica se alejó y de pronto recordó ese beso en su mano y la mirada en sus ojos, ¿acaso ese joven la amaría como ella lo amaba, en silencio, sin esperanzas?
Quiso reunirse con su hermana, no deseaba quedarse en esa fiesta, se sentía triste y cansada, pero de pronto comprendió que no estaba.
Le preguntó a una criada y ella le hizo un guiño. «Se la ha llevado su esposo, damisela, ahora están casados. No volverá a compartir vuestra habitación, ahora dormirá con el conde».
Angélica gimió, no podía ser, ¿tan pronto? ¡Pobrecilla! Tener que retozar con ese hombre malvado, soportar sus caricias y su horrible cosa…
Era tan horrendo que no quería ni imaginarlo y quiso buscarla, salvarla. Era una tontería, por supuesto, no sabía dónde quedaban los aposentos del conde de Hainaut, pero necesitaba hacer algo para no sentirse tan mal.
—No debéis caminar sola por el castillo, damisela de Tourenne, id a vuestros aposentos, yo os escoltaré —dijo un escudero de cabello rojo.
Angélica obedeció con expresión furibunda, todos la mandaban, hasta esos pajecillos insignificantes. En ese castillo no era más que una cautiva tomada de rehén, su hermana al menos sería la señora de Hainaut, pero antes debería… Pobrecilla, debía rezar por ella, Rosie no tenía su picardía, ella siempre había tenido vergüenza y había dicho que moriría antes de que ese hombre la tocara…
Entró en el torreón y lo sintió horriblemente vacío sin Rosie, tantos años compartiendo el cuarto, haciendo bromas y contando cosas, riendo, llorando y ahora… Era ella quien lloraba pensando que debía acostumbrarse. Tal vez no la dejaran ver a su hermana como antes, porque ese perverso la dejará encerrada todo el día para hacer esas cosas que se hacían para hacer niños. Retozar, se llamaba retozar…
Se metió en la cama sintiéndose muy desdichada, y ni siquiera fantasear con los besos de Armand pudieron consolarla esa noche.
Cuando Roselyn entró en sus nuevos aposentos lo hizo con paso tembloroso, él la llevaba de la mano y notó que estaba muy asustada y fue a buscarle una copa de vino. La necesitaría, tal vez más de una.
Ella miró los retratos, no había crucifijos ni cuadros de santos, pero había alfombras gruesas y arcones, y una inmensa cama cuadrada de ébano. Hermosa, lujosa, pero la novia pensó que ese mueble significaba algo que la aterraba y se alejó… Sabía que era su esposa y que él podía tomarla y su deber era complacerle, pero no quería, no quería soportar esa vergüenza.
Corrió hacia la puerta desesperada, sin pensarlo.
—Está cerrada, hermosa —dijo él sin dejar de sonreír.
Roselyn se volvió y lo miró, estaba a escasos pasos de ella con dos copas de plata llenas de vino.
La damisela retrocedió espantada, atenta a sus movimientos, mientras que él miraba sus ojos para saber lo que pensaba. Estaba pálida, aterrada.
—Sois mi esposa ahora y sois la dama de este castillo, no podéis negaros a mí —dijo él entregándole la copa de vino—. Bebedla.
Ella obedeció y él la observó, tenía una figura esbelta, femenina, con suaves curvas y caderas con redondos muslos. Madura por fuera pero verde por dentro, eso había dicho su madre, pero había algo más. Era tímida, y vergonzosa.
Roselyn bebió el vino y sintió un raro mareo, las piernas se le aflojaron y estuvo a punto de caer y lo hizo en brazos de Guillaume, que la miraba embelesado y consternado. Y sin dudarlo atrapó su boca y la besó ardientemente, entrando en su boca como esperaba poder entrar en su cuerpo cálido cuando fuera el momento. El vino y ese beso habían calmado sus nervios, pero todavía estaba asustada y tembló cuando él comenzó a desnudarla despacio.
—No, no… Por favor, no quiero… Tengo mucho miedo —dijo ella.
—Tranquila, tranquila, no voy a forzaros, no soy un rufián, madame —dijo él mirándola con intensidad.
Luego se alejó y buscó la copa que la joven había dejado a medio beber.
—Bebedla, os hará bien —ordenó el conde, entregándosela a la asustada novia.
Roselyn obedeció y él no la dejó en paz hasta que tomó la última gota.
De nuevo esa rara somnolencia, esa sensación de pesadez y abandono.
Él comenzó a acariciarla, a llenarla de besos y caricias suaves en sus pechos llenos; ella quiso resistirse, apartarlo, pero de pronto un calor inesperado recorrió su cuerpo y se sintió muy extraña. Como en los sueños que había tenido, ella se rendía a él, quería apartarlo, resistirse pero no podía, sus piernas le pesaban y no tenía fuerzas.
Estaba húmeda y respondía a él sin saber qué le pasaba. Y cuando lo vio desnudarse vio su pecho ancho de caballero y los brazos bien formados y fuertes y se estremeció al ver más abajo de su cintura su miembro erguido y rosado. No era tan horrible como le había contado su hermana, y de pronto vio sus piernas rectas y formadas y pensó que era un hombre guapo. Tampoco vio ese rabo ni la marca del demonio como decían en la leyenda.
Guillaume se acercó y sonrió levemente antes de besarla y abrazarla con mucha fuerza. Lentamente fue quitándole el vestido envolviéndola entre sus brazos. Y al verla desnuda por primera vez gimió y su miembro húmedo rozó su monte con suavidad. Era tan pequeña y delicada. Sus ojos cristalinos lo miraban con desconcierto pero sus mejillas estaban rosadas y su corazón palpitaba deprisa.
—No temáis, hermosa, no os lastimaré, lo prometo, aguardaré a que sea el momento… Tranquila, así… —le susurró, y siguió rozando la entrada de su pubis, ese rincón que tanto había soñado conquistar.
Empezaba a humedecerse para él, por sus besos y caricias, y no se resistía, pero temía que lo hiciera, no sabía qué podría ocurrir después…
—Roselyn, miradme, sois tan hermosa, os amo, mi princesa —le susurró, y miró sus ojos para saber cómo estaba y de pronto vio sus labios rojos y el color de sus mejillas y deshizo sus trenzas para ver su cabello castaño brillante cubriéndola como una manta. Besó su cabeza y acarició su pelo con suavidad y pensó que se moría por poseerla, pero debía esperar.
—Roselyn, ¿queréis ser mía, hermosa, queréis ser mi esposa esta noche? —le preguntó.
Ella lo miró desconcertada.
—Soy vuestra esposa ahora, monsieur —le respondió y gimió cuando sintió su boca atrapando la suya mientras sus manos la acariciaban con suavidad.
No sabía qué le pasaba, tenía la sensación de que no era ella, y todo era un extraño sueño. Y cuando entró en ella, gimió y tembló, estaba tan cerca de ese joven, tan cerca, atrapada, prisionera de su cuerpo, y era extraño…
—Tranquila, hermosa, el dolor pasará… —Besó sus labios ahogando sus gemidos.
Era tan deliciosa y estrecha, pero fue muy despacio para no lastimarla, tan despacio que cedió y lo dejó entrar un poco más.
Un mar de sensaciones lo embargaban, si para ella todo era muy extraño, para él también lo era, pero también sentía que era maravilloso porque nunca había estado íntimamente con una joven a la que amara, porque sabía que la amaba, lo sintió el mismo instante en que la había conocido. Y no la tomaba por placer, la tomaba porque se moría por hacerla suya, por sentirla, por convertirla en su esposa.
Hundió aún más su miembro en ella cerciorándose de que nada lo detendría y comenzó a moverse despacio, una y otra vez.
La joven gimió y cerró sus ojos soportando el dolor y esas sensaciones extrañas de ser poseída por Guillaume. Quería huir y quedarse, lo deseaba y temía…
De pronto se sintió inundada por su simiente mientras su boca atrapaba la suya y suspiraba, gemía de placer sobre ella.
—Roselyn, ¿estáis bien?
Ella no le respondió y de pronto lloró, acababa de convertirse en mujer en los brazos de su raptor y no sabía si eso le daba pena o alivio, se sentía confundida. Sintió que la abrazaba y besaba como si quisiera consolarla por haberla tomado esa noche.
Una rara somnolencia la envolvió entonces, tenía sueño y estaba exhausta. Guillaume la vio dormida y en sus ojos apareció una expresión exultante y triunfal, la había hecho suya, lo había hecho… Ahora nada podría separarlos y aunque se moría por despertarla y hacerla suya de nuevo pensó que era muy pronto. No quería lastimarla, tenía tiempo para hacerle el amor y deleitarla con sus juegos favoritos.
Al día siguiente, Roselyn despertó mareada y débil, de pronto recordó lo ocurrido en la madrugada cuando él la tomó y ella lo había soportado todo sin quejarse, pero luego había llorado. No le agradaba la intimidad, y ahora que sabía cómo era, mucho menos. Pero era su deber de esposa y lo cumpliría. Sin embargo, en esos momentos no deseaba levantarse, solo llorar y lamentarse porque comprendía que su matrimonio se había consumado y ya no podría deshacerse. Ni escapar, ni volver a su casa… Tourenne y su familia se desdibujaban como un sueño, como si su vida siempre hubiera sido él y ese castillo, esa cama…
Se sintió incapaz de dar un solo paso y enfrentar ese día, le dolía la cabeza y solo deseaba quedarse acurrucada en esa cama y llorar sin que nadie le preguntara qué le pasaba.
Angélica esperó por horas la visita de su hermana y al atardecer se desesperó. ¿Acaso ese malvado le había hecho daño o simplemente ahora que era su esposa no la dejaría salir nunca de sus aposentos?
La jovencita lloró y cuando apareció una criada con comida le pidió ver a Roselyn, pero nadie le prestó atención.
—¿Cómo está ella? ¿Por qué no ha venido a verme? —se quejó.
La criada la miró, inexpresiva.
—Está bien, damisela Angélica, pero ahora es la dama de este castillo y tiene sus aposentos lejos de aquí —fue su respuesta.
Angélica devoró la carne estofada con habas y la manzana. Eso calmó su angustia un poco, pero no dejaba de pensar en Rosie, pobrecilla, ¿acaso su esposo era de esos brutos que pasaban el día entero copulando? ¿Sería tan desconsiderado con su pobre esposa? Pues ella lo creía capaz, era malvado y la consideración no era una virtud suya.
A la mañana siguiente, Angélica estaba que rabiaba por ver a su hermana. Durante años habían compartido los juegos y las riñas, siempre estaban juntas. Tan unidas a pesar de las peleas que ahora la extrañaba y estaba muy angustiada. Quería verla y saber que estaba bien y que ese malvado no le había hecho daño.
Al enterarse Guillaume de las continuas quejas de su cuñada fue a verla con torvo semblante, ¿es que esa niñita no dejaría de darle problemas? Mejor sería devolverla a Tourenne, ya no la necesitaba, ni su esposa tampoco, a decir verdad. Le había hecho el amor sin parar esos días, y esperaba dejarla muy pronto encinta. No deseaba interrupciones, ni conspiraciones. En realidad esa niña rubia siempre había sido un estorbo, una piedra en su camino.
Entró en el torreón y al verla llorando como una niñita abandonada, sintió pena, no era más que chantaje de niña mimada que creía que llorando lo conseguía todo, por supuesto. Al verle entrar, ella enrojeció de rabia y miedo.
—Monsieur Guillaume, quiero ver a mi hermana, ¿por qué no permitís que venga a verme? —dijo ella retrocediendo porque frente a ese hombre no se sentía tan temeraria.
El conde le dirigió una mirada hostil.
—Vuestra hermana es mi esposa ahora, y la señora de este castillo, no puede pasarse el día entero en vuestra compañía. Además, pronto os regresaré a Tourenne, con vuestra familia.
Esa perspectiva la hizo sonrojar. La alegraba sí, pero… ¿Qué ocurriría con Armand de Rennes?
—Entonces, ¿nunca más permitiréis que vea a mi hermana? ¿Y por qué habríais de ser tan bondadoso conmigo de enviarme a mi casa, monsieur? ¿Qué planeáis en realidad?
Fueran cuales fueran sus planes no se los diría, por supuesto.
—Dejad de actuar como una niña, Angélica. Vuestra hermana es mi esposa y me pertenece, no quiero que la preocupéis con vuestros caprichos.
—¿Y cuándo me iré de aquí? —preguntó la joven, resignada.
—En unas semanas, tal vez antes. Dejaré que visitéis a Roselyn, pero no le diréis una palabra de esto, ¿habéis comprendido?
Ella secó sus lágrimas y asintió.
—Seguidme —le ordenó—. Y secad vuestras lágrimas, vuestra hermana pensará que os he dado una zurra. Y os daré una zurra si no os comportáis.
La joven gimió, no quería saber lo que sería recibir una golpiza de ese joven malvado y grandote y él sonrió con malicia al leer sus pensamientos. Luego le ordenó que caminara delante de él. La niña rubia obedeció y él se rio al ver que tenía el tamaño de una niña de ocho años, nunca crecería demasiado. No comprendía por qué su primo acosaba a la pequeña, debía de ser que le gustaban de poca edad y baja estatura, era un depravado, no había otra explicación.
Momentos después, cuando Roselyn vio a su hermana, corrió a abrazarla y lloró, la había echado de menos y sabía que debía de estar preocupada, pero su esposo no la había dejado salir de sus aposentos.
Angélica lloró y la miró con ansiedad.
—¿Rosie, estáis bien? —quiso saber.
Su hermana secó sus lágrimas y asintió en silencio, el conde la observaba con fijeza y ella le temía.
—Ven, hermana, os mostraré mis aposentos —dijo Roselyn, y se alejaron abrazadas. Angélica seguía llorando y su hermana intentaba distraerla mostrándole la lujosa habitación nupcial y las otras: el solar donde almorzaba y cenaba con su marido, la sala de música…
Guillaume se marchó y las dejó conversar a solas.
—Rosie, ¿estáis bien? ¿Os ha lastimado?
—No, ¿por qué pensáis que…?
—Oh, Rosie, ese hombre debe ser un amante malvado en la cama como lo es en la vida real.
Esas palabras hicieron ruborizar a su hermana.
—¿Fue muy horrible?, ¿os dolió?
Quería saber los detalles, necesitaba saber, pero Roselyn se negó a decirle y le prohibió que volviera a mencionar asuntos tan poco «delicados».
Angélica cerró la boca disgustada, la notó distinta, callada y se preguntó si sería tan horrible, como ella imaginaba, yacer con el conde de Hainaut. Buscó alguna marca en sus manos o en su cuello, pero no encontró nada. Entonces recordó los planes de su cuñado de separarlas enviándola a Tourenne y quiso contarle, pero recordó las amenazas del malvado Guillaume. Debía guardar silencio.
Roselyn le mostró las habitaciones y parecía alegre, pero no logró engañar a su hermana. La pobre no era feliz, y ¿cómo podía serlo casada con ese rufián? Que seguramente la tomaba muchas veces sin respetar su consentimiento, y luego…
Al regresar a sus aposentos, la damisela de Tourenne se sentía triste; aliviada por haber visto a su hermana, pero triste porque no la había visto feliz. Y porque sabía que muy pronto debería marcharse de ese castillo y la echaría de menos.
Dos semanas después, Angélica estaba lista para regresar al castillo blanco de Tourenne. La perspectiva despertaba en ella sentimientos contradictorios, anhelaba regresar a casa y reunirse con sus padres, pero no quería separarse de Roselyn. Dejarla sola allí con ese conde malvado…
Luego estaba su enamorado Armand, había vuelto a besarla, y un día le había prometido buscarla cuando tuviera la edad adecuada para ser su esposa. Ella nunca olvidaría ese momento, ese encuentro secreto en el vergel, sus besos, su mirada intensa…
Luego pensó en su hermana, quien la había visitado con frecuencia esas semanas y palideció. No quería dejarla en el castillo de Montnoire con ese malvado, habría deseado quedarse solo para estar a su lado.
Una criada entró en esos momentos y le avisó que era hora de partir.
Rosie fue a despedirla con lágrimas en los ojos, triste, acongojada.
—Hermana, os iréis, mi esposo ha dicho que es lo mejor, que estaréis segura en el castillo blanco, con nuestros padres.
Se abrazaron y lloraron, no querían separarse, habían estado tan unidas. Había intentado convencer a su marido, pero este se mostró firme; Angélica debía regresar a Tourenne como muestra de amistad y buena fe hacia su suegro, con quien esperaba congraciarse.
—Llevad una capa, tal vez haga frío durante la travesía, Annie —dijo entonces Roselyn separándose de su hermana.
Mientras la jovencita se cubría con la capa de paño volvió a derramar unas lágrimas. Hacía tanto que estaba en ese castillo que casi era su hogar. Pero no se engañaba, había sido una cautiva, su hermana también, pero ahora era la esposa del conde y él estaba bobo por ella. La seguía a todos lados y pasaba muchas horas en su compañía, en sus aposentos; impacientando a sus caballeros y parientes, que siempre tenían un asunto entre manos, algún enemigo, querella y demás. Imaginaba por qué vivía tan prendido de sus faldas… Oh, no podía siquiera imaginarlo sin sentir náuseas.
El conde de Hainaut por su parte escoltó a su cuñada hasta más allá del Bosque Encantado, sabía que debía deshacerse de la niña rubia y además dar una muestra de amistad a su nuevo pariente, el conde de Tourenne. Por esa razón le brindó a ella una escolta muy numerosa de caballeros y escuderos.
A estos les dijo con grave semblante: «Os encomiendo a mi cuñada, la doncella de Tourenne. No debe recibir daño alguno, nadie debe tocarla o lastimarla, no es más que una niña y es la señal de amistad que deseo enviar a mi suegro, el conde de Tourenne», les advirtió.
Y para evitar que Armand de Rennes o su primo Louise intentaran raptarla fueron encerrados ese día y el siguiente. Porque nadie debía intervenir en sus planes y sabía que esos dos se habían enamorado de la niña rubia y la querían para sí.
Angélica dejó atrás el castillo de Montnoire, con lágrimas en los ojos; todavía lloraba porque no quería separarse de su hermana. Quería ver a sus padres, sí, ¡pero en esos momentos se sentía tan triste!
Miró hacia atrás con el corazón roto recordando las palabras de Rosie: «Regresaréis a casa, hermana, pensad en nuestros padres, lo felices que estarán de veros sana y salva. Os ruego que les deis esta carta a mis padres, Angélica, y volved a visitarme un día. Seréis libre, hermanita, podréis abrazarlos y besarlos. Estaréis en casa». Y tras decir eso la pobre dama de Hainaut había llorado. Ella deseaba regresar a casa también y olvidar que era la esposa de ese conde de Hainaut. ¡Pobrecilla!
Angélica iba sentada en el caballo de Etienne de Villaume porque no se le permitió montar sola por su tamaño. «No quiero que la niñita rubia se quiebre todos los huesos antes de llegar», había dicho el conde Guillaume. Ella lo miró furibunda, odiaba a ese hombre y lo único que le daba placer de esa partida era no tener que volver a verle.
La travesía duró menos de lo esperado, y en tres días estuvieron en el castillo blanco. La doncella rubia estaba a salvo, cuidada por Etienne de Villaume y los otros fieros caballeros, que se rieron de sus mohines y gritos cuando apareció una víbora en el bosque mientras dormían, y pensaron que era muy graciosa la niñita rubia y su señor muy noble al devolverla sana e intacta a pesar de la insistencia de Louis por tenerla.
Guillaume de Hainaut no hacía nada sin ninguna razón; conservó sana y salva a la mayor para tomarla como su esposa, y a la menor como compañía de la primera. Etienne de Villaume observó a la doncella con expresión risueña, era muy graciosa y bonita, lástima que solo tuviera doce años…
Cuando el séquito de caballeros entró en el patio del castillo blanco de Tourenne, hubo una gran conmoción, y los condes corrieron a ver a los escuderos que traían a Angélica montada en un caballo. Philippe tomó el pergamino que uno de ellos le entregó y lo leyó con gesto hostil. No podía creer que su terrible enemigo fuera el responsable de ese horrible rapto.
Los escuderos ayudaron a Angélica a bajar y corrió a los brazos de su madre, llorando de emoción. Su padre se acercó y besó su cabeza.
—¿Dónde está Roselyn, por qué no la habéis traído? ¿Y las otras niñas?
Etienne de Villaume miró al conde de Tourenne con expresión sombría.
—Vuestra hija es ahora la esposa del conde y señora del castillo de Montnoire. Le pertenece a mi señor y ya no podréis reclamarla. Pero él desea que vayáis a visitarla cuando gustéis porque es un hombre generoso y considerado.
«¿Generoso y considerado? ¿Qué clase de broma funesta era esa? ¿Su hija mayor desposada por ese demonio y antiguo enemigo suyo?».
Angélica se acercó a su padre y lo abrazó y el caballero habría llorado de haber podido. Llevó a su hija en brazos hasta el interior del castillo, ignorando por completo a esos caballeros del demonio. No quería verlos, pues temía sucumbir a la tentación de atravesarlos a todos con su espada.
—Hija mía, habéis crecido… ¿Esos tunantes os han hecho daño? ¿Os han dejado preñada?
Angélica se sonrojó y juró solemnemente que ningún hombre la había tocado. Sin embargo, Philippe notó que durante el tiempo que estuvo raptada, su niña se había desarrollado y hasta parecía más alta.
—Estoy bien, padre, el conde de Hainaut no permitió que sufriéramos daño alguno, ni yo ni Roselyn. Él se enamoró de mi hermana la noche que nos fugamos… Oh, perdóname, fue mi culpa, yo lo planeé todo…
Angélica lloró confesando la travesura de huir al Bosque Encantado la noche en vísperas del Día de Todos los Santos, querían ver a los espectros del bosque y a la bruja Catherine y lo hicieron, la vieron pero las descubrieron y entonces… Apareció el temible conde de Hainaut y ordenó que las llevaran al castillo de Montnoire. Pero él quería a Roselyn.
—¿Y vuestra hermana, Roselyn? ¿Realmente fue desposada por ese maldito?
La jovencita asintió.
—Una boda secreta, con prisas, para ocultar una malvada seducción. No fui consultado, nadie me pidió la mano de mi hija así que esa boda no es válida para mí. Y las otras niñas, esos tunantes no han querido responderme, ¿acaso las primas Marie y Florie no huyeron con vosotras esa noche?
Angélica asintió y lloró al confesarle la verdad.
—Creo que la bruja Catherine se deshizo de las niñas, nunca quisieron decirnos la verdad, pero… sospecho que están muertas, padre, nunca más las vimos.
El conde escuchó la historia, consternado, tanto tiempo buscándola y temiendo que estuvieran muertas… Y ahora su hija mayor había sido desposada por ese enemigo suyo. Jamás habría dado su consentimiento para una boda tan nefasta, nunca…
—Padre, Roselyn os ha escrito una carta —dijo de pronto su hija y le entregó un pergamino enrollado.
Philippe se emocionó al ver la letra de su niña, era una letra hermosa, escrita sin prisas. Ambas habían aprendido a leer y a escribir en el convento de Caen durante los meses que estuvieron allí. Roselyn había sido la más aplicada, Angélica siempre había sido mucho más pequeña e infantil y ahora, hasta su niña menor había cambiado. Seguía teniendo las mejillas llenas y rosadas, y la expresión infantil, pero había algo distinto, no sabía qué era, pero lo inquietaba.
La carta de Roselyn era breve.
«Queridos padres:
»Os echo mucho de menos y quisiera veros y espero poder hacerlo pronto. Guillaume no desea seguir esta antigua enemistad, me lo ha dicho y espero que vos no lo odiéis por habernos convertido en sus cautivas. Ningún daño nos hizo, padre, tenéis mi palabra. Ahora soy su esposa y vivo en los aposentos del castillo. Es un buen esposo y me ama, me trata con mucho afecto y respeto.
»Extrañaré la compañía de Angélica, pero comprendo que ella debe regresar a casa para que sepáis que estamos bien. Queridos padres, los amo y extraño».
Philippe entregó la carta a su esposa, no podía llorar y estaba furioso. Habría deseado dar cuenta de ese hombre, de él y sus malignos caballeros, no dejar a uno solo con vida. Y luego enviar sus cadáveres para que comprendiera bien su respuesta a tan atrevida hazaña de raptar a sus niñas y tomar a la mayor como su esposa sin su consentimiento.
Elina lloró al leer la carta de su hija y comprendió que la pobrecita debía de estar asustada; ella conocía a Roselyn, sabía que era muy tímida y no quería ni pensar lo que debió sufrir al ser tomada por ese conde malvado. Oh, pobrecilla… Ella no imaginó en ningún momento que Hainaut fuera un amante tierno y considerado, todos sabían en el condado que era un hombre cruel y despiadado…
Habían recuperado a una de sus hijas, pero habían perdido a Roselyn. Su esposo nada quería saber de dar amistad a su nuevo yerno, mucho menos aceptar esa boda, estaba furioso y debió contenerse todo el día para no ir a matar a sus indeseables visitantes.
Angélica regresó a sus aposentos y se dio un baño mientras las criadas la besaban y lloraban emocionadas al ver que la pequeña niña estaba entera y no le faltaba nada. Los niños rehenes siempre morían o regresaban a sus casas inválidos o sin una oreja. Era un milagro que un hombre tan perverso como el conde de Hainaut no le hubiera hecho daño alguno. Sin embargo… al desnudarla notaron que la pequeña se había desarrollado y ahora tenía pechos y una cintura esbelta.
Al notarlo, su vieja nana habló en privado con la condesa Elina.
—Mi señora, la damisela Angélica ha dejado de ser una niña —dijo.
La dama palideció asustada y temió lo peor y fue a verla de inmediato. En menos de un año habían transformado a su hija, ¿qué maldad le habían hecho? Solo tenía doce años…
Sin embargo, al interrogarla en la intimidad de sus aposentos, la jovencita negó haber sido tocada por el conde ni por ningún otro hombre.
Y de pronto le confesó:
—Un día desperté gritando, madre, me dolía mucho el vientre y pensé que el conde me había envenenado porque él quería a mi hermana solo para él y entonces… Vi que sangraba allí abajo, sangraba mucho y pensé que moriría, pero… Roselyn me dijo que era la regla y que la tendría todos los meses porque había dejado de ser una niña.
Saber eso emocionó a Elina, su pobre chiquita había crecido tanto ese año. Ya no era su niña ni volvería a meterse en sus aposentos para dormir con sus padres, como hacía antes. Había crecido y su padre se enfureció al enterarse. Porque nada de eso debió ocurrirles a las niñas. Y no estaba nada contento con esa boda, su hija estaba prometida a Louis y esperaba casarla al cumplir los quince años y no antes. Roselyn era muy tímida y asustadiza, no estaba lo suficiente madura para el matrimonio y él lo sabía y ahora… Ahora había sido raptada y forzada por ese malnacido, y este esperaba congraciarse con él… ¡Pues nunca lo haría! Nunca sería amigo de ese maldito conde, sino que buscaría la forma de rescatar a su hija y traerla a Tourenne de regreso. «Su muestra de amistad» no era suficiente para él, jamás debió mantener cautivas a sus hijas y mucho menos desposar a Roselyn sin su consentimiento. Además había dado muerte a las hijas de sus parientes.
—No digáis nada de eso, esposo mío, mucho han sufrido sus padres la ausencia de sus hijas.
El conde miró a su esposa sorprendido.
—Deben saber la verdad y querrán venganza.
—Sufrirán, mejor que crean que desaparecieron y…
Philippe no entendía la insistencia de su esposa.
—Las niñas han muerto, nuestra hija no volvió a verlas, meses duró su cautiverio. Ese conde malvado debe pagar lo que hizo. Retuvo a nuestras hijas, tomó a Roselyn y ¿creéis que aguardó a la boda? ¿Que fue un esposo considerado como ella dice? Pues no creo ni una sola palabra, esa carta debió de ser escrita por Hainaut.
—Oh, Philippe, no podemos hacer nada, es su esposa ahora. Lamento lo ocurrido a las niñas, pero decirlo a sus padres solo aumentará su dolor y sabéis que no podrán enfrentarse ante tan temible adversario.
Philippe palideció de furia.
—Pues yo sí lo haré, hablaré con mis parientes y reuniré hombres. No dejaré a mi hija cautiva librada a su suerte en ese horrible castillo, con ese demonio de hombre.
Elina no replicó, sabía que su marido tenía razón, pero luego pensó en su hija y habló en privado con el caballero Etienne de Villaume antes de que se marchara del castillo con los escuderos.
—Caballero Etienne de Villaume, entregad esta carta a mi hija, por favor. Me gustaría visitarla, pero temo que mi esposo… Quisiera recibir sus cartas y saber que está bien.
El caballero observó a la dama, sorprendido, era muy bella y tan joven…
Elina se sonrojó ante la mirada de ese hombre, no le quitaba los ojos de encima.
—Descuide, madame de Tourenne, entregaré la carta como me pedís —dijo haciendo una reverencia mientras guardaba con cuidado el rollo del pergamino en su talego.
Elina regresó con Angélica y la interrogó sobre Guillaume de Hainaut.
—¿Ese joven os trataba bien, hija?
La damisela hizo un mohín de disgusto.
—Bueno, en realidad no fue malo con nosotras, su madre sí, creo que la bruja Catherine intentó hacernos desaparecer.
Al enterarse del incidente con la bruja, Elina gimió.
—¡Oh, pobrecitas, mis niñas, lo que habéis tenido que soportar! Esa dama es muy mala y dicen que tiene poderes y habla con el demonio.
—Bueno, su hijo se enojó con ella y la exilió, la envió al castillo gris de Nimes, así que recibió su merecido. Creo que estaba harto de la bruja por querer meter las narices en todo. Y ella estaba celosa y enojada con Roselyn; sin embargo, la curó, o ayudó a curarla. Guillaume también, la metió en un barril con agua caliente para quitarle la fiebre y luego no dejaba de mirar sus piernas. Pero no la tocó, no antes de la boda, después, sí… Aunque Rosie no parecía muy disgustada.
Angélica omitió algunos detalles para no espantar a su madre, comprendía que era mejor que creyera que Rosie estaba bien, aunque no fuera del todo cierto.
Regresar a Tourenne fue algo extraño para ella, echaba de menos a su hermana y se sentía rara al dormir sola en su cuarto. Pero no buscó refugio en los aposentos de sus padres, ya no era una niñita, ni quería comportarse como tal. Sus hermanos, Guillaume y Philippe, no mostraron alegría alguna al verla, nunca había congeniado con los varones, vivían para la espada y el mayor ya corría tras las mozas. De pronto comprendió que Rosie había sido su única compañía.
El conde de Tourenne no tardó en notar que Angélica estaba extraña, melancólica, casi triste. Había dejado de ser la niña que corría por el castillo en busca de juegos y risas, la niñita que él tomaba en brazos y arrullaba olfateando el olor a leche en sus mejillas redondas. La misma que se ponía roja al pelear con su hermana mayor. Roselyn siempre había sido más tranquila, y tampoco era su niña, ahora era la esposa de su cruel enemigo, y Angélica…
Ella debía de extrañar a su hermana, estaba seguro. Maldijo en silencio a ese hombre que había raptado a sus hijas, conservando a la mayor en su poder y también dado muerte a las primas, Marie y Florie. ¡Malnacido bastardo, le haría pagar con creces sus crímenes!
Ahora le aguardaba la penosa tarea de avisar a sus parientes sobre lo ocurrido. No había esperanzas, mejor decirles la verdad.
Ambos hombres se enfurecieron, eran recios caballeros, no podían llorar, sin embargo, notó que sus corazones estaban llenos de pena.
—Ni siquiera envió sus cuerpos, ¿dónde están?
—Negaron saberlo, primo Albert, pero sospechamos que no hay esperanzas, luego de ser apresadas por el conde y su maligna madre, no se volvió a ver a las niñas.
Florie solo tenía catorce años y su prima la edad de Angélica, habían ido ese día a la fiesta del Día de Todos los Santos, y luego…
¡Ambos caballeros vengarían su muerte! Philippe contaba con su ayuda.
—Pagará lo que hizo, primo Albert, estoy decidido a rescatar a mi hija del castillo de Hainaut.
Ese mismo día, el conde de Tourenne se reunió con sus caballeros y leales amigos para comunicarles que su hija mayor era cautiva del conde de Hainaut. Planeaba rescatarla, y no temía a ese malnacido hijo de bruja. Pero sus amigos sí le temían. Y se mostraron cautos al hablar del asunto. El conde lo notó y pensó que debía pedir ayuda extra al conde Alaric Hacourt.
Cuando Angélica se enteró de los planes de su padre, se estremeció.
—Madre, es imposible tomar ese castillo, está lleno de escuderos y son todos muy malos. Matan sin piedad con horribles alabardas y también están los ballesteros y… Creo que he tenido suerte al escapar viva de ese sitio. Y tal vez el amor que ese mancebo sintió por mi hermana fue lo que nos salvó, de no haber sentido amor alguno nos habría matado, madre, o nos habría entregado a sus caballeros, uno de ellos…
Angélica le habló de Louis y Elina la abrazó, horrorizada.
—Quería llevarme con él a su castillo y me besó. Pero a mí no me gustaba él, era muy tonto. Había un mancebo, se llamaba Armand de Rennes, amigo leal de Hainaut.
Elina había oído ese nombre y se estremeció, eran enemigos de Tourenne, todos ellos y se asustó al saber que su hija se había enamorado de ese caballero.
—Madre, lo amo, y un día me casaré con él —declaró.
—Angélica, no habléis así, es enemigo de vuestro padre.
Pero la niña estaba decidida. Nunca se había encaprichado con un joven, le había gustado un escudero, es verdad, pero este se había vuelto insignificante luego de conocer a Armand. Armand era su amor y nunca lo olvidaría. Y entre lágrimas le contó a su madre que la había besado y estaba interesado en ella; había prometido liberarla de su cautiverio. Pero al enterarse que solo tenía doce años, por culpa de su hermana…
—Fue sensato, mi querida niña, solo tenéis doce años, no tenéis edad ni estáis preparada para el matrimonio.
Angélica puso su mejor cara de niña enfurruñada y no dijo nada más. Elina pensó que era un capricho de chiquilla, que ese joven caballero la había deslumbrado porque las jovencitas se impresionaban con los mancebos de más edad. No debía tomarlo en serio.
Además, su esposo había pensado en enviarla a un convento, tal vez allí estuviera segura…
En el castillo de Montnoire, Roselyn echaba de menos a su hermana y los primeros días lloraba su ausencia como si temiera que nunca más volvería a verla.
Su esposo toleró su melancolía pacientemente disfrutando la calma que la partida de la niña rubia había traído a su vida.
Roselyn nunca dejaba de temerle, y por esa razón jamás se negaba a sus brazos. No era un tormento compartir el lecho, tampoco era placentero, era una especie de limbo, algo indefinido. Sentía miedo al principio y luego alivio de que terminara.
Guillaume quería poseerla por entero, enamorarla y hacerla estremecer con sus caricias, pero ella nunca lo dejaba amarla como tanto deseaba y debía contentarse con algunos besos y la cópula lisa y llana. No es que no disfrutara el placer de poseer su cuerpo y dejarla preñada muy pronto, la amaba y cada instante que compartían en la intimidad era maravilloso para él, pero quería despertarla, convertirla en una amante apasionada.
Sin la niña rubia, sin ese molesto estorbo, Roselyn se replegó hacia él y pasaban las tardes de ese frío invierno conversando a la luz de la lumbre antes de hacer el amor. Por primera vez le habló de su infancia y de sus padres, sus hermanos y las Navidades en Tourenne. En el castillo de Montnoire no se festejaban las fiestas santas y su esposo no creía en Dios ni profesaba ninguna fe, pero la escuchaba deleitándose con sus historias, comprendiendo que había sido feliz, pero ahora era su esposa y su castillo era Hainaut y él era todo cuanto tenía. Ser el sol, el cielo y las estrellas, el aire y su vida entera, eso soñaba en convertirse para su bella cautiva. Y lentamente comenzaba a lograrlo, el matrimonio y la intimidad los había unido y ella había dejado de temerle.
—Guillaume, quisiera ver a mis padres, por favor, y también a mi hermana —dijo entonces Roselyn.
Él la miró con fijeza.
—Esposa mía, vuestro padre no lo permitirá, me aborrece y no parece haber aceptado nuestro matrimonio. Ya veis que no me ha agradecido el gesto de amistad al devolver a vuestra hermana, sana y salva.
Roselyn se sonrojó, conocía a su padre, era orgulloso y tal vez debía de estar furioso por el rapto y esa boda precipitada. Ella deseaba vivir en paz y poder verlos, pero sabía que debía ser paciente y esperar.
Él le sonrió mirando sus labios con deseo. Habían terminado de cenar y solo quería hacerle el amor despacio y disfrutar cada instante…
Lo que no imaginaba Roselyn era que su padre tramaba un complot para librarla de su odioso marido, a quien jamás vería como pariente sino como un enemigo de su casa y de su familia.
En vano Elina intentaba convencerle y calmarle, estaba decidido a destruir al conde en cuanto tuviera ocasión. Y para ello se reunió con sus caballeros, leales amigos y parientes en su castillo.
Al enterarse de los planes de su padre, Angélica palideció. Ya nada era como antes, se sentía triste y perdida en ese castillo. No hacía más que llorar por Armand y por Roselyn, amaba al primero y echaba de menos a su querida hermana, y cuando tiempo después recibieron la noticia de que ella estaba encinta se desesperó.
—¡Madre, por favor, debo verla! —estalló.
La condesa miró a su hija menor, sorprendida; saber que Roselyn estaba encinta la asustó y emocionó a la vez, y acercándose a su hija acarició su cabello rubio con suavidad.
—Comprendo, mi niña, pero vuestro padre no quiere oír nada del asunto, sabéis cuánto odia a su yerno… Tal vez el nacimiento de este niño traiga paz.
Angélica lloró y se enfureció con su padre y con el mundo entero. ¿Por qué nunca podía hacer lo que ella tanto anhelaba aunque fuera una vez?
—¡Pero Rosie nos necesita, madre! Está encinta.
—Lo sé hija, pero no podemos hacer nada más que rezar por ella y aguardar.
En ocasiones, la parsimonia y docilidad de su madre la enfurecían por completo. ¿Por qué una esposa siempre debía acatar la voluntad de su marido? Ella no iba a hacer lo mismo, se rebelaría. Su padre era malvado, su madre una completa tonta, el mundo era un lugar espantoso y aburrido, lleno de prohibiciones y de algo que ella no tenía: el amor de Armand de Rennes. Sin él nada valía la pena en ese mundo horrible y miserable…
Lloró y estuvo de mal humor durante días, pero nadie le prestó atención, pensaban que eran berrinches de la edad.
El conde de Tourenne no estaba contento con la preñez de Roselyn, estaba tan furioso como Angélica, pero por distintos motivos, y solo su esposa fue capaz de hacerle comprender que debía aceptar al marido de su hija.
—Philippe, repruebo su proceder, pero al menos dio su nombre a nuestra hija, la convirtió en su esposa y la respetó, y cuidó de ella y de Angélica.
—Pero no fue tan generoso con la vida de las primas, eran dos niñas, Elina. Dos niñas y nadie más volvió a verlas. Pudo devolverlas con vida, pero hacer daño fue más importante para él, ¿no es así? Se deshizo de ellas porque no esperaba regresar a ninguna, y si devolvió a Angélica fue porque debía de estorbarle. Y temo que la ha cambiado, que ese rapto ha cambiado mucho la naturaleza dulce de nuestra niña, su malhumor y tristeza es constante, Elina, ¿es que no lo has notado?
La condesa asintió.
—Bueno, es que extraña a su hermana y ese rapto la hizo crecer deprisa, Philippe.
Él la miró con fijeza, pues odiaba más que nada que ese malnacido hubiera tomado a Roselyn y retenido cautiva a su niñita, ambas deberían estar ahora en su castillo jugando al acertijo y riendo, y allí estaban. Una seguía cautiva en el castillo de Montnoire, en estado de preñez. Y la otra triste y malhumorada, ya no le interesaban los juegos de infancia, no le interesaba nada, a decir verdad. Parecía un pollito triste y mojado, no hacía más que lloriquear y quejarse de todo. La habría enviado a un convento para que enmendara su comportamiento, pero había desistido de ello porque no quería perderla de nuevo. Era su hija, y el mejor lugar era Tourenne, con sus hermanos y parientes.
Pero el embarazo de Roselyn lo cambiaba todo y él lo sabía; sin embargo, no se daría por vencido, esperaría un tiempo, pero se vengaría de ese bastardo, antiguo enemigo suyo.
Sin embargo, comprendía que la situación era difícil, ese castillo era una fortaleza inexpugnable y Hainaut tenía aliados poderosos. Pero él no se detendría…
Roselyn estaba asustada, siempre había temido al parto y a medida que avanzaba su preñez se sentía intranquila. Guillaume notó a su esposa desanimada y pensó que le haría bien la compañía de su hermana, pero al preguntarle si su familia había respondido a su carta la joven lo negó con lágrimas en los ojos. Él se acercó y la abrazó despacio.
—No temáis, todo saldrá bien, hermosa.
Pero ella no se sentía tan segura, había visto parir a las damas del castillo y sabía que era doloroso y difícil. Además extrañaba a su hermana, y a sus padres, si algo le pasaba en el parto…
Comenzó a obsesionarse con la capilla, debía confesarse y ver a su familia. En vano su esposo le decía que no sería necesario, ella insistía y al final, para no contrariarla por su estado, ordenó a sus caballeros que trajeran un cura dispuesto a quedarse un tiempo y con más calma escribió una carta a la condesa de Tourenne.
Cuando Philippe leyó la carta se enfureció, era un chantaje, pero de pronto se sintió incómodo, odiaba que lo vieran como el villano de la historia y al parecer era lo que buscaba ese cretino.
Su esposa lloraba y lo miraba suplicante.
—Por favor, Philippe, debemos ver a nuestra hija, si algo ocurre después… No es cristiano sentir tanto odio, esposo mío.
—Lo pensaré, Elina. Pero si os dejo ir yo mismo os acompañaré a ese lugar.
Ella secó sus lágrimas y lo miró esperanzada. «Oh, de veras ¿me dejaréis ir?», murmuró.
Pero el conde no estaba muy convencido, y su hija Angélica se enfureció al enterarse de que ella no podría ir a ver a Roselyn. Quería ver a su hermana, estaba encinta, y también tenía la esperanza de ver a Armand, pero, claro, no podría hacer nada de eso, estaba condenada a quedarse en ese castillo. Tal vez la enviaran a un convento cuando llegara el momento, o moriría vieja y solterona, perdiendo sus mejores años encerrada en ese castillo.
—Padre, por favor, Rosie está asustada, ¡ella siempre temió al parto! —protestó entonces la damisela.
Su padre se mantuvo firme. No iría, no esa vez. Ese demonio podía intentar raptarla de nuevo, era un ser perverso y no se fiaba ni de él ni de su parentela y no dejaría a las damas de Tourenne solas en ese antro maldito.
Angélica se quedó sola en el castillo con expresión enfurruñada, sintiendo que la dejaban encerrada y alejada de todo lo bueno de la vida. Además quería ver a Rosie, se sentía perdida sin su hermana, tan triste y solitaria… ¡Malvado Guillaume! Era tan malo que la había dejado encinta enseguida…
Angélica se sonrojó.
—Buenos días, damisela —dijo una conocida voz.
Ella se detuvo para ver al guapo escudero Pierre, que ahora le parecía tan insignificante. No dejaba de mirarla y, como no estaba su padre, pensó que tal vez la damisela le prestaría más atención. Se equivocaba, Angélica le dirigió una mirada de desdén y no le respondió a su saludo.
Días después, en el castillo de Montnoire, Guillaume de Hainaut recibió la visita de sus suegros con expresión triunfal. Imaginaba cuánto le había costado al conde de Tourenne presentarse allí con su esposa, tal vez fue para acompañarla porque temía que sufriera algún daño en su castillo… Su mirada no era amistosa y su saludo fue una especie de gruñido. Pero ver a su hija dulcificó su expresión, la amaba, mientras que su esposa lloró y la abrazó.
—Rosie, mi niña… —dijo.
Su estado era de avanzada preñez, y su padre la notó de buen color pero asustada, nerviosa… Ese malnacido la había raptado, la había retenido a la fuerza y contrariamente a lo que imaginó su esposa, su hija no había cedido voluntariamente a esa boda. No lo hizo. No lo amaba, le temía, y en realidad era el hombre más temido del condado, excepto él, él no le temía, para nada. No era más que un rufián sinvergüenza de noble linaje, cuyo padre se había enriquecido por matar ingleses y ayudar al rey en su guerra.
—Vuestra visita me honra profundamente, condes de Tourenne, por favor, sentaos. —La voz grave de Hainaut retumbó en la sala.
Roselyn se sentó junto a su esposo y de pronto sus lágrimas de emoción se convirtieron en torrente. Guillaume pensó que por haber cedido a sus caprichos ahora lo lamentaría.
—Esposa mía, creo que debéis retiraros a vuestros aposentos —dijo entonces. Ella lo miró indecisa y sus ojos se desviaron a sus padres.
—Estoy bien, Guillaume, es que… Sabéis que siempre lloro cuando me emociono y…
La reunión fue muy tensa y a pesar de que se quedaron unos días, la situación no mejoró y al regresar a Tourenne, Elina se sentía extraña y su esposo más furioso que antes. No dejó de echar maldiciones contra Hainaut y de desearle la peor de las suertes.
—Os juro, mujer, que ese malnacido pagará el daño que ha hecho a mis hijas y a esas pobres inocentes: Marie y Florie —bramó.
Pasó el tiempo y Roselyn dio a luz un hermoso barón a quien bautizaron Louis Henri, como su abuelo. Desde el principio comprendieron que era la viva imagen de su padre y este no dejaba de pasar el día entero en sus aposentos para disfrutar de su heredero.
Angélica y su madre fueron las primeras en visitar al pequeño Louis Henri y tenerlo en brazos. Las hermanas se abrazaron y charlaron durante un buen rato recordando viejos tiempos.
—¡Oh, qué niño tan hermoso! —dijeron, y en verdad lo era, pequeñito, con el cabello muy oscuro y los ojos de un azul muy profundo.
Ambas hermanas se alejaron a caminar por la habitación mientras la abuela tenía en brazos al niño, que lloraba buscando a su madre. Era muy consentido y, como su padre, no soportaba verse privado de la compañía de Roselyn.
—Rosie, ¿estáis bien? ¿Fue muy doloroso el parto?
—No, no lo fue… En realidad sí, pero Guillaume estuvo a mi lado.
Esas últimas palabras inquietaron a su hermana.
—Pero ningún hombre interviene en esos asuntos, no le permiten entrar…
Rosie suspiró.
—Mi esposo estaba conmigo cuando los dolores comenzaron, y luego, no quiso marcharse. Se quedó y me ayudó mucho, por momentos me desmayaba, pero él me mantuvo despierta.
Angélica pensó que su hermana había cambiado, ya no parecía asustada ni lloraba como antes. ¿Se habría enamorado de ese demonio o este la mantendría embrujada?
—¿Sois feliz, Rosie?
Ella asintió lentamente.
—Todo ha cambiado ahora, hermana. Tengo un hijo y él es un buen esposo, me acompaña y me auxilia tanto con el niño.
—¿Os ayuda con el niño? Eso sí que es insólito, ningún hombre quiere saber nada de niños. Bueno, el vuestro es adorable, en realidad.
Angélica se sintió algo incómoda, sabía lo que planeaba su padre y de pronto comprendió que Tourenne estaba loco. No podía destruir el matrimonio de su hermana, no podía hacerlo, dejaría a ese hermoso niño huérfano.
—Rosie, ¿os gustaría volver atrás y no haber escapado jamás esa noche? —le preguntó entonces.
Su hermana vaciló al responderle.
—No lo sé, Angélica, no me agradó ser raptada, tuve mucho miedo, pero ahora… Creo que he empezado a querer a mi esposo porque es bueno conmigo. Tantas damas sufren con maridos beodos y malvados… Y me ha hecho un niño tan hermoso, tan tierno, ¿creéis que podría permanecer indiferente a tanta devoción? Porque él me ama y yo también he empezado a quererle, además nos salvó de la bruja Catherine y os salvó de Louis y de Rennes…
En ese último asunto Angélica no se sentía agradecida para nada, y su corazón palpitó al recordar a Armand.
—Oh, hermana, Armand… Nunca he dejado de pensar en él, ¿acaso le habéis visto?
Roselyn la miró con intensidad.
—Se marchó furioso del castillo porque mi esposo lo encerró durante días para que no os siguiera el rastro, temía que os raptara; a su primo también lo dejó confinado mucho más tiempo y ambos se marcharon poco después. No he vuelto a saber de él, pero supongo que estará vivo, de lo contrario me habría enterado. Angélica, sois muy niña todavía, disfrutad vuestra libertad, hermana, no os encaprichéis con un caballero al que no volveréis a ver. Jamás podrá llevaros de Tourenne, nuestro padre lo mataría y además…
—Ya tengo catorce años, Rosie, no soy una niñita y nuestro padre pretende dejarme en Tourenne para siempre. Se niega a buscarme un esposo.
—Sois muy joven para casaros, hermana.
—Eso no es verdad, además luego del rapto vivo rodeada de sirvientes y escuderos, jamás puedo recorrer los jardines sola, mi vida es un cautiverio ahora, Rosie. ¡Oh, la detesto! Me han dejado confinada en una jaula de oro y no hago más que soñar con Armand día y noche, con desear que venga a buscarme porque moriré de tristeza atrapada en Tourenne el resto de mis días.
Angélica lloró y su hermana la abrazó. Comprendía su desdicha, ella siempre había sido más enamoradiza y ardiente, desde pequeña decía sentirse enamorada del escudero Pierre y ahora ni siquiera lo miraba. Espiaba a los enamorados, a los mozos, estaba llena de picardía esa hermana suya, la conocía bien y ahora no dejaba de llorar y suspirar por Armand.
—Bueno, al menos ese caballero es sensato, hermana mía, y finalmente ha desistido de raptaros de Tourenne como dijo que haría.
Esas palabras llenaron de entusiasmo a Angélica. ¿Entonces había dicho que…? Pues quería conocer los detalles.
—Nunca podría hacerlo, hermana, nuestro padre lo mataría —dijo Roselyn.
Recorrieron los jardines vigiladas por los escuderos que no dejaban de mirarlas, pero Angélica les dirigió una mirada de rabia. Debía dejar de pensar con pesimismo, pero, ay, ¡no podía hacerlo!
Y mientras caminaba por el vergel lo vio venir hacia ella; era él, Armand, y temió que fuera un espejismo de su corazón anhelante. No podía ser…
—Damisela Angélica —dijo acercándose a ella y besando galante su mano.
Ella lo miró ruborizada y no se resistió cuando con los dedos rozó suavemente sus labios.
—Monsieur de Rennes, dejad en paz a mi hermana, de inmediato —ordenó la condesa de Hainaut.
Él la miró e hizo una respetuosa inclinación.
—Señora condesa, buenos días os dé el Señor —le respondió, pero sus ojos brillaron de felicidad al ver a su amada doncella rubia, pequeñita, y notó que había madurado un poco y a juzgar por la expresión radiante de sus ojos celestes tampoco lo había olvidado.
—Amo a su hermana, dama de Hainaut, y quiero que sea mi esposa un día, pero no temáis, tenéis mi palabra de que jamás le haré ningún daño.
Angélica se sonrojó al oír esas palabras y se alejó corriendo con su amado para poder besarse a escondidas en el vergel. Roselyn gritó y avisó a los escuderos, pero estos tardaron bastante en oírla.
Él la tenía atrapada entre sus brazos y no dejaba de besarla, y Angélica suspiraba y sentía cómo todo su cuerpo respondía a sus besos.
—Hermosa, esperadme, os llevaré conmigo —dijo entonces el caballero de Rennes.
Ella se sonrojó al sentir que la apretaba contra su pecho y volvía a besarla y a recorrer su cuello con más besos… «¡Llevadme ahora!», habría deseado responderle, pero no se atrevió.
La interrupción de los escuderos puso fin al momento de pasión y Angélica debió regresar con su hermana y lloró de rabia y felicidad.
—Os amo, caballero de Rennes, y os esperaré —dijo la damisela mientras secaba sus lágrimas y lo miraba. Él le respondió con una sonrisa, se moría por tenerla, por llevarla en esos momentos, pero debía dejarla crecer un poco más.
Muy a su pesar tuvo que alejarse y reunirse poco después con el conde de Hainaut.
Este no se anduvo con rodeos y luego de tratar otro asunto le advirtió:
—No vais a llevaros a mi cuñada ahora, Armand, es una niñita y su padre os matará.
Él sostuvo su mirada, tenía una carta y la usaría, por esa razón había ido a ese castillo.
—También a vos quiere mataros, monsieur de Hainaut —le respondió. Tenía espías en Tourenne que vigilaban no solo a Angélica, sino la forma de entrar en la fortaleza para raptarla, y había llegado a sus oídos un complot que tramaba el padre de la damisela para matar a Guillaume y rescatar a su hija y a su nieto de su cautiverio.
—Os diré lo que sé, pero sabéis lo que os pediré a cambio.
Guillaume aceptó el trato, estaba furioso con su suegro, había intentado acercarse a él mediante la boda con su hija, pero al parecer él tenía otros planes, funestos, a decir verdad.
—Nunca podrá asediar el castillo, morirá si lo hace, yo lo mataré antes de que llegue tan lejos —respondió, luego de escuchar con gesto sombrío los planes.
—Pero ha dicho a sus aliados que no descansará hasta daros muerte, amigo mío, raptasteis a su hija y la dejasteis encinta.
—Me casé con ella, Armand, la convertí en mi esposa.
—Ese matrimonio ha disgustado mucho a vuestro suegro. Ella estaba prometida al hijo del conde de Tours.
—Un imberbe imbécil.
—Una alianza estratégica, diría yo, y vuestra boda arruinó sus planes. Pero hay algo más, ha trabado amistad con vuestro acérrimo enemigo: el barón de Ferriers. Tiene aliados poderosos ahora y quieren vuestra cabeza, amigo mío.
—Y él querrá la vuestra cuando raptéis a su hija, Armand.
—Tal vez… Pero no le temo, su fortaleza tiene un punto endeble y os lo diré. Sin embargo, debo decir que vuestra suegra os aprecia y ha intentado persuadirle de que sus planes son una completa locura, y está muy afligida por los planes de su marido, teme por su hija y por su nieto.
Guillaume meditó con calma todo ese asunto.
—No puedo impedir que ese demente invada mi castillo, pero si le doy muerte, Roselyn jamás me lo perdonará: ama a su padre y ese bellaco es ahora mi suegro. Debo pensar en algo mejor que eso y poner a salvo a mi esposa y a mi hijo, ese demente ni siquiera piensa en ellos, ¿os dais cuenta? La venganza lo ciega.
—Muy cierto, señor de Hainaut, temo que deberéis dejar de lado los escrúpulos, porque él no tendrá piedad de vos.
Pero la valiosa información, los nombres y los planes de Tourenne, tenían un precio, y Guillaume lo sabía.
—No me opondré a vuestros planes, amigo mío, ¿pero acaso seréis tan bobo de raptar a mi cuñada en mi propio castillo?
Armand sonrió, no lo haría, por supuesto. No ahora, esperaría el momento oportuno.
Al conde de Hainaut le traía sin cuidado ese asunto, la niña rubia estaría más que encantada con el rapto, no hacía más que suspirar por Rennes, lo que realmente le inquietaba era la perfidia de su suegro planeando su ruina.
Momentos después se reunió en secreto con sus primos.
En sus aposentos, Angélica no hacía más que suspirar y llorar por Armand en la soledad de su cuarto, lo había visto. Era tan guapo y la había besado… No podía olvidar sus besos y la sensación tan maravillosa de estar entre sus brazos. ¿Es que nunca se decidiría a raptarla?
Cuando días después debió regresar a Tourenne. Se sintió terriblemente triste y desesperada. No había visto a Armand durante días, y pensó que debía ser culpa de Rosie. ¡Siempre empecinada en separarlos! ¡Pues no lo conseguiría!
Una mañana, luego del desayuno se le acercó su hermana Roselyn, apareciendo con el niño en brazos. Angélica acarició la cabecita oscura de su sobrino y este la miró con curiosidad. Iba a echarles de menos, excepto a su cuñado, a este no lo extrañaría para nada, por supuesto.
De pronto su hermana le entregó un sobre sellado.
—Es para nuestra madre, por favor, entregadle esta carta. La echo tanto de menos.
Angélica recibió el sobre y lo guardó en su vestido.
—Lo haré, lo prometo —dijo.
Sus ojos buscaron a Armand y al no verle por ningún lado se sintió perdida y triste. ¿Dónde estaría? Suspiró mientras subía al caballo del escudero de su padre. No le agradaba ir con ese mancebo tonto, pero su padre no la dejaba montar sola por ser una dama y también por su tamaño. Como siempre, no la dejaba hacer nada y ahora menos que antes; mientras que su hermana tenía un marido malvado y un hermoso niño, y era la señora de un castillo.
Roselyn notó que su hermana estaba malhumorada, pero no dijo nada. Su esposo aguardaba impaciente, ansioso de encerrarla en su recámara y hacerle el amor. Ella siempre se resistía por timidez, pero en esa ocasión respondió a sus caricias y se entregó a él como nunca lo había hecho y por primera vez su cuerpo sintió los espasmos del placer y creyó que se desmayaría, era tan maravilloso… Guillaume la abrazó con fuerza mientras le despertaba un nuevo orgasmo y la llenaba con su simiente susurrándole tiernas palabras de amor. Ella lo abrazó con fuerza y sintió que lo amaba y lloró emocionada. Nunca antes había sentido algo tan fuerte, nunca se había sentido tan unida a un hombre en su vida y lo sabía.
Angélica continuó de mal humor el resto del viaje. No soportaba verse alejada de nuevo de su amor, regresar a Tourenne donde viviría confinada para siempre. Lo había visto, por supuesto, y su recuerdo la llenaba de ilusión, pero soñaba con ser raptada como su hermana y poder vivir con él para siempre… Armand…
Al regresar con su madre, su padre aguardaba con ansiedad, quería saber cómo estaba su hija y su nieto.
—Bien, feliz, supongo. Es un niño precioso, se parece a Guillaume, pero tiene los ojos de Roselyn, padre.
Su madre se sentó exhausta por el viaje y Angélica se alejó. Tourenne seguía furioso con su yerno y planeaba rescatar a su hija y ahora también a su nieto. Una dama de Tourenne no viviría cautiva de un caballero como ese, tan diabólico y malvado.
Pasó el tiempo y Angélica tuvo la casi certeza de que su padre planeaba una invasión secreta al castillo de Montnoire. Tenía las fuerzas y aliados necesarios, pero ella tuvo miedo por su hermana y el pequeño Louis Henri. Sabía que los asedios eran sangrientos, su madre le había contado una vez aquel asedio de su hermano Enrico. Pero ella no podía hacer nada, jamás podría avisar a su hermana ni a su cuñado, como tanto deseaba, y sufría en silencio, recluida entre esas grises paredes, suspirando por Armand y temiendo por Roselyn.
Si al menos pudiera… Apartó ese pensamiento de su mente, era una locura escapar y avisarle, jamás podría.