CAPITULO XI
Después de cenar, Evans se recostó en el sillón de la veranda y encendió un cigarro.
—Heston Durratt era hermano de mi madre —explicó, ante una sola oyente que lo escuchaba con enorme interés—. Un médico reputado, muy distinto de esos bergantes que son los Clayton. Honesto, trabajador y enamorado de la profesión..., hasta que un día cometió un pequeño error. La culpa no fue totalmente suya, pero cargó con ella y sufrió una depresión, que le hizo abandonar su magnífica carrera y buscar un lugar donde retirarse. Lo encontró aquí, en esta población.
—Por eso curaba a la gente y no por sus habilidades de curandero —dijo la muchacha.
—Sí. Además, y aunque su especialidad era la cirugía, había estudiado la psiquiatría a fondo. Aquí, por lo visto, estudió la botánica y aplicaba remedios naturales con notable éxito, según parece. Gratuitamente, además.
—Sí, es cierto. Y si no, que se lo pregunten a Cluney y a su esposa.
—Lo sé. Además, compró las tierras contiguas a Swamp Woods, aunque también le pertenecía un trozo de ciénaga, una especie de ramal situado precisamente en la zona del desagüe. ¿Lo sabía usted?
—No —respondió la muchacha—. Sé que era dueño de una extensión de terreno, pero desconozco los límites de la propiedad.
—Los miembros del Hunters Club habían arrasado prácticamente toda la caza de la comarca. No hay aves migratorias en Swamp Wood, pero sí otra clase de fauna, a la que él quería proteger, tratando de evitar lo que algunos pretenden.
—Desconocía esta parte del asunto. ¿Qué quiere hacer con Swamp Woods?
—Desecar la ciénaga —contestó Evans—, He comentado el caso largamente con Cluney. La barrera que evita un desagüe demasiado rápido y causa, por tanto, la formación de la ciénaga, es relativamente corta y delgada. Cluney dice que con varias cargas de dinamita, una tonelada a lo sumo, la barrera saltaría por los aires y, al desecarse el pantano, el río correría libremente y la zona se sanearía enormemente.
—Algo de razón tiene, ¿no le parece? —dijo Elynor.
—Sí, aunque no hasta el extremo de matar para conseguir esas tierras.
—El autor, sea quien sea, ha perdido el tiempo, porque tienen nuevo dueño. Oiga —exclamó la muchacha de repente—, si usted era pariente de Durratt, es también su heredero. ¿Por qué, pues, pagó por algo que le pertenecía legítimamente?
Evans le quiñó un ojo.
—Entonces, no quería dar a conocer mi personalidad. Y, ciertamente, ahora sólo lo sabe usted. De acuerdo, soy el sobrino de Durratt, pero el que pagase el importe de la compra, tendría que abonarlo a sus herederos, deduciendo, claro está, los dos mil diez dólares que se debían de impuestos. Cuando llegué el momento, presentaré la reclamación pertinente y tendrán que devolverme once mil cuatrocientos noventa dólares.
Elynor se puso una mano en la boca.
—¡Tipo astuto! —le apostrofó cariñosamente. Pero, de pronto, se puso seria—. Sin embargo, continuamos sin saber si Durratt está vivo o muerto.
Evans la miró fijamente y ella creyó comprender la verdad.
—Está muerto —murmuró.
—Sí —corroboró él—. Sus restos yacen aún en el sitio donde se sumergió, después de ser herido de muerte por sus perseguidores.
—No entiendo... Entonces, hay alguien que se hace pasar por Durratt. ¿Quién es, Gareth?
—Espero averiguarlo muy pronto, Elynor. Y antes todavía, quiero encontrar pruebas definitivas de la inocencia de mi tío.
—¿Qué pruebas? —inquirió ella anhelosamente.
Evans sonrió.
—Está oscureciendo ya, pero aún no es hora --dijo—. ¿Querrá acompañarme luego? Primero iremos a casa de Cluney. Lo necesito.
—¿Por qué, Gareth?
Evans señaló una figurita que se hallaba asomada al ático de una casa situada en el extremo del pueblo más próximo a Claire Forest.
—Están observándonos desde que nos sentamos a la mesa —contestó—. Apenas se distingue a simple vista, pero si entra en su casa y lo mira disimuladamente con los prismáticos, verá cómo tengo razón.
—Lo haré ahora mismo —dijo ella, a la vez que se ponía vivamente en pie.
Elynor regresó al cabo de unos minutos.
—Es Brian Clayton —declaró.
—Lógico, completamente lógico —respondió Evans.
—¿Lo cree así?
—Está metido hasta el cuello en este asunto.
Ella sintió que un escalofrío le recorría por toda la espalda.
—¿Por qué, Gareth?
—Espero saberlo muy pronto. Mientras tanto, ¿se ha dado cuenta del miedo que sienten algunos de los habitantes de Sheehyn-on-Shyne?
—Todos los que vieron el cadáver de Bates, que fueron casi, sin excepción, los que persiguieron a Durratt.
—Justamente —confirmó Evans—, Están muertos de mié do, porque creen que Durratt sobrevivió y se está vengando de algunos de ellos. Cada uno teme ser la siguiente víctima, pero lo peor de todo es que no saben que los motivos de esos asesinatos no son precisamente los de la venganza.
—¿Cuáles son, entonces, Gareth?
—Me faltan algunos datos y no puedo responderle todavía. Muy pronto conoceremos toda la verdad, se lo aseguro, Elynor.
—¿Esta noche? —apuntó ella temerosamente.
—Creo que habremos dado un gran paso, al menos, para poder probar la inocencia de mi tío en la matanza de la fiesta del Hunters Club —contestó Evans con grave acento.
* * *
Elynor aguardaba, impaciente y nerviosa, en la oscuridad, mientras el joven conversaba con Cluney en la casa de éste. Habían salido de la residencia para dar después un rodeo, a fin de llegar al pueblo sin ser vistos, lo que Evans estimaba haber conseguido.
Inmediatamente, se habían dirigido a la casa de Cluney, en la que sólo había entrado él. En Claire Forest, sin embargo y como medida de precaución, habían dejado un par de luces encendidas en la planta baja, a fin de hacer creer a los posibles observadores que no se habían movido todavía del lugar.
La sirvienta tenía instrucciones de apagarlas media hora más tarde. Era el plan de Evans, aunque Elynor no conocía todos los detalles.
Sin embargo, confiaba en el joven y esperaba que él, por fin, consiguiera acabar con aquella pesadilla que se había iniciado el día de la fiesta anual del Hunters Club.
Las cosas cambiarían en Sheehyn-on-Shyne cuando todo terminase, pensó. Nada volverla a ser igual en lo sucesivo. Muchos tendrían remordimientos durante el resto de sus días. Para otros, bastantes, estimaba, sería una cura de humildad. Y tendrían que tomar decisiones por sí mismos, en lugar de seguir incondicionalmente a un jefe que había abusado de su prepotencia y su orgullo.
La puerta de la casa de Cluney se abrió de repente. Evans se reunió con ella y agarró su brazo.
—Todo listo —dijo en voz baja.
Echaron a andar con rapidez. Poco después, llegaban al jardín del Hunters Club, sumido en una completa oscuridad.
Elynor se había fijado en que Evans llevaba pendiente del hombro una bolsa de lona, de la que extrajo una potente linterna, Inmediatamente, la encendió y empezó a buscar por la fachada posterior del edificio de la sociedad.
Elynor aguardaba en silencio, dominando la impaciencia que sentía, porque sabía que lo que Evans buscaba podía significar el principio del fin de aquella horrible situación. Sin embargo, hubo de pasar un tiempo que le pareció interminable antes de que el joven, casi inesperadamente, lanzase una exclamación.
—Ah, aquí —dijo Evans.
Elynor se acercó. En la jamba de madera de una de las puertas, vio un redondo orificio.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—El impacto de una bala —respondió él—. ¿Quieres sostener la linterna, por favor?
—Claro, Gareth,
Evans se volvió hacia ella con la sonrisa en los labios.
—No te importará un tratamiento más..., personal —dijo.
Elynor sonrió también.
—Me gusta —respondió simplemente.
—Bien, entonces, alumbra aquí, por favor.
Elynor hizo lo que le pedían. Evans sacó de la bolsa un gran cuchillo de caza, con el que empezó a manipular en la madera de la puerta. Ella observó que el joven ponía gran cuidado en el manejo del arma.
—No importa que tarde —explicó él—. Lo interesante es que el proyectil salga intacto.
Transcurrieron algunos minutos. De pronto, Evans lanzó una exclamación en tono bajo.
—Ah, ya está...
La bala salió del lugar donde se había empotrado en la madera y cayó en la palma de la mano de Evans. Elynor observó que el joven se sentía enormemente satisfecho.
—Lo que yo pensaba —dijo.
—¿Qué es lo que pensabas, Gareth? —preguntó Elynor.
—Pues...
Evans no pudo continuar. En aquel instante, se oyó una voz a pocos pasos de distancia:
—¿Qué están haciendo aquí? Los estoy apuntando con una pistola y si no me dan explicaciones satisfactorias de su presencia en este lugar, me veré obligado a hacer fuego.
* * *
Evans se apoderó de la linterna, para apagarla inmediatamente, mientras Elynor lanzaba un apagado grito de sorpresa. Delante de ellos, a media docena de metros, se divisaba la silueta de un hombre, aunque, sin luz, resultaba imposible ver sus facciones. No obstante, la estatura y su complexión, permitían identificarlo con facilidad.
—¿Va a matarnos, doctor Clayton, sólo porque estamos buscando pruebas de la inocencia de Durratt? —preguntó el joven.
En aquel instante, sonó una voz cavernosa muy cerca de aquel lugar:
—¡Brian Clayton! Soy el hombre a quien tú y otros desalmados condenasteis a muerte. Sí, soy Heston Durratt, por que, afortunadamente, conseguí sobrevivir para un día probar mi inocencia y vuestra culpabilidad. Deja a esos dos jóvenes, si no quieres que te corte el cuello ahora mismo.
Clayton se sintió atacado de un pánico espantoso.
—-¡Durratt! ¿Dónde está?
—No puede verme... Yo sí lo veo a usted, doctor... ¿Sabe?, si se tiene un poco de interés, se puede encontrar un refugio seguro en la ciénaga... Allí es donde yo he estado todo este tiempo, curando las heridas que me infligieron sus amigos...
Repentinamente, Clayton emitió un aullido de miedo y, dando media vuelta, echó a correr con desesperación, perdiéndose de vista en contados segundos. Elynor respiró aliviada.
—Estaba muy asustada...
Evans sonrió, a la vez que pasaba un brazo por su cintura.
—Me pediste venir aquí y yo debí haberme negado, pero no tuve la suficiente fuerza de voluntad —contestó—. ¿Pat? —llamó de pronto.
—Aquí —dijo Cluney.
El hombre si hizo visible en el acto.
—¿Qué tal lo he hecho? —preguntó sonriendo.
—Maravillosamente bien —dijo Evans.
—Hasta yo creí que era el propio Durratt —añadió Elynor—. Parecía su misma voz...
—Hablé con él infinidad de veces. No me costó demasiado imitar su tono de voz —explicó Cluney—. Señor Evans, ¿lo ha encontrado?
El joven encendió la linterna y enseñó la bala que había extraído de la puerta.
—Aquí está —dijo—. Una de las principales pruebas de la inocencia de Durratt.
—¿Se necesitan más pruebas todavía?
—Sí, pero van a ser ellos quien nos las proporcionen —contestó el joven enigmáticamente—. Sobre todo, si hace usted lo que le indiqué antes en su casa.
—Mañana por la noche estará enterado todo el pueblo, —aseguró Cluney.
Evans se volvió hacia la joven.
—¿Puedo acompañarte a casa? —consultó.
Elynor sonrió deliciosamente.
—Sería incorrecto dejarme volver sola —respondió.