CAPITULO XII
Main despertó con la cabeza atontada, dándose cuenta de que estaba tendido en alguna parte. Al intentar moverse, advirtió las ligaduras que le sujetaban brazos y piernas. También había una ancha correa que ceñía su cintura Lo único que podía mover era su cabeza.
Oyó ruido. Miró a derecha e izquierda y pudo ver a Cadwill trasteando en lo que parecía laboratorio y quirófano al mismo tiempo. A su derecha vio a un hombre tendido en otra mesa de operaciones, también desnudo como él, pero no atado.
Era Warren Teale, el hombre que había adoptado la identidad de Vince Kethrie durante tanto tiempo. Teale aparecía dormido plácidamente, aunque se le veía pálido y demacrado.
De pronto, Cadwill vino hacia él y le miró sonriendo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó. Main apretó los labios.
—Suélteme —pidió, secamente. Cadwill se echó a reír.
—Está pidiendo un imposible —contestó—. Tengo un paciente que me paga muy bien y he de complacerle, o siento por usted, pero ¡qué se le va a hacer! El precio es lo suficientemente alto para hacerme desechar todos los escrúpulos.
—Sí, creo que dice la verdad. No tiene escrúpulos... como no los tuvo con Jake Iggles, ¿verdad?
—Ah, Iggles... Un individuo verdaderamente robusto, un auténtico macho... Lástima que el trabajo resultara inútil. Problemas de rechazo, ¿comprende?
—¿Qué ha sido de Iggles? ¿Lo mató después de extirparle los órganos genitales?
—No. Se desangró y estaba solo. Cuando llegamos, ya había muerto. No me imaginé que sus esfuerzos por soltarse provocasen la rotura de las suturas. Fue una lástima.
—Lo habría matado después. No podía consentir que Iggles fuese por ahí, divulgando los horribles experimentos que se hacen aquí, ¿verdad?
Cadwill hizo un gesto ambiguo.
—Está muerto ya y eso es lo que importa —contesto cínicamente.
—Doctor, ¿cuánto le paga Teale por el... trasplante?
—Si se lo digo no me va a creer.
—Le creeré, de todos modos. Hable.
—Medio millón de libras cuando mi trabajo haya dado un resultado satisfactorio. Naturalmente, ya he recibido un anticipo de doscientas mil; todo esto que ve no me lo han regalado precisamente.
—Doctor, ese hombre que está ahí es un asesino. Tiene tres muertes sobre su conciencia.
—Pero también tiene mucho dinero.
—Conseguido ilegalmente, y casi con toda seguridad mediante otro asesinato.
—El dinero no tiene color, salvo el de los billetes, ni olor, pero sí tiene un sabor exquisito; el de las cosas buenas que puede proporcionar —respondió Cadwill, desvergonzadamente—. ¿Qué me importa a mí lo que haya podido hacer Kethrie, o, como usted lo llama, Teale, si me va a proporcionar una verdadera fortuna?
Main miró fijamente al rechoncho hombrecillo que tenía frente a sí.
—Cuando Teale llegó a esta casa, alguien dijo que era el diablo. Yo creo que el diablo es usted —exclamó.
Teale despertó en aquel momento.
—Doctor... —llamó débilmente.
—Estoy aquí —contestó el interpelado—. No se preocupe, amigo mío; todo va bien. Teale volvió la cabeza.
—Usted —dijo al reconocer a Main.
—Así es —contestó el joven—. Pero quiero que se entere de algo muy importante. Ya se sabe que el testamento es falso. También estamos enterados del truco que empleó para conservar el cadáver de sir Arnold. Una vez, por lo menos, usted falsificó un cheque y se disfrazó como si fuese el titular de la cuenta corriente. ¿Recuerda a Sylvia Sorani?
Las facciones de Teale se convulsionaron a causa del furor.
—Los Sorani —exclamó—. Ellos tienen la culpa de mi actual estado físico.
—Debió haber pensado en ello antes de violar a Sylvia. En el fondo, el único culpable es usted.
—¡Qué importa eso ahora! Tengo dinero suficiente para conseguir lo que más deseo en este mundo... Doctor Cadwill, ¿cuándo?
—Paciencia, amigo mío; mi ayudante está con los análisis. No podemos cometer errores, como en el caso de Iggles. Esta vez, se 4o aseguro, saldrá bien.
—Eso espero —dijo Teale—. Porque si fracasa..., le mataré. Cadwill soltó una risita.
—Usted se va a gastar medio millón y tendrá lo que vale ese medio millón —exclamó alegremente—. ¿Vera?
—En seguida, doctor —contestó la ayudante, situada ante una mesa de laboratorio, en el otro extremo del sótano.
—Bien, iré a preparar los anestésicos...
Main se consideró perdido. Ahora se sumiría en un sueño muy profundo. Quizá ya no le dejarían despertar, concluida la primera parte de la operación. Pero aquello no podía resultar, se dijo; por muy experto que fuese Cadwill, se necesitaban más ayudantes, mejores aparatos...
De súbito, se oyó un fuerte estruendo en la parte superior. La puerta del sótano se abrió con violencia.
Vera se volvió, sobresaltada. Cadwill retrocedió.
—Quietos todos —sonó una voz imperativa. Main lanzó un grito:
—¡Edith!
—Bud, ¿estás bien? —preguntó ella, ansiosamente. Rewell echó un vistazo al joven y lanzó una risita.
—Todavía está completo —dijo.
Buscó un paño y cubrió !a cintura del joven.
—Voy a soltarte, pedazo de tonto —anunció.
—Jack, vienes como enviado por el cielo...
—No mezcles las cosas divinas con tus estupideces —rezongó el policía—. Doctor Cadwill, voy a arrestarle, acusado del asesinato de Jake Iggles.
Cadwill retrocedió.
Había una luz de demencia en sus ojos.
—No..., no puede hacerme eso...
—Le aseguro que sí —contestó Rewell—. Sargento Benson...
—Sí, señor.
Benson sacó las esposas y avanzó hacia el galeno. En el otro lado del laboratorio, Vera Prynn estaba como petrificada.
Súbitamente, Cadwill lanzó un aullido de fiera.
—¡Tienen que dejarme que lo haga! Ahora conseguiré el éxito... Sé dónde está el error...
—Vamos, vamos, doctor —dijo Benson, flemáticamente—. Ya se ha acabado la sesión quirúrgica.
—Demostraré al mundo que soy capaz de trasplantar cualquier órgano —gritó Cadwill—. No se puede conseguir el triunfo sin fracasos... y ahora estoy seguro de triunfar...
—¡Basta, doctor! —cortó Rewell, enérgicamente—. Entréguese sin oponer resistencia.
¿O es que piensa que nos vamos a quedar aquí estúpidamente, como espectadores de sus habilidades con el bisturí y la aguja de suturar?
Main, todavía sentado en la mesa de operaciones, contempló al médico. Cadwill, pensó, estaba loco, al menos en lo que se refería a su trabajo. Era imposible razonar con él, se dijo.
Benson avanzó un par de pasos más, con las esposas en las manos. De repente, Cadwill lanzó un alarido bestial y se precipitó hacia la mesa de instrumentos, de la que tomó un afiladísimo bisturí. Empuñando el instrumento, se volvió hacia Benson.
—No dejaré que me encierren...
La locura se había apoderado de aquel hombre. Ciego, se arrojó sobre el sargento, pero Benson, tremendamente fornido, lo rechazó de un fortísimo empellón.
Cadwill giró en redondo y cayó sobre la mesa de operaciones en que se hallaba Teale.
De repente, se oyó un alarido espantoso.
Teale se incorporó convulsivamente, arrojando torrentes de sangre por el cuello. Main, horrorizado, se dio cuenta de que Cadwill lo había degollado involuntariamente.
La sangre salpicó el rostro y el pecho de Cadwill, quien bruscamente pareció recobrar la conciencia. El bisturí cayó de su mano.
Teale saltó un par de veces, mientras sus manos iban al cuello, en un vano intento de cortar la hemorragia. Luego, de súbito, giró a un lado y cayó al suelo, en el que rodó un par de veces antes de quedar boca arriba, con los brazos en cruz.
Main fijó la vista morbosamente en el desnudo cuerpo de Teale, cuyos movimientos se hacían más débiles a cada segundo que transcurría. El espectáculo de aquel desdichado, atrozmente mutilado por unos hombres vengativos, le hizo sentir náuseas.
Esta vez, Cadwill no opuso la menor resistencia a que le colocaran las esposas. Vera Prynn se dejó arrestar mansamente.
Mavis estaba en el vestíbulo. Parecía haberse recobrado.
—Soy inocente de todo lo que hizo ese hombre —dijo cuando el inspector Rewell le comunicó que estaba arrestada.
—Eso no lo tengo que decidir yo, señora —contestó el policía.
* * *
Algunas semanas más tarde, Main llegó a Ballymore Hall. «Wolfie» salió a recibirle, ladrando alegremente, sin dejar de saltar a su alrededor.
Edith apareció en el umbral de la puerta, enormemente atractiva, con un sencillo vestido y la sonrisa en los labios.
—Traes noticias, Bud —dijo.
—Buenas noticias —confirmó él.
—Bien, habla...
—Se ha demostrado, sin lugar a dudas, la falsificación de la carta de tu abuelo y la firma del testamento. El tribunal ha dictado sentencia a tu favor. No podía ser menos, ya que existía un testamento anterior, perfectamente válido, después de lo ocurrido.
Los ojos de la muchacha se humedecieron.
—No sé cómo podré agradecértelo...
—Más tengo que agradecerte yo —contestó él—. Si no se te hubiera ocurrido llamar al inspector Rewell...
Edith se sonrojó vivamente.
—Bud, creo que eso es algo que no debemos volver a mencionar —dijo.
—Estoy de acuerdo contigo.
De repente, «Wolfie» echó a correr hasta las inmediaciones del cedro y empezó a escarbar la tierra.
—Pero ¿qué manía...? —se asombró Main.
—Bueno, suele esconder allí los huesos —rió la muchacha. Pero, de pronto, se puso seria.
Main la miró y dejó de sonreír también. Allí, en el lugar donde ahora escarbaba el perro, se habían encontrado los cadáveres de Parr e Iggles, el segundo horriblemente mutilado de sus partes más íntimas.
Main puso una mano sobre el brazo de la muchacha.
—Tendrás que empezar a olvidar —dijo,
—Sí, me conviene. El diablo llegó a Ballymore con Teale y con Cadwill, pero creo que ahora esto ha quedado libre de su maléfica influencia.
—No te quepa la menor duda. Por cierto, la señora Hook va a salir relativamente bien librada. En realidad, ella no hizo nada, salvo callar... y, a fin de cuentas, los verdaderos culpables ya han recibido su castigo.
—Pero fue cómplice de la muerte de Parr.
—A Parr se le habían subido los humos a la cabeza. Teale empezaba a sentirse celoso de él. Aunque confiase en el éxito de la operación, puesto que entonces ya estaba en tratos con Cadwill, pudo darse cuenta de que un día Parr podía resultar peligroso. El jardinero era un tipo presumido, engreído, poco discreto, precisamente por su misma vanidad. En consecuencia, le administró una dosis de cianuro. ¿Qué puede decir Mavis? No se le puede probar siquiera que ayudase a enterrar a su amante. Se encontró con los hechos consumados y a fin de cuentas, el dueño del dinero era Teale y no Parr.
—Fue un plan ingeniosamente tramado.
—Satánicamente tramado —corrigió Main.
«Wolfie» desenterró el hueso y se puso a roer ávidamente. Edith hizo un gesto con la mano.
—Entra y tomaremos algo —dijo—. ¿Té?
—Muy bien.
Cuando cruzaban el umbral, ella le hizo una pregunta:
—¿Estarás aquí muchos días?
—Me he tomado una semana de vacaciones —contestó él.
—¡Bud! ¡Es magnífico! —palmoteo la muchacha—. Así tendremos tiempo de hablar largamente.
—¿Hablar? ¿Hay algo importante que discutir? Edith le miró penetrantemente.
—Creo que sí —contestó—. Creo que debemos empezar a discutir nuestro futuro. ¿No te parece importante, Bud?
El brazo de Main pasó en torno a la cintura de la joven.
—Muy importante —concordó.
FIN