CAPITULO VIII
Jake Iggles despertó después de lo que le pareció un sueño muy breve, pero, al mismo tiempo también, de interminable duración. Tenía la mente embotada y sentía su lengua muy espesa y con un horrible sabor.
Vagamente, se dio cuenta de que estaba en una cama. Al intentar moverse, notó que tenía los brazos y las piernas sujetos a la cama por sendas correas.
Al mismo tiempo, percibió también un difuso dolor en el bajo vientre. Se preguntó si habría sufrido un accidente, del cual no conservaba la memoria.
Poco a poco, fue recobrando la conciencia y el dolor aumentó también. La sensación dolorosa se percibía bastante más abajo del ombligo. Sentía náuseas, todo le daba vueltas.
Estaba en una habitación de excelente temperatura. Así pudo apreciar que se hallaba completamente desnudo.
Movió un poco las piernas. Tenía unos vendajes... Alzó la cabeza y divisó las vendas.
—Pero ¿qué me ha pasado? —exclamó.
El dolor, quizá por un reflejo psíquico, se hizo de repente más agudo. Las correas le permitían mover un poco las piernas y dobló ligeramente las rodillas. Entonces, sintió un ramalazo de fuego.
Lanzó un terrible grito. De pronto, había comprendido.
El empleo, el magnífico sueldo, las referencias personales, incluyendo un análisis de sangre...
Iggles gritó desesperadamente. Alguien había cometido con él una terrible acción. ¿A qué diabólicos experimentos había sido sometido?
Enloquecido por el dolor, ciego de furia, forcejeó rabiosamente con las correas. En estado normal, era un hombre muy robusto; no habría tenido dificultad alguna en romper las ligaduras. Pero ahora había perdido gran parte de su fortaleza. Todos sus esfuerzos resultaron inútiles.
De repente, sintió un seco chasquido en la zona dolorida. A los pocos momentos, notó cierta cálida humedad.
Alzó la cabeza de nuevo. Una gran mancha roja se extendía lentamente por los blancos vendajes. Desesperado, gritó y gritó hasta perder la voz, pero nadie acudió a sus frenéticas llamadas.
Poco a poco, se sintió invadido por una inmensa debilidad. Claramente se dio cuenta de que se estaba desangrando.
Supo que iba a morir. Extrañamente, no lo lamentó. Era mejor estar muerto que convertido en un eunuco, se dijo.
Su cabeza se ladeó ligeramente. Poco a poco, fueron cesando los movimientos de su pecho. El dolor se alejó conmiserativamente y fue sustituido por una sensación de paz infinita.
Más tarde, se abrió la puerta. Un hombre se acercó a la cama y se estremeció al ver el vendaje lleno de sangre.
El doctor Cadwill lanzó un juramento. Vera llegó instantes después.
—Se ha desangrado —dijo ella.
—Casi es mejor —respondió Cadwill con espantosa frialdad—. Nos ha evitado un mal rato.
—Todavía tenemos que pasarlo, doctor.
—¿Cómo?
—Hemos de deshacernos del cadáver. Cadwill asintió.
—Ballymore Hall es muy grande —dijo cínicamente.
Luego miró hacia el mamparo de armazón de tubo metálico y tela que había al lado de la cama.
—Veamos al otro paciente —dijo.
Cadwill pasó al otro lado. Kethrie dormía profundamente. De cuando en cuando, se agitaba y murmuraba frases inconexas.
—¿Le despierto, doctor? —consultó Vera.
—No. Quédese un rato. En todo caso, aplíquele otra dosis de narcótico. A la tarde examinaré... los resultados de la operación.
—Espero que no haya fallado en esta ocasión —dijo ella. Cadwill se encogió de hombros.
—Siempre se puede intentar de nuevo —contestó indiferentemente.
* * *
Edgar Hannill miró fríamente al hombre que tenía frente a sí y que había trabajado para su padre durante un buen montón de años.
—De modo que sospecha que el testamento de sir Arnold es una falsificación —dijo.
—Así es, Edgar —contestó Main.
—No lo creo.
—¿Puede explicarme los motivos?
Hannill demoró un tanto la respuesta. Main sabía que el hombre que estaba frente a él no le tenía ninguna simpatía.
El viejo Hannill le había hablado en más de una ocasión de asociarle a la firma. No obstante, el hecho no se había producido. August William Hannill tenía ya demasiados años y había perdido el ánimo que tanto le distinguiera en el pasado. Su hijo Edgar influía demasiado en él, aparte de que nunca había visto con buenos ojos la posición preponderante que Main iba tomando en el despacho, merced a su inteligencia y afán de trabajo. Hannill hijo era engreído y orgulloso, tal vez, pensó, debido a un cierto complejo de inferioridad con respecto a un empleado de tan excelentes cualidades.
Muerto el viejo Hannill, Main no había querido permanecer por más tiempo del necesario en la firma, sabiendo que, tarde o temprano, se produciría el choque. Edgar Hannill no era como su padre y le gustaban más las diversiones que el trabajo constante y hasta aburrido, pero que, a la larga, daba buenos rendimientos. Aparte de ello, Main sospechaba que el joven Hannill tomaba parte en asuntos quizá no ilícitos, pero tampoco muy legales, y no debía querer al lado a alguien que podía oponerse a sus manejos. Por tanto, no le extrañó la respuesta que Edgar Hannill le había dado. Lo cual no era obstáculo para intentar conocer sus argumentos.
—No creo en la teoría de la falsificación —dijo Hannill—. Mi difunto padre no lo habría tolerado jamás,
—Su difunto padre, como tantos otros, pudo ser muy bien engañado, lo cual no es ningún desdoro. Se trata de una herencia muy importante y en estos casos, cuando se redacta un testamento fuera de lo normal, parece lógico sospechar que algo no ha ido bien.
—La sospecha no es siempre evidencia de certidumbre —contestó Hannill en tono pedante y engolado.
—Pero se puede tomar como base para conseguir la certidumbre, en un sentido o en otro —insistió el joven pacientemente.
—Lamento no poder acceder a su petición, Bud. Estoy absolutamente seguro de que las cosas se hicieron en regla en este caso. Y tengo también la seguridad de que las firmas de sir Arnold son auténticas. Si ahora accediese a sus peticiones, se produciría un escándalo, nada conveniente para mi firma. ¿Lo entiende bien?
—Sí, demasiado —contestó Main, apretando mucho los labios—. En resumen, se niega a permitir ese examen caligráfico.
—Lo he dicho bien claro —repuso Hannill.
—Un juez podría ordenarle a usted la entrega de esos documentos.
—No lo dudo, pero, para conseguir esa orden judicial, tendría que exponer unos motivos muy razonables. La conducta de la señorita Flandryn no ha sido muy decorosa que digamos. Comprendo que los tiempos son otros y que la moral ha cambiado mucho, pero sir Arnold opinó de forma muy distinta y, por tanto, en uso de un derecho que nadie puede negarle, desheredó a su nieta.
Main se puso en pie.
—Edgar, quizá venga aquí con esa orden judicial y un alguacil —dijo.
—Hágalo —contestó Hannill sin pestañear.
* * *
—He estado pensando mucho —dijo Edith, después de que Main le hubo relatado su entrevista con Hannill.
—¿En qué, si se puede saber?
Edith estaba en pie y empezó a dar paseos por la sala. «Wolfie» alzó una vez la cabeza y luego volvió a tenderse en el suelo plácidamente.
—En la suplantación de mi abuelo —contestó ella tras una pausa.
—Edith, por favor...
La mano de la muchacha se alzó vivamente.
—Aguarde —pidió—. Deje que le exponga mi hipótesis.
—Bien, adelante. Hable.
—Mi abuelo se pone enfermo y durante dos semanas no sale de su dormitorio. Antes ha escrito una carta a Hannill, pidiendo que redacte de nuevo el testamento. ¿No es así?
—Así fue, en efecto.
—La carta pudo escribirla él, aunque yo no lo creo.
Kethrie falsificó hábilmente la escritura. Es muy posible que se diese cuenta de que mi abuelo estaba va en las últimas.
—Pero murió diecisiete o dieciocho días más tarde.
—Aguarde, hombre. Mi abuelo murió mucho antes, dos semanas exactamente antes de que usted llegase con el nuevo testamento.
—¿Ah, sí? Edith, dígame, ¿cómo sucedió entonces que el médico viniese aquella misma noche y certificase su defunción sin el menor obstáculo? Un cuerpo no huele bien después de dos semanas de producido el fallecimiento, y perdone el detalle tan poco agradable.
—Mi abuelo estaba ya muerto —insistió ella—. Cuando Kethrie supo que usted iba a venir, tomó su apariencia y firmó el testamento, en presencia de los suficientes testigos, para que no existieran dudas. ¡Pero él no estaba presente en el momento de la firma!
—Estaba en Clyhaun, Edith.
Ella se volvió de pronto, con ojos llameantes.
—Esa noche se desencadenó una horrible tormenta —dijo—. Conozco bien la comarca—. Cuando llueve tanto, se inunda el barranco de Shaddleness Creek Estuvo lloviendo hasta la madrugada y, créame, en esas condiciones, Ballymore Hall queda incomunicado del pueblo.
—Pudo volver cuando se hizo de día...
—Si llovió toda la noche, antes de las diez de la mañana no se pudo cruzar el barranco, y eso con mu chas precauciones. Usted estuvo con él a las ocho de la mañana, ¿verdad?
—Más o menos —admitió el joven.
—Entonces, no cabe duda. Kethrie dijo que iba a Clyhaun, pero se quedó en casa. Porque ya había tomado el papel de sir Arnold y le convenía firmar el testamento en nombre de mi abuelo. ¡Qué casualidad, a la mañana siguiente, apenas firmado el testamento, sir Arnold aparece muerto!
—Edith, pongamos algunas cosas en claro. Supongamos que es cierto que su abuelo murió dos semanas antes. ¿Por qué esperar tanto tiempo?
—Porque era preciso que se redactase el testamento en la forma indicada, Porque Kethrie sabía que no podía darles prisa a ustedes para que fuesen con el nuevo documento aunque sí les hizo notar una urgencia moderada. Era preciso, en suma, dar sensación de un terrible enojo hacia mí, pero no mostrar una impaciencia extrema, que habría podido dar al traste con sus planes. Además, por conversaciones telefónicas habidas entre el viejo Hannill y el secretario, se sabía que era usted el que llevaría el testamento, ya que Hannill no estaba para muchos trotes. ¡Y usted no conocía personalmente a mi abuelo!
Main se acarició el mentón, profundamente pensativo a causa de los argumentos expuestos por la muchacha y que no carecían de lógica.
—Entonces, si su abuelo murió dos semanas antes... ahora, lo que importa es averiguar cómo conservaron el cadáver tantos días, para ofrecerlo luego al examen del médico de Clyhaun —dijo.
—¿Qué me dice de un gran frigorífico? Main dio un salto en su asiento.
—¡Edith! ¿Se imagina usted a Tracy, abriendo el frigorífico para sacar la carne de la cena y encontrándose allí a su abuelo?
—Hombre, Kethrie no iba a ser tan tonto de instalar ese frigorífico en la cocina. Hay otros sitios en la propiedad,.. el pabellón del jardinero, por ejemplo.
—Sí, pudieron colocar allí el cadáver y, después de firmado el testamento, lo llevaron a su dormitorio. Con tres o cuatro horas habría sido suficiente para que el cuerpo perdiera la rigidez cadavérica provocada por el intenso frío. Y si lo llevaron al frigorífico apenas muerto, se conservó perfectamente hasta el momento en que lo vio el médico de Clyhaun,
—¡Eso es exactamente lo que sucedió, Bud! —exclamó la muchacha con triunfal acento.
—Sí, puede que sea como dice... pero ahora hay que demostrarlo.
—Lo conseguiremos —dijo ella con ojos muy brillantes—. Iré a la policía y... Main hizo un gesto con la mano.
—Por favor —dijo— Hagamos las cosas con calma, sin precipitarnos. Parece que, en efecto, ha existido una terrible conspiración para despojarla a usted de lo que le pertenece legítimamente. Antes de hacer nada, ¿por qué no averiguamos quién es, en realidad, Vince Kethrie?
—¿Cómo piensa conseguirlo, Bud?
Main se acordó entonces del inspector Rewell.
—Tengo un amigo policía —contestó.