CAPITULO X

 

La secretaria le informó que Edgar Hannill había tenido que salir de viaje y que estaría fuera algunos días.

—Si desea hablar con su pasante... —añadió.

—No, gracias —rechazó Main el ofrecimiento—. ¿Puedo utilizar su teléfono?

—Por supuesto.

Main levantó el aparato y marcó el número de su casa. Edith le contestó a ¡os pocos momentos.

—Soy Bud —dijo él—. Lo siento, Hannill está de viaje. Pero yo no puedo demorar más la solución de este asunto.

—¿Qué vas a hacer, Bud? —preguntó la muchacha.

—Ahora mismo salgo para Ballymore Hall. Tratare de volver a la noche.

—Pero...

—No te preocupes, no sucederá nada. Sólo quiero tantear el terreno, sin dar a entender que conozco la verdad. Del resto, si resulta cierto que Kethrie es Teale, cosa de la que no parece existir la menor duda, ya se encargará mi amigo el inspector Rewell.

—Está bien, pero ten mucho cuidado.

—Tranquila, nena; todo saldrá bien —se despidió Main.

La distancia a Ballymore Hall era de poco más de ciento cincuenta kilómetros, que podían cubrirse en menos de tres horas, sin necesidad de forzar el motor.

Poco antes de las doce, inició la pendiente que conducía al tramo hundido del barranco de Shaddleness Creek.

Al llegar al punto más bajo, detuvo el coche un momento. Trató de imaginarse lo que habría sido aquel lugar la noche de la tormenta, en que alguien que se hizo pasar por sir Arnold firmó el testamento. El camino, trazado solamente para llegar a Ballymore Hall, cruzaba perpendicularmente una angosta cañada, de fuerte pendiente, que recogía las aguas que escurrían de las colinas del lado este. Sí, en aquel lugar, debían producirse súbitas inundaciones, con notables aumentos del nivel de las aguas. El torrente así formado debía de tener una fenomenal potencia, debido a la pendiente, y arrastraría cuanto encontrase en su paso.

Tal vez, se dijo, sir Arnold debía de haber ordenado la construcción de un puente, pero las avenidas no eran, por otra parte, muy frecuentes y, además, resultaban de corta duración, unas horas a lo sumo, con lo que un posible bloqueo de Ballymore Hall quedaba descartado.

Arrancó de nuevo. Cinco minutos más tarde, tenía Ballymore Hall a la vista.

La verja que cerraba la tapia estaba abierta, lo cual parecía indicar que sus habitantes no sentían temor ante visitas de extraños. El camino ascendía en curva hasta la puerta principal. Antes de detenerse, Main echó un vistazo al gran cedro que había en el lado oeste, a unos quince o veinte metros de la casa. ¿Qué había buscado «Wolfie» con tanto empeño?, se preguntó.

Detuvo el coche. La puerta se abrió casi de inmediato. Main subió ágilmente los escalones y dio su nombre.

—Deseo hablar con el señor Kethrie —manifestó.

—Soy Millie, la doncella, señor —contestó la mujer—. Temo que no pueda visitar al señor Kethrie.

—¿Cómo?

—Estuvo de viaje y regresó gravemente enfermo. El doctor Cadwill, que le atiende, le ha prohibido toda clase de visitas. De todos modos, avisaré al ama de llaves, señor Main.

—Se lo agradeceré.

En el vestíbulo, Main encendió un cigarrillo. Kethrie, gravemente enfermo. Era extraño, se dijo.

De pronto, apareció ante su vista un raro individuo, que le miró con gran curiosidad.

—¿Quién es usted? —preguntó.

—Main, abogado —contestó el joven.

—Me llamo Cadwill. Encantado de conocerle, señor Main.

Dos manos se estrecharon en un breve contacto. Cadwill entornó tos ojos.

—Parece fuerte, amigo —comentó.

—Lo corriente en un hombre de mi edad —sonrió Main.

—Fuerte y sano —añadió Cadwill—. ¿Qué tipo de sangre es la suya?

—Cero...

—¿Ha tenido alguna enfermedad grave o infecciosa? Main se puso rígido.

—No. ¿Por qué lo pregunta, doctor? Cadwill soltó una risita.

—No se preocupe, era mera curiosidad. Siempre hago estas preguntas a las personas jóvenes con quienes me encuentro. Entre otras cosas, estoy haciendo una investigación estadística y... Bien, no tiene la menor importancia. Muchas gracias, señor Main.

El joven estiró una mano.

—Aguarde un momento, doctor —dijo—, Me han informado de que el señor Kethrie está gravemente enfermo. ¿Puedo hablar con él?

—Por ahora, no, joven; está descansando y no quiero que se le moleste. A decir verdad, ya no está enfermo; ahora es un convaleciente, pero necesita tranquilidad.

—Doctor, ¿qué enfermedad tuvo el señor Kethrie?

—Anemia.

Cadwill ya no añadió una sola palabra más. Dio media vuelta y se alejó casi corriendo.

—Esperaré todo el tiempo que sea necesario, doctor, pero no puedo marcharme sin haber hablado con el señor Kethrie —dijo Main en voz alta antes de que el estrambótico individuo desapareciera de su vista.

Y casi en el mismo instante, llegó el ama de llaves.

 

* * *

 

Mavis tendió su mano al visitante.

—¿Cómo está, señor Main? —saludó cortésmente—. Me han dicho que desea hablar con el señor Kethrie.

—Así es, señora, aunque me he enterado de que está convaleciente de una grave enfermedad...

—Es cierto. —Mavis hizo un ademán—. ¿Quiere pasar al despacho? Tal vez yo pueda solucionar su problema; el señor Kethrie me distingue con su entera confianza.

—Gracias, señora Hook.

Main dejó que la mujer pasara delante de él. Mavis se acercó a la mesita de los licores.

—¿Le apetece algo? —consultó.

—No, gracias; en estos momentos no tengo sed. Me interesa, insisto, hablar con el señor Kethrie.

—Dudo mucho de que el doctor Cadwill lo permita, pero le prometo intentar cuanto esté en mi mano para que consiga sus propósitos. Sin embargo, ¿no puede anticiparme algo de lo que le ha traído a esta casa?

Main dudó un momento. Aquella mujer se había refocilado con Ned Parr, el brutal individuo que azotaba a «Wolfie». Decidió finalmente que no debía confiarse a ella.

—Lo siento, señora —contestó. Mavis sonrió.

—Usted es el representante de la nieta de sir Arnold —dijo.

—¿Cómo lo sabe? —se sorprendió el joven.

—Estuvieron hace algunas semanas en el pueblo. Me lo dijo el antiguo jardinero. Parece que no están muy satisfechos con el testamento de sir Arnold y que consideran se trata de una falsificación.

Main maldijo entre dientes la locuacidad de un viejo ocioso, pero no quiso decir que sabía mucho más de lo que Mavis acababa de darle a entender.

—Así es —contestó envaradamente—. Pero no tenemos pruebas.

—Ni las tendrán. Es un testamento auténtico.

—Muy segura está de ello, señora Hook.

—Lo suficiente para afirmarlo rotundamente.

Main decidió entonces que el ama de llaves había tomado parte en la comedia.

—Eso, señora Hook, tendrán que decirlo los tribunales —contestó gravemente.

—Tengo la seguridad de que el señor Kethrie no temerá enfrentarse con un juez — respondió Mavis—. Y ahora, si me dispensa... Tengo trabajo.

El ama de llaves hizo una breve inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se volvió hacia el visitante.

—Los motivos de su estancia en Ballymore Hall no impiden que le invite a almorzar, si ése es su deseo —dijo.

—Gracias, señora.

Mavis abandonó el despacho. Main encendió un segundo cigarrillo. Ahora ya no tenía la menor duda de la culpabilidad de Kethrie. Pero ¿cómo un hombre, en apariencia robusto, había podido enfermar de anemia?

Ned Parr ya no estaba en la casa. ¿Qué había sido del apasionado jardinero? De pronto, oyó unos nudillos en la puerta.

—Adelante —dijo.

La doncella apareció en el umbral.

—Señor Main, ¿se queda a almorzar? —preguntó—. Lo digo para ponerle un cubierto. El joven hizo un gesto con la mano.

—Millie, entre —dijo—. Quiero hacerle una pregunta.

—Sí, señor.

La doncella franqueó el umbral y cerró la puerta.

—Millie, ¿ha visto usted al señor Kethrie?

—Sí, claro. Ahora está en la galería del lado este, al sol... Ha pasado muy malos momentos.

—Pero ¿está enfermo de veras?

La doncella mostró su asombro ante aquella pregunta.

—¡Pues claro que sí! —respondió—. No hay más que verle la cara; parece un difunto.

—De modo que es cierto que padece anemia.

—Eso ya no lo sé yo, señor. Lo único que puedo decirle es que se fue de viaje y que volvió muy enfermo. El doctor Cadwill cuida de él, junto con la señorita Prynn, su ayudante.

—Se va de viaje y vuelve gravemente enfermo —murmuró el joven—. ¿No habría sido mejor quedarse en un buen hospital?

—Yo no entiendo de esas cosas, señor; me limito a contarle lo que veo.

—Regresaría en una ambulancia, supongo.

—No lo sé, señor. Estuvo ausente. La verdad es que no le vi marcharse ni volver. A su regreso, nos informaron a la servidumbre de que el señor estaba gravemente enfermo, eso es todo lo que sé.

—Gracias, Millie. De modo que le atiende el doctor Cadwill.

—Así es. Llegó hace algunas semanas. El señor dijo que el doctor era un científico amigo suyo, que iba a realizar experimentos en el sótano. Desde luego, el doctor vino con un gran número de bultos, que trajo un furgón. Instaló el laboratorio en el sótano, en donde no se nos permite la entrada. Incluso han puesto una cerradura nueva, a prueba de ladrones.

Millie bajó la voz repentinamente.

—Hay muchas cosas raras en esta casa, señor. Rheba, la cocinera, dice que el señor es el mismísimo diablo. Por las noches, paso mucho miedo y me cierro con llave en mi dormitorio. Si no fuese por el sueldo, me iría inmediatamente.

—Oiga, hace poco vino aquí un joven llamado Jake Iggles ¿Le vio usted?

—Sí, pero sólo estuvo un día.

—¿Nada más?

—Nada más, señor; y es verdaderamente extraño porque aquella misma noche, al cenar con nosotras en la cocina, dijo que se sentía muy contento del empleo. Sin embargo, al otro día ya no estaba. La señora Hook dijo que Jake se había despedido sin dar explicaciones. ¿No le parece raro, señor Main?

Hubo un instante de silencio. Main empezó a temer lo peor con respecto a Jake Iggles.

—Si no me manda nada más, señor... —dijo Millie.

—Sólo una cosa —pidió el joven—. ¿Por dónde se va al pabellón del jardinero? ¿Quiere enseñarme el camino?

—Sí, señor. Sígame, se lo ruego.