CAPÍTULO IX
Cuando el estrangulador volvió a la vida, Baxter conocía ya su nombre y su dirección. El tipo se sentó en el suelo, mientras miraba a los lados con ojos extraviados.
—¡Hola, Pete Jaffys! —dijo Baxter, alegremente.
—Sabe ya mi nombre, ¿eh? —gruñó el sujeto.
—Al menos, es el que consta en tu documentación. Tú asesinaste a Shepherd...
—No sé de qué me habla —dijo Jaffys, rápidamente.
—Yo entré en casa de Shepherd minutos después de su muerte. Encontré en el suelo un pequeño brillante, desprendido de un alfiler de corbata. Seguramente, Shepherd luchó un poco contigo y hasta te debió de agarrar la corbata, pero las fuerzas le fallaron muy pronto. Hoy llevas rubíes en el alfiler, en lugar de diamantes.
Los labios de Jaffys se contrajeron.
—No admitiré nada, si no está delante mi abogado —manifestó. Baxter movió la cabeza.
—Mira a tu derecha —indicó—. Esa linda joven te está apuntando con su pistola y disparará si no das una respuesta a mi pregunta.
—Así es —confirmó Edna, convenientemente instruida. Jaffys se estremeció.
—¡Diablos, ustedes no pueden...!
—Podemos y lo haremos. El mundo no perdería nada con tu ausencia.
—Está bien —rezongó Jaffys—. Se llama May Stone, es todo lo que sé.
—Y te pagó bien, supongo.
El estrangulador hizo una mueca.
—Soy bueno —dijo, no sin cierto orgullo profesional.
—Menos cuando te encuentras con alguien que es mejor que tú. Edna, ya sabes lo que debes hacer.
—Sí, Budd.
Mientras el estrangulador permanecía inconsciente, Baxter y Edna se habían vestido por turnos. Edna se acercó al teléfono y marcó un número.
—¿Central? Póngame con la policía, es urgente.
—No van a poder probar nada —dijo Jaffys, despectivamente.
Edna sonrió de un modo singular. Diez minutos más tarde, dos agentes de uniforme entraban en el apartamento,
—Acuso a ese hombre de haberme robado las joyas —dijo ella. Jaffys dio un salto.
—¡Eso es mentira...!
—Yo soy testigo del suceso —declaró Baxter—. La señorita y yo estábamos en la cocina, preparándonos un poco de café, cuando escuchamos un ruido sospechoso. Por fortuna, ella tiene una pistola y conseguimos detener al ladrón antes de que pudiera huir,
—Si le registran los bolsillos, encontrarán un collar de perlas, dos pendientes de platino y brillantes, una sortija con una esmeralda y un reloj de oro con brillantes —dijo Edna, impasible.
Uno de los policías hurgó en los bolsillos del estrangulador. A los pocos segundos, sacó un puñado de cosas que centelleaban vivísimamente.
—¿Son sus joyas, señorita?—preguntó.
—Sí, oficial —contestó Edna, con los ojos fijos en el prisionero.
Jaffys apretó los labios. Se daba cuenta claramente de que le habían tendido una trampa, de la que le era imposible escapar, por muchos esfuerzos que hiciera. Dos aros de metal se cerraron con metálicos chasquidos en torno a sus muñecas.
—Tendrá que declarar en la comisaría, señorita —dijo el agente—. Las joyas serán presentadas como prueba...
—Haré todo lo que sea preciso —aseguró la joven.
Un minuto después, Baxter y Edna se habían quedado a solas.
—¿Qué harás ahora? —preguntó ella.
—La policía recibirá un diamante, junto con una confidencia para que registren el apartamento de Jaffys, en donde encontrarán el alfiler de corbata incompleto.
Edna sonrió.
—Eres maquiavélico —dijo. Baxter movió la mano.
—Ligeramente astuto —contestó—. Preciosa, sospecho que podemos dar por concluida la velada.
—Lastimoso —suspiró Edna—. Con lo bien que lo estábamos pasando... Los labios de Baxter rozaron su aterciopelada mejilla.
—Ya habrá tiempo de repetir la velada —se despidió.
* * *
Baxter levantó el teléfono y marcó un número. A los pocos momentos oyó una voz bronca.
—¿Quién es?
—Señor Van Truden, creo tener noticias de su hija —manifestó Baxter.
—¡Fantástico! ¿Qué sabe de Linda?
—Lo primero de todo, dígame: ¿conoce usted a un tal Ted Jones?
—No, nunca le he oído nombrar en mi vida. ¿Quién es ese tipo?
—El hombre que acompañó a Linda a Nassau, capital de las Bahamas, hace un par de semanas aproximadamente, y por si fuera poco, en un avión perteneciente a Shawbury Aircraft. ¿Le suena ese nombre?
—Tengo intereses en esa compañía, pero no es la única empresa...
—Lo dije solamente para su información. En realidad, sus negocios no me importan; demasiado me imagino su absoluta legalidad. Señor Van Truden, le aconsejo que use el teléfono. En Nassau le darán información sobre su hija y Ted Jones. Se habrán alojado en alguna parte, supongo.
—Puedo localizarla, en efecto, pero no sé si me hará caso cuando le diga que vuelva.
—Señor Van Truden, no esperará de mi que vaya a Nassau, pegue una paliza a Jones, dé a Linda un par de cachetes en las posaderas y se la traiga cogida de la mano, como si fuese una niña de pocos años, ¿verdad?
—Bueno, a decir verdad, en cierto modo me interesaría... Al menos, me gustaría que tuviese una entrevista con ella y procurase disuadirla de seguir junto a ese Jones. .
—Entonces, ya no cree que está con Kenneth.
—He leído la noticia de su asesinato —respondió Van Truden—. Debo admitir que, en un principio, creí que estaría con él, pero me equivoqué. Mi hija y yo no nos hemos llevado nunca demasiado bien...
—Sí, son cosas del choque generacional —dijo Baxter, de buen humor—. Pero le aconsejo que use primero el teléfono. Sólo si con este medio no consigue nada, empezaré a pensar en la conveniencia de un viaje a las Bahamas.
—¡Pero no sé dónde está Linda!
—Ella usó uno de sus aviones. Entérese de la fecha de partida y sabrá la de llegada a Nassau, puesto que volaron directamente, aunque con las escalas técnicas precisas, dada la poca autonomía del aparato. Por ahora, es todo lo que puedo hacer.
—Está bien, muchas gracias, señor Baxter.
—Ha sido un placer, señor Van Truden.
Baxter dejó el teléfono sobre la horquilla. Kaye estaba a poca distancia, sonriendo levemente.
—¿Qué opinas, Tim?
—Con el permiso del señor..., tenga cuidado.
—Sigues sin fiarte de Van Truden.
—Lo admito, señor.
—¿Algún instinto especial, Tim?
—A veces, el señor Van Truden me recuerda a los niños cuando están solos, en un lugar oscuro, y gritan para ahuyentar el miedo.
—¿De qué podría tener miedo un individuo como Van Truden? Koye enseñó las palmas de sus manos.
—Si el señor lo supiera, estimo, tendría adelantada la mitad de la senda —respondió. Baxter se recostó en el diván y se pellizcó pensativamente el labio inferior.
—Sí, sería conveniente averiguarlo —convino.
Pero todavía había muchas cosas que ignoraba... ¿Quién era May Stone? ¿Por qué alguien había querido asesinarla mediante la colocación de una bomba en el coche?
¿Por qué quería May que dos rufianes rompiesen el brazo a un piloto de transporte? Lo mejor, se dijo, era preguntárselo a la propia interesada.
Pero cuando fue a su casa, May estaba ausente. El conserje del edificio le dijo que la había visto salir con una maleta. Seguramente se había marchado de viaje, añadió el hombre, aunque no le había dicho su punto de destino.
La cosa estaba clara: May se había visto en peligro de muerte y había juzgado que lo más conveniente para su salud era desaparecer de la ciudad.
* * *
Cuarenta y ocho horas más tarde, Baxter recibió una llamada. Era Van Truden.
—Tengo que pedirle un favor —dijo el hombre.
—Si está en mi mano...
—Al fin he conseguido localizar a Linda.
—¡Magnífico! ¿Lo ve como el teléfono no es un invento del diablo, como aseguran algunos?
—Sí, molesta en ocasiones, pero resulta útil. El caso es que he hablado con Linda y se niega a volver a casa.
—Lo siento. Ted Jones debe de ser muy guapo, supongo. Van Truden soltó una maldición.
—Tendré que machacarle las narices, como hice con Kenneth —dijo.
—¡Hombre, no; su hija tiene derecho a ser feliz! —protestó Baxter.
—He conseguido informes del tal Jones y sé que no es más que un parásito. No me opongo a que mi hija se case algún día, pero al menos que sea con un hombre que valga la pena, no con un tipo que pretenda vivir a mi costa.
—Eso es muy razonable. De todos modos, le aconsejo que insista, señor Van Truden.
—Sí, pienso hacerlo, pero me encuentro con una seria dificultad.
—¿De qué se trata?
—Yo podría hacer el viaje en un avión de línea, por supuesto, pero necesito discreción...
—Tiene usted un birreactor, si mis informes no están equivocados.
—Está en revisión y no podrá volar hasta dentro de cuatro o cinco días. De momento, lo único con que cuento es con un viejo «DC-3», que precisamente va a salir mañana para Nassau. Pero tengo entendido que falta un piloto. El que debía hacer el vuelo está en el hospital, con un brazo roto. Le atacaron unos maleantes, creo.
—¡Caramba, sí que es mala suerte! Hubo una pausa de silencio.
—Señor Van Truden, ¿sigue ahí? —preguntó Baxter.
—Claro, todavía no he colgado... Es que, verá, no me atrevo a pedirle que...
—Usted quiere que yo pilote ese avión.
—Me ha adivinado el pensamiento, señor Baxter.
—Un «DC-3» necesita, por lo menos, piloto y copiloto, sin hablar del navegante.
—El vuelo es sencillo. Podemos prescindir del navegante. La siguiente pausa fue a cargo de Baxter.
—Está bien, volaré a Nassau —dijo.
Van Truden lanzó una exclamación de alegría.
—¡Señor Baxter, créame que no sé cómo agradecerle...!
—Yo sí lo sé, sobre todo desde que existen los billetes de Banco. Recuerde que me prometió una recompensa.
—La tendrá, se lo aseguro: jamás rehúyo el cumplimiento de mis promesas.
—De acuerdo, nos veremos mañana en el campo de aviación.
Baxter dejó el teléfono en su sitio y encendió un cigarrillo. Las cosas estaban saliendo...¿al gusto de quién?, se preguntó.
* * *
Bajo el brillante sol del trópico, el viejo pero recién pintado bimotor describió un amplio semicírculo en torno al aeródromo y empezó a perder altura. A poco, las ruedas tocaron la pista. El «DC-3» rebotó ligeramente. Sol Philips torció un poco el gesto.
—Aún le falta práctica —rezongó.
—Eso lo sé yo mejor que nadie —convino Baxter.
Al cabo de unos segundos, la rueda de cola se apoyó en el cemento. Un jeep, con el rótulo de Follow Me, se situó delante del avión y lo condujo al lugar de aparcamiento. Baxter cerró los contactos y se reclinó un instante en el asiento.
—Hemos llegado —dijo.
Van Truden se asomó a la cabina de mando.
—Baxter, ¿está muy cansado? —preguntó.
—Depende de lo que se considere como cansado... Usted quiere ver a Linda cuanto antes, ¿no?
—Me gustaría.
—Deje que me dé un baño en el hotel. Nos reuniremos dentro de una hora en la puerta.
—Está bien, yo me ocuparé de alquilar un coche.
—Y yo me encargaré de los trámites en el aeropuerto y de repostar el avión —dijo el copiloto.
Baxter y Van Truden desembarcaron del avión. Allí mismo, en el aeropuerto, Van
Truden alquiló un coche y dijo que llevaría a Baxter al hotel.
Cuando se separaban, Van Truden hizo una observación:
—¡Ah, lo había olvidado! Si no le importa, llevaremos de vuelta un cargamento de cerámica artística... Es un encargo muy importante y no me gustaría desaprovechar el viaje.
—En eso tiene usted razón —sonrió Baxter—, Ya que tenemos aquí el avión, lo lógico es sacarle todo el provecho posible.