CAPÍTULO VI
Lyra demostró ser una hábil conductora. En cuanto a Robur, encontró que no resultaba tan difícil mantenerse sobre uno de aquellos extraños canes, dada la suavidad de su marcha. Aparte de ello, el terreno era lo suficientemente accidentado como para no permitir una velocidad excesiva, sin riesgo de que el vehículo volcase.
Media hora más tarde, Lyra, a indicación de Robur, refrenó a los animales en el fondo de una vaguada cubierta de espesa vegetación. Robur saltó al suelo y se acercó a la jaula.
Ubabai le miró con fiereza.
—¿Por qué no me matas? —le apostrofó.
—Podría haberlo hecho antes —contestó Robur llanamente.
—No puedo sobrevivir a esta humillación.
—Eres un ser humano y hay humillaciones peores que la de ser derrotado y capturado. Pero después de que hayamos hablado contigo, si aún lo deseas, podrás darte muerte tú mismo.
Tubabai le miró extrañado.
—¿Quién eres? —preguntó—. Tú no hablas como un Superior…
Robur sonrió.
—Tengo un aspecto muy parecido, pero no soy un Superior —contestó.
—Ella sí lo es —dijo el hombre-rayo, señalando a Lyra.
—Soy la reina de los Superiores —declaró la muchacha.
—¡Mientes! La reina viaja en cabeza de su ejército. Esta misma mañana he hablado con ella…
—Es una impostora —se sulfuró Lyra.
Robur extendió un brazo.
—No estamos aquí para discutir sobre tu personalidad —cortó el áspero diálogo—. Tubabai, queremos hablar contigo.
Los ojos del hombre-rayo escrutaron el rostro de Robur.
—Empieza, te escucho —invitó.
—Al parecer, Lyra es partidaria de negociar contigo. Una negociación, en la que ambas partes hubieran perdido parte de sus posiciones primitivas, habría resultado fructífera. Todavía, a pesar de todo, estamos a tiempo.
—¿Negociar con vosotros? Estaría loco si aceptase…
—Has sufrido una derrota aplastante. Será difícil que te repongas de las pérdidas sufridas, Tubabai.
* * *
El hombre-rayo torció el gesto, comprendiendo que su interlocutor tenía razón.
—Mi plan era bueno —masculló.
—¿Bueno, tu plan, con todo tu ejército al pie del lago? —rió el terrestre.
—Mis generales no ejecutaron puntualmente las órdenes recibidas. Dos cuerpos del ejército debían atacar por los flancos, sorprendiendo al enemigo en el centro. Pero se retrasaron.
—¡Ah! —murmuró Robur—. De modo que todavía te quedan guerreros.
—Sí. Unos cinco mil. Cada cuerpo de ejército, de los que no llegaron a comparecer en el campo de batalla, estaba formado por dos mil quinientos hombres.
Robur sonrió.
—Ha sido tu Waterloo — dijo—. A Napoleón le pasó algo parecido, cuando Grouchy se retrasó… Bueno, pero esto ocurrió muy lejos de aquí. Tubabai, esta muchacha sostiene que la mujer que está en el trono de Thanitzar es una impostora. Si lo prueba y recobra un día su corona, ¿accederías a negociar?
—Todavía me quedan cinco o seis mil guerreros…
—Y a Djuttus quince o veinte mil. ¿Tienes veinte mil hembras en tu pueblo? ¿Puedes esperar veinte años a que sus vientres repongan las bajas que has sufrido? Si volvieras a guerrear contra Thanitzar, Djuttus podría sentir la tentación de exterminarlos totalmente, hombres, mujeres y niños. La amenaza de los hombres-rayo desaparecería así radicalmente.
Tubabai pareció vivamente impresionado por las palabras del joven.
—¿Cómo te llamas? —preguntó—. Todavía no sé tu nombre.
—Me llamo Robur.
—A partir de ahora, yo te daré el nombre de Khishtur. En lenguaje antiguo de mi pueblo, significa el-que-habla-con-sensatez.
Robur hizo una inclinación de cabeza.
—Acepto el nombre y el elogio que significa —dijo—. Bien, ¿qué contestas a mis proposiciones?
—Negociaré si ella vuelve al trono —aceptó Tubabai.
—¿Podemos fiarnos de ti? —preguntó el joven.
—Un hombre-rayo no deja de cumplir jamás su palabra —respondió Tubabai altivamente—. Pero quiero prevenirme contra posibles engaños.
—¿Cómo? —terció la muchacha, intrigada.
Tubabai se descolgó del cuello una especie de medallón, tallado en una piedra muy dura, translúcida, de color verdoso, sobre la que se veían unos extraños dibujos, y se lo alargó a Lyra a través de la reja.
—Hay otra mujer idéntica a ti en Thanitzar. Hazte un poco de sangre y frota la piedra en ella.
Robur sacó su cuchillo y trazó una ligera incisión en el antebrazo izquierdo de Lyra.
—Luego te aplicaré un poco de celulina —dijo.
Lyra frotó la piedra contra su sangre, tal como le había ordenado Tubabai. La piedra se oscureció ligeramente unos segundos y luego recobró su color habitual.
—Aunque otra persona quisiera hacer lo mismo, ya no lo conseguiría —explicó Tubabai—. La piedra sólo recibe el influjo de la sangre una vez… ¡y yo sólo negociaré con aquella de las dos mujeres que ostente este medallón!
Robur se quedó muy impresionado de la astucia del hombre-rayo. Pero Lyra encontró una objeción:
—Pueden construir un medallón análogo…
—¿Quién conoce este secreto en tu pueblo? —replicó Tubabai.
—Una respuesta muy aguda —calificó Robur riendo—. Bien, cumple tú la palabra que has empeñado el día en que te lo pidamos. Ahora, nosotros cumpliremos la nuestra.
Sacó el cuchillo de caza y cortó algunas de las fibras que unían los barrotes de la jaula. Tubabai saltó al suelo momentos después.
—Volveremos a vernos —prometió.
De pronto, arrancó a correr y, en contados segundos, desapareció de la vista de los dos jóvenes.
Robur sonrió.
—¡Qué campeón para una Olimpiada! —exclamó.
* * *
Los canes fueron liberados, Robur y Lyra reanudaron su camino.
—Ahora ya conocemos la ruta de Thanitzar —dijo ella.
—Sí, pero no debemos darnos mucha prisa. A estas horas, han notado la ausencia de Tubabai, y habrán enviado patrullas a buscarlo, así que lo que más nos conviene en estos momentos es escondernos durante un par de días, hasta que abandonen la persecución.
—Tienes razón —convino Lyra—. Iremos a las orillas del lago. En algunos lugares, son bastante escarpadas y hay cuevas en las que podemos refugiarnos sin dificultad.
—Habrá peces en el lago, supongo.
—Piensas en la comida, ¿eh? —sonrió ella.
—Necesitamos mantenernos fuertes. Hablando claramente, es la lucha por la supervivencia.
Encaminaron sus pasos hacia el lago. Al cabo de unos minutos, Lyra dijo:
—Hay algo que me resulta completamente inexplicable, Robur. Y ello me afianza más todavía en la idea de que Djuttus me ha estado engañando durante mucho tiempo.
—¿Qué es, Lyra?
—Los cañones. ¿De dónde los ha sacado Djuttus? ¿Quién le ha enseñado a manejarlos?
—¿Desconocías su existencia? —se asombró Robur.
—Por completo —afirmó la muchacha.
—Lo siento, pero no comprendo ninguna explicación. Los cañones estaban allí y fueron usados a entera satisfacción de sus propósitos, eso es todo cuanto puedo decirte.
* * *
Los dos días propuestos por Robur se convirtieron en una semana. Ambos estaban necesitados de un buen descanso y la tranquilidad, la abundancia de pesca y la relajación de largas horas de sueño, acabaron por restaurar sus fuerzas completamente.
Lyra tomó también un nuevo aspecto. Pasaba largas horas en el agua, nadando, o tomando el sol sobre una piedra, lo que confirió a su piel un tono agradablemente tostado. La palidez primitiva, que podía hacerla atractiva en un principio, pero que denotaba luego una vida muy sedentaria, desapareció por completo.
En cuanto a Robur, aparte de pescar y hacer ejercicio, se dedicó a practicar con la ballesta. Era un arma bastante primitiva y de funcionamiento deficiente y logró no sólo eliminar sus defectos, sino conferirle una potencia mucho mayor.
Al final de su período de descanso, Robur observó que Lyra se sentía impaciente por volver a la ciudad.
—Emprenderemos la marcha mañana, después de amanecer —decidió él.
Así lo hicieron. Abandonaron el escondite y rodearon el valle a larga distancia. Los cadáveres de los hombres-rayo permanecían todavía insepultos. Las aves de rapiña se encargarían, sin embargo, de descarnar muy pronto aquellos cuerpos.
A media mañana, Robur se detuvo un momento.
—Haremos un alto para tomar un bocado —propuso.
Lyra accedió sonriendo.
—A fin de cuentas, mi trono está todavía en su sitio —contestó con expresión de buen humor.
—Eso es algo que no se puede discutir.
Robur se despojó de la mochila. Lyra dijo:
—Buscaré ramas…
Un terrible grito la interrumpió súbitamente:
—¡Ahí está la mujer!