CAPÍTULO V

 

Los obuses debían de contener un explosivo de enorme poder de deflagración. El muro saltó como si hubiese sido de simple ladrillo.

La brecha abierta medía más de cien metros. Una colosal oleada de agua se abatió bruscamente sobre el ejército situado con tanta imprudencia al pie del lago.

Los hombres-rayo huyeron despavoridos. Pero ni su misma velocidad consiguió salvarles de la catástrofe.

Muchos habían perecido a consecuencia de la onda explosiva, la metralla y los cascotes causados por las explosiones sucedidas sobre sus cabezas. La inmensa mayoría fueron engullidos por las aguas que se deslizaban hacia el valle con velocidad aterradora.

Los Superiores se agruparon en la parte más alta de la colina. Por unos momentos pareció, que las aguas iban a anegar la posición pero Djuttus había resultado ser mejor estratega de lo que Robur había pensado, quizás un tanto despectivamente, aunque, en todo caso, de una forma muy aventurada.

La colina resultó ser un excelente parapeto natural que aguantó en primer lugar la oleada de agua y luego la dividió en dos mitades, que se extendieron por el valle. El lago continuaba derramándose por la brecha abierta, pero era solamente cuestión de tiempo que alcanzara su nuevo nivel.

Después, las aguas descenderían en el valle y el río así formado volvería también a su cauce.

—Pasarán días en la colina —aventuró Lyra.

—Djuttus ha demostrado ser un formidable general —dijo Robur, admirado—. Quien ha sabido destruir un ejército enemigo de un solo golpe, no habrá sido tan descuidado como para no haber hecho acopio de las provisiones suficientes para unos días aislados en la colina. Además, el nivel de las aguas, probablemente, descenderá con mayor rapidez de la que piensas.

De repente, se observó un extraño movimiento en la colina. Intrigada, Lyra pidió los prismáticos a su acompañante.

Robur se los cedió, no menos extrañado por aquel grupo de soldados, que acudían a la orilla del agua. A pesar de la distancia, pudo ver que capturaban a un hombre-rayo.

—Es Tubabai, el rey —identificó Lyra.

Robur meneó la cabeza.

—Lo compadezco —dijo.

Mientras, los Superiores alanceaban despiadadamente a todo hombre-rayo que quería ganar la tierra firme de la colina. Muchos preferían dejarse ahogar antes que morir a manos de sus adversarios.

Algunos, no obstante, habían conseguido escapar a la catástrofe, pero su número, evaluó Robur, no llegaba a los quinientos. Además, se habían dispersado de una manera desorganizada, perdida la moral por completo.

—Han encadenado a Tubabai —dijo Lyra de pronto—. Parece como si le quisieran respetar la vida, Robur.

—¡Hum! —dudó el terrestre—. Eso me huele a desfile triunfal en la capital. El vencedor lo llevará encadenado a su carro y luego lo decapitará públicamente, para regodeo y satisfacción de la plebe y su propia autoglorificación.

Lyra continuaba explorando la colina con los prismáticos. De súbito, lanzó una fuerte exclamación.

—¿Qué te sucede? —preguntó Robur, alarmado.

—No… no es posible… Esa mujer que está allí no es…

Lyra temblaba como hoja seca. Intrigado, Robur le quitó los prismáticos.

Bajo un toldo multicolor, lánguidamente tendida sobre una lujosa litera descubierta, había una hermosa mujer, ataviada con ricas joyas y telas de gran valor y vistosos colores.

En torno a sus rubios cabellos llevaba una especie de diadema de metal y piedras preciosas. La estupefacción de Robur no fue menor que la de su bella acompañante.

—¡Demonios! —exclamó—. Lyra, ¿estás segura de no tener una hermana gemela?

—Soy hija única —protestó ella altivamente.

—Entonces, no hay más que dos soluciones: o esa mujer que está bajo el toldo es un doble perfecto tuyo… o tú eres su doble, no menos perfecto en semejanza, Lyra.

 

* * *

 

La muchacha se sentía profundamente deprimida.

—Han puesto en mi lugar a una mujer muy parecida físicamente a mí —insistía una y otra vez.

Robur no sabía qué decir para consolar a la muchacha.

Por un lado, le parecía que Lyra hablaba con absoluta sinceridad. Pero, por otro, y no cabía la menor duda, había visto a la reina de los Superiores.

Las muestras de acatamiento y deferencia que había visto prodigar a la mujer tendida en la litera no eran ninguna comedia. A Robur le había parecido completamente natural la actitud de cuantos se acercaban a saludarla.

Hacía rato ya que había llegado la noche. Como las precedentes, habían elegido las ramas de un árbol para refugio.

—¿Puedo hacerte una observación, Lyra? —consultó Robur, después de las últimas palabras de la muchacha.

—Sí, dime, te escucharé con mucho gusto —accedió ella.

—Y yo te hablaré con absoluta franqueza. Lyra, si la mujer que está en la colina es una impostora, veo muy difícil que puedas luchar contra esa impostora…

—Muchos me conocen.

—Pero el prestigio de Djuttus ha crecido enormemente después de esta batalla, en la que, con un solo golpe, ha aniquilado a un enemigo que parecía invencible. ¿No es cierto que Djuttus, al menos en público, pasaba por un servidor fiel y leal a su reina?

—Sí, eso es verdad —admitió Lyra.

—Entonces, ¿quién dudará de su palabra cuando afirme que la auténtica reina de los Superiores es la que está a su lado?

Lyra se mordió los labios.

Los argumentos de Robur parecían incontestables.

Y si la impostora eres tú y pretendes reclamar algo que no te pertenece y que es tan valioso como el trono de Thanitzar, a Djuttus le costará tan poco ordenar que te corten la cabeza, como pedir el desayuno por las mañanas remató Robur sus alegatos.

Ese hombre sería capaz de matarme se estremeció ella.

No lo dudes en absoluto, ni por un momento aconsejó Robur . Si descuidas este consejo, empieza a pensar ya en tu última voluntad.

Lyra le miró afligidamente.

—Entonces, ¿qué puedo hacer? —preguntó.

¿Cuántos años tienes? quiso saber el.

—Eres joven. Tienes toda una vida por delante. Te sobra tiempo para esperar pacientemente el momento más oportuno para dar a conocer tus derechos.

—Robur, tú mismo oíste al capitán Hurahr después que descubrió que había escapado de los escorpiones gigantes. Eso te demostrará que no te miento.

—Sí, pero Djuttus es muy astuto. No anunció la noticia de tu muerte, sino que raptó secretamente y colocó a la otra en tu lugar. Demuestra ahora tu auténtica personalidad. ¿Tienes pruebas, alguna señal de nacimiento que pueda ser Identificada por otras personas? Y aunque así sea, ¿crees que Djuttus no habrá hecho reproducir esa señal en el cuerpo de la actual reina de Thanitzar?

—Tú encuentras muy pronto una respuesta para todos mis problemas —dijo ella, un tanto despechada.

—Simplemente, expongo la realidad de los hechos —contestó Robur llanamente.

 

* * *

 

El nivel de las aguas bajó lo suficiente veinticuatro horas más tarde para permitir a los Superiores emprender el regreso a la ciudad.

Djuttus cabalgaba altivamente sobre un perro-octópodo. Escoltada por un pelotón de fornidos jinetes, la otra Lyra viajaba en su litera, sostenida por cuatro individuos de una estatura tan colosal, que Robur se quedó estupefacto.

—Miden más de tres metros —dijo.

—Son Gigantes hechos prisioneros hace tiempo —explicó ella.

—¿Ha luchado tu pueblo con ellos?

—Hace muchos años. Yo no había nacido siquiera.

El ejército desfiló pausadamente, sin prisas. Robur se preguntó dónde podría estar el rey prisionero.

Lo vieron a la cola de la columna, en una jaula hecha de delgados barrotes de madera, unidos con fibras vegetales y sostenida por cuatro toscas ruedas, hechas de sendas secciones de tronco de árbol, más o menos cilíndrico. Dos canes de ocho patas tiraban de la jaula, a ambos lados de la cual caminaban dos soldados, armados con lanzas y ballestas.

—No entiendo por qué Tubabai ha de ir a la cola, en lugar de, por ejemplo, en el centro, fuertemente escoltado —dijo Robur.

—De este modo, traga todo el polvo de los adversarios que le han vencido —explicó la muchacha.

—Oh, ya comprendo. Una refinada forma de humillarle.

A Robur le empezó a bailar una idea en la cabeza.

Tubabai había sido vencido, era cierto, y pocos de sus seguidores habían salido con vida de la batalla relámpago. Pero, quizás, en el futuro conviniera tenerlo como amigo.

—Voy a liberarlo —dijo de repente.

Lyra se sobresaltó.

—Estás loco —le apostrofó.

—Luego te explicaré por qué quiero soltar a Tubabai —musitó él.

Reflexionó un instante y se volvió hacia Lyra.

—¿Cuál es el grado de fiereza de los octópodos? —preguntó.

—Si no están bien amaestrados, pueden dar más de un disgusto. Pero yo sé cómo manejarlos —respondió Lyra.

—Entiendo. Procura calmarlos y evitar que salgan a galope, apenas me haya deshecho yo de los vigilantes.

—De acuerdo… aunque no sé por qué voy a ayudarte en semejante disparate. Tubabai es mi enemigo…

—¿No eras tú la que hablabas de negociación? Si eres la auténtica Lyra, ¿qué mejor momento para discutir con tu adversario?

Lyra se mordió los labios, comprendiendo lo acertado del reproche. Robur se dispuso a actuar.

El carro con el prisionero rodaba un poco separado de las últimas filas del ejército vencedor. Robur caminó paralelamente al vehículo durante unos metros, hasta hallar un lugar apropiado, donde la espesura era mayor.

Entonces, actuando con la velocidad de un rayo, agarró una piedra y la disparó contra uno de los soldados de escolta. El hombre se desplomó fulminado.

Su compañero, sorprendido, se volvió, con la lanza a punto. Alguien lo atacó por la espalda, pasándole un brazo por el cuello y apretándolo de modo que no pudiera gritar.

—Lyra —llamó Robur a media voz—, los canes.

La muchacha abandonó su refugio y se precipitó hacia los animales, que daban muestras de inquietud. Con las manos y la voz, procuró tranquilizarlos, mientras Robur arrastraba a un lado los cuerpos de los inanimados vigilantes.

Robur se apoderó también de una ballesta y una aljaba con saetas. Pensó que era un arma que podía ahorrarle municiones de su multipistola, las cuales dudaba de reponer algún día. En la cola del ejército victorioso, nadie parecía haberse dado cuenta del inesperado asalto.

—En dirección opuesta, Lyra —dijo.

—Sí, pero monta en uno de los octópodos, a fin de alejarnos con la mayor rapidez posible. Yo me ocuparé de conducir a los animales.

Era una buena idea, pensó Robur, mientras saltaba sobre el lomo del octópodo de la izquierda.