CAPITULO XVIII
—Tranquilízate —dijo Ada, a la vez que le entregaba una taza de café—. Si no te calmas, los nervios te pueden jugar una mala pasada. Eryna ha sido suplantada y su suplantadora está muerta. Pero la muchacha fue llevada a alguna parte...
—Eso es lo que no sabemos —contestó Dayton.
—¿No se te ocurre alguna idea para averiguarlo?
El joven hizo un gesto negativo. Ada le miró compasivamente.
—Estás enamorado de la marciana —adivinó.
—Bueno, es una chica preciosa, hemos pasado algunas peripecias juntos... y conozco sus intenciones. Por eso me gustaría saberla a salvo.
—La impostora murió también —murmuró Ada—. ¿Qué les pasa a los polimórficos, Dusty, cuando recobran su aspecto normal?
—El alcohol, en contacto con la epidermis, rompe bruscamente la tensión a que están sometidos continuamente para mantener el aspecto de otra persona. Supongo que el proceso de recobrar su apariencia normal, debe realizarse con cierta lentitud, incluso por etapas, pero si el alcohol precipita el cambio, el corazón no lo puede resistir y se produce el síncope mortal.
—Posiblemente, así es —convino ella—. Dusty, suponiendo que Silas y Eryna hayan sido secuestrados, estarán, sin duda, escondidos en alguna parte.
—Es cierto —convino el joven.
—A Fahnenkutz también quisieron secuestrarle.
—Sí, pero nos marchamos de su casa, sin conocer el lugar donde iban a retenerle. Seguramente, otro polimórfico ocuparía su puesto, pero tuvimos la suerte de frustrar esa operación.
—Bueno, con buscar a los secuestradores, el problema estaría resuelto muy pronto —dijo Ada.
Dayton arqueó las cejas.
—Carla Weisser y sus compinches fueron arrestados por la policía —declaró.
—¿Estás seguro?
—Nosotros mismos avisamos a la policía. Cuando nos marchábamos de casa del profesor, vimos llegar ya el primer aeromóvil patrulla.
—Pero los policías no hablaron con vosotros.
—No, desde luego.
—Aguarda un momento, por favor.
Ada se acercó a una mesa y levantó la caja de control de un televisor de pared. Presionó unas cuantas teclas y, al cabo de unos segundos, Dayton pudo ver una reproducción del Universal Courier.
Leyó el reportaje con infinito asombro.
—¡Qué mujer tan desvergonzada! —exclamó—. Decir que sus hermanos habían ido a visitarla, cuando fueron asaltados por unos ladrones...
—Y la llegada de la policía, hizo que los ladrones se escaparan, antes de que pudieran llevarse nada —añadió la joven—. Bien, ¿qué opinas ahora de todo esto?
Dayton entornó los ojos.
—Carla no quiso mencionar el intento de secuestro del profesor —dijo lentamente—. La excusa del ataque de los ladrones, resultó muy convincente. Pero ella tenía que saber a la fuerza el lugar donde iban a llevárselo.
—Es lo que yo pienso, Dusty —dijo Ada sonriendo.
—Carla podría indicarnos...
—Dusty, encanto, en lugar de hablar tanto, ¿por qué no te pones en movimiento? —sugirió ella.
—Sí, tienes razón.
Dayton levantó la mano hacia el medallón. Ada saltó a su cuello.
—¡Eh, piloto, no me dejes en tierra! —exclamó alegremente.
* * *
La casa del profesor estaba sumida en un silencio absoluto. Dayton y Ada se corporeizaron en el salón, que se hallaba a oscuras.
El joven buscó el interruptor de la luz. Luego, sin hacer el menor ruido, caminó hacia el gabinete de trabajo de Fahnenkutz.
El cuarto estaba asimismo vacío. Ada le tocó en el hombro.
—Parece que Fahnenkutz está fuera de casa. Pero la sirvienta debe de hallarse en alguna parte, en su dormitorio, por ejemplo.
—No sé dónde está...
Ada rió burlonamente.
—¡Oh, los hombres, por qué poca cosa se apuran! —exclamó—. Aunque si se tratase de una chica joven y apetitosa, sí serías capaz de buscar su dormitorio.
—¿Te gustaría que buscase el tuyo? —preguntó él.
—Ya conoces el camino —contestó Ada con acento lleno de malicia.
Dayton suspiró. Había sido una noche maravillosa. «Pero no se podía vivir de los recuerdos», pensó.
Al abandonar el gabinete de trabajo, volvió al salón y se apoderó de una botella de licor. Ada le esperó en el vestíbulo, comprendiendo las intenciones del joven.
Luego le hizo una señal con la mano. Momentos después, abría la puerta de una estancia. La luz del corredor les permitió ver la figura que descansaba tranquilamente en el lecho.
—Mírala —murmuró Ada—. La bella durmiente...
—No tiene nada de bella. —Dayton hizo una mueca—. Aunque en cierta ocasión, sí me lo pareció...
—Debía de ser de noche y sin luna —comentó Ada irónicamente.
—Llevaba capucha y túnica hasta los pies. Puse las manos en su pecho y me pareció bastante atractivo.
—Eres un optimista. ¿Atractivo... ese fardo?
Carla Weisser parecía más vieja y más gruesa de lo que se veía a la luz del día. Dayton se inclinó sobre ella.
—Ha perdido en parte el aspecto de la señora Weisser —supuso.
—El sueño, claro.
—Sí, seguramente. Anda, enciende la luz.
El súbito resplandor despertó bruscamente a la mujer. En fracciones de segundo, recuperó la apariencia con que se ofrecía a la gente cuando desempeñaba el papel de sirvienta del profesor.
—Asombroso —exclamó Ada.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó la mujer.
—Señora Weisser, preste atención —dijo Dayton.
Quitó el tapón de la botella y la situó sobre la cabeza de Carla.
—El alcohol, en contacto con la piel de un polimórfico, provoca bruscamente la ruptura de la tensión mediante la cual mantienen el aspecto de otra persona. Lo sabemos muy bien, porque lo hemos experimentado en el día de hoy con dos marcianos polimórficos: el que suplantaba a Silas Webstone y la joven que había tomado el puesto de Eryna. Ambos están muertos, a causa de sendos síncopes cardíacos, provocados por la mencionada ruptura de la tensión. ¿Quiere usted morir de la misma manera, señora Weisser?
Los ojos de la mujer se alzaron aterrados hacia la espada de Damocles, que era la botella situada sobre su cabeza.
—¿Qué... qué quieren de mí? —exclamó, llena de pánico.
—Sus amigos iban a llevar al profesor a un determinado lugar, sin duda para suplantarlo por otro marciano. Díganos dónde está ese sitio y podrá seguir viviendo muchos años.
La mujer vaciló. Dayton, inflexible, movió la mano para inclinar un poco la botella.
—¡No, no lo haga! —se oyó un agudo chillido—. Le diré dónde están...
La marciana sollozó de rabia y de pánico, porque sabía que no le era posible evitar la respuesta a la pregunta formulada. Dayton aguardó todavía unos instantes.
Al fin, ella dijo:
—Están en Hazelmount, la residencia de verano de Silas Webstone.
Dayton se volvió hacia Ada.
—Conoces el lugar, supongo.
—Sí, he estado allí bastantes ocasiones.
—Entonces, tú me guiarás. Ahora, por favor, sostén la botella sobre la cabeza de esta mujer. Si ves el menor movimiento hostil, viértele encima todo el licor. Yo voy a buscar una cuerda...
—¿Para qué? Haz tiras de las sábanas; no creo que el profesor se enfade por el estropicio.
—Pues tienes razón —dijo el joven riendo.
Instantes después, la marciana quedaba sólidamente atada y amordazada. Para mayor seguridad, Dayton sujetó sus tobillos a la cama y luego pasó una tira de sábana por su cuello, haciendo que el otro extremo rodease la botella, que había dejado situada en un estante que había sobre la cabecera y que contenía algunos libros.
—Este ardid es la tranquilidad que necesitamos, para marcharnos sin temor de que avise a alguno de sus amigos —dijo al despedirse.
Agarró el brazo de Ada y abandonó el dormitorio. En el vestíbulo, miró a la joven fijamente.
—El asunto se puede complicar. Habrá peligro —dijo.
—Lo sé —contestó Ada.
—Indícame dónde está Hazelmount y vuelve a tu casa.
—No —dijo ella resueltamente—. Iré contigo; a fin de cuentas, no puedo olvidar que ellos asesinaron a mi hermana.
—Si te oye desde el otro mundo, se sentirá orgullosa de ti —sonrió Dayton—. Muy bien, ¿dónde está Hazelmount9
* * *
Dayton y Ada se materializaron súbitamente a poca distancia de la casa, que se destacaba en negra silueta sobre la cumbre de la colina. Cerca de una de sus fachadas, se divisaba el brillo de las aguas de un gran estanque. El viento movía susurrantemente las hojas de los árboles que rodeaban la mansión.
—A Webstone le gustaban los lujos —comentó él.
—No se puede decir que fuese un hombre modesto. Pero a todo el mundo le gusta vivir bien.
—Eso sí es cierto. ¿Por dónde entramos, Ada?
Ella le agarró por una mano.
—Ven, usaremos la puerta de servicio.
Se acercaron a la casa y dieron la vuelta cautelosamente, hasta llegar a la puerta señalada por Ada. La joven tanteó el pomo.
—Está abierta —susurró.
Cruzó el umbral y avanzó unos cuantos pasos. Dayton la alcanzó, agarrándola por un brazo.
—Ada, no te sueltes de mí en ningún momento —recomendó—. Tengo el medallón preparado para un viaje instantáneo y si las cosas salen mal, podría verme obligado a escapar. Si no estamos juntos, en contacto físico, tú te quedarás aquí, ¿comprendes?
—De acuerdo, pero deja que sea yo la que me agarre a tu brazo.
Dayton sacó una pequeña linterna que había cogido en casa del profesor y avanzó hacia la puerta que se veía al fondo. Después de abrir, divisó un vestíbulo a oscuras.
Cuando se disponían a cruzarlo, sonaron voces en el primer piso.
Dayton retrocedió vivamente y se guareció tras la puerta, con Ada, pero no cerró del todo. A través de la rendija que había dejado, vio encenderse las luces del vestíbulo. Luego divisó a dos hombres que descendían pausadamente por la escalera, conversando con toda tranquilidad, y ajenos por completo a que alguien le estaba escuchando.
—Svira no ha informado todavía —dijo uno de ellos.
—Déjala —contestó el otro con cierta displicencia—. Estará disfrutando de la situación.
—¿Tú crees?
—Bueno, Dayton es un chico muy atractivo y ella no es fea precisamente, y menos bajo la apariencia de Eryna.
—No estoy muy seguro de que lo haya conseguido...
—Tenía esas instrucciones. Dayton, si está prevenido, es un tipo muy peligroso. ¿Conoces la historia de la Tierra?
—Un poco...
—Hace miles de años, existió un hombre llamado Sansón, con unas fuerzas prodigiosas. Pero las perdería si se dejaba cortar los cabellos. Una mujer lo conquistó con sus encantos y luego se los cortó. Sansón perdió su potencia muscular y se convirtió en un hombre corriente.
—Eso no tiene mucho que ver con la actual situación, me parece.
—Te he contado esta leyenda, para hacer una comparación con el caso de Dayton. Svira habrá conseguido que se duerma; despierto, no lo lograría jamás. Cuando esté dormido, lo narcotizará y lo traerá aquí. Ese era el plan, si mal no recuerdo.
—Como quieras. Pero, insisto, Svira debería haber informado ya.
El otro consultó su reloj.
—Son las tres de la madrugada todavía. Espera a las cinco. Si para entonces no tenemos noticias de Svira, usaremos el videófono para saber qué ha sucedido. Y ahora, vamos; es preciso que estudies bien al profesor, para que puedas tomar su aspecto y nadie llegue a sospechar jamás la suplantación.
Los dos hombres desparecieron por una puerta que, sin duda, daba al sótano de la casa. Cuando iban a entrar, uno de ellos volvió la cabeza, como si hubiera oído algo sospechoso.
Dayton contuvo una exclamación de asombro. Ada se dio cuenta de la sorpresa del joven.
—¿Qué pasa, Dusty? —preguntó con un hilo de voz,
—¡Ese tipo... Pensé que le habían impedido que se moviera de Marte, pero ha podido volver de nuevo a la Tierra...
—Entonces, conoces a uno de ellos.
—Sí, Quffren. Ya intentó una vez jugarme una mala pasada, y si me pone la mano encina, me dará un buen disgusto. Pero voy a procurar que suceda a la inversa.
—Dusty, he oído algo que me preocupa mucho. Uno de esos marcianos va a tomar el aspecto del profesor.
—Y otro se convertirá en mi doble. De este modo, todos los esfuerzos de Tribbouth por establecer las relaciones con la Tierra, serán inútiles.
—Bueno, pero algo tenemos que hacer, ¿no?
Dayton asintió. Abrió la puerta nuevamente y avanzó a través del vestíbulo. Ada, siguiendo su consejo, no soltaba su brazo un solo instante.
Cuando llegaron a la otra puerta, Dayton abrió un poco y procuró escuchar. Se oían voces, aunque no pudo entender de momento las palabras que se pronunciaban en el sótano que, a juzgar por lo poco que podía ver, estaba brillantemente iluminado. De súbito, se oyó una voz colérica:
—¡No, maldita sea, no consentiré que hagan eso conmigo!
Dayton se puso rígido.
—El profesor —murmuró.
—Pero, vamos, profesor, si no le va a pasar nada —dijo alguien—. Sólo estará narcotizado unas cuantas horas. Luego recobrará el conocimiento y la operación no dejará secuelas en su mente.
—¡Le digo que no...!
—Lo siento, profesor; puesto que se niega a cooperar, tendré que atarle.
—Quffren, acabarías antes si le disparases un chorro de gas narcótico a la cara —intervino otro hombre.
—La narcosis, aceptada sin protestas, con ánimo de cooperación, da resultados mucho mejores —respondió Quffren—. La mente se muestra mucho más dispuesta a entregar sus secretos. De la otra forma, siempre hay una resistencia en el subconsciente, que puede resultar fatal para el paciente.
—Está bien —rezongó el otro marciano—. Pero si consigues persuadirle, emplearé el gas. No podemos perder ya demasiado tiempo, ¿entendido?
—De acuerdo. —Quffren se encaró con Fahnenkutz—. Profesor, ya ha oído a mi compañero Bruwott. La decisión está en sus manos. Pero necesitamos una respuesta rápida.
—¡Jamás! —contestó Fahnenkutz con gran vehemencia—. Nunca permitiré que entren en mi mente por mi propia voluntad. Si quieren narcotizarme, tendrán que recurrir a la violencia.
Quffren se encogió de hombros.
—Está bien, usted ha tomado una decisión. Bruwott…
—Espera un momento; voy a buscar la botella de gas, Quffren se enfureció.
—¡Eres un idiota! Estás hablando todo el rato de aplicar el gas al profesor y cuando llega la ocasión, resulta que te lo has olvidado...
—Está arriba, tardaré sólo un minuto —contestó Bruwott. Dayton oyó los pasos del sujeto, que subía la escalera a todo correr, y se apartó a un lado, a la vez que hacía señales a Ada para que guardase absoluto silencio.