CAPITULO V

Dayton llegó a su casa, se desvistió para bañarse y, después, ataviado simplemente con una bata corta, fue a la dispensadora de alimentos y marcó en el teclado el menú de la cena. Mientras la máquina preparaba la comida, se acercó al televisor y pulsó la tecla correspondiente a información.

El televisor tenía una pantalla de dos metros de largo por casi otro tanto de alto y ocupaba buena parte de una de las paredes. Dayton regresó a la cocina, cargó los distintos platos en una bandeja y fue de nuevo a la sala. Sentado a cinco metros del televisor, empezó a leer las noticias publicadas en el Universal Courier. Podía elegir entre la información gráfica o la escrita, pero él prefería el viejo sistema del periódico impreso, aunque no necesitaba salir a la calle para comprar un ejemplar.

El periódico aparecía en la pantalla y podía aumentar o disminuir a voluntad el tamaño de las páginas impresas, además de «pasar la hoja» cuando había leído una. Dayton decidió hacer una lectura de las noticias más importantes.

Una de dichas noticias consistía en un resumen de ciertos hechos ocurridos a distintos ciudadanos, sucesos muy extraños, que no tenían explicación aparente, pero que ofrecían una característica común: en todos ellos había tenido parte muy importante ciertos desconocidos, que aparecían y desaparecían misteriosamente, sin que nadie se sintiera capaz ofrecer una explicación medianamente satisfactoria.

El caso más extraordinario, sin embargo, era el del guardia Benny Rodnell, a quien se le había aparecido una mujer, cuando dirigía el tráfico, y luego, sin saber cómo, se había encontrado transportado a unos treinta kilómetros de la ciudad, y abandonado en pleno campo, en un paraje completamente desierto. Dayton, muy intrigado por lo que estaba leyendo, se olvidó por completo de la cena.

Aquellos sucesos eran muy parecidos a ciertos incidentes que le habían ocurrido personalmente. En el acto se acordó de Eryna y sus misteriosas apariciones y desapariciones,

¿Había que creer a la muchacha cuando ésta aseguraba ser marciana?

De repente, llamaron a la puerta.

Dayton dejó la bandeja a un lado y corrió a abrir. «Es Eryna», pensó.

Una expresión de desencanto apareció en su rostro al darse cuenta de que era otra la visitante. La señora Lütterman le miró con una sonrisa en los labios.

—No me esperabas —dijo.

Dayton carraspeó y trató de ocultar su decepción.

—No —admitió—. Pero me alegro infinito que hayas venido.

—Te traigo buenas noticias —manifestó ella al cruzar el umbral.

—¿De veras?

—He conseguido eliminarte de las listas de tripulantes. ¿Qué te parece?

El joven fingió asombro. —¿Cómo lo has conseguido? —preguntó.

—Psé... Redacté una lista nueva y puse en tu lugar el nombre del primer suplente... Recordé que Fahnenkutz tiene una memoria pésima y... Pero no te sientes contento; tienes una cara de difunto que casi da miedo, Dusty. ¿Es que ahora vas a decirme que si querías ir a Marte?

Por un instante, el joven pensó en Eryna y se dijo que tal vez aquel viaje le permitiera encontrar a la muchacha, pero no tardó mucho en convencerse de que eran especulaciones carentes de sentido.

—Bueno, me dolía un poco la cabeza... Pero ya me encuentro mejor. ¡Por supuesto, me encanta quedarme en la Tierra! —exclamó.

Miró a Dannie de arriba abajo y la hizo sonrojarse.

—En Marte no tendría una compañía tan encantadora —dijo a la vez que ponía sus manos en la cintura femenina.

Ella suspiró.

—Celebro oírte hablar así —murmuró.

Dayton se sorprendió de la violencia con que fue atacado por su visitante. Casi antes de que se diera cuenta de lo que sucedía, se encontró arrollado por la señora Lütterman. Y los encantos de Dannie y la pasión de ella le demostraba, consiguieron hacerle olvidar por el momento sus preocupaciones.

* * *

En la penumbra del dormitorio se oyó una risita.

—Ahora no soy la severa secretaria del Dayton, ¿verdad?

Dayton se incorporó sobre un codo y miró a la mujer que yacía a su lado, sin una sola prenda de ropa sobre su cuerpo.

Desempeñas, o llevas, una doble vida: durante las horas de trabajo, eres fiel perro guardián del profesor, que cuida de su seguridad y le ayuda hasta el punto de ser su brazo derecho.

Pero fuera del trabajo, según he podido comprobar, eres absolutamente distinta.

—Soy una mujer, simplemente. Me gusta cumplir con mi trabajo; ahora bien, cuando termino, no me debo a nadie más que a mí misma.

—Y al señor Lütterman, claro.

Dannie hizo una mueca.

—No le debo nada —contestó—. Además, no sé dónde está.

—¿Cómo?

—Hace tiempo que marchó de casa. Nunca nos sentimos demasiado compenetrados, ni siquiera en ciertos aspectos meramente físicos. Créeme, no sentí demasiado su ausencia —Puede volver algún día...

—Le daré con la puerta en las narices... —Se lo tendrá bien merecido —dijo Dayton, muy serio—, ¡Abandonar así a una mujer tan encantadora...! —se inclinó para besarla—. Tan apasionada...

Dannie suspiró y le echó los brazos al cuello.

—Te aseguro que no noto la falta del señor Lütterman —dijo ardientemente.

Dayton pensó que lo más agradable de todo era no viajar a Marte y se esforzó por ser tan apasionado como Dannie. Pasado un buen rato, se relajaron.

—De todos modos, creo que el viaje a Marte tiene varias dificultades —dijo ella de pronto.

—¿Por qué? —quiso saber el joven. —No lo digas a nadie: esto es absolutamente reservado y el gobierno no quiere hacerlo público. Fahnenkutz, por supuesto, lo sabe, ya que es el director del proyecto, y me lo ha comunicado a mí también. Pero yo confío en ti, Dusty.

—Puedes estar segura de que no traicionaré tu confianza, Dannie. ¿De qué se trata?

—No me tomes por loca; yo me limito a repetir lo que han dicho. Se sospecha que Marte está habitado. Dayton se sentó de golpe en la cama.

—¿Es posible? —exclamó.

—Hasta ahora, sólo son sospechas —respondió ella—. Sin embargo, se han obtenido ciertos informes que parecen conceder verosimilitud a las posibilidades de que Marte esté habitado por seres inteligentes.

—¡Increíble! ¡Fantástico! Pero, a pesar de todo, el viaje debería realizarse, aunque no fuese más que por entablar relaciones con los marcianos.

—Parece que el gobierno quiere esperar un poco más, a fin de tener la certidumbre de que ese viaje no va a causar conflictos con los habitantes de Marte. Algunos de los miembros del gabinete, sin embargo, opinan que se trata de una broma pesada, ideada por quienes, como tú sabes muy bien, se oponen a la expedición.

—Una broma —resopló Dayton—. ¿Qué objeto tendría, Dannie?

—Precisamente, suspender el viaje «sine die». Se habla ya de la hostilidad de los marcianos, de sus intenciones nada amistosas hacia los terrestres... Todo esto, claro, en los más altos niveles y sin que hasta ahora haya trascendido al público. El profesor, como puedes comprender, está que se da a todos los diablos. Veinte años de trabajos pueden perderse en unos instantes y eso lo tiene en un estado de malhumor realmente indescriptible.

—Bueno, yo debería decir ahora que no me importa, pero no es así, Dannie. Una cosa es que no me guste formar parte de la expedición y otra que no comprenda la importancia que tiene ese primer viaje a Marte. Debería hacerse, pese a todo, creo yo.

—No sé en qué acabará todo esto —suspiró ella—. El viaje se hará o no se hará, pero, a fin de cuentas, tú te quedarás en la Tierra, que es lo que querías.

—Gracias, Dannie; nunca olvidaré este favor. —Pienso que algo hay de verdad en este asunto de los habitantes de Marte. —Ella se sentó también en la cama—. ¿No has leído las informaciones sobre ciertos sucesos incomprensibles que se han producido estos últimos días?

—Sí, desde luego.

—A nosotros nos ocurrió algo parecido con aquella chica. ¿Lo recuerdas, Dusty?

—No podría olvidarlo aunque quisiera. Pero te aseguro que...

—No, no es necesario que me ofrezcas disculpas. —Dannie se sentó en el borde de la cama y empezó a vestirse—. Lo he comentado con el profesor. Fahnenkutz dice que sí, si es cierto que son marcianos, entonces han descubierto el secreto de la traslación instantánea.

—¿De veras?

—Por ahora, no son sino suposiciones, aunque estimo que están muy cerca de la verdad. Dannie, te tendré al corriente de todo, si me lo permites.

—Claro, encanto, lo que tú dispongas.

Dannie terminó de vestirse.

—Ha sido una velada agradable —se despidió.

—Temo, señora, que el final de esta velada va a tener muy poco de agradable —sonó de repente una voz hostil en el dormitorio.

Dannie se volvió y lanzó un chillido de susto al ver a los dos hombres que habían aparecido repentinamente en la estancia. Dayton, sorprendido en la cama, permaneció inmóvil, sentado, con las manos en las rodillas, porque estaba viendo dos tubos cuyo poder mortífero le había sido revelado días antes.

Uno de los tubos le apuntaba a él directamente y estaba en la mano de un hombre al que ya había visto en una ocasión.

Era Rorgo y no le miraba precisamente con ojos afectuosos.

* * *

—Quffren —dijo Rorgo tras una pausa—, éste es el hombre.

—El que mató a Akroff —murmuró el otro.

—Sí, el mismo.

Dannie se volvió sorprendida hacia el joven.

—¡Dusty! ¿Por qué te acusan estos dos tipos de algo que no has hecho? —gritó.

—Dicen la verdad, Dannie —contestó Dayton tristemente—. Yo maté a Akroff, pero fue en defensa propia.

—¿Quién era Akroff? — quiso saber la señora Lütterman.

—El hombre que apareció muerto en tu despacho, mujer.

—Entonces, tú estabas allí... ¿Qué demonios hacías, Dusty?

—Señora, cállese —ordenó Rorgo—. Voy a darle un consejo: desaparezca inmediatamente.

—¿Qué van a hacer conmigo? —inquirió el joven.

—De momento, va a venirse con nosotros. Luego ya le diremos lo que queremos de usted. ¡Señora —aulló Rorgo de repente—, lárguese o no respondo de mí!

Dannie, asustada, echó a correr.

—No te preocupes, Dusty; llamaré a la policía...

—Hágalo, será inútil —dijo Rorgo riendo a mandíbula batiente.

Dannie llegó a la puerta, pero, de pronto, se detuvo y, volviéndose hacia el centro de la estancia, formuló una pregunta:

—¿Son ustedes marcianos?

Quffren se volvió hacia ella.

—¡Sí, somos marcianos! —tronó.

La señora Lütterman lanzó un estridente chillido y huyó despavorida. Dayton se dijo que, por el momento, su vida no corría peligro, lo cual no dejaba de ser un consuelo.

—Al menos, podré vestirme —dijo, con una sonrisa de circunstancias.

—No hay inconveniente —accedió Rorgo.

—Muy bien. Y, por favor, ¿puedo saber adónde mi llevan?

—Ustedes han construido una nave para viajar a Marte, No queremos que se realice ese viaje.

—Me parece muy bien —convino el joven—. ¿Qué más?

—Desconocemos al lugar donde está esa astronave. Usted lo sabe y nos llevará hasta allí.

—¿Que yo...? —dijo Dayton, estupefacto.

—Sí, claro. Lo sabe y no puede negarlo. Le encontramos en un lugar donde no pueden entrar todos, lo cual significa que usted forma parte del equipo que proyectó y construyó esa nave. Por tanto, debe conocer a la fuerza su posición actual. No se preocupe; después de destruirla, le dejaremos en libertad, sin sufrir ningún daño.

—Olvidaremos, incluso, la muerte de Akroff —añadió Quffren.

Dayton, casi vestido, miró fijamente a los dos intrusos.

—Ustedes no son marcianos. Dicen serlo, pero es una mentira; simplemente, pertenecen al partido de la oposición, al ínfimo grupo de los que se oponen a una empresa científica del más alto interés. Incluso han adoptado nombres estrambóticos para apoyar mejor su superchería, pero debo decirles una cosa, y luego hagan conmigo lo que quieran: Ignoro en absoluto dónde está la astronave.

No era cierto ni tampoco el aplazamiento de la Esplendorosa era un secreto muy bien guardado, aunque tampoco todo el mundo sabía dónde se hallaba la nave. Pero Dayton no quería que unos iluminados pudieran destruir en unos momentos la labor de veinte años de enormes esfuerzos.

Desafiante, se cruzó de brazos, a fin de que Rorgo y Quffren pudieran apreciar su actitud. Era una locura, se dijo, pero su orgullo le impedía ceder ante lo que estimaba una acción insensata y carente de lógica.