CAPITULO XIII
Estaba sentada indolentemente, sobre un enorme diván, forrado de costosas pieles, con una copa en la mano y la expresión ausente. El vestido de Ada Covisham era de color rojo fuego, muy escotado y con una abertura en el lado izquierdo. Tenía las piernas cruzadas y se podía apreciar la perfección de sus contornos.
La piscina estaba ahora en seco, vaciada de su contenido, una vez se hubo fundido el hielo para extraer el cadáver de Roberta. Pero eso había sucedido la víspera. A Dayton le pareció que había transcurrido un siglo.
Ada no se había dado cuenta de su presencia, abstraída en sus pensamientos. Dayton se apoyó con negligencia en la jamba de la puerta.
—Disfrutas mentalmente de lo que puedes disfrutar ahora físicamente, ¿verdad, Ada Covisham?
Al oír una voz inesperada, Ada levantó la cabeza vivamente y le miró sorprendida.
—¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? —exclamó.
—Me llamo Fred Dayton, aunque suelen llamarme Dusty. ¿No te suena mi nombre?
—Eres el tipo que estaba con mi hermana cuando la asesinaron...
—Faltó poco para que la hiciera compañía en el hielo.
Pero, sí, estaba con ella cuando murió. En realidad, había llegado ya la noche anterior.
Ada entornó los ojos.
—No quiero preguntarte lo que pasó entre los dos —dijo.
—Pasó lo que sucede entre tú y Webstone a diario —contestó el joven mordazmente.
—¿Y qué? Tengo derecho a elegir mi... Bueno, llámale como quieras; Silas me gusta y nadie le importa lo que hay entre los dos.
—A mí tampoco me importa, Ada. Lo que sí pudiera interesarme es el hecho de que te hayas convertido en la heredera de Roberta.
—Soy su hermana... Tuvimos el mismo padre, aunque nacimos de madres distintas. Mis derechos no pueden ser discutidos.
—A menos que seas cómplice del crimen. El asesino no puede heredar de su víctima.
Ada se puso en pie de un salto.
—¿Insinúas que yo tuve algo que ver con la muerte de Roberta? —gritó.
—En realidad, era yo el que debía morir, aunque al asesino no le importó matar también a Roberta. Ada, ¿es la primera vez que me ves?
—No te conocía, nunca te había visto hasta ahora...
—¡Mientes!
El opulento pecho de la joven se agitó violentamente.
—Dusty, estoy empezando a hartarme —dijo—. No sé qué diablos pretendes, pero voy a llamar a la policía, para que me aparten de tu presencia. Además de haber entrado en mi casa sin permiso, me estás insultando.
—Nos vimos hace algunos días, cuando un par de tipos, fingiéndose policías, me secuestraron y me condujeron a un lugar apartado, en donde fui juzgado por dos docenas de ridículos enmascarados, presididos por una mujer: tú.
Ella tenía la boca abierta, estupefacta por lo que estaba oyendo.
—Dusty, estás loco o borracho, una de las dos cosas —respondió—. Jamás he formado parte de ningún grupo...
—Ada, este sujeto te está molestando, ¿verdad? —sonó de pronto una voz de hombre.
Dayton no se inmutó. Sin volverse siquiera, dijo:
—Pase, pase, señor Webstone. Usted es también parte interesada en esta conversación y me gustaría mucho oír sus mentiras.
* * *
Hubo una corta pausa de silencio después de las palabras del joven. Ada miraba alternativamente a Dayton y a Webstone y parecía terriblemente desconcertada.
—¿Puedo saber de una vez qué clase de líos se traen los dos entre manos? —preguntó bruscamente.
—Ningún lío, querida —respondió Webstone—. Este joven demente padece manía persecutoria. Bueno, eso es lo que diría un psiquiatra; en realidad, es un sujeto muy peligroso. Para que lo sepas de una vez: es el asesino de tu hermana.
Dayton se encolerizó al oír aquella monstruosa acusación y se volvió hacia el periodista.
—¡Usted la asesinó! —exclamó a voz en cuello—. Roberta era una mujer honesta pese a sus ideas, que coincidían con las de usted. Pero ella quería que las cosas se hicieran con legalidad, sin recurrir a los crímenes ni a la violencia...
—¿He actuado yo alguna vez violentamente? —preguntó Webstone sin inmutarse.
—Por lo menos, una vez, cuando formaba parte del tribunal que me condenó a muerte.
Webstone pareció acusar el golpe.
—Eso es una calumnia...
—¿De veras? Entonces, ¿por qué envió a dos tipos llamados Hatto Simps y Kig Robton, para que retirasen el cadáver de Paula Pryce y lo enterraran ocultamente? Paula, usted lo sabe muy bien, murió porque ella misma recibió la inyección de veneno que iba a ser la causa de mi muerte.
Dayton se volvió hacia Ada.
—Y ella presidía aquel siniestro tribunal, aunque quizá lo hiciera más bien como un títere que por sentir realmente las palabras que pronunció entonces. ¡Por todos los diablos! —gritó el joven exasperadamente—. Díganlo de una vez... ¿Qué tienen ustedes contra las relaciones con Marte?
Webstone hizo un ligero ademán.
—No le hagas caso, Ada. Está completamente loco. Aunque es una clase de locura que se suele curar de una forma muy distinta a la tradicional.
De pronto, metió una mano en uno de los bolsillos de su traje y sacó un tubo de unos veinte centímetros de largo por dos de grueso.
—Este hombre asaltó tu casa y trató de abusar de ti —añadió—. Yo pude llegar oportunamente y lo maté al defenderte. ¿Entiendes, Ada?
Dayton contempló el tubo que Webstone tenía en la mano. Fue a decir algo, pero, repentinamente, de una forma completamente inesperada, Ada dio un salto y se colocó ante él, con los brazos extendidos.
—¡No! —gritó—. No lo mates, Silas. Tengo derecho a saber por qué ha formulado todas esas acusaciones y también quiero saber por qué mi hermana fue asesinada.
—Ah, pero ¿ahora la vas a echar de menos? —preguntó Webstone sarcásticamente.
—La sangre es más espesa que el agua —respondió Ada.
—Sobre todo, la sangre negra, ¿verdad?
Los ojos de Ada se inflamaron de cólera.
—Cuando apagamos la luz y me tienes en tus brazos, no ves nada, pero aúllas de placer —exclamó hirientemente—. En esos momentos, no piensas en el color de mi piel, sino en la satisfacción que recibes de mi cuerpo.
Webstone hizo un gesto de pesar fingido.
—Voy a tener que matarte a ti también —murmuró—. No puedo consentir que esto se divulgue...
En aquel instante, Dayton apreció que Webstone se había distraído ligeramente. Era preciso aprovechar la ocasión; no podía permitir que le matasen sin intentar al menos defenderse.
Saltó hacia adelante, con los brazos extendidos y el torso doblado sobre la cintura. Su cabeza golpeó él pecho de Webstone y éste salió despedido violentamente hacia atrás.
Al caer, el tubo se le escapó de la mano. Dayton se le arrojó encima, alzó el brazo y cerró la mano fuertemente.
Golpeó con todas sus fuerzas. Gritó de dolor.
El puño había golpeado contra el suelo. De súbito, sus rodillas habían quedado al aire, al desaparecer el apoyo que significaba el cuerpo de Webstone. Perdió el equilibrio y rodó a un lado.
Desconcertado, se sentó en el suelo.
—¿Adónde se ha ido ese hombre? —exclamó Ada, no menos sorprendida.
Dayton alargó la mano y recogió el tubo que Webstone había perdido en aquella brevísima pelea.
—Era un marciano —murmuró.
* * *
Al cabo de un buen rato, llegó a su casa y se dispuso a descansar, muy alterado por todo lo ocurrido.
En medio de todo, se sentía satisfecho. Había conseguido la colaboración del profesor Fahnenkutz y desenmascarado a un asesino, si bien éste había conseguido escapar, utilizando el aparato de traslación instantánea que, sin duda, llevaba oculto bajo las ropas.
Respecto a Ada, dudaba de su relación con los que se habían producido en días anteriores. Pero si ella no había sido la jefa de los conjurados, la misteriosa mujer que había dado la orden de ejecución, ¿quién era, en tal caso?
Bastante fatigado, se tendió en la cama, con los ojos cerrados, pero vestido y sabiendo que iba a tardar mucho en conciliar el sueño. De pronto, oyó una voz conocida:
—¿Puedo pasar, Dusty?
Dayton se levantó de un salto.
—¡Eryna!
Corrió hacia la sala. Ella estaba a un par de pasos de puerta, mirándole con una sonrisa muy atractiva.
—Shukkol se ha quedado de momento en Marte —dijo—, Pero yo he vuelto, a fin de continuar la tarea.
Dayton la agarró por un brazo y tiró de ella.
—Ven, siéntate; tengo muchas cosas que contarte —dijo.
—Yo también tengo algo interesante que decirte. He conseguido permiso para que viajes a Marte, con la persona que hayas elegido como intermediario.
—¿De veras? Eso es estupendo —exclamó Dayton alborozadamente—. Conseguí hablar con el profesor y se sentirá encantado de realizar ese viaje. ¿Cómo lo haremos, Eryna?
La muchacha abrió un bolso que llevaba colgado del hombro izquierdo y extrajo un medallón análogo al suyo, cuya cadena pasó por el cuello de Dayton.
—Tendré que enseñarte su manejo, Dusty —sonrió.
—Empieza cuando gustes, encanto.
—Ah, un detalle. Este medallón te convierte en ciudadano honorable de Marte, con los mismos derechos que cualquiera de nosotros.
Algún día no habrá terrestres ni marcianos, sino, simplemente, ciudadanos del sistema solar —contestó ella gravemente—. ¿Empezamos?
—Ahora mismo —dijo Dayton, entusiasmado. Durante unos minutos, prestó gran atención a las explicares que le daba la muchacha para hacer funcionar el aparato de traslación instantánea. Pasado un rato, ella consideró que Dayton ya no tendría obstáculos para un correcto manejo del medallón.
—Y ahora —dijo—, creo que tú tenías que contarme algo.
—Sí, es cierto.
Dayton se levantó, fue a su dormitorio y volvió con un de metal brillante, que puso en manos de la muchacha. Lo tenía un terrestre —declaró.
—¿Quién? —preguntó ella, muy pensativa.
—Webstone.
—El director de...
—Sí, el mismo.
—Entonces, no es terrestre, Dusty.
—Es lo que yo me suponía, Eryna.
La joven calló unos instantes.
Dayton apreció que se mordía el labio inferior, con signos de preocupación.
Al fin, dijo:
—Ya no cabe la menor duda. Algunos del partido de la oposición, han conseguido infiltrarse entre vosotros.
—Eso mismo pienso yo —convino Dayton—. Pero ¿cómo posible que un marciano haya tomado el aspecto de Webstone, una persona conocidísima y a la que es muy difícil, por no decir imposible, de suplantar? ¿Cómo han podido «construir» un doble tan perfecto?
Eryna vaciló un poco.
—Tienes que decirme algo, pero no te atreves —adivinó él. —Sí. Algunos de nosotros poseen facultades polimórficas, Dusty. Pueden cambiar de aspecto a voluntad, aunque no un gran esfuerzo. Pero lo consiguen.
—Creo que entiendo.
—Es una característica muy rara de algunos de nuestra raza. Posiblemente, se dan casos en una proporción de por diez mil, quizá menos, pero es evidente que existen nos marcianos con esas asombrosas facultades. Nuestros científicos sostienen la teoría de que la raza está sometida a principio de mutación, a una evolución hacia un estadio psicosomático infinitamente superior al actual. Se cree que todo Marte habrá actualmente unos treinta o cuarenta mutantes de esa nueva especie. Uno de ellos, por supuesto, dría ser el que ha suplantado a Webstone.
—Aterrador —calificó Dayton—. Si esa especie se propaga, si se reproducen, si tienen descendientes con las mismas características, se creará una nueva raza de seres infinitamente superiores a nosotros. La tentación de dominar a los inferiores resultará irresistible para ellos.
—¿Tú crees, Dusty?
—El que se cree o se sabe superior a otros, difícilmente evitará no obtener provecho de sus características. Es muy propio de la raza humana, terrestre o marciana. Ha sucedido así en el pasado y no veo la razón para que no ocurra mismo en el futuro.
—Sería horrible, en efecto —convino Eryna.
—En realidad, ¿no tratan ya de dominarnos a todos? ¿No hay en Marte un grupo que quiere lanzarse a la conquista de la Tierra? ¿Por qué no empezar, en tal caso, por realizar algunas acciones sumamente provechosas para ellos? Piensa en Webstone, por ejemplo, el director del periódico más leído del planeta. Tiene un cargo que le permite ejercer una enorme influencia sobre los lectores...
—¡Pero se muestra contrario al viaje a Marte! —alegó ella,
—Es sólo una actitud. Además, se opone al viaje a Marte, pero sólo en la nave del profesor y por motivos aparentemente económicos. Pero eso le permite desarrollar mejor su estrategia de conquista.
—Sí, creo que es así. Dusty, ¿qué podemos hacer nosotros para evitarlo?
—Sólo hay una cosa posible: actuar antes que ellos y si ante unos hechos consumados, con lo que sus objeciones y sus planes ya no tendrían razón de ser. Y para conseguirlo, lo mejor que podemos hacer es viajar a Marte cuanto antes.
—¿Ahora, Dusty?
—¡Ahora, Eryna! —contestó Dayton resueltamente.