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LAS NORMAS DE LA FAMILIA YOLZA

«Al establecerse las reglas de un hogar deben tomarse en cuenta el respeto, la unión y la prosperidad». En mi mente no dejaban de repetirse estas palabras. Aun cuando el cuarto requisito, la autonomía, fue explicado inmediatamente después, estando yo presente, el concepto ni siquiera se dignó rozar levemente mis entendederas.

Fue Saldan quien me relató lo que se dijo respecto a este último punto para que pudiera escribirlo.

—Finalmente —señaló el director simulando no haber visto la salida de papá—, tenemos el requisito más descuidado en las reglas: la AUTONOMÍA. Éste es el contrapeso que equilibra la balanza de paz en un hogar. Sin él la disciplina puede adquirir matices de represión militar. Autonomía significa libertad de pensamiento y conducta dentro de los límites de las otras reglas. La autonomía permite un ambiente laxo en el que no se tiene miedo a nada o a nadie, mucho menos a los padres. En toda familia equilibrada debe haber absoluta libertad de ser uno mismo, de determinar nuestro futuro y declarar abiertamente nuestros gustos sin temer el rechazo de los demás. Cada individuo de la casa debe tener autonomía total para tomar decisiones personales sin necesidad de someter ajuicio civil su parecer. En el hogar no es permisible un ambiente tenso o inhibidor; cada uno debe estar capacitado para disfrutar plenamente el momento presente entregado a la alegría de estar creciendo precisamente a su modo. Esto, insisto, no significa que se pueda hacer lo que se desee, sino que enmarcados y encaminados por el buen sendero, cada quien debe ejercer su derecho de ser ÉL MISMO. Para llegar a la consecución de este objetivo vital e indefectible, el código familiar debe incluir la prohibición de: imponer ideas como únicas y absolutas, de tildar las opiniones ajenas de inmaduras, bobas o impensadas, de burlarse del que vista, peine o se exprese de modo especial, de hablar mal, por molestar, de los amigos o novios, de criticar malsanamente la música, los programas de televisión o los gustos de los demás. Para decirlo en una frase: debe estar absolutamente prohibido contemporizar e intentar cambiar los anhelos y quereres de nuestros familiares sólo para que ellos lo hagan a nuestra forma. Nadie tiene la obligación de parecerse a alguien. La mala costumbre de criticar al prójimo debe arrancarse de raíz. La persona realizada, al no tener el hábito de juzgar, no se siente juzgada, no le importa el «qué dirán» y no tiene tiempo para inmovilizarse con preocupaciones, temores, culpas o ansiedades… ¡Que en sus familias no falte la autonomía y por la mente de vuestros hijos no cruzará jamás el pensamiento de huir de casa, ya que en ella se sentirán libres, amados y aceptados con todo lo extravagantes que se les antoje ser!

Yolza terminó sin poder ocultar una leve sonrisa de satisfacción. Algo fuera de lo común estaba ocurriendo. Todos lo percibíamos, un murmullo de opiniones aprobatorias comenzó a levantarse en el salón y yo aproveché para incorporarme a medias con el fin de estirar las piernas y echar un vistazo por la ventana que estaba justo detrás de mí. Al mirar a la calle sentí un escalofrío en mi espina dorsal.

Había un hombre en cuclillas con la cabeza baja justo debajo del farol que alumbraba la fachada de la escuela. Era mi padre, de eso no había duda.

Aún lloviznaba y su particular postura lo hacía parecer un vagabundo o un triste desahuciado cuya concepción de las cosas le permitía entregarse a actitudes que para un individuo sano resultarían grotescas. Volví a sentarme en mi silla y percibí como la garganta nuevamente se me cerraba. Sahian no dejaba de mirarme de vez en vez, así que bajé totalmente la cabeza y para disimular la incorrección de esa apariencia, abrí mi carpeta hojeando las copias de los apuntes de Tadeo Yolza.

Los asistentes a la conferencia siguieron preguntando y el maestro respondiendo.

Entonces me encontré con algo verdaderamente maravilloso, algo extraordinario que a la vez era normal… y era de esperarse.

En una de las tantas secciones de las notas que aún no había revisado se hallaban archivadas las normas de la familia Yolza. Cuatro listas diferentes que, según deduje por las fechas del encabezado, rigieron el hogar del director en los cuatro años anteriores.

Las cosas se me estaban dando con una oportunidad inverosímil, pero yo había comenzado a pensar que en todo lo que estaba pasándome había otras fuerzas mayores que el azar.

La ley de la ejemplaridad se cumplía una y otra vez frente a mí: para el alumno importa más un ejemplo del maestro que mil palabras.

La lectura de esas páginas me permitió pensar en lo expuesto recientemente, olvidándome un poco de mi padre y de toda esa sarta de situaciones confusas. Al leer incluso dejé de escuchar lo que se decía al frente, el nudo en la garganta se diluyó y las lágrimas que estaban a punto de brotar se recogieron.

Debo confesar, aunque tal vez no debiera, que de tanto llevar y traer aquellas copias he extraviado algunas, entre las que se encuentran las listas de normas; sin embargo, aunque mi memoria nunca ha sido particularmente prodigiosa, me atrevo a mal copiar de ella lo que decían esas hojas, primero porque gracias a ellas desde entonces no han faltado las reglas por escrito en mi casa y segundo porque ese ejemplo que ahora transcribo, aunque no sea especialmente fiel al que recibí, tuvo en mi vida más fuerza formativa y aleccionadora que la que hubiera podido tener un volumen de razonamientos similar a la disertación pedagógica de Makarenko.

REGLAS FAMILIARES PARA ESTE AÑO.

GENERALES (para padres e hijos).

  1. Toda la familia hará junta por lo menos una comida al día.
  2. Toda la familia paseará unida como mínimo una vez por semana.
  3. Los padres saldrán solos (sin hijos) al menos una vez al mes.
  4. No esta permitido en días comunes ingerir golosinas o comida chatarra, tomar refrescos, ni comer en la sala o en el coche.
  5. Después de comer, cada uno levantará los platos y cubiertos que haya utilizado.
  6. En los enojos y discusiones está prohibido (refiriéndose incluso a las desavenencias conyugales):
    • Decir groserías, palabras ofensivas, «siempre», «nunca», «me voy».
    • Imponer reglas nuevas o invalidar las que hay.
    • Mostrarse indiferente y evitar hacer las paces después de una hora de ocurrido un problema.
    • Dar mayor importancia al problema que a la relación.
  7. El horario límite para irse a la cama entre semana será: Niños: 8.30 P. M. —Papas: 10.30 P. M.

OBLIGACIONES ESPECIALES DE PAPÁ

  1. Trabajo en oficina.
  2. Reparaciones y mejoras a la casa o coches.
  3. Ir con mamá a comprar la despensa al menos una vez por quincena.
  4. Llevar a los niños a la escuela.
  5. Jugar con los niños como mínimo una hora durante la semana.
  6. Vigilar el cumplimiento de las reglas.

OBLIGACIONES ESPECÍFICAS DE MAMÁ

  1. Comida diaria (excepto una vez a la semana, que comeremos fuera).
  2. Supervisión del ASEO y buen estado de la casa, la ropa y los coches.
  3. Recoger a los niños de la escuela.
  4. Llevarlos a sus clases extras (vespertinas).
  5. Jugar con los niños un rato diariamente.

OBLIGACIONES COMUNES PARA LOS HIJOS

  1. Se les permite una hora diaria como máximo de televisión.
  2. Deberán lavarse los dientes después de cada comida.
  3. Deberán alzar los juguetes y arreglar su cuarto antes de ir a la cama.
  4. Deberán depositar en el cesto su ropa sucia y guardar la limpia.
  5. No está permitido mentir en ningún caso, ni decir groserías.
  6. Para obtener dinero extra deberán hacer labores especiales en la casa.

OBLIGACIONES ESPECÍFICAS DE IVETTE (8 años de edad).

  • Tender su cama diariamente.
  • Dar de comer al perro todos los días y bañarlo una vez al mes.
  • Ahorrar por lo menos el 30% del dinero que obtenga.

OBLIGACIONES ESPECÍFICAS DE CARLOS (5 años de edad).

  • Bañarse y vestirse solo.
  • Ayudar a Ivette a bañar al perro.
  • Ahorrar por lo menos el 20% del dinero que obtenga.
  • No le está permitido correr en la casa ni brincar en las camas.
  • No puede salir solo a la calle ni atravesar avenidas.
  • En ausencia de sus padres obedecer a Ivette.

RESPONSABILIDAD FUNDAMENTAL DE LA FAMILIA:

Vivir en comunión con Dios. Estudiar Su Palabra al menos una vez a la semana. Ir al servicio religioso los domingos.

Estas reglas se revisarán y actualizarán al principio de cada año, pero podrán modificarse en cualquier momento por los padres.

TODO LO QUE NO ESTÁ PROHIBIDO ESTÁ PERMITIDO Y LAS ACTIVIDADES PERSONALES DE CADA UNO PUEDEN HACERSE LIBREMENTE SI SE HAN CUMPLIDO LAS OBLIGACIONES ESPECÍFICAS.

Al pie de la última sentencia aparecían las firmas de todos los miembros de la casa.

Observé las hojas de arriba a abajo y de abajo a arriba. Eran más que unas simples reglas: eran un manual de organización. Contra lo que yo había entendido del tema, no sólo se exponían claramente las normas para los niños sino que se mencionaban también abiertamente los lineamientos de los padres.

Me llamó la atención que a los «enojados» se les concedía una hora de indiferencia y rebelión, pero pasado ese tiempo se les exigía buscar hacer las «paces». También en esta curiosa normatividad para las desavenencias reparé en que ni aún a los padres se les permitía agregar o invalidar reglas mientras estuviesen enfadados. No pude dejar de observar, asimismo, que la pequeña Ivette tenía más libertades pero también mayores responsabilidades que su hermano menor.

Me hallaba enfrascado en esas meditaciones cuando cierta frase mencionada por el expositor me hizo volver a la realidad con una vehemencia similar a la que debe sentir una persona dormida sobre la que se vuelca una cubeta de agua fría:

—¿Gusta sentarse, doctor Hernández?

Mi padre se hallaba de pie apoyado ligeramente en el marco de la puerta. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

—No, gracias —dijo notablemente repuesto, pero sin dejar de ostentar un aspecto desagradable, ahora con el cabello mojado y el traje sucio.

—Ya me voy. Aunque antes quisiera hacerle una pregunta.

—La que quiera.

—Al existir las reglas deberá castigarse al infractor, ¿no es cierto?

—Invariablemente.

—¿Y usted cree que es bueno dar una paliza de vez en cuando?

Me llevé las manos a la cabeza. Dios mío, ¿por qué preguntaba eso? Papá nunca había sido muy afecto a golpearnos. Sin embargo, pude dilucidar que en la noche pasada los acontecimientos en mi casa no habían ocurrido de forma usual.

De cualquier modo, tenía la sensación de que muy pronto me enteraría de todo, pero también la tenía de que desgraciadamente no me gustaría.