CAPÍTULO 7

—Parece que tu regreso a casa ha traído consigo algunos nubarrones más que el de la tormenta de esta tarde.

Xander miró a su interlocutor e hizo una mueca. Había aceptado reunirse esa noche para cenar con el doctor y su esposa, Noah había insistido en que lo hiciese y dejase a un lado el pensamiento de esa inesperada aparición, pero había sido incapaz de hacerlo. Desde que Abby había aparecido en su presente, su pasado parecía hacerse todavía más oscuro e incierto.

La manera en que esa muchacha había reaccionado al verle, el obvio reconocimiento y el horror que había visto en sus ojos cuando le dijo que no la reconocía seguían persiguiéndole.

—Me encontré con alguien que pertenece a mi pasado.

O eso era lo que creía, ya que la chica se había negado a decirle una sola palabra, su necesidad de huir había sido tan grande como la pena e impotencia que vio en sus ojos.

El encuentro había sido del todo inesperado, por más que lo intentaba era incapaz de recordarla y, a pesar de ello, no podía negar que su presencia había removido una enorme cantidad de cosas en su interior, empezando por su cuerpo y terminando con su alma.

Era un hombre y tenía necesidades, pero sus esporádicos encuentros sexuales no tenían nada que ver con lo que esa desconocida encendía en él con tan solo su presencia.

—¿Ah sí? —se interesó el doctor—. Eso es una buena señal. Quizá pueda ayudarte a esclarecer esos años perdidos.

Se frotó la nuca y resopló.

—Dudo mucho que esa mujer esté dispuesta a hacer algo más que desaparecer tan rápidamente como ha llegado.

El hombre lo miró con interés.

—¿Una mujer?

Asintió.

—Abigail.

—¿Abigail qué?

Hizo una mueca al comprender que ni siquiera había preguntado su apellido.

—Solo Abigail —resopló—. Bajita, pelo castaño claro, ojos claros…

Los labios del médico se curvaron en una mueca similar a la suya.

—Ese podría ser el retrato de la mitad de la población femenina del condado.

—¿Abigail, has dicho?

Ambos se giraron al escuchar la voz de la mujer del doctor, quién venía secándose las manos en el delantal.

—¿Te suena el nombre, querida?

Los rosados y llenos labios se curvaron de manera pensativa.

—Esta tarde, en la tienda de Betty, Jessica hizo un comentario sobre la llegada de Alexander —comentó la mujer al tiempo que le miraba con cariño—. Es un pueblo pequeño, ya sabes que las novedades vuelan, especialmente cuando se trata de la vuelta a casa de un hijo pródigo.

Puso los ojos en blanco.

—No me consideraría tal cosa —replicó con suavidad—. Mi tiempo aquí es limitado, tengo que volver a la ciudad antes del viernes, tengo negocios que atender.

—Sí, sí, por ello me hace muy feliz que aceptases venir a cenar esta noche con nosotros —aseguró la mujer con la misma jovialidad y cariño que recordaba. Siempre había sido una dama hogareña, buena amiga de su madre. El verla, le recordaba un poco a ella—. El caso es que también estaba la abuela de Lucy, ¿la recuerdas, Harris?

El doctor asintió.

—Cómo olvidarla —dejó escapar un resoplido—. Creo que todo el pueblo llevamos sus gritos atravesados en los oídos.

Xander miró de uno a otro sin comprender.

—La señora Smith sufre de esquizofrenia —le aclaró rápidamente—. Cuando tiene alguna crisis, pega unos gritos que se escuchan al otro lado del valle.

Sacudió la cabeza.

—¿Y qué tiene que ver ella con…?

Elaine lo interrumpió.

—Cuando oyó tu nombre empezó uno de sus conocidos monólogos —prosiguió la mujer—, y creo recordar que, entre toda esa verborrea que soltó y a la que no le hicimos demasiado caso, pronunció el nombre de Abigail.

—Eso puede ser sencillamente una coincidencia —comentó su marido.

Su mujer chasqueó la lengua.

—Es posible, pero me quedé escuchándola un momento y me pareció bastante coherente mientras hacía mención al desgraciado accidente de Emma y Lois —continuó ella—. También comentó que tras el funeral, Alexander se había marchado solo para regresar después con una señorita de ciudad.

—¿Señorita de ciudad? —sonrió de medio lado ante la elección de palabras la cual solo podía hacer referencia a su esposa—. A Merry le habría gustado escucharse llamar así.

La mano femenina se posó sobre su brazo en un mudo gesto de consuelo.

—Eso es lo que me llamó la atención, la abuela Smith mencionó a una tal Abigail —explicó—, creo que dijo algo así como: “esa señorita de ciudad y con un nombre como Abigail, perfecto para enterrar los tacones en el barro del rancho Crossroad”.

Frunció el ceño. Abby parecía conocer perfectamente la casa cuando salió de la habitación y la recorrió con rapidez dirigiéndose hacia la puerta. No había vacilado y, por otra parte, estaba claro que le conocía, de hecho, apostaría lo que fuese a que había existido algo entre los dos. La pregunta era, ¿qué?

¿Había sido una antigua novia? ¿Un amor de juventud o una simple muchachita enamorada de él?

Merry le diría ahora mismo, si pudiese escucharle, que volviese a embotellar su ego. Pero a lo largo de los últimos años había visto como le miraban las mujeres, como lo devoraban con la mirada y esta, en particular, no le había mirado de esa manera, por el contrario, casi parecía haber presenciado un milagro al verle.

—¿Y esa inesperada visita tuya no te dijo de dónde te conocía? —preguntó ahora Harris retomando el hilo de la conversación desde el punto de partida.

Negó con la cabeza.

—Parecía bastante sorprendida de verme con vida —declaró recordando las propias palabras de la chica.

Aquello era algo que también lo había dejado pensativo. Ella había parecido creer que estaba muerto o, al menos, que había desaparecido de alguna manera.

—¿Es posible que supiese del accidente ese en el que resultaste herido? —comentó Elaine—. Recuerdo que había salido en las noticias, hubo varios muertos.

Sí, el accidente había sido portada de periódicos y se habían hecho eco algunas cadenas de televisión, pero no se habían dado los nombres de los heridos por seguridad.

—Tendría que haber sabido que tú estarías allí —añadió Harris con gesto pensativo—. Ocurrió en una estación de tren, ¿no?

Asintió.

Sí, en una de las estaciones de tren de la ciudad, una a la que no sabía cómo había llegado ni porqué estaba allí cuando sucedió todo aquello.

¿Podía saberlo ella? ¿Podía arrojar un poco de luz a la oscuridad que formaban esos cuatro años desaparecidos de su mente?

—Deberías ir a hacerle una visita a Lucy y ver si la abuela Smith te reconoce —sugirió la mujer—. Ella conocía bien a tus padres, quizá te recuerde todavía y pueda arrojar algo de luz sobre todo este misterio.

Podía ser una posibilidad, un hilo del que sacar algo de luz a su oscurecido pasado.

Asintió y la miró.

—Lo haré antes de volver a casa —declaró. Necesitaba respuestas, especialmente después de la aparición de esa mujer.

—Bien —aceptó satisfecha—. Pero ahora, id a lavaros las manos y venid a la mesa. La cena ya está lista.

—Y esa es la manera que tiene una mujer de decirle a un hombre que deje de perder el tiempo y se ponga manos a la hora —se rio su marido.

Él sonrió a su vez y asintió.

Ya habría tiempo para pensar en todo lo demás y descubrir quién era esa inesperada mujer que había aparecido de pronto en su vida.

Algo le decía que era importante que la recordase, quizá, lo más importante de esos perdidos cuatro años.