CAPÍTULO 3

El pueblo no había cambiado ni un ápice en los últimos años pensó Xander mientras observaba los alrededores. La tranquilidad y sencillez que lo caracterizaba seguía presente en sus calles, en las hogareñas construcciones, en los cuidados jardines y en cada pequeño detalle que cobraba vida en su mente nada más encontrarse con él.

Esbozó una irónica sonrisa al reconocer cada uno de los edificios y saber exactamente quién los habitaba o la función que habían tenido y, en algunos casos, todavía tenían.

La barbería seguía en el mismo sitio de siempre, con la eterna lámpara en forma de torno rojo, blanco y azul que había visto tantas veces al pasar por la acera. Un par de casas más allá se encontraba la principal tienda del pueblo, con la propietaria más cotilla que existía; su madre había comentado muchas veces lo lenguaraz que era la mujer.

—La señorita Evans —recordó el nombre exacto.

No dejaba de resultar irónico que recordase centímetro a centímetro aquella parte del país y fuese al mismo tiempo incapaz de recordar nada posterior al entierro de sus padres.

Dejó escapar un profundo suspiro y emprendió el camino que llevaba al cementerio, aunque no lo hubiese admitido abiertamente, se sentía algo culpable por haberse ausentado tanto tiempo y no haber vuelto a presentar sus respectos. La intranquilidad era, además, su nueva mejor amiga. No estaba seguro de si se debía al regreso al hogar o a algo más, pero desde el momento en que había aparcado el coche, no se sentía dueño de sí mismo.

—Caramba, esta sí que es toda una novedad en el pueblo.

Se giró al escuchar el jovial y ronco comentario y no pudo menos que sonreír al reconocer al propietario de tal vozarrón.

—Xander Ward nada más y nada menos —continuó el hombre tendiéndole inmediatamente la mano—. Ha pasado algún tiempo desde que te dejaste ver.

—Señor Higgins —correspondió a su saludo, recordando perfectamente al buen doctor, quién había sido íntimo amigo de su padre—, no pasan los años por usted, está como siempre.

El hombre asintió agradecido con su respuesta y se tomó unos momentos para hacer vida social.

—¿Qué tal has estado, hijo? —se interesó, su voz bajando de tono al continuar—. Me enteré de lo ocurrido con tu esposa, lo lamento mucho.

—Gracias —aceptó con sencillez—. Fue duro, pero la vida sigue y me han recordado que tengo propiedades de las que ocuparme.

Ese hombre había sido una de las pocas personas que había asistido al entierro de sus padres, desgraciadamente también había pasado los últimos cuatro años fuera del país, lo que impedía que pudiese echar un poco de luz sobre lo ocurrido en ese lapsus de tiempo que se había esfumado tras el accidente.

—Entiendo —comentó el hombre con ese gesto tan conocido para él—, supongo entonces que te veré durante algunos días por aquí.

Asintió.

—Al menos durante esta semana —aceptó. Sería lo que le llevaría pactar con la propiedad y decidir qué hacer con ella.

—Bien, bien —aceptó complacido—, en ese caso tienes que venir a cenar un día, a Mona le encantará verte.

Agradeció la invitación sin comprometerse a nada, lo último que le apetecía era hacer vida social.

Cuando llegó a la pequeña iglesia que presidía el área del cementerio, el cielo se había encapotado, el aroma a humedad bailaba en el ambiente a pesar del cielo despejado, el calor pegajoso solo podía traer consigo una de las típicas tormentas estacionales de la zona. De un momento a otro el cielo se cubría por completo y caería un aguacero empapándolo todo, solo para volver a despejarse de inmediato.

Hizo una mueca, no le gustaba demasiado la lluvia. Había perdido la cuenta de las veces que Merry se burlaba de él por ello, especialmente por haber elegido un lugar de residencia dónde la humedad era parte permanente del clima.

—Ojalá estuvieses aquí ahora, Merry —murmuró echándola cada vez más de menos. Sin ella volvía a sentirse perdido y solo, tanto como lo había estado al despertar en aquella cama de hospital.

Hizo a un lado los aciagos pensamientos y reunió todas las fuerzas que le quedaban para adentrarse en el cementerio y reencontrarse con esa parte de su pasado que, si bien recordaba, hubiese preferido que se mantuviese también en el olvido.