CAPÍTULO 11

CUANDO abrí los ojos, brillaba el sol. Me bajé de la cama y fui a sacar ropa limpia del armario. Me vestí con mis pantalones favoritos, unos vaqueros azules con los parches de Mickey pegados en los bolsillos traseros. Mi abuela me los puso ahí para disimular los agujeros que me hice cuando los desgarre al subir a un árbol. Mi mamá no sabía y ella me guardó mi secretito.

Luego me puse una camiseta rosa y una sudadera azul celeste. Quería estar muy bonita para mi Dani. Tomé el peine y salí de mi habitación. Llevaba muchos días sin ir a la escuela, era el principio de las vacaciones de verano. Me gustaba mucho porque así podía pasarme los días con Daniel. Fui y llamé a la habitación de mi tía Ashley. Siempre me peinaba ella por las mañanas, me gustaba mucho.

—Entra, princesa.

Con esfuerzo giré el pomo y entré. Mi tía me recibió con su sonrisa de siempre y me señaló que me sentara a su lado. Estaba delante del tocador.

Fui y le di un gran beso. Olía siempre muy bien, como a rosas. Yo soñaba que cuando fuera mayor como ella sería igual de linda. Empezó a pasar el peine por mi cabello con suavidad.

—Estás muy callada esta mañana —me dijo ella.

La miré en el espejo.

—Mamá sigue triste y no quiere decirme por qué. Ella siempre me responde que son cosas de mayores.

—Tú mama está muy sensible con tu hermanito o hermanita a punto de nacer. A veces esta triste y grita y a veces feliz y ríe sin parar. Es algo que todas las mamás experimentan cuando esperan a sus bebés.

—¿También le pasó eso conmigo, tía Ashley?

Ella frunció la boca.

—Por supuesto.

Y no dijo nada más. Me hizo una coleta y así mi pelo no caería en mi cara siempre, eso me molestaba bastante.

—¿Qué te parece si vamos a despertar a tu tío oso? —me preguntó ella.

Miré los bultos que se distinguían en su enorme cama. Me bajé del regazo de mi tía y me acerqué hasta allí. Me subí a la cama y me puse a reír con mis manos delante de mi boca.

—Mira, el tío oso está babeando, otra vez.

Mi tío Thomas estaba boca arriba, roncaba como siempre. Su boca estaba muy abierta y por un lado bajaba un hilo mojado.

—Seguro que tu primo duerme igual que él.

Me bajé de la cama y fui a ver a Christopher. Estaba tan mono con su pijama azul y con dibujos de osos marrones. Babeaba con la boca abierta, igual que su papá. Me reí con mi tía. Eso le despertó y nos miró a ambas.

—Hola, mi dormilón —le dijo mi tía a Christopher.

Yo miré como lo cogía en brazos. Le dio varios besos por toda la cara, parecía que se lo iba a comer. Me subí las mangas y salté a la cama, busqué una apertura para hacerle cosquillas a mi tío entre las sábanas. Hundí mis dedos en su barriga y retorcí mis dedos.

—¡Al ataque! Cosquillas para mi tío oso —grité bien fuerte.

Mi tío se retorció y me atrapó con su enorme brazo, caí de culo en la cama.

—¿Escuché cosquillas y ataque? ¡Ayleen, me lo vas a pagar!

Y empezó a hacerme cosquillas a mí. Me reía tanto que casi no podía respirar.

—¡Para tío! Por favor..., ¡para! —le suplicaba yo.

—Oh, ahora me pides clemencia.

Él reía también. Cuando no pude más, decidí recurrir a mi arma secreta.

—Tío, por favor, para o...

—¿O qué?

Ahora me hacía cosquillas en los pies.

—¡O te vomitaré encima de tanto reír! —chillé entre risas.

Mi tío me soltó y se alejó de mí. Me vi liberada de su ataque de cosquillas vengadoras. Cuando pude volver a respirar bien me levanté de la cama. Mi tío me miraba como si yo fuera un extraterrestre.

—Uno no se lo puede pasar bien un rato sin recibir a cambio babas, pis en la cara de su hijo o vómitos —se quejó él.

—Thomas, te advertí que no era bueno hacerle cosquillas a Christopher después de haberle dado el biberón. Te lo señalé, si te vomitó encima es tu culpa.

Mira que a veces me pregunto quién de los dos es más niño. Mi tío puso carita del gato con botas otra vez. Esa que pone el gato para dar penita en la película de Shrek. Y mi tía no se resistió, claro. Lo besó en la boca. Me di la vuelta riendo.

—Me voy a desayunar.

Mi tío me dijo una vez que exploraba la boca de la tía Ashley, aunque por lo que yo sé él no era doctor ni nada, pero le gustaba hacer eso. De verdad que a veces no comprendía a los mayores.

Bajé a la cocina y saqué la leche de la nevera y luego me subí a la silla para llegar a coger los cereales de la estantería. Era raro, pero mi abuela no estaba aquí. Normalmente siempre me preparaba ella mi desayuno aunque no la necesitaba realmente. Ya era mayor.

Sabía que me escondían algo. Y algo muy grave, porque pillé a mi tía Ann llorando muchas veces y ella me decía que era cosas de mayores. Luego mi papá estaba preocupado por mi mamá y su barriga enorme, se quejaba que no se veía los pies y luego se ponía a llorar.

Mi abuelo Cedric estaba entrando y saliendo muchas veces de su habitación y le dijo algo que por lo visto no le gustó a nadie. Reposo absoluto, ordenó él. No sé qué era eso pero desde entonces mi mamá no se levantaba casi nunca de la cama.

Mientras comía, mi tía Ann entró a la cocina. Se sentó frente a mí y me miró con desaprobación.

—Ayleen, esa camiseta no va a conjunto con tu chaqueta. Jamás se debe mezclar el rosa y el azul —me regañó ella.

—Eso no importa, me gusta así.

—Eres igual de tozuda que tu madre.

La observé mientras me bebí la leche. Normalmente cuando yo no me vestía bien, como ella decía, iba por ropa del mismo color o conjunto que llevaba yo, y siempre acabamos discutiendo. Pero hoy no. Mi tía estaba preocupada.

—¿Tía, qué te pasa?

Ella suspiró como si fuera a llorar. Me entró pena.

—Cosas de mayores.

Me levanté de mi silla y fui a ella. Posé mis manos en sus mofletes. La miré como miraba el tío Thomas a la tía Ashley antes. Mirada de «gato con botas».

—¡Oh, Ayleen, no me mires así o lloraré!

—Entonces dime qué te pasa, tía. Por favor. Déjame intentar ayudarte.

—Vale. Tengo que darle una noticia a tío Jeffrey y no sé como decírselo.

—Díselo y ya. No te va a comer.

—Si fuera tan fácil.

—¿Le has quitado la tarjeta de crédito otra vez?

—No. Ojalá fuera eso.

Miré a mi tía a los ojos. Estaba muy triste. Pero por qué todo el mundo está tan raro, los únicos que siguen siempre sonrientes son mis tíos Barbie y Oso.

Pasé mis brazos por el cuello de mi tía y le di un gran beso.

—Tía, no te preocupes, seguro que no se enfadará contigo. Te quiere mucho, eres su... eeh, él dice «su mitad.»

—Somos uno, sí. Al igual que tú y... Oh, tengo que ir a ver a tu tío.

Se levantó tan rápido que casi deja caer la silla. A veces creo que a mi tía Ann le falta un tornillo. Lo había escuchado de Dani.

Dejé el bol en el fregadero y salí de casa. Rodeé la casa como todos los días lo hacía, me detuve delante de la tienda de campaña de Dani.

Él dormía ahí desde hacía muchos, muchos días. Me contó que así podríamos vernos más temprano y así pasar más ratos juntos. A veces la asistente social, venía a visitarlo. Lo miraba desconcertada, y luego se iba. Daniel me dijo que ella le pidió que me llevara a vivir con él, pero le respondió que no y que él se venía a vivir a nuestro jardín. Mamá no le regañó.

Mi mamá no me dejaba dormir ahí, pero yo a veces por las noches cuando tengo pesadillas salgo en su búsqueda. Solo mi Dani podía hacer que se fueran los malos sueños. Me dormía entre sus brazos y luego a la mañana siguiente me despertaba en mi cama.

—Dani. ¿Estás despierto?

No me respondió. Miré dentro de la tienda y no estaba.

—Estoy aquí.

Cuando oí la voz de él, me giré. No estaba vestido como siempre.

—¿Por qué llevas un vestido de mujer?

—No es de mujer. Es un vestido de ceremonias de los jefes Cheyenne. Vengo de hablar con los espíritus y pedir consejo.

Traía una cesta grande en la mano y la dejó en el suelo delante de mí. Traía una tapa que no me permitía ver lo que había dentro.

—Es para ti. Es un regalo.

—¿Qué es?

—Ábrelo y lo descubrirás.

Me arrodillé delante de la cesta y levanté la tapa. No vi nada dentro.

—No hay nada.

—Mira bien.

Volví a mirar casi entrando la cabeza entera en la cesta cuando algo pegajoso me mojó la cara. Saqué la cabeza de sopetón y miré a mi Dani sin entender qué fue eso.

—Algo me a chupado la cara.

Él rió y metió sus grandes manos en la cesta. Sacó una bola blanca con un botón negro y dos ojos. Un lloriqueo salió de esa cosa y chillé de felicidad.

—Me has regalo un perro, que bonito es.

Me dio el perrito y empezó a lamerme la cara, me hacía cosquillas y reí.

—Se llama Nube Roja, es un lobo. Significa fuego sagrado. Es tu guardián —me dijo él.

—¡¿Un lobo?! ¿Estás loco, Dan? —le gritó mi mamá.

Los dos nos giramos al mismo tiempo. Mi mamá está muy enfadada otra vez. Cuando Daniel estaba cerca siempre le gritaba, no sé por qué.

—Sé lo que me hago, Alison. Deberías estar descansando...

—¡No quiero que le regales a mi hija un lobo!

—Mami, mira qué bonito es.

Levanté el bebé lobo en alto para que lo viera mejor.

—Ayleen, entra en casa, ahora.

—Pero mami...

—Nada de pero, ahora. Y devuélvele esa cosa peluda a Daniel.

Miré a mi mamá con ojos tristes. Ella empezó a caminar como un pato con su enorme vientre.

Pobre mi hermanito o hermanita, seguro que le entrará ganas de vomitar de tanto balanceo.Pensé.

Le di el lobezno a Dani y me fui corriendo, pero no a casa, me escondí atrás de unos arbustos, me agaché para que no me vieran. Quería saber por qué mamá estaba tan enfada y qué eran esas cosas de mayores.

—Daniel, te lo vuelvo a repetir. No quiero que le regales a mi hija un lobo.

—No seas mezquina ¿quieres? Solo es un lobezno.

—Que luego se hará más grande que ella y podría atacarla.

—Nube Roja nunca hará eso, es su guardián. Sabes lo que significa esa palabra ¿Verdad?

—Sí. Y por eso es que no lo quiero.

Observé como Dani se llevó las manos a la cabeza y parecía que iba a llorar y yo con él de verlo así.

—Alison... ¿Por qué me haces esto? Voy a pasar los próximos no sé cuántos años solo y sin la más remota idea de cómo estará ella. Tú tienes tu guardián y ella también, es así que deben ser las cosas y lo sabes.

—No, no será así. No volveremos y no la volverás a ver nunca más.

—No podrás impedir que pase, es mi vida y la suya. Ella volverá a mí. Es el destino.

No comprendía nada. ¿De qué hablaban? Cosas de mayores eran cosas que a veces son muy complicadas comprender. Suspiré y seguí escuchando.

—Por mucho de que seáis almas gemelas, esto no está bien. ¡Es un bebé! No podéis estar juntos de esta manera en el futuro... es imposible.

—Lo que te da miedo es que vayas a ser mi suegra y serás mucho más vieja que yo. ¡Pues claro! —Dani se burló de mi mamá.

—¡Idiota! No es por eso.

Mi mamá puso los brazos apoyados y cruzados sobre sus pechos. Oh, oh. Malo. Ahora si esta cabreada. Dani sacó algo del bolsillo de su vestido y se lo dio a mamá. Desde aquí no vi qué era.

—Aquí está lo que necesitas para el viaje. Devuélveselo a tu marido.

—Nube Gris me dijo que no era imposible volver a viajar al pasado. ¿Por qué ahora si se puede?

—Eso es porque él ya no podía hacer ningún viaje de vuelta contigo, solo le alcanzaba el poder para él mismo y con tu medallón encajado en su bastón. El hecho de ser yo el jefe de los Cheyenne me otorga ahora todo ese poder. Los espíritus están de mi lado en esto.

Seguía escuchando y no entendía mucho, la verdad. Miré como el bebé lobo se retorcía en los brazos de Dani. Lo dejó en el suelo y él hizo pipi. Me entraron ganas de reír. Luego olfateó el suelo. ¿A qué olería? Pegué mi nariz en el suelo y olí también. Tierra y hierba. Solo eso. Miré al bebé lobo y él caminaba con su nariz pegada al suelo, luego empezó a correr en mi dirección. Vaya, si venía y Dani lo buscaba me iba a encontrar. Retrocedí deprisa para salir de mi escondite e irme de allí cuando me topé con algo. Levanté la cabeza y vi a papá mirarme desde arriba.

—Hola, papi.

—Ayleen, ¿estabas escuchando escondida ahí?

A mi papá no se le podía esconder nada nunca.

—Sí.

Me levanté del suelo y me sacudí la tierra de los pantalones.

—Sabes que no me gusta que hagas eso.

—Perdón, papá.

Papá me tomó de la mano y me llevó adentro. Nube Roja me seguía lloriqueando. Me paré y lo tomé en mis brazos. Papá bajó su mano y acarició la cabeza de mi bebé lobo.

—Hola, pequeño. Me alegra conocerte por fin.

Miré a mi papá sorprendida.

—¿Cómo sabes su nombre? Y ¿quién te habló de mi lobita? Y ¿Cómo sabías que Dani me lo iba a regalar?

—Tu tía Ann.

No me hacía falta saber más. Mi tía Ann lo sabía siempre todo. Nos fuimos a sentar en los escalones de la entrada. El bebé lobo se hizo una bolita en mis brazos y se durmió. Pasé una mano con cuidado para no despertarlo por su pelaje tan suave. Parecía algodón.

Miré a mi papá. Tenía que decirle que yo sabía todo.

—¿Por qué mami esta siempre enfadada con Dani?

—No lo está, realmente. Es que las cosas no están pasando como ella quiere, a veces el futuro nos da unas sorpresas inesperadas y ella solo le hace falta tiempo para poder aceptarlo.

—Oh. Quiero decirle algo a mami pero no quiero porque ella está muy triste siempre.

—Dímelo a mí.

—Está bien, papi. Sé que nos vamos a ir muy pronto.

Papá me miró con curiosidad.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Nadie. Sueño con eso desde hace muchas noches. La gente que veo en las pesadillas me dicen que nos vamos a ir los cuatro por mucho tiempo y que, ahí en donde vamos, Dani no puede venir. Por eso muchas veces me despierto llorando, papi.

—¿Quién son los cuatro?

—Pues, yo, tú, mami y mi hermanita, claro.

—¿Y esa gente que ves en tus pesadillas quiénes son?

—Se parecen a Dani. Tienen el pelo largo y negro. Y también llevan vestidos de mujer.

—Cheyenne. Son como los de la tribu.

—Sí. Pero no lo he visto nunca despierta, solo en mis sueños.

Mi papá se quedó pensando y me miraba. Luego me dio un beso en la frente.

—Tengo que ir a hablar con tu tía Ann.

—Vale, papi.

Mi papá se fue y yo me quedé mirando a mi lobito. Aunque yo era pequeña, sabía muy bien que nos íbamos a ir muy pronto. Mi mamá piensa que no lo sé y no sabe como decírmelo y Dan esta triste porque va a estar muchos años sin verme. También estaré triste pero no se puede hacer otra cosa. Lo echaré mucho de menos pero cuando vuelva a verle yo ya seré mayor y podré casarme con él. Sonreí pensando en que él me estará esperando.

¿Cómo seré yo de mayor? Espero ser igual de guapa que mi mamá y mis tías.