CAPÍTULO 9
TRES meses más tarde.
Me desperté al amanecer. Era otra vez ese sentimiento de que todo era demasiado perfecto, que me molestaba. Giré mi cabeza para mirar a Noah. Dormía tranquilamente. Suspiré inquieta.
Algo me decía dentro de mí que esto no iba a durar... desde la boda o exactamente desde que volvimos de la luna de miel, tenía ese extraño presentimiento. ¿Por qué? no lo sabía y eso me incomodaba. Decidí levantarme para no molestar a mi marido. Me levanté con lentitud de la cama, pasé un albornoz que até a mi redondeado vientre.
Estaba totalmente desvelada. Salí de la habitación cerrando la puerta tras de mí sin hacer ruido. Caminé por el pasillo para ir a la cocina, un vaso de leche caliente se imponía, cuando escuché algo que me hizo pararme delante de la habitación de mi hija. Era un sollozo ahogado.
Me entró miedo y mi pulso se aceleró de golpe. Entré al cuarto de mi hija y me la encontré sentada en su cama con la cara bañada de lágrimas.
—¡Ayleen! —exclamé asustada de verla llorar.
Ella levantó la cara a verme y extendió sus brazos hacia mí.
—Mami... —balbuceó.
Fui con ella y me senté a su lado, encendí la lamparita de su mesita de noche. Ella se arrojó a mi cuello por un lado de mi vientre, sin apoyarse para no hacerme daño. Acunó su cabeza en mi cuello. Lloraba mucho, seguramente tuvo un mal sueño.
—Tranquila cariño, ya pasó. Sólo fue una pesadilla —le susurré al oído, reconfortándola.
—No... mami... no lo fue. Me va a abandonar... —dijo entre sollozos.
La mecí para tranquilizarla. Su pequeño cuerpo temblaba, con una mano alcancé la manta para envolverla con ella. Lejos de tranquilizarse lloró aun más fuerte. Me asusté.
—¡Ya, mi niña! ya pasó, sólo fue un mal sueño...
—¡No! sé que no... Mami. Impídelo. Por favor... que no lo haga —me rogó ella.
Su lamento fue tan desgarrador que gemí de ver que sufría tanto. La abracé más fuerte.
¿Qué habría soñado para que se asustara tanto? Dios... iba a matar a Thomas por hacerle ver películas de terror.
—¿Alison, qué ocurre? —preguntó Noah entrando al cuarto. Rápidamente se acercó a nosotras. Al ver a nuestra hija tan desesperada abrió los ojos como platos. Le di una mirada inquieta.
—Una pesadilla —afirmé con angustia.
—No quiero que eso pase... ¡No quiero! —exclamó la niña entre sollozos. Su voz se quebró.
—Noah...
No pude formular mi frase, estaba demasiada nerviosa. ¿Qué le ocurría a mi niña? ¿Estaría enferma?
Rápidamente puse mi mano en su frente y constaté que su temperatura era normal.
—Ayleen, tranquila cariño —murmuraba su padre acariciando su pelo.
Ayleen se giró hacia él y le tendió los brazos. Él la cogió y levantó en brazos para acunarla contra su pecho. Miré impotente como mi hija lloraba por algo que no sabía qué era.
—Papi... no dejes que pase... por favor.
—¿El qué cariño? —preguntó él.
—Dani... ¡se va a ir muy lejos de mí! —dijo ella entre lloriqueos.
Noah me dio una mirada insegura.
—Nadie se va a ir, hija —afirmó con calma.
Al cabo de rato de hablar con ella y tranquilizarla un poco, nos dirigimos los tres a la planta baja. Noah fue al salón con la niña en brazos mientras fui a la cocina a calentar leche.
¿Mi hija había soñado que Daniel la abandonaba? Eso era descabellado, él estaba tan pendiente de ella como ella de él. Era absurdo. En estos tres meses pasados, todo fue de lujo. Se llevaban de maravilla. Había algo más, estaba segura.
Cuando serví la leche en las tazas, Ann asomaba por la puerta con los ojos hinchados y rojos. Era como si hubiera estado llorando largo rato.
—Ann, ¿estás bien? —le pregunté.
—Eh... yo... van a llamar a la puerta. Es Daniel —anunció, desviando la mirada.
Y sonó el timbre en ese momento. Ella se dio la vuelta para ir a abrir. Me quedé tan sorprendida de su respuesta que no contesté nada. ¿Qué es lo que estaba pasando aquí? me pregunté.
Salí de la cocina y me quedé paralizada al ver como Daniel miraba a Ann con una expresión de sufrimiento en el rostro. No se habían percatado de mi presencia.
—¿Estás segura? —le preguntó Daniel a Ann con la voz temblando.
—Totalmente.
Observé como Daniel levantó ambas manos y apretando mechones de su pelo en sus dedos. Pareció que le respuesta de Ann no fue la esperada para él. Me moría de curiosidad de saber qué era lo que pasaba.
—¿Cuándo ocurrirá eso?
—Creo que es... antes del final del verano.
—Tan pronto...—se lamentó él.
—Lo siento mucho, Daniel. Irremediablemente la familia se verá...separada.
Eso era lo que no me dejaba tranquila en estas últimas semanas. Ann lo sabía, Daniel también y por lo visto mi hija tenía pesadilla con eso. Mi mal presentimiento se estaba cumpliendo muy a mi pesar.
Como en cámara lenta, la bandeja con las tazas se me escapó de las manos para ir a estamparse contra el suelo en un ruido escandaloso.
—¡Oh, no, Alisonnos ha oído! —exclamó Ann con angustia.
—No... no... ¡NO! —grité angustiada, me llevé una mano a mi vientre.
Un dolor me atravesó de lado a lado. Eso me hizo tambalearme y me agarré al marco de la puerta.
—Noah —dije con los dientes apretados.
Las lágrimas salieron de mis ojos. Fui consiente de como Ann salió disparada y Daniel acudió hasta mí rápidamente. Traía la cara tan blanca que asustaba.
—¿Es el bebé? —preguntó con nerviosismo.
Antes de que pudiera responder nada, otro dolor me volvió a atravesar. Esta vez me agarré el vientre a dos manos, cerré los ojos con fuerza. Me sentí caer hacia delante pero no llegué a tocar el suelo. Dos fuertes brazos me atraparon.
—¡Alison!
Escuché como mi marido gritaba mi nombre pero no pude contestar. Otro dolor vino mucho más fuerte que el anterior y no pude reprimir el grito de dolor. Tenía la respiración entrecortada. Solo alcancé a decir una cosa antes de desmayarme.
—Por favor queviva.
Las últimas palabras que oí fueron:
—Alison, estoy aquí.
Mientras iba a la deriva, soñé que sostenía al bebé contra mi pecho.
Vive, por favor, vive.Pedí con todas mis fuerzas.
Todo se hizo oscuro y el diminuto bebé desapareció. Quise agarrarlo para aferrarle a mí pero mis manos se encontraron con la nada.
Abrí los ojos, jadeando de angustia. Las luces brillantes que tenía encima de la cabeza me deslumbraban.
Bajé la vista a mis brazos vacíos pero se toparon con mi redondeado vientre. Suspiré de puro alivio al verle ahí.
Luego, busqué con la mirada a Noah. Estaba en una habitación demasiada conocida de paredes blancas. Las persianas bajadas cubrían la pared que tenía al lado.
Un molesto pitido sonaba desde algún lugar cercano.
Unos tubos traslúcidos se enroscaban alrededor de mi mano derecha y debajo de la nariz tenía uno de oxígeno. Alcé la mano para quitármelo, me incomodaba mucho.
—No lo hagas.
Unos dedos me atraparon la mano.
—¿Noah?
Ladeé levemente la cabeza y me encontré con su rostro a escasos centímetros del mío. Reposaba el mentón sobre el extremo de mi almohada. Comprendí que había pasado mucho miedo al verlo a los ojos. Estaba tenso y me miraba con mucha preocupación.
—¡Ay, Noah! ¿¡El bebé está, está...!?
—Shhh... —me acalló. —Está muy bien y tú también.
—¿Qué sucedió?
No conseguía recordarlo con claridad, y mi mente parecía resistirse cada vez que intentaba rememorarlo.
—Tuviste contracciones, y luego te desmayaste. Creí que no llegaríamos a tiempo al hospital —susurró con voz atormentada.
Levanté la mano izquierda y le acaricié la mejilla. Observé como unas lágrimas se escaparon de sus ojos, inmediatamente él enterró el rostro en la almohada. Se me rompió el corazón de verlo así. Comprendía muy bien su dolor. Como pude lo atraje a mi lado, y apoyó la cabeza en mi pecho. Lo rodeé con el brazo izquierdo, consolándolo, susurrándole palabras de amor al oído. Se relajó y su respiración se acompaso a la mía. Deduje que se había quedado dormido.
Me quedé pensando en lo que había pasado y los recuerdos volvieron. Mi hija llorando, Ann que me ocultaba algo y luego Dan que llegaba al improvisto... y la próxima separación de la familia. ¡Las contracciones!
El pitido de la maquina empezó a volverse loco y Noah levantó la cabeza con inquietud y buscó mi mirada.
—Estoy bien.
No lo engañé, me conocía a la perfección.
—¿Qué es lo que va mal? —preguntó.
Desvíe la mirada y mis ojos se toparon con la máquina de ecografía junto a la puerta. Era una de esas máquinas sobre ruedas.
—Nada. Solo que... ¿acercarías ese aparato a mí, por favor? —le pedí.
Se levantó y fue por ella, la dejó en el lado de la cama. Bajé la sábana hasta las caderas y levanté el camisón rasposo hasta debajo de mis pechos. Luego le señalé a Noah la botella de gel traslucida en un lado de la máquina. Me la dio y vertí el gel y lo extendí por el vientre. Estaba frío, pero no dije nada.
Levanté la mano izquierda y encendí la pequeña pantalla. Luego tecleé como pude los datos adecuados.
Ya estaba listo para hacerme la ecografía. Tomé aire. Miré a mi marido a los ojos. Adivinó mis intenciones y esperaba como yo a ver la imagen en 3D.
—Noah, voy a hacerme la ecografía, sé que me has dicho que el bebé está bien y supongo que ya me habrán hecho esta prueba, pero necesito verlo por mí misma —expliqué.
Observé cómo sus ojos se pusieron a brillar. Tragó saliva y se acercó a mí, se inclinó hasta quedar cerca de mi rostro.
—Hazlo entonces.
Le di una pequeña sonrisa. Presionó levemente sus labios contra los míos. Se hizo a un lado para dejarme el camino libre a la máquina. Tomé el micro de ultrasonidos y lo deslicé por mi vientre.
Se escuchó al instante un latido fuerte y rápido.
—¡Oh! —exclamé con alegría.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Noah alarmado.
Le di una mirada de felicidad.
—Es el corazón de nuestro bebé.
Varias emociones pasaron por el rostro de mi marido. Recordé que cuando llegó este momento al esperar a nuestro segundo hijo, todo fue un caos por las malas noticias. No pudimos compartir la alegría de esperar un hijo sano y celebrarlo como era debido. Todo fueron llantos, gritos y súplicas. Un horror que preferí no recordar.
La única prueba que asistió Noah fue el eco de los tres meses, y en esas pocas semanas no se apreciaba nada bien, aún.
—¿Es normal que suene tan rápido? —preguntó él con los ojos fijos en mí.
Atisbé un pequeño destello de miedo en ellos. Le di una cálida sonrisa.
—Sí, Noah. Es muy normal.
Luego giré mi cabeza para ver la pantalla y tanteé mi vientre con el micro por varios sitios hasta encontrar lo que buscaba. Sus pulmones.
—Ahí están sus pulmones. Mira —le indiqué a él.
Se acercó más a la pantalla y la estudió con ojos redondos. Yo seguí estudiando bien la imagen, no creía lo que veían mis ojos. Me mordí el labio para no gritar.
—Explícame todo —me pidió sin desviar la mirada.
Yo sabía lo que él quería escuchar. Se me formó un nudo en la garganta. La emoción era inaguantable.
—Indica que su peso es el correcto y... su columna es perfecta; su cabecita ahí, mira —le mostré con la mirada anegada de lágrimas, moví el micro y apareció su cara de perfil, incluso el bebé pareció bostezar, Noah sonrío al ver el rostro del bebé—. Y sus pulmones completamente desarrollados, ¡Noah, está sano! —exclamé en un gritito de alegría.
Giró su cabeza hacia mí. Lloraba. Las lágrimas caían por sus mejillas. Aunque Nube Gris nos aseguró que nacería sano, no pudimos en algún momento pensar en esta prueba con un poco de miedo.
—Alison...—murmuró Noah con emoción.
—Sí, escuchaste bien. Está sano —repetí con convicción.
—Te quiero —dijimos los dos al mismo tiempo.
Mientras decía eso se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos. Nos miramos a los ojos sin decir nada. Estábamos demasiados felices para hablar, pero con la mirada nos lo contamos todo. Fue un momento que jamás olvidaría en la vida.
Empezó a darme besos por toda la cara, y reí y lloré con él. Solté el micro y pasé la mano por su cuello.
No escuchamos como la puerta del habitación se abrió hasta que alguien rió con poco disimulo.
—¿Lo ves, Ashley? no se les puede dejar solos ni cinco minutos sin que empiecen a revolcarse... chicos que esto es un hospital —dijo Thomas a modo de regaño y burla.
—Thomas, cállate, seguro que tú no hubieras esperado ni dos minutos —le contestó su mujer.
Giramos los dos la cabeza para verlos. También estaba Cedric y Margaret con una gran sonrisa.
—Por supuesto que no habría esperado —replicó Thomas todo contento.
Ashley le propinó un codazo a su marido pero le lanzó una mirada cargada de significado.
—Alison. ¿Cómo te sientes? —preguntó Cedric.
Lo miré sonriendo.
—Bien, ya no tengo dolores.
—Tuviste falsas contracciones, sabes que a veces ocurre —informó él.
Asentí levemente. Las falsas contracciones eran más corrientes de lo que la gente pensaba.
—Me asusté mucho. Los dolores eran muy fuertes, creí que el niño iba a nacer prematuro —afirmé con un susurro de voz.
—¿El niño? —murmuró Noah sorprendido.
Todas las miradas fueron a parar a mí. Me ruboricé. La sonrisa que me dio mi marido fue de verdadero deleite.
—Yo... eh, no sé si es niño o niña, solo que lo siento así, ni me fije en la eco —repliqué.
Pasó una mano por mi rostro con dulzura y le di un pequeño beso en el dorso de su mano.
—Noah, déjame que termine la ecografía —le pidió su padre.
Rodeó la cama y fue a ponerse en el otro lado. Los demás se aproximaron más para ver mejor. Yo no miraba la pantalla, estaba perdida en los maravillosos ojos de mi marido.
Cedric tomó el relevo de mi examen y siguió con tranquilidad, viendo y examinando con atención.
—¿Dónde está Ayleen?
—Esta con Ann y Jeffrey en casa —contestó Margaret con un tono muy maternal.
—Pero ella lloraba tanto y luego Ann que estaba rara... y luego Daniel que le preguntaba cuándo y... y... ¡Hablo de separación de la familia! —exclamé poniéndome nerviosa.
—Alison, cálmate. Nadie va a separar la familia —me tranquilizó Noah.
—Llama a Ann, dile que quiero hablar con ella, ahora. Sé lo que escuché.
Fruncí el ceño. Noah intercambió una mirada con su padre.
—No conviene que te alteres. Tienes que estar lo más tranquila posible —me recordó David.
—Estoy muy tranquila, de verdad, pero quiero ver a Ann.
—Estoy aquí, Alison —anunció una voz chispeante.
Y ahí entró ella, toda despampanante y con una gran sonrisa. No tenía los ojos rojos ni hinchados esta vez.
—Ann...
Me cortó y puso moritos.
—Oye, Alison, la próxima vez que escuches conversaciones ajenas por lo menos escúchala hasta el final —me regañó guiñándome un ojo.
Le eché una mirada cautelosa.
—¿Qué fue lo que viste que iba a separar la familia?
Ella río.
—Vaya, pues sí que andas fina tú. Bueno, pues vi que me iba a Las Vegas de segunda luna de miel con Jeffrey ¿Adivina qué? Ashley y Thomas también vienen con nosotros y Christopher y Ayleen. Será así con una luna de miel en familia, ¡Oh! también se van a apuntar Cedric y Margaret al final, pero gracias a ti ahora todo el mundo lo sabe.
Mientras contaba su relato, daba saltitos alrededor de la cama. Algo no estaba bien en todo esto.
—Ann. ¿Por qué tenías la pinta de haber llorado? y ¿por qué Daniel parecía tan triste? —pregunté.
Vino hasta mí y se sentó en la cama. Rodó los ojos.
—Acaba de despertarme por eso estaban rojos, tonta. Alison, Daniel estaba triste, porque se va a pasar un mes entero lejos de mi don de asesora de moda —afirmó muy seriamente.
—Yo creo que le vas a dar vacaciones al pobre, no has parado de meterte con su manera de vestir —replicó Thomas.
Lo ignoró completamente.
—Oh, ya lo entiendo, él va estar lejos de Ayleen y la va a extrañar mucho —dije.
—Pues claro que si, por eso es que estaba triste.
Suspiré y miré a Ann, luego a Noah.
—Lo interpreté todo mal, lo siento, yo creí... no sé. Tonterías.
—Estabas nerviosa en estos días, es normal que reaccionaras de esa manera. ¡Pero por favor no me des más sustos así! —me rogó ella con los ojos llorosos.
Palmeó mi barriga con ternura e incluso dio un enorme beso en la cima.
—Me muero de hambre. Thomas, Ashley ¿me acompañáis a la cafetería?
—Vamos, enana, con todo lo que has comido antes, ¿aun tienes hambre?
Ella le dio una mirada de fastidio.
—Es por los nervios de ver a Alison así, me da siempre hambre cuando estoy preocupada —indicó ella sacándole la lengua.
Todos rieron. Le dije a Noah que fuera también, necesitaba tomar algo caliente. Salieron todos menos mi suegro. Terminó con mi prueba y guardó los datos en el ordenador. Me dio un paño y me quité el gel.
—Está todo perfecto —me informó con una mirada tranquila.
Me ayudó a ponerme la sábana bien y reajustó mis almohadas.
—Gracias, Cedric.
—Quiero que descanses, por favor.
—Prometido, Doctor.
Salió, dejándome a solas. Me acosté de lado con una mano en mi vientre y lo acaricié sintiendo al bebé moverse.
El sentimiento de que algo no estaba bien me volvió a molestar.
¿Ann me había dicho la verdad? No estaba tan segura. Su actitud tan extraña y forzada me indica lo contrario. No paraba de darle vuelta al asunto y decidí llamar a Daniel. Él no sabía mentir y le pillaría a la primera.
Tomé el celular de Noah que dejó olvidado en la pequeña mesa al lado de la cama. Compuse el número de memoria. Descolgó al primer tono y se puso a hablar sin parar.
—Noah, tío, siento mucho que Alison se haya enterado así, de verdad, tío. No sabía que estaba escuchando lo juro. ¿cuándo le vas decir sobre la orden del juez?
El pitido de la maquina se volvió loco otra vez.
—¿¡Quéorden!? Respóndeme, Daniel.