A MODO DE EVALUACIÓN
En el capítulo anterior hablamos de responsabilidad. Finalmente, todo parte y termina ahí: en la responsabilidad. Responsabilidad para con el otro y, sobre todo, responsabilidad para con nosotros mismos. Y, por supuesto, de nuestra actitud para enfrentarnos a la vida. Con buena cara y paso firme. Con estímulo. Con conciencia.
Sé que todo lo que hemos ido viendo en este nuestro viaje te puede estar resultando muy interesante. Y que posiblemente pienses: Todo esto es muy bonito, pero ¿cómo se pone en práctica?, ¿cómo puedo mirar el mundo de forma positiva? ¿Cómo puedo descubrir esos buenos momentos de la vida cuando a las 7.00 de la mañana me despierto rodeado de malas noticias? ¿Cómo dejo de vivir en el ataúd y comienzo a convertirlo en cometa?
Y eso mismo pensaba Marina. Nuestra travesía estaba por llegar a su fin. El mes de junio tiene la ventaja de que los días son los más largos del año y esto nos permitió llegar a puerto casi a las 10.00 de la noche, mientras veíamos al sol arrasar de rojo el horizonte del mar. Todavía sentada sobre la cubierta Marina dijo: «Vale, me he dado cuenta que tengo que saber lo que quiero hacer en mi vida, lo que ‘quiero ser de mayor. También me he dado cuenta que es importante tener una vida equilibrada, como le has explicado a Rocío, pero ¿eso cómo se hace? El día a día seguro que nos lleva más de una vez a dejar el barco libre a merced del viento. Tú mismo has hablado de las tormentas, de las diversas vicisitudes con las que nos podemos encontrar si no estamos preparados para enfrentarlas».
Pues claro que sí. Te repito: poner esto en práctica no es sencillo. No es tarea vana. De lo contrario, no tendría ningún sentido preocuparnos siquiera por el tema. Lo tendríamos asumido. Y no es así. No por creerlo con firmeza vas a conseguirlo. Es necesario trabajar duro. Pero ya es un logro conseguir la actitud de Marina: querer cambiar. Ese es un primer paso. La gente quiere que la vida le vaya bien haciendo lo que hace hasta ahora. ¡Hombre!, pero si haces lo que haces hasta ahora ¿cómo te irá la vida?... Pues como hasta ahora, está claro. Habrá que hacer algo distinto, algo nuevo, algo que te permita cambiar. Einstein decía que «no podemos pretender que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo». Debemos ser conscientes de que algo no va bien y debemos poner los medios adecuados para solucionarlo.
Para ello es necesario tener nuestra vida encaminada hacia la acción, la actitud y la responsabilidad. Toda nuestra vida debe estar centrada en ellas. Actuar sin pensar es locura, pero pensar sin actuar también lo es. Y actuar sin una actitud positiva y sin responsabilidad para enfrentar las consecuencias, también. Hay que estar siempre tensando las velas. No podemos bajar la guardia. Ya dijimos desde el principio que este viaje era duro. Que este viaje requería esfuerzo, conciencia y sacrificio, y claro, ahora hay que ponerse en marcha.
No todos tenemos que remar del mismo modo ni con la misma intensidad. Porque cada uno de nosotros tiene una misión. Personal e intransferible. Algunos estarán más preparados y otros menos. Algunos serán más seguidores y otros harán más de cabeza de grupo. Por eso es fundamental saber cuánto puedes dar de ti. Exigirte una misión más ambiciosa de la que puedes alcanzar te puede acarrear esfuerzos baldíos, sinsabores y fracasos. Por eso es necesario que hagas tu DAFO particular. Que analices tus Debilidades, tus Amenazas, tus Fortalezas y tus Oportunidades. Conociéndote a ti mismo sabrás dirigir mejor tu vida.
Igual que Oscar, que conoce su barco a la perfección, que sabe cuándo puede hinchar más las velas, que sabe cuándo está el cabo a punto de romperse y decide variar el rumbo para que el viento no termine quebrándolo y le haga perder el control de la vela. Que sabe cuándo aquella ráfaga de viento es el preludio de una tormenta pasajera o el aviso de un tremendo temporal... Así también debes tú reconocerte de una manera honesta. Sin mentiras. Sin máscaras.
Conocerse a uno mismo es una de las grandes obsesiones de la humanidad, lo sabemos desde Sócrates. Los ejecutivos echan mano de una amplísima gama de herramientas que les aporten más conocimiento de las aptitudes, debilidades, valores y características de su personalidad: assessments centers, test de 360°, indicadores como el Myers-Briggs o la prueba del eneagrama, por no hablar de todas aquellas personas que se ponen en manos de los magos de la astrología y del desarrollo personal.
Hay que recuperar la confianza en uno mismo. No necesitamos de cartas de tarot ni de horóscopos diarios. Nos tenemos a nosotros mismos y a nuestra capacidad de ser felices; de descubrir, como dije, nuestro DAFO y, gracias a él, ser mejores cada día. Déjame ponerte un ejemplo:
San Ignacio de Loyola creó, en torno al año 1500, la Compañía de Jesús. Hoy en día los jesuitas son la mayor organización educativa del mundo. La «empresa» que gestiona mayor cantidad de colegios, universidades y centros de formación en los cinco continentes. Es curioso que más de quinientos años después siga en pie. Ninguna de las quinientas empresas que estaban en la lista Forbes en 1950 sigue viva hoy. Y sin embargo, una organización creada por un tipo tartamudo, cojo, recién salido de la cárcel, sin medios económicos propios, que vivía como okupa en el apartamento de san Francisco Javier frente a La Sorbona, sigue creciendo.
San Ignacio implantó en su compañía un ejercicio que sin duda alguna fue el quid necesario para el triunfo de la misma: el examen personal diario. Todos los miembros de la compañía deben analizar cada día aquellos puntos en los que no han sido heroicos, en los que no han vivido al 100% de acuerdo con sus principios, con sus ideales, con sus obligaciones. Este análisis interior permanente es el que les permite centrar su foco de atención en mejorar cada día.
Este examen interior es el que te permite a diario tomar un helicóptero y sobrevolar la zona que has recorrido durante el día de hoy en ese camino hacia tu misión. Y es desde arriba desde donde observas cuánto, y hacia dónde te has desviado. Es revisar las coordenadas en la navegación, la brújula, la ruta.
Las empresas han institucionalizado este examen en el Balance Score Gard; pero sólo las empresas. También nosotros deberíamos tener un BSC de nuestra misión, porque la vida es complicada, la vida es compleja y es fácil que perdamos de vista nuestro puerto. Hay días y momentos en los que nos desviaremos del camino. Seguro. Pero al menos seremos conscientes de que lo estamos haciendo. Seremos conscientes de que cuando pase esa perturbación que hace que los indicadores de nuestra misión se hayan puesto en rojo, tendremos que reconducir el rumbo. Igual que Oscar que vira el timón para evitar la tormenta y rodearla sin enfrentarse a ella, sabiendo que una vez esquivada deberá enderezar el velero para alcanzar su destino adecuadamente. Así, de la misma manera, debe comportarse nuestro Cuadro de Mando Integral.
Debemos monitorizar los aspectos más importantes de nuestro ataúd o nuestra cometa. Y hacer un análisis.
San Ignacio decía que es más importante hacer inventario de nuestras debilidades, «afectos desordenados» las llamaba él, que de nuestras virtudes. Es necesario que personalicemos esta herramienta al máximo en función de nuestras características personales, para tener claros cuáles son los puntos sobre los que necesitamos trabajar. Incluir allí aquellos aspectos que más desequilibran nuestra vida. Los que nos desvían de nuestro camino, de nuestra misión. Y ponerles control. Control exhaustivo.
Explicaba san Ignacio a sus aprendices que como la vida corriente nos lleva a desviarnos de nuestras metas y valores hacia distracciones y tentaciones, es necesario que al levantarse uno haga memoria de sus metas clave, y dos veces al día haga una parada para examinar cómo va ese día. Así, igual que los tratamientos médicos, podríamos reunimos tres veces al día (desayuno, comida y cena) con nosotros mismos e ir evaluando cómo vamos mejorando. Pero no te asustes, no toma tanto tiempo. Apenas cinco minutos. No comiences otra vez a ponerte excusas al respecto para huir de tu responsabilidad como ser humano, como persona. No hay pretextos. La respuesta está en tus manos.
Por eso ahora te invito a que rellenes este cuadro de DAFO. Así verás de una manera más certera en qué estás fallando, en dónde vas bien. Y a que conviertas esta simple herramienta, en un hábito. Revísala siempre que puedas y reflexiona y, si es necesario, la cambias cuando estés fallando.
Los humanos somos seres de hábitos, de rutinas. Hemos de ser capaces de incluir esta rutina de reflexión en nuestros acelerados días. Un ejercicio como éste es tan poderoso como sencillo. Las metas más complejas se vuelven manejables si somos capaces de descomponerlas en metas menores. Pero en metas verdaderas, por las que vayamos a luchar de verdad. No a intentar luchar, sino a luchar. Cuando alguien te dice «intentaré ir a tu fiesta» sabes de sobra que no va a venir. Por eso no vamos a intentar nada, vamos a hacer. Vamos a marcarnos objetivos cercanos, a corto plazo. Y, sobre todo, asequibles. Y vamos a conseguir alcanzarlos.
Querer ser mejor jefe es una aspiración vaga y mal definida, pero evaluar si a lo largo de la mañana has tenido algún gesto de felicitación para con alguno de tus colegas es enfocar la aspiración con una precisión suiza.
Querer ser mejor en casa, con los niños o con la pareja es otra aspiración vaga, pero si evaluamos cuántas veces hemos hecho algo esta mañana pensando en nuestra pareja, o si hemos incluido en la agenda como «inamovibles» las tutorías en el colegio, el modo de controlar nuestra vida se vuelve más productivo.
Podemos haber buscado un trabajo lucrativo, con interesantes beneficios o un buen salario que nos permita sostener bien a la familia, pero muchas veces el dinero acaba convirtiéndose en la meta y el interés por la familia pasa a segundo plano. El fin se confunde con los medios. Nos estamos equivocando. Por esto, estos «parones», estos exámenes, estas reuniones con nosotros mismos, nos irán indicando desde dentro cómo está esa enfermedad que nos está llevando al ataúd. Que no nos deja salir de ahí. Que nos hace zombis.
Este modelo de examen, además, nos crea un ciclo de retroalimentación permanente. Ya que incorporamos información en tiempo real a nuestro sistema de navegación hacia la felicidad, vemos cuáles son los puntos en los que más fallamos y los puntos en los que hemos conseguido un equilibrio permanente y estable. Si hacemos memoria de nuestra navegación dos veces al día y no cada seis meses, extraemos enseñanzas de nuestros éxitos y nuestros fracasos dos veces al día, no dos veces al año.
Esta información resulta utilísima para no dormirnos en nuestro intento de ser más felices. Porque veremos nuestra evolución y seremos capaces de pedirnos más y más. De estar en equilibrio, pero también preparados para mejorar ese equilibrio. De buscar con ganas e ilusión la mejor manera de reforzar nuestra cometa o de alcanzarla y subirnos a ella. Y de celebrar con entusiasmo nuestros éxitos, nuestras mejoras, nuestras pequeñas batallas diarias.
Los entrenadores que trabajan con ballenas, delfines y oreas en los miles de acuarios que hay repartidos por el mundo saben que cuando uno de estos animales hace algo mal no hay que decide nada, y hay que tratar de reconducir su conducta de modo amable y sin enfados. Y cuando el delfín salta tres metros de altura, cae haciendo tirabuzones mientras atraviesa un aro de fuego y a la vez con la cola le da a la pelota de colores, entonces es necesario felicitarlo, y mucho. Incluso celebrarlo con un puñado de peces, que son su alimento.
Ese simple hecho de felicitarlo por haber hecho las cosas bien es el que hace que el delfín fije en su portentosa memoria que así es como tiene que hacer las cosas. Si lo hacemos con ellos, ¿por qué no hacerlo con nosotros mismos? ¿Por qué no aceptar también nuestros logros —sean grandes o pequeños— dentro de nuestra cotidianidad?
Nosotros, en nuestro devenir, en nuestro caminar hacia el equilibrio también debemos pararnos a felicitarnos por nuestros logros. A estas alturas del viaje todos debemos tener claro a quién nos queremos parecer. Como quién queremos ser. Quién es nuestro modelo. En cada una de las cosas que hacemos en nuestra vida tenemos ya una imagen determinada en nuestra mente: ese alguien que nos marcó en la vida y por el que nosotros queremos marcar a los otros. Nuestro modelo de padre, nuestro modelo de madre, nuestro modelo de conductor, de profesora, de enfermero, de ingeniero, de secretario o de director general. Trataremos, entonces, en nuestro día a día de acercarnos a él, de parecemos a ella o a él.
Pero eso no es suficiente. Nuestro estado de ánimo también toma cartas en el asunto. Este irá cambiando a lo largo del día en función de lo mucho o poco que nuestro comportamiento se parezca al suyo. Si queremos ser unos magníficos conferenciantes, en la medida en que nosotros, en nuestras charlas y disertaciones, veamos que el público reacciona como reaccionan ante ese gran orador al que admiramos, nuestra autoestima crecerá, y por tanto seremos capaces de asumir más riesgos, de atrevernos más, de poner nuestros estándares de calidad un poquito más lejos.
El ánimo, entonces, se transforma en una actitud para enfrentar la vida. Ya no se trata de un asunto de «hoy me desperté de buen humor», sino de que todos los días nos despertemos con la idea de «hoy seré mejor que ayer».
De ahí que sea importante y necesario el premiarnos por los éxitos y los triunfos. Cualquier celebración cambia nuestro estado de ánimo y, por supuesto, nuestra actitud. Si estamos mal y celebramos algo, nos sentimos mejor porque atraemos cosas positivas a nuestra mente. Si estamos bien y además lo celebramos, nos sentimos mejor todavía... y ello nos ayuda a seguir avanzando.
Es cierto que los viejos hábitos ejercen sobre nosotros una inercia muy fuerte, y que romper con modos de ser o de hacer muy arraigados puede resultarnos verdaderamente costoso. A veces, no nos bastará con sólo una firme resolución y nuestra propia fuerza de voluntad, sino que necesitaremos de la ayuda de otros. Ya lo dijimos: solos no llegamos ni a la esquina. Para superar hábitos negativos que nos mantienen en el ataúd, como por ejemplo los relacionados con la pereza, el egoísmo, la insinceridad, la susceptibilidad, el pesimismo, etc., puede resultar decisiva la ayuda de personas que nos aprecian, de personas que nos quieren. ¡Cuánto bien hace una palmadita en la espalda cuando hemos conseguido superar uno de nuestros retos! ¡Cuánto bien hace celebrar con otra persona un triunfo en una de nuestras batallas diarias! Además, esto es absolutamente posible.
Veamos casos graves: el alcoholismo, el tabaquismo, las drogas. Si hay gente que sale de ese otro tipo de ataúd, ¿cómo es posible que nosotros no podamos modificar nuestros hábitos? El diálogo con la gente que nos quiere, sumado con nuestra voluntad, nuestra actitud y nuestra conciencia, nos permitirán esos cambios que quizás antes no nos habíamos planteado. Te repito: basta ya de excusas. No seas injusto contigo mismo. Ya lo dijimos: en los demás y por los demás, encontraremos la felicidad.
Déjame contarte una última historia:
Había un portador de agua en la India cuyo trabajo consistía en transportar el agua de una villa a otra para venderla. El cargaba su mercancía en dos cubos atados a una barra de madera a sus espaldas. Uno a cada lado.
El cubo de agua que llevaba en el lado derecho siempre llegaba intacto a la villa: repleto de agua. Pero el cubo de su lado izquierdo normalmente perdía más de la mitad del agua durante su trayecto.
Este trabajo lo realizó durante muchos años. El hombre era consciente de la pérdida de agua de su cubo izquierdo. Sin embargo, no conseguía los medios suficientes como para poder comprar otro cubo con el que reemplazarlo.
Un día, el cubo maltrecho de su lado izquierdo le dijo al portador:
—Soy consciente de mi imperfección y por eso te pido perdón. Yo pierdo agua en el camino que sé que debería cuidar. Pero soy honesto, de verdad, te lo aseguro.
El portador miró el recipiente y le dijo:
—Para nuestro próximo viaje, fíjate, desde donde estás, el lado izquierdo del camino.
—¿Y qué es lo que veré? —pregunta el cubo.
—Verás las flores que, gracias al agua que has perdido en el trayecto durante todos estos años, han cobrado vida.
Basta con que te atrevas a modificar tu actitud, a evaluarte todos los días, a no ser tan duro contigo mismo, para que puedas darte cuenta de lo importante que eres para los demás. Podrás comprobar que tu misión en la vida es, justamente, hacer felices a los demás, «darles vida», mostrándote como eres, con ese conocimiento que sólo tú puedes tener sobre ti mismo. Aceptar con humildad tus errores, intentar modificarlos, retomar tu ruta, replantearla y seguir adelante. Al lado de los otros: familia, amigos, colegas, pero entregando lo mejor de ti.
Tú eres el único con capacidad de cambiarte. Y cambiarte de acuerdo con tus capacidades, con tus modelos, con tus metas y tus puertos. Y seguro que hay cosas que no te gustan. Y que son insalvables, incorregibles, pero no pasa nada: «Con esos bueyes hay que arar». Así que empieza a descubrir lo bueno de tus errores. Aprende. Reflexiona. Deja a un lado ese ataúd que te ata a un mundo que no es el mejor posible. Atrévete a abandonar esa lápida bajo la que cómodamente has pasado tantos años y salta con la ilusión de un niño para enfrentarte a la vida con ojos nuevos y decir: «Estoy dispuesto a subirme a la cometa».
Y volar.
Pero, sobre todo, ser feliz.