CAPITULO 10
ELLA se quedó dormida en el coche. No pensó que pudiera hacerlo, pero él se negó a hablar hasta que no llegasen a Londres y ahogó sus protestas con música hasta que poco a poco el agotamiento la venció. Se despertó cuando Jake la tomó en brazos para sacarla del coche.
—¿Dónde estamos?
—En Londres —la bajó del coche y la llevó hasta el ascensor como si fuera una niña.
—Puedo andar. Jake, tengo piernas...
—Ya me había dado cuenta, pero he decidido que me gusta llevarte en brazos así que estáte quieta, relájate y disfruta.
¿Disfrutar? ¿Se había vuelto loco? Todo el mundo los miraba y él se limitaba a sonreír y seguir andando. Escondió su cara sonrojada en el hombro de él y se colgó de su cuello.
Por fin oyó cómo cerraba la puerta del apartamento y entonces la dejó en el suelo. Encendió las luces y se dirigió a la cocina.
—¿Quieres tomar algo?
¡Qué civilizado! Ella estuvo a punto de reírse, pero en el último momento la risa se convirtió en llanto y se mordió los labios. Él se dio media vuelta y la miró inquisitivo.
—¿Lydia? —volvió hacia ella y la tomó la cara con las manos, mirándola a los ojos. Suspiró y apartó una lágrima de su mejilla con el pulgar—. ¿Qué te pasa, princesa? Cuéntamelo.
Pero ella solo pudo sacudir la cabeza. Tenía demasiado miedo de decir las palabras que le apartaran de ella.
Él la tomó por los hombros y la llevó hasta el sofá, sentándose.
—Déjame entonces que empiece yo —dijo con voz baja y emocionada—. Antes de que digamos algo de lo que podamos arrepentimos, quiero que se sepa que te quiero. No dejé de quererte porque te fueras y te sigo queriendo, si es posible, más que antes.
—Oh, Jake —alzó la mirada y se dio cuenta de pronto de que la expresión de él había sido siempre una máscara para ocultar sus sentimientos.
—No sé si te lo dije alguna vez, pero debí haberlo hecho. Si no lo hice fue porque las palabras me parecían inadecuadas para explicarte lo que siento. Pero te lo digo ahora, que te quiero, que te he querido desde la primera vez que te vi y que no me importa lo de Leo...
—¿Leo? —lo interrumpió porque no sabía a que venía aquel comentario—. ¿Qué tiene que ver Leo con esto?
—Tú lo querías.
—No. Bueno, sí, pero no de esa forma. No como te quiero a ti, él era solo un amigo.
—¿Solo un amigo? Entonces... ¿nunca te acostaste con él?
—No. Yo solo me he acostado contigo.
—¿Nunca?
—No —¿cómo no se había dado cuenta? Siguió explicándole por si acaso—. El miércoles fue la primera vez en mi vida que hice el amor con alguien.
—Princesa. Te quiero tanto —la emoción era evidente ahora en su mirada—. Estaba tan triste. Yo creí que habías cambiado de opinión cuando conociste a Leo y pensé que si te hubiera empujado un poco el año pasado, a lo mejor habría sido yo el hombre afortunado. Y fui yo. Me hubiera gustado haberlo sabido antes, habría tenido más cuidado.
—¿Más cuidado? No creo que hubieras podido hacerlo. Creía que te habías dado cuenta, yo era tan ingenua, tan torpe...
—¿Torpe? ¿Cuándo?
—No intentes ser amable. No sabía qué había qué hacer...
—¿No sabías? —dijo él riéndose y abrazándola más fuerte—. Entonces voy a tener serios problemas cuando tengas un poco más de práctica, princesa.
—¿Lo dices en serio?
—Claro que sí.
—Hazme el amor —dijo ella en un susurro y él la tomó en brazos y subió las escaleras—. Parece que esto se va a convertir en un hábito.
—Puedo vivir con este hábito —dijo él y la depositó en la cama.
—¿Lydia?
—Mmm
—Cariño, despierta.
—No.
—Por favor, tenemos que hablar aún.
—Vale, estoy despierta.
—El año pasado... —empezó él y ella pudo sentir la tensión de su cuerpo.
—Sigue.
—Solo dime por qué.
—Porque no creía que fuéramos a hacerlo por las razones adecuadas, o por lo menos no creía que tú fueras a hacerlo por eso. Bueno, no lo sabía, quiero decir. Cuando me pediste que nos casásemos fue casi por obligación, y si Mel no lo hubiera oído y no lo hubiera anunciado a voces por todo el país, no habría pasado nada y, de todas formas, yo nunca dije que sí.
—Lo sé. No tuviste tiempo, pero parecía que estabas contenta y yo pensé que todo iba bien, pero está claro que no.
—¡Sí lo estaba! Todo estaba bien, para mí por lo menos. Es solo que yo no estaba segura de que lo hubieras dicho en serio, y cuanto más lo pensaba más me preocupaba, sobre todo porque no me decías que me querías. Y entonces, en el ensayo, cuando estábamos en la carpa aquel jueves yo sentí un pánico terrible. Pensé que si no me querías, si simplemente te estabas dejando llevar, cómo podía esperar que nuestro matrimonio sobreviviera y pensé que tenía que hablar contigo.
—Y yo me fui —dijo él lentamente—. Oh, Lydia, ¿por qué no me paraste?
—¡No podía! Parecías casi aliviado de que el tren se hubiera detenido por fin, como si te hubieras visto obligado por tu sentido del deber y yo te hubiera dado por fin la oportunidad de escaparte.
—Pues no era así. Tuve que irme porque no sabía cuánto tiempo iba a poder controlar mis emociones. No había llorado desde que era pequeño, y no estaba dispuesto a hacerlo en público.
—Oh, Jake. Lo siento. Pensé que no te importaba. Pensé que te alegrabas y te fuiste lo más deprisa que pudiste. Nunca pensé que fuera por todo lo contrarío.
—Claro que no. Los hombres no lloran.
—Sí lo hacen. Si algo les importa lo bastante, pero yo pensé que estabas contento de que todo hubiera acabado. Yo habría querido hablar contigo, que me dijeras que no fuera tonta y que naturalmente todo iba a salir bien, pero no lo hiciste, simplemente me dejaste allí.
—Porque me di cuenta de que tenía razón. Había observado cómo te ibas poniendo cada vez más tensa según se acercaba la fecha y me convencí a mí mismo de que lo estabas haciendo solo porque habías dicho que lo harías, pero no porque me quisieras. Tenía esperanzas de haberme equivocado, de que una vez casados y fuera de todos esos líos podría volver a conquistarte, pero entonces todo se vino abajo.
—Yo no quería. Cariño, lo siento tanto —él la abrazó más fuerte y la miró a los ojos.
—Lydia, cásate conmigo. Por favor. Cásate conmigo y permanece a mi lado durante toda nuestra vida. Quiero que seas la madre de mis hijos y que hagas un hogar para todos nosotros y que estés allí cuando yo vuelva a casa. Te necesito. Te necesito tanto, y te juro que te amaré hasta que muera.
—Pues claro que me casaré contigo, Jake —sus bocas se encontraron en un beso desesperado.
—Gracias a Dios.
Ella le acarició la mejilla y lo miró a los ojos, había en ellos una sombra de tristeza y Lydia recordó la tragedia que había habido en su trabajo.
—Siento lo de tus jefes.
—Él era un buen hombre, y su mujer era encantadora. Siempre fueron amables conmigo. Él me dio mi primer empleo cuando tenía catorce años. En cuanto tuve una posibilidad le devolví el favor. Me gustaría haberle dicho la buena opinión que tenía de él.
—Estoy segura de que lo sabía —murmuró atrayendo la cabeza de él contra su pecho. Y entonces, en la seguridad de sus brazos y por segunda vez en más de veinte años, Jake se permitió llorar.
—Tenemos que levantarnos.
—Ya, le prometí a tu madre que estaríamos de vuelta para la boda.
—Tengo que ir por Mel.
—Lo se —él la besó y luego se puso en pie y se estiró.
—Me encanta la vista —dijo Lydia, admirándolo. Él miró por la ventana.
—¿Verdad que es bonita?
—Me refería a ti, tonto —río ella.
—Vamos. Tenemos que ir a una boda, y por fin estoy deseando hacerlo.
—Yo también —dijo ella con una sonrisa—. Yo también.
Cuando llegaron a Suffolk Maggie estaba en un ataque de pánico y tenía una expresión bastante cómica.
—Hola, cariño —dijo con cautela mirándolos a los dos.
—Hola, mamá. Se amable con Jake —la avisó—. Va a ser tu yerno.
—Gracias a Dios —dijo Raymond dándole a Jake una palmada en el hombro—. Ya iba siendo hora, bienvenido otra vez a la familia.
—Gracias —dijo sonriente—. Cariño, tengo que irme. Tom estará nervioso, tengo que ir a vestirle y tranquilizarlo y su madre no va a servir de ayuda porque, a poco que la conozca, estará deshecha en lágrimas por su niño. Te veré en la iglesia.
—Muy bien —se dieron un beso y cuando él se fue vio a Mel con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Va todo bien? —preguntó y cuando Lydia asintió ella se echó a llorar—. Estoy tan contenta...
Lydia la abrazó y lloró también y Maggie se unió a ellas hasta de Raymond carraspeó y les recordó que tenían que asistir a una boda.
—Oh, Dios, ¡vamos a llegar tarde! —gritó Mel y Lydia cor escaleras arriba para calmarla. Se duchó, se puso ropa interior limpia y fue al cuarto de Mel con una bata.
—Venga, hermanita, soy toda tuya. ¿Qué quieres que haga?
—Que me cuentes todo lo que pasó anoche. Pero no creo que lo hagas.
—No, no lo haré.
—Pero deduzco que te quiere.
—Sí. Me quiere, vamos a casarnos. No sé cuándo.
—Deberías casarte hoy.
—Hoy es tu día. Cuando se acabe esto nos casaremos nosotros.
—No se te ocurra hacerlo mientras estoy fuera, sabes que nos vamos tres semanas, ¿no?
—Sí, lo sé.
—Te mataré si me pierdo tu boda.
—No te la perderás, pero puede que te pierdas la tuya si no te das un poco deprisa. Fue una bonita boda. Lydia se sentó a un lado del pasillo y Jake en el otro y si estaban más atentos a ellos mismos que a los novios nadie pareció darse cuenta.
Lydia tenía las manos sobre el regazo y jugaba con el anillo de compromiso, que volvía a estar en su sitio. Jake la había esperado a la puerta de la iglesia, se la había llevado a un lugar donde no pudieran verlos y había deslizado el anillo en su dedo.
—Así está mejor —gruñó.
Lydia miró el anillo, un diamante perfecto y sencillo, que pronto se vería acompañado de la alianza, que estaba en un cajón en la casa de él junto al suyo.
Estaba impaciente por ser su mujer, ir a vivir a su preciosa casa y planificar el futuro.
Lo primero de la lista era uno de los cachorros de Molly, una hermana del de su madre, y después montones de niños, bebés regordetes con los sorprendentes ojos de Jake y una mata de pelo negro y suave.
Niños preciosos. No podía fallar si se parecían al padre, pensó con orgullo y lo miró. Él la guiñó un ojo y Lydia son sin darse cuenta de las miradas curiosas que estaban atrayendo.
Ella estaba muy guapa. Jake, rodeándola con su brazo sonreía a todos los invitados desafiándoles a que hicieran algún comentarío. No lo hicieron, por lo menos no directamente, pero sí se habló mucho después.
Jake no había pensado en ningún discurso, pero no le preocupaba porque tenía experiencia de hablar en público. Había hablado ya el padre de Mel que hizo algunas bromas y observaciones cariñosas que hicieron que a su hija se le saltasen las lágrimas. Tom hizo un par de comentarios graciosos y después le tocó a Jake. Era muy consciente de la curiosidad de todo el mundo y comenzó con un chiste a sus expensas.
—Estoy seguro de todos os habréis quedado muy aliviados al llegar cuando visteis que había boda. Eso se debe a que mi amigo es mucho mejor persona que yo y con mucha más capacidad en los asuntos del corazón. También es mucho más organizado y, por si las moscas, le confiscó el pasaporte a su prometida.
Esto provocó una risa generalizada y entonces se relajó y empezó a contar anécdotas sobre Tom que hicieron reír a todo el mundo. Para terminar dijo:
—Hemos vivido juntos mucho tiempo. Ha sido un buen amigo y entre su madre y yo creo que le hemos educado bastante bien para las cosas de la casa. Tengo que decir que Melanie ha elegido bien y si él sabe lo que le conviene no dará a su encantadora ni un solo disgusto.
Hubo risas otra vez y él respiró hondo.
—Ahora, según la tradición debo desviar su atención hacia la madrina y preguntarles si están de acuerdo conmigo en que hoy está especialmente guapa. En cualquier caso es lo que yo pienso, pero puede que no sea objetivo, porque da la casualidad de que la quiero.
Hubo un rumor de sorpresa y él alzó su copa de champán.
—Señoras y caballeros, por favor, alcen su copa y brinden conmigo por Lydia.
Los invitados respondieron al brindis y después se oyó un aplauso ensordecedor. Ella esta sonrojada y le brillaban los ojos.
—Eres una rata —le dijo riéndose cuando se sentó.
—Es la verdad, ¿no querrías que mintiera delante de toda esa gente? ¿O es que no hablabas en serio cuando me dijiste que me querías?
—Claro que hablaba en serio. No dudes de mí, Jake. Te querré siempre.
—Eso es mucho tiempo.
—Lo sé.
—Te quiero, princesa —murmuró él.
—Te la vas a ganar —le dijo Tom riendo y amenazándole con el dedo—. ¿A quién se le ocurre sacar a colación mi oso de peluche?
—Podía haber sido peor. Has tenido suerte.
Luego la fiesta se hizo mucho más informal. Todo el mundo se lo estaba pasando bien, incluso Lydia, pero Jake se dio cuenta de que ya había tenido bastante y se la llevó al jardín.
—Vamos hacia el sauce —sugirió ella. Al llegar allí lo miró con los ojos llenos de amor—. ¡Bésame!
—Será un placer —él la besó amorosamente y luego susurró—. Te quiero.
—Yo también te quiero. Ojalá lo hubiéramos dicho el año pasado. Hemos perdido mucho tiempo.
—Ahora estamos juntos y eso es lo que importa. Solo tú y yo.
—Me gustaría que pudiéramos casarnos sin todo este lío.
—¿Qué es lo que te gustaría? Si pudieras elegir, ¿cómo querrías que fuera?
—¿De verdad? Me gustaría casarme aquí, bajo este árbol y en este momento. Y de hecho podemos hacerlo. Mel me dijo que me mataría si nos casábamos antes de que volviera, pero están aquí ahora y tus padres y los míos y el vicario. ¿Por qué no lo hacemos?
—Estás loca —dijo sonriendo pero sintiendo una extraña excitación—. Además no será legal sin las amonestaciones y el registro y todo eso.
—Eso no importa. No me preocupa la ley. Son nuestros votos lo que importa, Jake. Te quiero y quiero que lo sepas —él vaciló y luego se río.
—Vale, se lo diré a Tom, a ver qué piensa. Podríamos escaparnos sin que nos vean.
—Cuando ellos vayan a cambiarse, nadie se fijará en dónde estamos. Podríamos bajar por ahí y encontrarnos con nuestros padres y el vicario debajo del árbol.
—Tengo los anillos en casa. ¿Qué pasa con tu vestido de novia?
—Lo sigo teniendo. No me quedará igual de bien, estoy más delgada.
—Estoy seguro de que te quedará estupendamente. Vamos a hablar con Tom y Mel.
—No quiero robarles el protagonismo. No podemos decirle nada a nadie más.
—Estoy de acuerdo. Es su día, pero también puede ser el nuestro. Vamos a ver qué piensan ellos y también el vicario.
Mel la sujetó el velo, que hasta unos momentos antes había estado en su cabeza, y le puso también algunas flores silvestres.
—Ya está. Dos veces en un día. Debe de ser un récord para el velo de la familia.
—No puedo creerme que lo vayamos a hacer.
—¿Chicas? —llamó Tom—. ¿Estáis listas?
—Sí. Manda a Jake a la carpa para buscar a los padres y el vicario. Nosotros iremos por el otro lado y nos encontraremos en el árbol.
—¿Estás segura de que no te molesta que te robemos un poco de protagonismo?
—Pues claro que no —dijo Mel.
En seguida estuvieron bajo el sauce, ella del brazo de su padre y Mel a su lado. Jake la tendió un ramillete de flores silvestres unidas con un lazo robado de algún arreglo de la boda.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura.
Y por segunda vez en aquel día se repitieron los votos del matrimonio y el vicario les dijo luego con sentimiento:
—Enhorabuena. Espero que seáis muy felices, os lo merecéis. Que Dios os bendiga. Jake, creo que será mejor que beses a la novia.
Luego todos se besaron y se abrazaron y se emocionaron hasta que Tom miró el reloj y dijo:
—Lamento hacer de aguafiestas, pero vamos a perder el avión si no nos damos prisa. Será mejor que volvamos a entrar.
La gente los miró cuando entraron en la carpa, sorprendidos por el cambio de vestido de Lydia. Tom se subió en una silla y gritó:
—Señoras y caballeros espero que tengan aún algo en sus copas porque ha habido otra boda. ¿Puedo pedirles que brindemos a la salud de Lydia y Jake?
Todo el mundo brindó y quiso saber qué había pasado.
—¿Queréis que os llevemos a Londres? —preguntó Tom con una sonrisa y salieron corriendo a través de un túnel de invitados armados de confeti hacia el coche de los novios.
—No, estaremos bien en mi casa. Tengo que mandar un fax a la agencia inmobiliaria para decirles que ha habido un cambio de planes...
FIN