CAPÍTULO 1
GRACIAS. Lydia cerró la puerta del taxi, se puso la mochila en un hombro y se dirigió hacia la casa con una mezcla de miedo e ilusión.
No había cambiado en absoluto. Las rosas caían con profusión sobre la fachada georgiana y los marcos blancos de las ventanas contrastaban alegremente con el rosa viejo de los ladrillos. Una brisa ligera que venía del río le acarició la piel con el aroma de la madreselva silvestre. Miró hacia abajo a la mancha verde azulada de los sauces de la orilla del río y suspiró.
Hogar, dulce hogar.
Era el mes de junio, hacía justamente un año que se había marchado sin mirar atrás y ahora estaba de vuelta para la boda de Melanie. Son con ironía mientras se dirigía hacia la casa.
Solo había una cosa que fuera distinta, no había ningún labrador saltando en torno a ella con la lengua fuera, porque dos meses antes su querida Molly se había quedado dormida una noche y ya no despertó. La casa parecía extraña sin ella, extraña y vacía.
La puerta de la cocina estaba abierta, mucho mejor, porque ella no llevaba llaves, pero la casa solía estar abierta y si no siempre había una llave en la cafetería cercana. Entró en la cocina, dejó la mochila en el suelo y ab la nevera. Necesitaba beber algo, todo lo demás podía esperar. Él sabía que aquello iba a suceder, por supuesto. Sabía que ella iba a volver para la boda de Melanie, aunque solo fuera para eso. Estaba preparado para ello, se había preparado para volver a verla y se había protegido contra ello.
O por lo menos creía que lo había hecho. Pero en aquel momento su cuerpo se detuvo durante un momento interminable y luego se aceleró. Su corazón empezó a latir con fuerza, su boca se quedó seca, se le encogió el estómago y el deseo urgente se apoderó de él.
Ella llevaba pantalones cortos, unos vaqueros cortados que mostraban sus piernas morenas y flacas. Bueno, puede que flacas no, pero sí increíblemente esbeltas. Más delgadas que antes, de todas maneras. La camiseta era grande y ancha, pero aun así él pudo observar que había perdido peso. ¿Había estado enferma?
La preocupación por ella se hizo más fuerte que el deseo y la mezcla de emociones amenazó con ahogarlo.
Ella había tomado un envase de zumo de naranja de la nevera y estaba vaciando el vaso cuando lo vio. Su mano tembló y posó el vaso con brusquedad.
—Jake —una sonrisa triste apareció en sus labios—. ¿Cómo estás?
No estaba listo para eso, para escuchar aquella voz suave, baja y sexy que le había atormentado en sueños.
—Estoy bien —mintió—. ¿Y tú? ¿Has tenido buen viaje? Nos estábamos preguntando cuándo llegarías.
—El viaje bien —se encogió de hombros y empezó a juguetear con el vaso—. Más o menos. Un vuelo largo, retrasos y todo eso. Da gusto estar en casa.
—Tus padres están en la sala con Melanie y Tom. Me arrancarán los ojos si te entretengo aquí charlando, va a ser mejor que vayas a verlos.
Ella asintió con la cabeza y se dirigió hacia él que estaba en el umbral de la puerta. Ella vaciló un instante porque él no se movía.
Él no sabía porqué no se había movido, solo que no lo había hecho. No podía en realidad hasta que no hubiera hecho aquella tontería.
Alargó una mano y la sujetó la barbilla, inclinó la cabeza y le dio un beso ligero como una pluma en sus labios húmedos y suaves.
—Bienvenida a casa, Lydia —dijo en voz baja y después la soltó como si quemase y se fue rápidamente hacia la puerta de atrás y salió al jardín. Respiró hondo y cerró los ojos. Paladeó el sabor a naranja que le había quedado en los labios y la intensidad de la respuesta de su cuerpo lo sorprendió.
El había creído de verdad que ya la había olvidado, pero no era así. La deseaba exactamente igual que siempre, quizá más. No había como un poco de abstinencia para que el corazón se hiciera más aficionado, se burló de sí mismo. De todas formas, ella había vuelto y él tendría que afrontarlo.
Vale. Podía hacerlo. Por lo que él podía recordar ella le había dejado y se había ido, y lo volvería a hacer. Ella era un problema, un enorme problema, con P mayúscula y él no se iba a dejar seducir por sus encantos. Nunca más.
Lydia se quedó clavada en el sitio durante una eternidad, con los dedos sobre los labios y los ojos muy abiertos. Debería haber contado con que él estaría allí, debería haber contado con que siguiera teniendo el mismo efecto sobre ella.
Ella sabía que él estaría en la boda, por supuesto, pero no se le había ocurrido que iba a estar en casa de sus padres, charlando con ellos. A pesar de que vivía en la casa de al lado.
Maldición. Claro que iba a estar allí. Era el mejor amigo de Tom, se conocían prácticamente desde que nacieron, era lógico que anduviera por allí.
—¿No lo encuentras, Jake? ¡Cariño!
Se encontró envuelta en el abrazo de su madre y un segundo más tarde estaban allí los demás riendo, y llorando, y abrazándola. También estaba Tom que miraba hacia la puerta.
—¿Se ha ido Jake? —preguntó sorprendido.
—Sí. Se encontró conmigo cuando salía —bueno, ella había dado por hecho que él se marchaba. ¿O se había ido por ella?
Hubo un momento de silencio incómodo y luego su padre la volvió a abrazar.
—Me encanta tenerte de nuevo aquí, muñeca, ¿estás bien?
—Muy bien —mintió con los ojos aún fijos en la puerta. Hizo un esfuerzo para apartarlos de allí—. Perfectamente bien. Es maravilloso estar en casa. Venga, quiero que me contéis todos los planes de boda.
—Te va resultar tremendamente familiar —dijo Melanie con una sonrisa sardónica y a Lydia se le encogió el corazón.
Claro. Mel se había dedicado a fondo a preparar la boda de Lydia el año anteríor y durante todo el tiempo Lydia había sido muy consciente de que aquella no era realmente la boda que ella quería. El entoldado junto al río, los complicados arreglos florales, las sillas doradas, las mesas redondas con sus níveos manteles y su resplandeciente vajilla: siempre había sido la boda de Mel.
Lydia había querido casarse bajo el sauce con unos pocos familiares próximos y haber hecho un picnic junto al río con champán, quesos blandos y uvas jugosas. Pero Melanie se había puesto del lado de su madre y habían acabado con un menú de tres platos, complicados planes para sentar a la gente y una lista de invitados que no dejaba a nadie fuera.
Jake había sonreído tolerante y Lydia se había sentido impotente para resistirse. Hasta el último momento.
en aquel momento, como si fuera un chiste pesado, todo volvía a ponerse en escena, pero esta vez el reparto no era el mismo y el telón no caería antes
del último acto.
ella y Jake tendrían que soportar la parodia de
su boda y fingir entusiasmo y alegría por el bien de
sus personas queridas.
De pronto se encontró deseando haberse quedado por ahí otro mes más y no haber vuelto a casa hasta que no hubiera terminado todo.
—Cuéntanos tus viajes —dijo su madre con una sonrisa de expectación—. Hemos tenido tan poco contacto...
—Lo siento. Es que necesitaba apartarme.
—Lo comprendemos. Venga, cuéntanoslo todo. ¿De dónde vienes ahora? Apenas podíamos seguirte la pista.
—De Australia, bueno, vía Singapur. Me detuve allí a ver a unos amigos.
—Pues cuéntanoslo —dijo su padre—. Fuiste a Tailandia cuando yo te dejé en el aeropuerto, ¿no?
—Sí y estuve vagabundeando por allí durante un mes intentando organizarme y luego tuve que irme porque no tenía visado así que me fui a la India y trabajé en un hotel como guía. Luego fui a Singapur, a Bali, y después a Australia de ahí a Nueva Zelanda y otra vez a Australia, trabajando en lo que pudiera encontrar para tener dinero y pagarme un techo.
—Eso suena muy peligroso —dijo su madre cerrando los ojos.
Lo había sido, por supuesto, pero estaba claro que no le iba a contar a su madre lo del turista que intentó violarla en la India, o lo de la chica de Nueva Zelanda que le robó todo menos las fotos, el pasaporte y la ropa que llevaba puesta.
—Fue divertido —dijo, para no mencionar lo mucho que había trabajado, las punzadas del hambre y la disentería. Lo que no supieran no les haría daño, decidió, y de todas formas había sobrevivido y había aprendido unas cuantas lecciones vitales.
—Estás flaca —dijo su padre sin rodeos mirándola las piernas. Ella las recogió un poco y se.
—Bobadas, es porque estoy morena. A ver, cuéntame, ¿cómo va el negocio? —preguntó a su madre esquivando el tema.
—Estupendamente. Hemos hecho algunos proyectos nuevos: Dunham Hall, el príorato de Whitfield, un montón. Te habría encantado Dunham. Hicimos una cocina asombrosa y una despensa de mayordomo excelente. Es como una vuelta atrás en el tiempo. Tengo fotos, te las enseñaré más tarde. Ahora tengo que llamar a la florista antes de que se me olvide y decirle unas cuantas cosas. Raymond, ¿te importaría revisarlo conmigo otra vez? Falta solo una semana, tenemos que quitárnoslo de encima.
Esto hizo que Lydia volviera a recordar la razón de su regreso. Cuando sus padres se fueron ella miró a Melanie y Tom, que estaban cómodamente repantigados en el sofá uno al lado del otro. El brazo de Tom estaba sobre el hombro de Melanie. Lydia suspiró. No podía envidiarlos por su felicidad. Había estado a su alcance y ella se había escapado.
—A ver, tortolitos, ¿cuándo decidisteis dar el paso?
—Pues hará un año —confesó Tom con una sonrisa—. Cuando la conocí en el ensayo de tu boda. La miré una vez y pensé: esta es mi mujer.
—Como un hombre de las cavernas, ¿no? —bromeó Lydia, deseando haber podido estar tan segura de Jake como Mel estaba de Tom, porque si lo hubiera estado naturalmente se hubiera quedado y se habría casado con él.
—A mí me gustan las tácticas del hombre de las cavernas —dijo Mel riéndose—. Me encanta cuando se pone dominante. Le hace creer que es el que manda y disfruta con ello.
Lydia se de la sonrisa resignada de Tom. Ella sospechaba que su fogosa e inquieta hermana le daba cien vueltas a aquel hombre directo y sincero que había elegido, pero él era lo bastante generoso como para consentírselo todo.
Si ella hubiera tenido una relación tan abierta con Jake, pero por alguna razón nunca habían pasado de la superficie ni habían compartido nada a un nivel verdaderamente profundo. Quizá había sido ese el problema.
Quizá, pensó, ese era el único problema. A lo mejor si hubieran hablado sinceramente el uno con el otro, si se hubieran llegado a conocer mejor, ella habría sabido si él la amaba o no. Tom se puso de pie.
—Tengo que irme, debo solucionar unas cosas con Jake. Volveré después. Lydia, ven a cenar con nosotros. Vamos a un nuevo restaurante italiano del centro.
—¿Nosotros?
—Nosotros y Jake.
—No sé. Puede que él no quiera que vaya.
—No seas tonta. Ya es agua pasada, no le importará —Lydia no estaba tan segura, pero nunca había estado segura de nada con Jake.
—Ya veremos.
Él se agachó y le dio un tierno beso a Mel y luego se fue, dejando solas por primera vez a las dos hermanas. Mel, directa como siempre miró a su hermana y le dijo.
—Estás hecha un asco. Estás demasiado delgada, tienes ojos de cansada y pareces triste. ¿Tan duro ha sido el año?
Y, sin ninguna razón aparente, Lydia estalló en lágrimas. En un instante, Mel estaba sentada en el brazo de su sillón rodeándola con sus brazos y ella se sintió comprendida y consolada por alguien que la quería de verdad. ¡Cómo había echado eso de menos! Abrazó a Mel por la cintura apretando fuerte.
—Qué bueno es volver a casa.
—¿Vas a estar bien a pesar de Jake?
—No lo sé —dijo encogiéndose de hombros—. Creía que sí, pero al verlo... ya no lo sé. ¿Ha dicho él algo con lo de mi vuelta?
—En realidad no, ni a mí ni a Tom, nada que sea digno de mención. No creo que tengas que verle mucho si no quieres.
Si no quería. El problema era que no estaba segura en absoluto de que no quisiera verlo. Le había echado infinitamente de menos durante todo aquel año y al volver a verlo todo había vuelto a ser lo mismo. Pestañeó para controlar las lágrimas y se puso derecha.
—¿Tiene...? Bueno, ya sabes...
—¿Otra mujer? —son comprensiva Mel—. No. Yo no he oído nada, y Tom me lo habría contado si se hubiera enterado. Ha estado mucho en Londres, por supuesto. Casi nunca está aquí, bueno, Tom tampoco, claro, pero yo paso mucho tiempo en Londres con él cuando mamá puede prescindir de mí, que no es muy a menudo. El negocio ha despegado de verdad este año. Por cierto está encantada de que hayas vuelto, porque supongo que has vuelto, ¿no?
—No lo sé. Probablemente, pero no sé si me quedaré aquí. No creo que lo haga estando Jake en la casa de al lado.
—Bueno, eso no es un problema, la casa está en venta, él se marcha.
«¿Qué?» Lydia sintió que se abría el suelo bajo sus pies.
—¿Qué él qué? —repitió sorprendida y entonces se dio cuenta de la relación que había entre sus sentimientos al volver a casa y Jake. No podía marcharse. Nunca le volvería a ver.
—Se va a quedar en Londres, como ya te he dicho no está aquí casi nunca ahora.
¿No estaba nunca? Oh, Dios. Se puso de pie dando una palmada a Mel en el hombro al pasar a su lado.
—Me voy a dar un paseo —dijo y se fue a la cocina, pasó por el lugar donde él acababa de besarla, justo enfrente de la habitación donde le había pedido que se casase con él hacía más de un año, la habitación donde tantos sueños y esperanzas había forjado y que habían acabado por desplomarse ante sus ojos.
Fue corriendo por el jardín, sobre el césped, pasó bajo el arco de rosas y llegó a la pradera que estaba junto al río en la que pondrían los toldos en los próximos días. Su sauce estaba allí, las puntas de las ramas rozaban el agua. Se apoyó en el tronco respirando agitada. Él no podía irse.
Resbaló por el tronco y cayó sentada sobre la hierba húmeda, apoyando la cabeza en el árbol y cerrando los ojos. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y deseó poder volver atrás en el tiempo y cambiar el curso del último año.
A lo mejor si se hubiera casado con él, si le hubiera dado una oportunidad, todas sus dudas y sus miedos habrían desaparecido. A lo mejor habrían aprendido a hablar el uno con el otro, a abrir sus corazones y se habrían atrevido a compartir sus sentimientos.
Y a lo mejor entonces, en vez de aquel dolor sordo que sentía en su interíor podría estar llena de alegría, como Mel.
Volvió la cabeza y miró hacia la casa de Jake, y entonces lo vio, de pie junto al río, junto a la valla, mirándola. Estaba demasiado lejos para ver sus lágrimas, pero levantó la mano para saludarla y se dio media vuelta.
Ella quería correr tras él, preguntarle si la había querido, si la había querido de verdad o si solamente había permitido que le metiesen en todo aquel asunto de la boda.
No lo hizo, sin embargo. No se movió. En vez de eso se quedó allí y lo miró hasta que las lágrimas la cegaron y él desapareció.
¿Qué estaba haciendo ella allí? Él estuvo durante una eternidad observándola apoyada en el árbol, con la cara levantada hacia el sol y se moría por abrazarla.
«Eres un idiota», se dijo. «No es buena para ti. Es solo una bonita mariposa y si la atrapas, se morirá con toda seguridad, como si le hubieras atravesado el corazón con un alfiler».
Miró su reloj. Alguien iba a ir a su casa a las cuatro, faltaba una hora. Tenía que ir y recoger la cocina, esa cocina que había diseñado e instalado Lydia, la cocina que había planeado como si fuera la suya propia.
Ella estaba en todos los rincones de aquella cocina, cada detalle del acabado, cada idea brillante gritaban su nombre. Esa era una de las razones para vender la casa. Esa y su regreso. Contemplarla día tras día revoloteando por allí, oír aquella risa cantarína, ver cómo corría hacia el coche con aquellas piernas interminables brillando al sol...
Había soñado con aquellas piernas entrelazándose con las suyas, o rodeando su cintura mientras él se enterraba profundamente dentro de ella.
Gruñó con impaciencia y ella levantó la mirada y lo vio. Estaba demasiado lejos para poder ver su expresión pero él no podía quedarse allí no fuera que ella se acercase y pudiera leer el anhelo en sus ojos. Levantó la mano en un saludo y se fue, volviendo a la casa con el corazón destrozado. No podía permitir que ella le hiciera eso. No podía regodearse en su autocompasión de aquella manera o no sobreviviría.
Tenía que superar aquella semana y la boda del sábado y luego ya no tendría que volver a verla. Podía dejar la casa. Mandaría a un equipo de mudanzas para que lo desmontasen todo y se lo enviaran a Londres.
A lo mejor así conseguía moverse en alguna dirección.
—¿Lydia? ¿Esta noche? —Jake se encogió de hombros esperando que el gesto resultara convincente—. Claro, ¿por qué iba a importarme?
—Bueno, eso fue lo que yo dije —contestó Tom—. De todas formas da lo mismo, os vais a tener que ver toda esta semana así que es mejor que os acostumbréis.
—Está claro. No hay ningún problema —tranquilizó a Tom con la esperanza de que fuera verdad—. ¿Qué tal van los planes?
—Ah, muy bien. Hay muchas cosas que hacer, pero como habíamos tenido un ensayo, no creo que la cosa sea tan dura como podía haber sido.
¿Un ensayo? ¿Era así como llamaban ellos al desastre del año anteríor?
—Podía haber sido algo más sencillo —señaló y Tom soltó una carcajada.
—¿Organizándolo Mel? Imposible. Mi chica quiere una boda de campanillas y eso es lo que va a tener. Parece ser un defecto de familia.
Excepto que Lydia cada día había parecido más desdichada con todo aquello, ¿o era por él? Él no lo sabía, no se había parado a descubrirlo.
—¿A qué hora vamos a salir?
—¿Siete y media? La mesa está reservada para las ocho y media, pero podemos beber algo antes.
—Muy bien. Estaré listo. Venga, deja esa taza en el lavavajillas y vete. Viene gente a ver la casa dentro de diez minutos y tengo que supervisarla. ¿Cómo está tu cuarto?
—Está bien, de verdad tío que eres un rollo.
—Vete a ver cómo está.
Tom le hizo un saludo militar, se bajó de la encimera, dejó la taza en el lavavajillas con gran estrépito y salió. Jake sacudió la cabeza, volvió a limpiar la encimera, echó una última ojeada y se fue a la entrada.
Había flores frescas en un jarrón, el sol entraba por las ventanas y la casa tenía muy buen aspecto. Oyó a Tom que bajaba las escaleras de dos en dos, tarareando.
—¿Y?
—Impoluto. Se van a quedar muertos al verlo —le dio un golpe cariñoso en un hombro y salió por la puerta de atrás en el momento en que sonaba el timbre de la puerta delantera.
Les encantó. La casa gustaba a todos los que la habían visto. Parecía que fuera a haber una enorme disputa por ella y el agente predijo que al final habría que venderla por el sistema de puja en sobre cerrado, en que la gente haría su oferta final en las próximas dos semanas.
Bueno, por lo menos eso no se iba a quedar colgando, pensó taciturno al cerrar la puerta tras los visitantes poco después de las cinco. Quisieron verlo todo varias veces y él los había dejado que la recorrieran solos y tuvo que escucharles cantar las alabanzas de la cocina durante casi diez minutos.
La mujer se había fijado en todos los detalles que había puesto Lydia. El lugar tan cómodo para poner las bandejas, la isla central tan alta y práctica con una superficie de granito para poder amasar empotrada en la encimera de caoba. Le encantó todo y se había mostrado especialmente interesada en el espacio que había bajo la encimera cerca de la cocina.
—Es una cama para perro —explicó Jake.
—¿Sí?
—En teoría. Pero como cada vez he tenido que pasar más tiempo en Londres el perro no encajaba en mi vida.
—Qué pena. A nuestro perro le encantará, tan cerca de la cocina. Qué idea más buena. Bueno, puede que algún día usted también pueda tener perro.
Jake hizo lo único que podía hacer. Había sonreído y asentido sin apretar demasiado los dientes.
Y por fin se fueron tras echar una última ojeada al piso de arriba y lo dejaron solo. Se fue al cuarto de estar, se dejó caer en su silla favorita y suspiró.
¿Por qué demonios tenía que volver?
Lydia no estaba segura en absoluto de si iba a salir o no aquella noche. Había caído en la cama a las tres y media y, para su sorpresa, había dormido profundamente hasta las siete. Mel apareció con una taza de té en la mano para decirle que se levantase y saliera porque le iba a hacer bien y además tenían ya muy poco tiempo para estar juntas antes de que se casara.
No era así como lo veía Lydia. La semana que tenía por delante se extendía hasta el más allá y no veía ninguna forma de librarse de ella. Claro que si estaban así las cosas más le valía hacerse a la idea, así que apartó las sábanas y se levantó.
—Iré. ¿Hay que ir muy arreglada?
—Vale cualquier cosa. Yo voy a llevar un traje de pantalón de seda bastante informal —Lydia puso los ojos en blanco.
—Yo tengo pantalones cortos y eso es todo.
—¡Tienes un montón de ropa!
—Pero no me servirá nada. Estoy más delgada, Mel.
—No tanto. Vamos a ver... mira, este es bonito y se ajusta solo. Ponte este.
El vestido favorito de Jake. Maldición. Ella suspiró y se fue al cuarto de baño.
—Vale, dame cinco minutos.
La llevó más tiempo, por supuesto, porque tuvo que lavarse el pelo. Afortunadamente el moreno la disimulaba las ojeras, así que se puso un poco de sombra, un toque en las pestañas y un poco de rosa en los labios y luego se puso el vestido.
Seguía siendo bonito. Era largo y suave y esperaba que Jake no se acordase de que era el que llevaba puesto cuando le pidió que se casase con él.
Maldición, de todas las cosas que se podía haber puesto ella tenía que haber elegido aquel vestido. Él había tenido fantasías en las que ella lo llevaba puesto y el viento se lo ceñía al cuerpo, haciendo resaltar todas sus curvas.
No es que ella tuviera ahora muchas curvas que resaltar, pensó, estudiándola con ojos críticos. Sin la camiseta amplia podía ver los delgados brazos y la esbelta cintura, los pechos pequeños y altos y, cuando se movía, el ángulo de los huesos de su cadera.
No llevaba sujetador. Normalmente no lo hacía, con aquellos pechos que ella describía sarcástica-mente como dos uvas sobre una tabla apenas lo necesitaba, pero el aire fresco de la noche le había puesto duros los pezones y él deseó que ella se pusiera una chaqueta antes de que él se pusiera en ridículo.
—¿Estamos listos? —preguntó Tom.
—Me muero de hambre. Odio la comida de avión —bostezó y luego se río—. Lo siento, estaba en la cama. Mel me ha sacado a rastras hace media hora.
En la cama. Maravilloso. Justamente lo que él necesitaba. Entre eso y aquellos pezones impertinentes estaba seguro de que acabaría haciendo una idiotez. Se estiró el jersey de algodón y rogó a los cielos para que no hiciera demasiado calor en el restaurante.
El ambiente daba miedo. Mel y Tom hicieron lo que pudieron para levantar los ánimos, pero Lydia estaba demasiado cansada para unirse a ellos y Jake, ocupado en beberse el vino, guardaba un silencio obstinado.
Hasta que sirvieron el café, y entonces se acomodó en la silla con un brazo sobre el respaldo y la miró mientras removía su café sin azúcar con una determinación inquebrantable.
—Cuéntanos, Lydia, ¿te has encontrado a ti misma en tu trayecto hippie?
—¿Trayecto hippie? —preguntó ella sin acusar la frialdad de su tono—. He conocido a un montón de personas muy interesantes, gente muy maja. He hecho algunos amigos maravillosos y he aprendido mucho sobre la confianza y el trabajar en equipo y compartir cosas. ¿Y tú? ¿Qué has hecho este año?
—Bueno, traspasar unas cuantas empresas, despojarlas de sus bienes, destrozar unas cuantas vidas, ya sabes, ese tipo de cosas.
—Nada que merezca la pena entonces —bromeó, descontenta consigo misma aunque sabía que era solo autodefensa.
—No, en absoluto. Sobre todo, si se compara con dejar tirado al novio justo antes de la boda y desaparecer luego por el mundo como una cría irresponsable. La verdad es que me sorprende que no hayas vuelto apestando a pachulí y cubierta de pendientes por todo el cuerpo.
Ella cerró los ojos, dolida por su ataque injustificado. Bueno, puede que no fuera injustificado, pero sí fuera de tono, ¿no? Tom parecía pensar lo mismo porque se puso muy derecho y miró ceñudo a su viejo amigo.
—Demonios, Jake, eso ha sido un poco duro.
—¿Sí? Esta mujer me deja dos días antes de la boda y tú dices que yo soy duro. Yo no lo veo así.
Lydia sintió que le ardían las mejillas. El corazón le daba golpes en el pecho y pensó que se iba a marear. Tenía que salir de allí, escapar de su amargura y de su odio antes de que destruyera su agrietado barniz de indiferencia y su dolor quedase al descubierto. Miró a Mel con desesperación.
—Si no os importa creo que volveré en taxi a casa. En realidad no me apetece el café y estoy muy cansada —se puso de pie, consciente de que Jake, que el año anteríor se habría levantado con ella, seguía acomodado en su asiento mirando ceñudo a su taza—. Os veré mañana.
—Tom, llévala a casa —dijo Mel apresuradamente.
—No, mejor nos vamos todos —dijo Jake poniéndose de pie bruscamente y sacando la cartera—. Es inútil fingir que nos estamos divirtiendo —dejó un puñado de billetes sobre la mesa, hizo una seña al camarero y se fue hacia la puerta sin haber tocado el café.
—¿Está todo bien? —preguntó inquieto el camarero y Tom lo tranquilizó.
—Sí, todo está bien. Simplemente estamos cansados, gracias.
Pasó un brazo protector por los hombros de Lydia y la condujo hasta la puerta. Mel iba delante de ellos, hirviendo de ira hacia Jake y deseándole todos los males, si las sospechas de Lydia eran ciertas. Maldición. Debía haberse quedado en la cama y no haber salido con ellos. Era estúpido creer que se iban a comportar como personas civilizadas.
Ya tendría que ser agua pasada, según Tom, pero había sido más bien una tromba que se lo había llevado todo por delante.
Él parecía estar aún muy enfadado. Eso la sorprendía porque a pesar de que ella siempre había sentido que no le conocía bien no le había tenido nunca por una persona vengativa o desagradable.
Y, además, ¿por qué estaba tan enfadado? A no ser que ella aún le importase. Y si ella le importaba tanto, si estaba aún tan enfadado, podía ser que él la hubiese querido de verdad. También podía ser solo orgullo herido, por supuesto, pero si no era así, ¿sería ya demasiado tarde o tenían una posibilidad de arreglar las cosas?
Lydia no lo sabía. Lo único que sabía era que tenía una semana para descubrirlo. Una semana que unas horas antes le había parecido eterna y que ahora le parecía demasiado corta.