―Sí Jules.

 

―¿Y qué quieres tú?

 

―No lo sé ―la imitó.

 

―No te preocupes no me he alimentado en la ciudad desde que he llegado y llevo sin matar más de dos meses, cumpliré vuestras exigencias.

 

―Alix…te lo estoy diciendo muy enserio. Júrame que lo entiendes. No podremos hacer nada más por ti. No queremos entrar en conflicto con los demás y no podemos darte más oportunidades.

 

―¿Y tú?

 

―¿Y yo qué?

 

―Hablas en plural, de vosotros, ¿qué pasa contigo? ¿Qué quieres tú?

 

―No quiero hablar de eso ahora, no es el momento.

 

―¿Ah, no? ¿Y cuándo vas a encontrar el momento? ―Yvan apartó la vista y se miró los dedos― ¿Has olvidado qué somos? Al menos debemos dejar las cosas claras. Saber qué podemos esperar el uno del otro ¿Tan poco te importa?

 

―¿Y por qué crees que Jules te concede una tregua, porque le caes bien?

 

―Pues dile a Jules que acepto su tregua porque coincide con mi plan de mantenerme cerca de ti no porque tenga nada que demostrarle.

 

Chloé se había sentado sobre el firme abdomen de Eric y le besaba cariñosamente el cuello. Las revelaciones de su esposo la dejaron boquiabierta, no esperaba ese cambio en él. Ella intentaba guiarlo de vuelta a la normalidad pero no parecía obtener ningún resultado y sorprendentemente allí estaban, en el punto exacto de partida, o más bien dicho, de regreso a su antigua vida. Le preocupaba un poco los escasos datos sobre su nuevo trabajo pero no le presionaría. Sabía que debía ser muy duro para él plantearse dejarla sola durante unas horas al día. No lo hacía nunca desde su secuestro. Tan solo había conseguido un poco de libertad tras la cena de los dos Forsekers en casa, seguramente arrepintiéndose de su comportamiento. Así que no lo haría retroceder por unas estúpidas pregustas. Ya se lo contaría cuando estuviese preparado. Seguramente esperaría a tener el asunto cerrado y disponer de todos los datos.

 

―Cari ―le retiro el pelo de la frente.

 

―¿Si?

 

―No me importa quedarme en el centro, el piso me gusta y tengo todo a mano y si tú vas a estar más tranquilo yo puedo soportarlo.

 

―Sinceramente. Me da igual. Lo que tú quieras. Te lo proponía porque sé cuánto echas de menos a Leonor y al resto de las chicas y pensé que te haría feliz.

 

―Yo seré feliz cuando tú vuelvas a serlo.

 

―No digas eso ―se incorporó y la cogió por los hombros para poder mirarla a los ojos―, yo soy feliz, es solo que…

 

―Cuéntamelo. Nunca te has sincerado conmigo y quiero oír de tus propios labios cual es el problema.

 

―Estoy cansado pequeña. Llevo viviendo tanto tiempo entre las sombras que ya no encuentro la luz.

 

Chloé tembló al escuchar tan duras palabras pero no haría nada que lo hiciese dejar de hablar, así que se limitó a apoyar la cabeza en su pecho y dejar que la abrazara.

 

―¿De qué nos sirve? ―meditó un instante antes de seguir con su monólogo― ¿De qué nos sirven los pactos entre facciones, las guardias, los castigos? ¿De qué ha servido mi trabajo, está horrible cicatriz ―arrugó la cara― o cualquiera de las que no se ven? ¿Y las precauciones? Nos hemos pasado la vida protegiéndonos de nosotros mismos y protegiendo a la humanidad de nuestras costumbres y todo para qué. Para que nos aniquilemos los unos a los otros, para que nos arrebaten lo que más nos importa, para ocultarnos de aquellos que deberían aprender de muchos de nosotros.

 

―No siempre es así cariño. Hemos vivido muy tranquilos durante décadas en esta ciudad. No puedes sentir eso de corazón, es la rabia la que habla por ti.

 

―Es irónico pensar ―prosiguió como si no la hubiese oído―, que te hicieron daño seres como nosotros, seres que se esconden del ser humano por miedo a dañarlos.

 

―Esa gente no es como nosotros. No puedes compararlos con los que respetan la ley.

 

―La ley ―rio sin ganas― ¿La ley que nos empuja a menospreciarnos y vivir entre las sombras? ¿La ley que nos infravalora? ¿La ley que nos ata de pies y manos y le da libertades aquellos que no valoran lo que tienen? Pequeña, esa ley la escribieron unos necios.

 

Algo pinzó el estómago de Chloé. Esas palabras eran prácticamente sacrilegio. Si alguien lo escuchaba hablar así lo tendría vigilado durante un largo tiempo. Le sujetó la mandíbula con ambas manos y lo acercó hasta que sus frentes se unieron.

 

―Dime que esas palabras nacen de la rabia por lo que me hicieron.

 

―Pequeña, esas palabras nacen del dolor.

 

Ella atrapó su boca entre sus labios e introdujo la lengua en su interior muy despacio. Quería borrar aquellas palabras y la mejor forma era hacerle olvidar.

 

¿Por qué le costaba tanto?

 

Empezaba a odiarse así misma por lo que le habían hecho y ella no tenía por qué sentirse culpable. Ninguno de los dos lo era. Su marido estaba completamente perdido y ella no tenía forma de ayudarlo. Tal vez volviendo a casa, con la proximidad de Colin y el resto del clan, él vería las cosas de otro modo. Sí eso haría. Volverían a su hogar y le pediría ayuda a Colin. Sin duda él sabría cómo hacerle ver la realidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XIV

 

 

 

 

 

 

 

Se miró al espejo para darse el visto bueno. Se había adornado el pelo con unos discretos pasadores a los lados y el resto caía en cascada por su espalda. Un moderado pero efectivo maquillaje, unos pequeños diamantes en las orejas y un corto vestido fucsia atado al cuello era todo lo que llevaba. ¡Ah! y por supuesto unas sandalias negras de quince centímetros de esas que tanto le gustaban a Yvan.

 

Le había costado mucho decidirse pero ya no había vuelta atrás. Cinco días en Le Mans empapándose de recuerdos le daban la fuerza necesaria para, por fin, afrontar la situación.

 

«Vamos nena, puedes con todo»

 

Cogió el móvil y lo guardó en un pequeño bolso que se colgó a la muñeca. Volvió a mirarse y ensayó una amplia sonrisa y sus ojitos de niña buena.

 

 

 

―¿Qué haces aquí? ―preguntó Yvan antes de que ella pudiera controlar nuevamente su cuerpo.

 

―¿Cómo haces eso?

 

Yvan apartó los ojos del libro que estaba leyendo para mirarla.

 

―Puedo olerte a kilómetros. ¿Qué haces en mi casa y por qué no estás con Salomé?

 

―Sabe que estoy aquí ―se apresuró a decir―. Le he prometido que le mandarías un WhatsApp confirmándoselo.

 

Despreocupado, sentado sobre el gran sofá chill out de la terraza, siguió leyendo como si ella no estuviera allí.

 

―Sé que Jules te ha obligado a tomar la noche libre para que duermas un poco y he pensado que sería buen momento para…

 

―Para impedir que lo hiciera ―la interrumpió―. Créeme Alix no hacía falta que te tomases tantas molestias, hace meses que no duermo.

 

―Yo diría que años, no me atribuyas todo el mérito ―contraatacó sin poder evitarlo.

 

«Ese no es el plan» ―se reprochó.

 

―Tienes todo el derecho a estar enfadado, de hecho cuento con ello por mucho tiempo, pero me gustaría poder tener unos minutos a solas contigo.

 

―Ya los hemos tenido.

 

―No. Olvídalos. Eso no tendría que haber pasado así. Yo quería regresar pero…

 

―No me interesa Alix ―hizo un gesto con la mano para que se marchara―. Si no te importa me gustaría disfrutar de mi día libre.

 

Se acercó a él hasta tocar el sofá con las rodillas y con su proximidad consiguió llamar su atención.

 

Yvan la miró ceñudo. Sabía que tarde o temprano ese momento llegaría pero pensaba tener de aliada a Salomé para que lo avisase. Nervioso se humedeció los labios. Solo su presencia lo intimidaba. Con Alix cerca estaría perdido una y mil veces. Todo él le pertenecía, nunca podría cambiarlo. Pero ella lo había desechado sin ninguna consideración y no merecía un camino de rosas de regreso a casa. No. Para nada se lo pon-dría fácil. Si es que tuviese pensado intentarlo de nuevo, claro. Algo que por supuesto no pasaría. Por mucho que él deseara olvidar lo ocurrido y rodearla con sus brazos no lo haría. Era una asesina. Él lo había pasado por alto la primera vez porque confiaba en ella. Habría dado su vida protegiéndola ante los clanes sin dudarlo. Ahora ella había perdido ese derecho. Ya no podía protegerla pensando que tarde o temprano volvería a traicionarlo. Ya no confiaba en ella.

 

―Viendo que no decides irte seré cortes. ¿Qué quieres Alix?

 

―Que me acompañes a un sitio.

 

―¿Yo a ti? ―abrió mucho los ojos y tiró el libro a un lado―. Has perdido el juicio.

 

―Por favor, nos merecemos unos minutos a solas para poder hablar.

 

―Podemos hacerlo aquí.

 

―No ―lo contradijo a pesar de estar contenta por el avance, al menos le daba la oportunidad de hablar―. Necesitamos un sitio neutral donde poder hablar con tranquilidad. Tú mismo me lo enseñaste. Los dos somos muy temperamentales y sentimos la necesidad de huir el uno del otro cuando nos enfadamos.

 

Le tendió las manos con la esperanza de que aceptara a la primera. Como imaginaba, no fue así. Yvan se levantó y caminó hasta la balaustrada mirando el exterior. Dudaba, estaba convencida. Se acercó a él por la espalda dándole el espacio necesario para que no se sintiera presionado.

 

―Confía en mi Yvan, no haré nada que no quieras que haga y no diré aquello que no estés preparado para escuchar. Solo quiero que me concedas unos minutos para saber cómo actuar de ahora en adelante.

 

―¿Y si te pido que dejes de molestarme? ―apoyó la espalda contra el pasamano para poder descifrar su expresión al contestarle.

 

―Respetaré tu decisión ―observó cómo se pasaba la mano por el pelo vacilante y añadió el toque maestro―. Confía en mí Yvan, yo lo hice sin dudar varias veces.

 

Tocado y hundido. Así se sintió él tras esas palabras. Y lo peor es que no podía desmentirlas. Sin contar otras ocasiones en las que él le había repetido esas palabras, ella se marchó junto a él cuando no tenía ninguna prueba fiable de que no fuese a matarla. Y como bien decía, lo hizo sin dudar.

 

Conociendo perfectamente lo estudiado que tenía el plan la miró resignando y le tendió las manos. Cuando sus pies tocaron otra vez suelo firme y su visión fue nítida Yvan no podía creerse donde estaba. El restaurante permanecía completamente a oscuras, a excepción de la tenue luz que proyectaban las farolas de la calle y la de las velas que había sobre la única mesa preparada para cenar. Antes de poder preguntarle a Alix porqué lo había llevado a la Torre Eiffel ella se adelantó y le sonrió dulcemente.

 

―¿Debo entender que confías en mí? ―animada le apretó las manos.

 

―En absoluto. Te debía una, eso es todo.

 

Alix bajó la vista decepciona pero evitó decirle nada. Le soltó las manos y se dirigió hacia la misma mesa que habían ocupado la noche que Yvan la sorprendió llevándola a cenar para contarle detalles sobre su facción.

 

―¿Qué hacemos aquí?

 

―Cenar mientras hablamos.

 

―¿Cuándo se ha convertido esto en una cita?

 

―No lo es. Es nuestro lugar neutral.

 

―Sin testigos no sirve para nada.

 

―¿Es una amenaza? ―impasible lo miró por encima del hombro y vio cómo le ofrecía una discreta negativa con la cabeza. Más segura de sí misma siguió su camino―. Está bien, confesaré que pretendo aprovecharme un pelín de las circunstancias. Pero… ¿desde cuándo es delito recurrir a los recuerdos?

 

―Es una encerrona.

 

―¿Tan inseguro te sientes?

 

Alix esperó. Luego escuchó como él daba los primeros pasos.

 

«No ha cambiado nada»

 

―¿Aceptas la invitación? ―asió el respaldo de la silla de madera color chocolate y esperó pacientemente a que terminara de acercarse―. No te preocupes, es algo informal. Champagne y algo de picar, imagino que no tendremos mucho apetito.

 

Yvan escondió una sonrisa ante su mal fingida indiferencia. Intentaba mostrarse enfadado y distante pero la verdad era que desde que vio sus tupidas pestañas abriéndose y cerrándose sobre esos ojos verdes llenos de súplicas estaba vendido.

 

Tomó aire para recuperar firmeza y se sentó frente a ella. Se moría de ganas de decirle lo guapa que estaba. No. Se moría de ganas de desabrochar los lazos de raso negro que rodeaban sus tobillos, comerle los labios y soltar los dos grandes botones que sujetaban el vestido a su cuello. No obstante, agarró la servilleta con fuerza con su mano izquierda y con la derecha cogió una copa.

 

El pequeño bolso que Alix había dejado a un lado de la mesa vibró de repente.

 

―Debe ser Sa exigiendo un mensaje tuyo.

 

Yvan la miró con ojos penetrantes y sacó su móvil. Solo cuando lo tuvo delante desvió la mirada hacia la pantalla.

 

«Voy a vengarme de un modo muy cruel» Escribió.

 

Al instante recibió un emoticono con la lengua fuera como respuesta, seguido de un: «Yo también te quiero»

 

Una voz dulce y sensual empezó a sonar débilmente por los altavoces del lugar. Seguramente Alix había usado la telequinesia para encender el equipo de música. La melodía era melancólica aunque con alguna pincelada de esperanza. Encajaba bastante bien con la situación.

 

―¿Qué quieres decirme Alix?

 

―No quiero agobiarte con cosas que no te gustaran ―Yvan puso los ojos en blanco―. Tampoco quiero precipitarme y hablar sobre nuestra relación ―prosiguió ella―. Estoy dispuesta a esperar. Más bien te he traído aquí porque quiero que seas tú quien me explique cómo has estado y cómo lo llevas en estos momentos.

 

―No tengo nada que decirte.

 

―Yvan por favor, no seas así. Has aceptado venir aquí conmigo, ¿tanto te cuesta dar un paso más?

 

―¿Para qué quieres esa información, para usarla a tu antojo y volverla contra mí?

 

―Yvan yo… mira, sé lo difícil que es volver a recuperarte. Lo tengo asumido desde antes de aparecer. Pero somos pareja, estamos destinados, no puedo desaparecer y olvidarme de ti…

 

Yvan dio un trago de champagne y soltó la copa sobre la mesa dando un duro golpe.

 

―¡Ja! Eso tiene gracia.

 

―Lo sé ―Alix apretó los labios―… no debería haber dicho eso ―suspiró―. Es difícil llegar hasta ti, créeme.

 

―Tú tienes la culpa.

 

―No te quito la razón pero podrías hacer un esfuerzo e intentar relajarte. Te prometo que no te voy a pedir nada. Solo quiero conocer tus sentimientos… poder ser tu amiga.

 

―Alix… tú no puedes ser mi amiga ―remarcó cada sílaba con énfasis.

 

Alix abrió la boca sorprendida. Iba a ser más difícil de lo que pensaba. Yvan no era un hombre rencoroso, al menos con ella no, y esa nueva faceta le iba a perjudicar mucho.

 

―Salomé es tu amiga.

 

―Sí y por eso no pude ser mi pareja.

 

―Pero yo solo quiero poder estar cerca, ayudarte cuando lo necesites.

 

―Yo no puedo permitir eso.

 

―¿Por qué? ―casi sonó a un grito desesperado.

 

Yvan estuvo a punto de decirle la verdad. Explicarle que no podía permitirse ser su amigo porque la amaba tanto que era imposible tenerla al lado sin saborear su cuerpo. Que inhalar su olor lo excitaba hasta hacerle perder el juicio. Que la había echado tanto de menos que solo podía pensar en esconderla entre sus brazos y no dejarla salir de allí jamás.

 

―¿Por qué te fuiste? ―se limitó a decir.

 

Alix apoyó la espalda en la silla y se tomó su tiempo en hilar una respuesta. Lo tenía justo donde quería. Sabía perfectamente que Yvan no revelaría sus sentimientos. Estaba acostumbrado a encerrarlos bajo llave en un lugar muy, muy solitario. Y ella había aprovechado ese conocimiento a la perfección. Viéndose acorralado con preguntas de ese tipo no querría hacer otra cosa que cambiar de tema. ¿Y cuál sería el tema más fácil al que recurrir? Ella.

 

Era una bruja, lo admitía. Pero de qué otro modo la dejaría hablar de su marcha sino era pidiéndoselo él mismo.

 

Las últimas estrofas de Arms de Christina Perri sonaban a través de los altavoces. Alix cerró los ojos para escucharla un segundo y renovar las fuerzas. Aquel Cd había sido su banda sonara en los últimos meses y le venía como anillo al dedo para la ocasión.

 

―Consideré que era lo mejor para ambos.

 

―¿Con qué derecho? No tenías derecho a decidir por mí.

 

―Sí si con mi decisión te favorecía.

 

―No digas estupideces. Te fuiste en tu propio beneficio. Preferías vivir libre antes que ser amada por alguien como yo.

 

―Lo hice para no dañarte ―aseguró―. No me veía capaz de resistir la tentación durante mucho tiempo y necesitaba averiguar cuál era mi prioridad.

 

―Eso ya lo sabíamos los dos. Pero íbamos a superarlo. Yo iba ayudarte.

 

―Precisamente fue lo que quise evitar.

 

―¿Y ahora sí aceptas la ayuda?

 

―No. Ahora ya no la necesito. Vuelvo porque te amo y sé que lo demás no importa.

 

La música era lo único que se escuchaba tras esa declaración. Ninguno de los dos apartaba los ojos del otro intentando descifrar qué sentía con exactitud.

 

―¿Estás diciéndome que me amas Alix?

 

―Con todo mi corazón.

 

―¿No estás aquí por el vínculo, la sangre o algo parecido?

 

―Me has ofrecido tu sangre y no la he aceptado.

 

―Contesta a mi pregunta.

 

―No. Estoy aquí porque te quiero y me gustaría volver a intentarlo.

 

Yvan se levantó inusualmente rápido para él. Se dirigió hacia la zona de bar. Necesitaba un whisky con urgencia. Rebuscó entre las botellas hasta que encontró el apropiado y bebió el primer trago de la misma botella. La cosa se ponía muy complicada. Él había preferido creer que esa no era una opción. Que Alix ni lo quería ni lo había querido nunca. Pero tras esa declaración prácticamente se le acababan las excusas. Aun le quedaba la posibilidad de que fuese una estrategia pero viendo su mirada sabía que no era probable. Al igual que lo había sabido durante todo este tiempo. Ella lo amaba, lo supo desde que la abandonó muerto de miedo tras hacer el amor con ella el primer día. Pero había sido más fácil durante todo ese tiempo creer que todo había sido una mentira.

 

Alix lo observaba desde su silla trastear por las neveras. Seguro que buscaba hielo. Estaba tan sexy cuando se sentía confuso que podía olvidarse de lo mal que lo estaba pasando con sus palabras. Se acercó a él y en un gesto tan grácil como provocador le colocó dos cubitos en el vaso a la vez que se sentaba en la barra.

 

―¿Qué has hecho con la seguridad de este sitio?

 

―Nada grave. Solo les he hecho creer que no está pasando nada.

 

―Estoy un poco confundido ―se sinceró.

 

―Pregunta lo que necesites.

 

―¿Si sientes eso por mí por qué te fuiste?

 

―Para protegerte ―Yvan rio desganado―. ¿Vas a dejar que te lo explique?

 

―Evitarás los detalles sórdidos, no me veo capaz de escucharlos.

 

―Nunca te haría eso.

 

Yvan salió de detrás de la barra y se sentó en un taburete. Miró el líquido dorado del interior de su vaso para evitar perderse en su belleza. Estaban muy cerca. Rezaba desesperadamente para que algo le impidiese tirarla sobre la barra en los siguientes minutos porque él iba a fracasar estrepitosamente.

 

―Cuando Jules vino a verme me contó algo que yo no sabía y que me hizo comprender que tu abstinencia nacía desde aquí ―con un dedo tocó su pecho a la altura del corazón. Yvan bajó la vista para observar el gesto―. Hasta ese momento yo me empeñaba en hacerte entender que podías ser más feliz cruzando la línea porque pensaba que tan absurda necesidad de autocontrol estaba en tu cabeza, que Jules era el responsable y que, al igual que él te había ayudado durante dos siglos, yo podía hacerlo el resto de nuestras vidas. Y estaba convencida de que mi sistema era mejor. Pero aquella noche algo cambió. Empecé a ver las cosas desde otro ángulo. Al día siguiente, viviendo de primera mano tu relación con tu clan, tu sonrisa, incluso la comodidad con la que hablabas con Eva por teléfono me hicieron verte por primera vez con total claridad. Me sentía tan orgullosa de ti. Habías conseguido algo tan grande, me trasmitiste tanta fuerza…

 

―Alix tienes que ayudarme a entenderte porque nada de lo que acabas de decir justifica tu marcha.

 

―Pude olerte Yvan. Por primera vez pude inhalar tu esencia con claridad y fue muy duro. Tú se la ofrecías a ellos, eran ellos los que te ofrecían felicidad y calma…Yo no podía destruirte con mi debilidad, no soy tan egoísta.

 

―Eso no es cierto, nena.

 

Yvan se levantó y se coló entre sus muslos. Cada segundo moría un poco. Tanta pena en aquella bonita voz. Tanto dolor en sus ojos.

 

Alix apoyo las manos en el mármol. No podía creérselo. ¿Le había llamado nena? Eso era mejor que bueno. La ilusión creció en su alma. Lo tenía tan cerca que parecía un milagro. Y además lo tenía por voluntad propia. Era un acto completamente premeditado. Se le veía tranquilo y controlado.  El olor a mar penetró por todos los poros de su piel sin previo aviso y su cuerpo se estremeció de placer. Cerró los ojos para disfrutarlo plenamente e imaginó que todo estaba bien entre ellos, que nada había pasado.

 

―Llevo meses practicando con Jules. Teníamos la sospecha de que era un mecanismo de defensa y he aprendido a controlarlo. He llegado a una conclusión muy próxima a la tuya: si no me olías era porque yo no te dejaba. Pero te juro… te juro que no lo sabía. De haber podido… Alix si lo hubiese sabido lo habría cambiado al instante. ¿Dices que aquella noche me oliste? ―Alix asintió― Entonces parece ser que la teoría es cierta. Inconscientemente me protegía de ti ― cariñosamente le colocó el pelo tras los hombros y aprovechó para acariciarle la mandíbula con los nudillos―. Alix no fueron ellos. Fue tu cambio de actitud. ¿Lo entiendes? Te pregunté durante todo el día. Quería confirmarlo, escucharlo con tus propias palabras pero te resistías a hablar conmigo. Al verte en mi ático llevando tan bien aquel encuentro tan estrambótico, justificando a mi jefe para evitar un conflicto, aceptándolos tal y como eran, entendí que estabas preparada.

 

―No lo estaba.

 

―Tú y yo hablamos esa misma noche y trazamos un plan. Podrías haberme dado la oportunidad…

 

―No hubiese funcionado.  A pesar de quererte con todas mis fuerzas no sabía lo que quería hacer con mi vida. ¿Y si hubiese sucumbido al día siguiente, o a los dos meses? Te habría destrozado.

 

―¿Qué quieres de mí Alix? ―Yvan parecía no haber escuchado nada de lo que le decía. Se acercó a su oreja y le dio un pequeño beso en el cuello.

 

―Que me perdones por haberme marchado sin despedirme ―pidió casi sin aliento.

 

Le dio otro beso, esta vez una poco más húmedo y más próximo a la clavícula. ¿Eso era un “te perdono”?

 

―Que me perdones por no haberte llamado, ni escrito, ni enviado un simple mensaje durante todos estos meses ―iría poco a poco no era momento de espantarlo exigiéndole amor eterno.

 

―Ummm ―cambió de lado y siguió con la dulce tortura.

 

―Que me perdones por espiarte durante días y por registrar tus pertenencias.

 

La miró y se acercó hasta que sus narices se unieron por las puntas.

 

―Eso te costará un poquito más caro. Me has hecho pasar un infierno.

 

―¿Lo sabías?

 

―Nena, puedo olerte a kilómetros. ¿Cuándo lo aprenderás?

 

Acercó su boca lentamente hasta sus labios.  Se mordió el labio inferior en un intento de detenerse. Desgraciadamente para Alix lo consiguió. Se limitó a unir sus frentes y a sujetarle la cara con sus grandes manos.

 

―¿Yvan tú me amas todavía? ―se atrevió a preguntar.

 

―Eso no importa.

 

―Claro que importa.

 

 

 

“And I keep waiting for you to take me. You keep waiting to say what have. So I will make sure to keep my distance. Say “I love you” and you´re not  listening. How long can we keep this up, up, up?”

 

 

 

Las frases susurradas de Distance parecían formar parte activa de la conversación. Alix se deshacía de amor. Yvan intentaba controlar su necesidad de ella.

 

―Yvan… yo no quiero exigirte nada. Me conformo con que no me alejes de ti.

 

Yvan mantuvo la frente pegada a la suya haciendo más presión. Era como si estuviese dejándose caer. Traspasándole todo la rabia que sentía para poder descargar lastre. Sabía perfectamente que lo único que lo detenía a dar un paso más eran sus convicciones. Y precisamente porque era capaz de respetarlas no lo empujaría. Conocía las consecuencias de forzarle a liberar sus impulsos y él no asumiría haberse entregado a ella sin pleno dominio de la situación.

 

―Yvan ―suspiró―, tenemos muchísimo tiempo por delante. Solo te pido que me dejes demostrarte que he cambiado.

 

 

 

Yvan apretó los ojos frustrado. ¡Maldita fuera, no podía ceder tan pronto!

 

No podía arriesgarse a que lo volviera a traicionar.

 

Se apartó bruscamente. Notó que Alix no se inmutaba ante ese   acto. Ella estaba preparada para ese tipo de rechazo. Quizá había tomado conciencia de la situación tal como le aseguraba.

 

Se alejó de ella y dirigió los pasos hacia la puerta. Necesitaba pensar.

 

«Bien, si voy hacerlo antes necesito comprobar que no me miente»

 

―Llévame a casa.

 

―Es muy pronto.

 

―Ya es suficiente Alix.

 

―No has contestado a mis preguntas.

 

Él se giró con la mirada más intensa y oscura que le había visto nunca pero no supo distinguir que la provocaba. Podían ser tantas cosas… Odio, cólera, excitación…

 

―No sé qué contestarte.

 

De acuerdo tenía un plan. Un plan malvado y diabólico pero ¿acaso no se merecía un pequeño castigo? Estaba jodidamente enamorado y no le importaba nada más. Pero no se arriesgaría a la ligera. Necesitaba saber hasta qué punto le decía la verdad. Si aguantaba durante un tiempo serena y sus ojos volvían a su color natural no la dejaría escapar nunca más. Pero hasta entonces debía ganárselo. Y después de lo que iba a ocurrir seguramente lo tendría difícil.

 

―¿Dejarás que sea tu amiga? ―se acercó a él suplicante.

 

―¡No! ―guau, había sonado más enfadado de lo que esperaba.

 

―¿No?

 

―No quiero que me vean contigo. Has estado matando indiscriminadamente por ahí. No quiero jugarme el cuello por ti. ¡No te lo mereces!

 

Bien, esto era lo único cierto, o casi cierto, que diría en los próximos minutos. A él no le importaba lo más mínimo jugarse ni el cuello ni nada para protegerla. Nunca le había importado. Pero no podría soportar que ella volviese a las andadas y finalmente lo traicionase. Eso lo destruiría por completo. En realidad era lo único que le preocupaba. Vivir el resto de su existencia con aquel vacío, con el dolor de haber amado y haber perdido… intolerable. No podría soportarlo de nuevo.

 

―No volverá a ocurrir.

 

―¿Y por qué debería creerte? Una maldita carta de despedida fue todo lo que conseguí después de tus anteriores promesas.

 

―¡Lo siento! ―Alix empezó a derramar las lágrimas que llevaba reteniendo desde hacía varios minutos.

 

―No me basta ―se dio media vuelta y sujetó los tiradores de la puerta de salida.

 

―¡Yvan! ―lo sujetó por la muñeca― ¿Me amas?

 

Alix había deducido que sí por su comportamiento y su manera de mirarla. Sabía que la mayor debilidad de Yvan era ese sentimiento, era lo único que le hacía perder el rumbo. Pero en ese instante la duda le causó una punzada de dolor. Quizá solo quedaban   los efectos del Vínculo y la atracción sexual.

 

―No lo sé.

 

Yvan respondió sin meditar la respuesta. Le hubiese gustado ser más contundente pero la triste mirada de Alix le hizo cuestionarse el plan.

 

―¿No lo sé quizá sí o no lo sé quizá no?

 

―No hay diferencia.

 

―Oh sí…claro que sí. Cambiaría mucho las cosas. Yo confiaba en nuestro amor pero si lo único que queda es esta extraña conspiración del destino no insistiré más.

 

―Joder Alix eres consciente de lo que has estado haciendo y de lo que implica para mí.

 

―Eso no te importó en el pasado ¿Por qué es diferente ahora?

 

―Maldita sea ¿no más a parar verdad? ―la apretó contra el cristal de la puerta intimidándola con su enorme tamaño―. Ya no tengo esperanza.

 

Alix abrió la boca para decir algo pero la volvió a cerrar al instante.

 

«Nada que hacer»

 

―¿Te ha quedado claro? O necesitas saber algo más.

 

―¿No serás capaz de perdonarme nunca? ―se atrevió a decir aunque le fue imposible mirarlo.

 

Christina cantaba Jar of Hearts en ese momento. La tristeza de sus palabras hizo que sus lágrimas cayeran con más fuerza sobre sus mejillas. No esperaba recibir un sí esa misma noche pero tampoco esperaba un no tan rotundo. Si Yvan no la quería no tenía ninguna posibilidad pues todo lo demás sería más fuerte que un Vínculo que él no deseaba sellar bajo ninguna circunstancia.

 

Dejó pasar unos segundos y viendo que no obtenía respuesta prosiguió.

 

―No me has contestado. ¿Estás más cerca del sí o del no?

 

Sabiendo que Alix quería respuesta a las dos preguntas Yvan apretó los puños a ambos lados del cuerpo y cogió una gran bocanada de aire. Sus lágrimas lo estaban destrozando pero debía mantenerse firme. Necesitaba saber hasta dónde llegaba su fuerza de voluntad. Si conseguía lo que quería tendría todo el tiempo del mundo para resarcirse de lo que estaba haciendo.

 

« Juro que si no me fallas haré que todo esto merezca la pena»

 

―Carece de importancia si no quiero volver a intentarlo ―abrió la puerta de un empujón rompiendo los cerrojos y se elevó al oscuro cielo parisino lo más rápido que pudo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XV

 

 

 

 

 

 

 

Tres soleados y calurosos días habían pasado desde la última vez que vio a Alix. Tres jornadas en las que Yvan había disfrutado de la normalidad y la rutina del trabajo. Por fin podía afirmar que volvía a su vida. Durante las noches buscaba, junto a Jon, alguna pista que les condujera a Owen. Al amanecer regresaban a casa y tras una ducha renovadora y algo parecido a una cabezada volvían a la calle. Era prioritario encontrar a su camarada con vida por lo que no perdían mucho tiempo en tonterías. El trajín del trabajo había impedido que visitara a Salomé, aunque las conversaciones telefónicas eran frecuentes. También lo eran las llamadas a Eva, a la que, evidentemente, no había visto en persona desde la muerte de Mathy. Sin duda tenía motivos para ocultarla pero con Alix pernoctando en Le Mans no podía llevarla al que hubiese sido un refugio perfecto. Sería como encerrarla en una jaula con leones. Tampoco tenía tiempo de organizarle un viaje con todas las comodidades, así que se limitaba a confiar en su juicio y en su promesa de llamarlo ante cualquier adversidad. Además Frédéric no parecía una amenaza inminente y no se le ocurría ningún otro motivo por el que preocuparse por su seguridad.

 

Intentaba no pensar mucho en la noche en la que posiblemente había perdido a Alix porque si lo hacía se arrastraría hasta ella para retractarse y pedirle perdón. Se sentía culpable y ruin. Sin embargo, estaba convencido de que era la única manera de hacerlo. Había trazado una línea entre el antes y el después y solo debía ser paciente. Pasase lo que pasase tendría que seguir adelante. Aunque rezaba en secreto para tener que tragarse sus palabras y suplicarle perdón.

 

Vació de un trago la cerveza y la dejó sobre la mesa.

 

―Voy a pasarme por casa un momento, nos vemos en el Sang ―le dijo a un distraído Jon que permanecía sentado a su lado sin decir ni una palabra desde hacía un buen rato.

 

―¿Te acompaño?

 

―No tardaré ―tenía pensado cambiarse de ropa y “alimentarse”, pues ya no podía demorarlo por más tiempo.

 

―Ten cuidado.

 

 

 

Una voz conocida llamó su atención unas calles antes de llegar a su ático

 

―¡Yvan!

 

Giró sorprendido. Eric era la última persona en el mundo a la que esperaba encontrarse.

 

―¡Espera hombre, quiero hablar contigo!

 

Yvan lo estudió ceñudo mientras el licántropo llegaba a su lado. No tenía ningunas ganas de bronca pero si era necesario…

 

―¿Sabéis algo de Owen?

 

―¿Tú como sabes eso? Ya no estás con Colin ¿no?

 

―No trabajo con ellos pero sigo teniendo amigos.

 

―¿En serio? ―Yvan no podía evitar mostrarse grosero con el licántropo, le salía de lo más profundo de sus entrañas.

 

Eric torció el gesto ante el comentario. No entendía porque Yvan tenía tan buena reputación, era un engreído.

 

―Lo siento tío, estoy algo nervioso ―se disculpó Yvan sin mucha convicción.

 

―¿Te apetece una birra?

 

―Tengo prisa, en otra ocasión.

 

―Me gustaría hablar contigo unos minutos sobre un tema personal.

 

―Pues hazlo de camino a mi casa ―empezó a andar pero Eric lo retuvo por el hombro.

 

―Es importante.

 

Yvan accedió muy a su pesar. Había dejado solo a Jon incumpliendo órdenes y encima no le apetecía saber nada íntimo de ese tipo.

 

―Conozco un lugar cerca de aquí donde podremos hablar con tranquilidad. Es un cuchitril pero casi siempre está vacío a estas horas.

 

Eric asintió y lo siguió de cerca. Notaba la tensión del vampiro, era evidente que estaba incómodo. Pero el bondadoso y generoso Yvan no le negaría su ayuda a nadie.  Se rió en silencio de aquella falsa fachada. Esa doble cara de aquellos chupasangres no le gustaba ni un pelo. Prefería a los depravados y rechazados Nosferatus. Por lo menos a ellos se les veía con claridad. No hacía falta fingir. Con matarlos todo arreglado.

 

 

 

Jon se pidió un tequila y observó impaciente como el camarero llenaba el pequeño cilindro de cristal. Lo cogió con dos dedos y se lo llevó a la boca. No hizo ni un gesto al notar la quemazón en su garganta. Era justo lo que necesitaba. Volvió a dejar el vaso sobre el mostrador e indicó que le sirviera otro.

 

Un aire cálido sopló a la altura de su garganta pero al escuchar la voz que provocaba ese ligero soplido se mantuvo impasible. Excepto por el movimiento que hizo con su brazo para tomarse el infernal líquido transparente.

 

―¿Demasiados problemas Jon?

 

―Demasiado importantes.

 

―Entre todos encontraremos a tu amigo, ya verás.

 

Frédéric se posicionó a su lado e hizo un gesto para que le sirvieran lo mismo. Le había costado muchísimo acercarse a Jon y ahora que lo tenía tan cerca lamentaba profundamente haber encontrado el valor de hacerlo. El olor a melocotón que emanaba de su cuerpo lo torturaría durante días.

 

Jon levantó los hombros despreocupadamente y siguió con la difícil misión de emborracharse.

 

―¿Acaso no es eso lo que te preocupa?

 

―Confío en nuestras posibilidades.

 

―¿Quieres contarme lo que te ocurre?

 

―Pensaba que no salías de la mansión sin un motivo importante ―intentó cambiar de tema.

 

―¿Y quién te ha dicho que no lo tenga?

 

―Si buscas a Yvan se ha ido hace unos minutos.

 

―No busco a Yvan ―el enfado que delató su voz hizo que Jon lo mirara por primera vez.

 

Ambos vampiros bebieron en silencio durante un rato. Jon no po-día creerse la mala suerte que tenía y Frédéric intentaba no mostrarse todo lo directo y agresivo que le apetecía ser. Porque si de algo estaba seguro era que debía tener paciencia, rasgo que no poseía desde hacía mucho tiempo.

 

―Me gustaría que me echases una mano con él ―decidió decir al fin―. A ti te escuchará y es importante que conozca la verdad sobre su pasado.

 

―¿Y por qué sabes tú tanto sobre eso?

 

―Conocía a su agresor y sé cuál fue su motivación ―Jon levantó una ceja interrogativa y Frédéric tuvo que ocultar la sonrisa que le provocó ese gesto en su cara―. La venganza.

 

―Eso es imposible. Yvan no tenía nada que ver con este mundo.

 

―Eso no es del todo cierto. Marco lo conoció por mi culpa.

 

―¿Qué quieres decir? ―al elevar la voz la gente de alrededor los miró con curiosidad.

 

―Marco y yo lo conocimos en la universidad. Tuvimos algunas diferencias… al final salió mal parado el que menos culpa tenía.

 

―¿Yvan?

 

―Sí. Es algo complicado y me gustaría que Yvan fuera el primero en escuchar la historia. Yo sentía una admiración especial por Yvan ―se mordió la lengua. Había revelado más de lo necesario.

 

Jon quedó paralizado. Ni se imaginaba cómo reaccionaría su amigo ante aquella historia. Sentía autentico miedo. Pero no por él. Inexplicablemente lo sentía por Frédéric.

 

―Haré lo que pueda. Aunque no te aseguro nada hasta que todo este lío haya acabado.

 

―Jon, en realidad… yo… te buscaba a ti, pero no por este motivo.

 

Volvió a levantar la ceja inquisidora. Esta vez el misterioso líder no escondió su sonrisa. Se inclinó un poco hacía él y le susurró:

 

―¿Vas a contarme lo que te preocupa?

 

―Sinceramente, no sabría que decirte.

 

―¿No? ―se acercó un poco más.

 

Jon, asustado, retrocedió a instante. ¡Eso era invasión de la intimidad! Necesitaba espacio para respirar. Un olor intenso a menta lo estaba agobiando. Miró detrás de la barra en busca del culpable. Seguro que algún camarero estaba preparando un cóctel...

 

Decepcionado por su error miró a Frédéric a los ojos. El gris plata brillaba por culpa de los focos y sus labios resaltaban intimidantes sobre la pálida piel. El vampiro debió notar su incomodidad porque retrocedió y agachó la mirada. Jon pudo apreciar cómo tragaba saliva y metía las manos en los bolsillos de su elegante pantalón negro.

 

―Bien, ha sido un placer volver a verte.

 

―Espera ―lo detuvo sujetándole por el brazo―. ¿Qué está pasando Frédéric?

 

Ladeó unos centímetros la cabeza y, apenado, le acarició el dorso de la mano.

 

―Si tienes que preguntármelo es que todavía no estás preparado.

 

 

 

Jon entró en la base de su clan un poco aturdido por el tequila. Había anochecido y, a pesar de que el local de Jules no estaba muy lejos del garito en el que había estado, llegaba un poco tarde. Se sentó en la misma mesa donde estaba Brian y le saludó con un único movimiento de cabeza.

 

―¿Yvan está abajo?

 

―Pensaba que estaba contigo.

 

―No tardará, ha ido a casa un momento ―intranquilo miró el reloj de su muñeca.

 

―¿Me acompañas? ―le enseñó la cerveza.

 

―No, creo que Owen me agradecerá un poco de autocontrol.

 

―Estás horrible. Deberías tomarte la noche libre parece que te haya arrollado un mercancías.

 

Jon se colocó un poco la camisa y planchó con las manos las      inexistentes arrugas como si así pudiese disimular su mal estar. Volvió a mirar el reloj y torció el gesto.

 

«Debería haber acompañado a Yvan»

 

―Creo que voy a aceptar tu invitación ―Brian se levantó antes que él y regresó con dos botellines.

 

―Muchachos ―les saludó Jules desde su espalda.

 

―Leader.

 

―¿Dónde está Yvan?

 

―Ha ido a casa un momento.

 

Jules lo miró con desaprobación y luego miró su reloj. Gesto que imitó Jon sin darse cuenta.

 

―Llámalo ―ordenó.

 

Tras un par de intentos Jon movió la cabeza negativamente. Jules los invitó a bajar a la oficina. Había gente en el local y no quería escenas que no pudiera justificar. Al entrar a la oficina cogió su teléfono y volvió a intentarlo él mismo.

 

―¿Cuándo lo viste por última vez?

 

―Menos de una hora

 

―¿Dónde está Alix?

 

―En Le Mans con Salomé.

 

―Compruébalo.

 

―Están juntas y solas ―declaró tras finalizar la llamada.

 

―¡Brian revisa el ático! ―apuntó con un dedo a Jon―. ¡Tú vuelve a llamarlo!

 

En el periodo que Brian desapareció y regresó Jon había llamado a Yvan más veces de las que podía contar y Jules había subido e interrogado a los miembros del clan que se encontraban en ese momento allí. Cuando los tres Forsekers se miraron a los ojos sin ninguna noticia que darse comprendieron que ninguno tenía un buen presentimiento.

 

―Juraría que no ha pasado por casa. No he percibido ningún rastro reciente y no hay muestras de que haya consumido ninguna bolsa.

 

―Eso no demuestra nada ―habló Jon nervioso―, muchas veces dice que necesita beber y luego se conforma con un whisky. Además es muy meticuloso con la limpieza. ¿Cuántas bolsas había?

 

―Cuatro.

 

―Mierda.

 

En aquel momento se sentía un inútil. Lo único que tenía que hacer era mantenerse junto a él y no había sido capaz de hacerlo bien. Estaba tan distraído pensando en sus asuntos que ni había insistido en acompañarlo. Se sentó en la silla que solía ocupar Yvan cuando trabajaba con Jules y escondió la cara entre sus manos.

 

―Vamos chico ―intentó animarlo Jules―, no te culpes. Todos sabemos lo cabezota que es. Además aún no debemos precipitarnos ―se repeinó la ya estirada coleta y volvió a comprobar el reloj―. Venga no perdáis más tiempo, seguid la ruta que cogió hasta casa. El rastro debe conduciros a algún destino.

 

―Sino está volando ―puntualizó Brian.

 

―Esperemos que no sea así ―lo regañó Jules apuntando con la mirada aun desolado Jon.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XVI

 

 

 

 

 

 

 

Yvan sufría un agudo dolor de cabeza y una extraña neblina le impedía ver con claridad. Intentó frotarse los ojos con las manos y percibió que no podía moverlas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que las tenía sujetas tras la espalda. Un leve movimiento a su lado lo puso en alerta. Movió el cuerpo repetidamente intentando soltarse. La respuesta a ese acto fue un golpe en el estómago. El dolor casi le hizo perder el sentido sin embargo, no fue suficiente como para evitar que se diese cuenta de que se desplazaban en un vehículo. A pesar de su debilidad, se impulsó hacia delante en busca de su agresor. Quizá un brutal golpe bastaba para noquearle. Un objeto frio y rígido impactó en su cabeza y el grande y musculoso cuerpo del Forseker se desplomó en el asiento.

 

Al despertar no recordaba nada de lo que había pasado. Sufría el dolor de varios golpes, sobre todo en la cabeza y el torso, y las consecuencias narcotizadoras de alguna droga o somnífero. Sus sentidos estaban aletargados y su fuerza física… Bueno, su fuerza no le servía para nada.

 

Cuando consiguió recuperar el control muscular forcejeó para liberarse de las ataduras que lo mantenían retenido de pies y manos. Fue inútil y, agotado, desistió de inmediato. Sus brazos estaban inmovilizados por encima de su cabeza y sujetos con una cadena al techo. Y lo mismo ocurría con sus piernas que estaban clavadas al suelo por grilletes. La sustancia con que lo habían paralizado debía ser muy potente porque prácticamente lo inutilizaba a nivel psicomotor. Le costaba recuperar la visión así que se concentró en usar sus otros sentidos: el oído y el olfato.

 

Al principio creyó estar completamente solo en algún lugar esterilizado porque lo único que distinguía era el olor a desinfectante. Pero con paciencia y un poco más de tiempo percibió un leve cambio en el ambiente. Decidido a concentrarse en ese detalle consiguió apreciar con mayor exactitud sus características y su procedencia. Era un pausado movimiento de aire. Provenía de unos cuatro o cinco metros de distancia y estaba completamente convencido de que conocía el olor que despren-día, aunque su maltrecho cerebro no procesaba lo suficientemente rápido. Debía estar sentado o tumbado porque no distinguía movimiento a excepción del aire entrando y saliendo de sus pulmones.

 

¡Oh! ¡Por todos los cielos, estaba atado!

 

Sí. Eso era, debía estar en su misma situación. Por fin lo comprendía todo.

 

―¿Owen, estás ahí? ―tomó aire para intentar calmar el dolor de las costillas―. Eres un cabrón hijo de perra, mira lo que he tenido que hacer para encontrarte.

 

A pesar de lo mal que se encontraba sacó energías para animar a su colega. Sin duda él debía estar peor pues llevaba más tiempo en aquel maldito lugar.

 

―Vamos tío, dime algo ―tosió y la sangre manchó la comisura de su boca―. Voy a sacarte de aquí. ¿Lo sabes verdad? Solo necesito un poco más de tiempo.

 

La cabeza se desplomó hacia atrás cuando un dolor agudo se instaló en su entrepierna. ¿Cómo había pasado? Estaba tan aturdido que no se había dado cuenta de que el bulto borroso se desplazaba a su lado y le propinaba un rodillazo.

 

―Mi héroe ―dijo Owen antes de cogerlo por la nuca y erguirlo hasta tenerlo cara a cara.

 

Yvan volvió a toser y esta vez la sangre fue más abundante. Debía tener algún órgano interno dañado.

 

Tenía frente a él a su amigo y camarada y no conseguía entender porque lo golpeaba. Se suponía que estaba desaparecido. Que Eternal Life lo mantenía retenido. ¿Cuándo diablos había pasado de agredido a agresor?

 

―Owen ―balbuceó confuso―, ¿Dónde estamos?

 

―¡Oh… eres increíble!

 

Un objeto punzante lo atravesó por detrás. El dolor era muy intenso, tardaría horas en recuperarse de aquella herida. Cerró los ojos y se dejó llevar por la oscuridad. Había llegado la hora de descansar y no encontraba un momento mejor.

 

 

 

 

 

 

 

Yvan estudió el lugar en absoluto silencio. Quería conocer aquella habitación al milímetro para poder actuar con rapidez y seguridad cuando llegase la hora de irse. Porque si de algo estaba completamente convencido era de que tarde o temprano se escaparía de allí. De lo primero que fue consciente al abrir los ojos fue que no estaba solo. Owen permanecía sentado de espaldas a él en un taburete de metal concentrado en teclear lo que parecía ser una lista de parámetros.

 

La sala era amplia y sus paredes estaban pintadas de blanco. A diferencia de lo que Yvan podría a ver pensado en un principio el lugar estaba escrupulosamente limpio y ordenado. Daba más la impresión de ser una sala de hospital que una guarida secreta donde ocultar y torturar vidas. La única ventana estaba tapiada pero la iluminación era abundante, cosa que lo tranquilizó, gracias a los tubos fluorescentes ocultos tras rejillas de metal. A su derecha había dos camillas y bandejas con diferente instrumental clínico. A su izquierda, armarios cerrados con pequeños cerrojos. Se centró en la puerta que tenía delante de sus ojos. Owen ni siquiera se molestaba en cerrarla, estaba convencido de que no podría escapar. Ni imaginaba de lo que era capaz un hombre cuando le quedaba algo pendiente que hacer en la vida. Y él era ese hombre. Y tarde o temprano conseguiría salir para pedirle perdón a Alix por sus palabras. Nunca se había arrepentido de nada tanto como de no besarla y abrazarla hacía ya… ¿Cuánto llevaba allí? ¿Horas? ¿Un día? No tenía ni idea del tiempo que llevaba encerrado. Desde que lo apuñalaron por la espalda había abierto los ojos varias veces pero nunca estuvo lo suficiente lúcido coma para entender nada de lo que estaba pasando.

 

Todos sus pensamientos volvieron a centrarse en Alix. ¿Sabría que había desaparecido? Seguro que Jules sí y ya estaba removiendo la ciudad para dar con él. Sin embargo, no podía esperar a la caballería. Le urgía salir de aquel lugar e impedir que Alix cometiese alguna estupidez por su culpa.

 

Culpable. Así era precisamente como se sentía. Culpable.

 

―Eres un hijo de puta ―espetó a Owen. Iba a manipularlo hasta hacerle perder el control.

 

―Ya lo sé. Agradécele tu situación cuando te encuentres con ella en la otra vida.

 

Owen siguió con su tarea tranquilamente. Era cierto que su madre había sido un prostituta y no le importaba lo más mínimo que usasen su profesión como un insulto. Al fin y al cabo por sus pecados él había terminado siendo lo que era. Se había convertido en su guarda espaldas. Un matón sin escrúpulos. La protegía y cuidaba por las noches y por ello se vio abocado a una vida llena de peleas, drogas y alcohol. La noche que varios hombres la violaron y golpearon gravemente él, totalmente enloquecido, salió a buscarlos. Guiado por la rabia bajó la guardia y el ser más siniestro y terrorífico que había visto en la vida lo atrapó por la espalda. A nadie le extrañaba que después de su terrible transformación y tras conocer la muerte de su madre a causa de la brutal agresión decidiera elegir el camino opuesto. No siempre la vida te daba otra oportunidad. ¿Quién no intentaría vivirla de un modo más placentero? Todos sabían en el clan que Owen no era perfecto y como la mayoría de los Forsekers, había caído en la tentación de la sangre humana en alguna ocasión. Pero llevaba tantos años con Jules y era tan pacífico y tranquilo que nadie hubiese imaginado algo así de él. Yvan necesitaba verlo otra vez cara a cara pues en su primer y único encuentro no pudo visualizar el color de sus ojos. Necesitaba saber si su compañero actuaba así porque había caído en las garras de la sed, si era un ataque personal o si estaba relacionado con Eternal Life. Y solo mirándole sabría la verdad.

 

―No será necesario, lo harás tú en persona cuando te arranque tu sucio corazón.

 

―Amigo eres muy arrogante.

 

―No dejaré que Jules lo haga, él mostraría piedad y eso me irrita- ría.

 

―¿Y cómo pretendes hacerlo exactamente?

 

Muy seguro de sí mismo el traidor se acercó a él dejándole ver la recién adquirida esfera roja alrededor de su iris.

 

―No te queda nada bien el rojo.

 

―Como lo lamento, es mi color preferido ―le pasó un dedo por encima de la camiseta negra dibujando la forma de su corazón―. Explícame exactamente como piensas hacerlo, me tienes muy intrigado.

 

Yvan sintió más apretadas que nuca las argollas que sujetaban sus muñecas y sus tobillos. Apretó la boca con rabia.

 

―De lo que estoy seguro es que no lo haré por la espalda como un cobarde.

 

―¡Ah! No seas tan orgulloso. Te aseguro que no fui yo quien te apuñalé hace dos días.

 

―¿Dos días?

 

―Sí. Hemos necesitado mucho tiempo y mucha sangre derramada para eliminar toda la droga de tu cuerpo. Por lo visto no se lo pusiste muy fácil al mensajero. Eso te ha dejado un poco débil ―le pasó el dedo por la garganta y se acercó a la oreja―. ¿No lo notas Yvan? Seguro que el dolor empieza a ser insoportable a estas alturas. Eres un tipo muy resistente pero ni tú podrías evitar estar sediento después de lo que te hemos estado haciendo.

 

Al oír esas palabras el infierno se alojó en su garganta. Tragó saliva y cerró los ojos intentando olvidar la quemazón en su interior. Era cierto que tenía sed, no podía ocultarlo, pero no le servía de nada lamentarse. Ya tendría tiempo de recuperarse.

 

Junto a ese pensamiento una preocupación se hizo presente: si lo habían desangrado poco a poco para limpiar su sangre de toxinas y no había bebido nada para recuperarse todos sus sentidos estarían mermados…

 

«Estupideces, solo necesito encontrar la forma de soltar un brazo»

 

En un intento desesperado agitó los brazos para liberarse. Fue   inútil. La vez anterior pensaba que no había podido liberarse por falta de fuerza, esta vez constató que además estaban hechizadas.

 

―No hace falta que lo intentes ―Owen se dirigió hacia uno de los armarios que resultó ser un refrigerador y sacó una bolsa de sangre―. En cuanto eliminé los paralizantes de tu organismo cambié las cadenas por unas más…mágicas.

 

«Dame tiempo capullo» pensó Yvan sabiendo que ese no sería un problema grave para él. Ya se había amputado un brazo para liberarse de una situación parecida cuando el culpable de su transformación lo mantuvo encerrado durante meses. Y ni el insoportable dolor que sufrió durante días lograría evitar que volviera a hacerlo. Ni hablar. Ahora cono-cía todas sus facultades y también conocía a su oponente.

 

La imagen de Salomé atada bajo el sol lo hizo estremecer. Ella también había pasado por eso por culpa de los malditos de Eternal Life. ¿Y si la tenían de nuevo? El miedo se instaló en su cuerpo. No quería ni imaginarse esa posibilidad. Solo pensar que la podrían estar torturando en aquellos momentos lo hizo temblar. Y no solo eso, si también la te-nían a ella ¿con quién estaba Alix?

 

―¿Estás con ellos? ―gritó.

 

―¿Con quién? ―se acercó a él y le enseñó la bolsa de hospital― ¿Con la organización?

 

Yvan ocultó sus colmillos y no apartó la mirada del que antes había sido su amigo. ¿Cómo podía ser capaz de hacerle eso?

 

―¿Con quién si no? ―prosiguió―. Yo no tengo nada personal contra ti. Me caes bien. Pero…

 

Yvan giró la cara al notar el plástico de la boquilla en sus labios y apretó los dientes con fuerza.

 

―¿No quieres? No hay que rechazar la comida cuando uno pasa hambre, es de mala educación.

 

Owen le propinó un golpe en el estómago que hizo que su cuerpo se balancease de un lado a otro. La fricción de las ataduras desgarró la piel de sus muñecas. Tras observarlo con una malévola sonrisa se dio la vuelta y se acercó a la mesa de trabajo para comprobar los datos de una cuadricula.

 

―Yvan no dejan que te de sangre animal hasta dentro de dos días. No ha sido con maldad, lo juro, mis jefes no contaban con que tuvieses que perder tanta sangre y yo no quiero que mueras de hambre ―le acercó de nuevo la bolsa―. Anda acéptala, nadie se enterará. Será nuestro pequeño secreto.

 

Yvan le escupió en la cara justo antes de echar la cabeza hacia alejándose todo lo posible del olor a sangre.

 

El sonido del teléfono evitó un nuevo golpe en su entrepierna. Owen se limitó a limpiarse la cara mientras contestaba.

 

―Dame un segundo ―le dijo a su interlocutor. Dio dos pasos hacia él y con una barra de hierro, que Yvan no supo de donde había sacado, le propinó un golpe en la cabeza, justo a la altura del oído izquierdo.

 

Yvan entró en una montaña rusa de sensaciones. Estaba desorientado y desequilibrado. Lo único que evitaba su caída eran las cadenas que lo sujetaban al techo. Aun así pudo concentrarse y distinguir la sombra de su amigo saliendo por la puerta murmurando palabras incomprensibles para él. Un pitido agudo resonaba en su interior evitándole procesar cualquier otro sonido. Se le doblaron las rodillas y dejó caer la cabeza hacia delante.

 

 

 

 

 

―¡Vaya! Eres un cabrón con suerte ―Owen estaba justo a su lado y podía volver a oírlo.

 

¿Cuánto tiempo había pasado?

 

―Los jefes se preocupan por tu bienestar y te han preparado un banquete. No debes preocuparte por la sed dentro de poco podrás saciarla con total libertad.

 

Yvan no sabía cómo interpretar aquellas palabras. No solo porque no entendía su significado sino porque su mente estaba en ralentí. Tal vez volvía a ser hora de descansar.

 

 

 

―¡Bienvenido! Veo que te has despertado justo a tiempo para recibir tu regalo.

 

Yvan abrió y cerró los ojos varias veces intentando enfocar a Owen. Estaba seguro de que lo había vuelto a drogar pues tenía los músculos lánguidos y sentía el peso de su cabeza multiplicado por cien.

 

―Siento no haberte dado mucha conversación ayer pero es que te pones muy pesado cuando pierdes el conocimiento.

 

Yvan lo miró confuso. ¿Ayer? ¿El muy canalla lo había mantenido inconsciente durante todo el día? Con razón se sentía pesado y aturdido. Entre los golpes, las hemorragias, las drogas y la falta de sangre su metabolismo debía estar al límite.

 

―Vamos ―le levantó la barbilla y le acercó una bolsa de sangre―, te ayudaré.

 

Un espantoso gruñido resonó es su caja torácica y sus colmillos se desarrollaron ansiosos. Era cuestión de supervivencia. ¿Qué importancia tenía ya la moral? Sin embargo, apretó los labios con fuerza y giró la cara. Como respuesta Owen apretó la bolsa hasta romperla y esparcir la sangre por su camiseta.

 

―¿Qué demonios estás haciendo? ―exclamó Alix desde la puerta.

 

Cuando el casi vencido Forseker la escuchó no quiso ni mirarla. No necesitaba hacerlo para saber qué hacía ella allí. Su tono de voz lo dejaba bien claro. No le tenía ningún miedo a Owen estaba por encima de él en todos los sentidos. Pero tampoco venía con intención de ayudarle. No había ni sorpresa ni emoción es su pregunta. Tan solo pretendía dar una orden clara: detente.

 

―Intentaba ayudar ―se limitó a decir Owen. Parecía indiferente a la mirada reprobadora de Alix.

 

―De ahora en adelante ocúpate de tus asuntos.

 

Owen volvió a su trabajo delante de la pantalla del ordenador sin decir nada. Una suave y fina mano tocó el brazo de Yvan. Él no dio ninguna pista de que lo había notado. Se limitó a mirar el suelo y a esperar. ¿Qué más podía hacer? Nada habría podido con él salvo eso. Tenía que reconocer que los miembros de Eternal Life eran muy inteligentes. Si querían torturarlo habían dado en el blanco de la diana.

 

El crujido de la tela al rasgarse no causó ningún efecto en él cuando Alix se dispuso a quitarle la ropa. Desprendió las prendas de su cuerpo de un modo metódico, prácticamente sin tocarlo, y se las llevó. Al regresar traía un cubo de agua que le lanzó por encima sin ningún miramiento. Yvan observó cómo el agua teñida de rojo desaparecía por un desagüe próximo a él y, paradojas de la vida, le agradeció el gesto. Al menos podía respirar tranquilo.

 

―No sé si fiarme de ti ―dijo de pronto Owen―. Al fin y al cabo sois pareja ¿no?

 

―Éramos. Dejó de importar hace tiempo. Hay cosas que me interesan más ―Alix le propinó un empujón que le hizo balancearse.

 

Por primera vez Yvan quiso mirarla. Necesitaba comprobar que no era una ilusión. Una alucinación creada por las drogas.

 

La vio apoyar el culo sobre la mesa donde estaba trabajando Owen y cruzar las piernas por los tobillos. Llevaba un pantalón de piel negro muy ajustado y una camiseta de tirantes anchos del mismo color. Los tacones rojos dejaban ver sus perfectos dedos y las uñas adornadas con diminutos dibujos florales.

 

Cogió la misma hoja que le había visto estudiar a su ex compañero y frunció un poco los labios. Yvan se quedó absorto contemplando sus rojos labios.

 

―¿Qué miras? ―le gritó. Y él automáticamente bajo la cabeza.

 

―Pero tú hace poco que regresaste… ¿Te acostaste con él?

 

―Ya conoces los motivos de mi vuelta ―le señaló una carpeta―. Lástima que se me adelantaran. En fin, de todos modos aún tengo trabajo que hacer.

 

Se puso en pie y dejó el documento sobre la carpeta. Owen la cogió por la muñeca y ella le devolvió una mirada asesina.

 

―¿Os acostasteis?

 

―No creo que te importe.

 

―Eso me dará una idea de tus ataduras con él.

 

―Supongo que ya os puso al día.

 

―Qué va, es todo un caballero.

 

―Y yo una dama.

 

Alix se soltó de su agarre sin mucha dificultad y se alejó unos pasos.

 

―¿Tienes sangre animal?

 

―Sí. Pero no podemos dársela hasta mañana.

 

―Ahora mando yo Owen, siento tener que recordártelo.

 

―Las directrices son claras. No servirán de nada los análisis si…

 

Alix lo levantó por el cuello sin mucha dificultad. Owen no era muy grande y además llevaba décadas sin consumir sangre humana, no era rival para un ser como ella. El ruido de la silla al caer hizo que Yvan levantara la vista del suelo y contempló atento la escena. 

 

―Nadie os dijo que lo drogaseis a esos niveles. Lo habéis desangrado y herido en diferentes ocasiones. Muerto no nos sirve. Así que indícame donde guardas la sangre y yo me ocuparé del resto. ¿Entendido?

 

Owen asintió y ella lo dejó caer sin contemplaciones. Al girarse se encontró con los profundos ojos de Yvan escudriñándola.

 

―¡He dicho que no me mires!

 

Una tijera salió disparada de la bandeja de instrumental quirúrgico y se clavó en el muslo derecho de Yvan. Pese al dolor y la sorpresa Yvan no apartó la mirada de los ensangrentados ojos de Alix hasta que desapareció

 

 

 

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XVII

 

 

 

 

 

 

 

Jon llamó a la gran puerta de madera maciza por enésima vez. El “mayordomo” de Frédéric le había cerrado la puerta en las narices un par de veces pero ahora optaba por ignorarlo. Hacía escasos quince minutos estaba dentro de la mansión pero, bajo su sorpresa, Frédéric lo había echado. Repasó lo sucedido intentando averiguar qué había ocurrido exactamente:

 

―¿Dónde está Yvan? ―le preguntó nada más entrar.

 

―No lo sé.

 

―¿No tienes ningún dato sobre él?

 

―Creo que Jules tiene la mala costumbre de informaros de todo, así que no, no sé nada que tú no sepas. ¿Tal vez debería preguntarte lo mismo a ti?

 

―¿Qué insinúas?

 

―No me fio del bueno de Jules.

 

―Ni se te ocurra decir nada sobre mi Leader…Tú eres el único que no es trasparente.

 

―¿Y cómo lo sabes? No me conoces.

 

―Viniste a distraerme la noche que Yvan desapareció ―lo acusó.

 

―¿Me estás hablando en serio? ―hizo como si ordenara papeles―. No voy a tenerlo en cuenta, sé lo mucho que quieres a Yvan.

 

―Tú eres la única amenaza directa que tiene. Llevas semanas tras él. ¡Ah no, siglos!

 

Frédéric se levantó y acercándose peligrosamente a él apretó los puños a la altura de su cara. Más que un gesto agresivo fue un gesto nervioso, una muestra de frustración.

 

―Te lo preguntaré una vez más: ¿Me estás hablando en serio? ―Jon no atinó a responder nada. Se perdió en sus increíbles ojos grises―. ¡Sal de mi casa!

 

Antes de que pudiese reaccionar dos gigantes lo acompañaban a la salida sin ninguna delicadeza.  Sin dudarlo emprendió el vuelo de regreso a la ciudad. No obstante, a los pocos metros empezó a sentirse muy desgraciado. Necesitaba regresar y disculparse. No entendía por qué, no creía haber hecho nada malo. Pretendía encontrar a su amigo y necesitaba comprobar todas las pistas. Frédéric debería entenderlo.

 

Sin embargo, tras recordar lo sucedido, podía atisbar muchísimos errores en su comportamiento. Había sido completamente injusto con él y necesitaba con todas sus fuerzas pedirle perdón. Aunque si tenía que ser sincero consigo mismo lo que peor soportaba era no ser bienvenido en aquella casa. No quería sentirse rechazado. Le urgía saber que podía encontrar cobijo entre aquellas paredes. Aunque lo más sorprendente era reconocerlo.

 

―¡Abre la maldita puerta, quiero hablar con Frédéric!

 

Reiteró el golpeteo de sus puños en la madera y en uno de ellos las puerta se abrió. Con el puño en alto Jon se sorprendió al ver que el “mayordomo” había sido remplazado por el mismísimo Líder. Respiró profundamente al verlo allí delante perfectamente vestido con un traje negro y una camisa gris.

 

―Frédéric…

 

―Pasa ―fue una orden.

 

Una vez dentro subió varios escalones de la majestuosa escalera de mármol blanco. Jon lo siguió en silenció. Entraron en la segunda habitación del primer piso. La estancia era cinco veces más grande que el despacho y estaba decorada con tapices y cortinas marrones. Jon sintió que era transportado a otra época. Los muebles eran auténticas obras de arte y el olor a madera y ceras intenso.

 

Frédéric abrió un aparatoso mueble y se sirvió un coñac.

 

―Bienvenido a mi casa. Esta es mi planta privada. Ponte cómodo.

 

―¿Por qué me traes aquí? ―preguntó más alagado que curioso.

 

―Jon, esto ya es algo personal ¿no crees? No quiero tratar este tema como si fuera un trabajo. Siéntate por favor ―le señaló una gran butaca de cuero color chocolate y se sentó frente a él.

 

Jon tomó asiento muy despacio intentando analizar la situación. Cuando Frédéric se levantó repentinamente no pudo evitar sobresaltarse por su agresiva velocidad. Enseguida se relajó al comprobar que volvía a dirigirse al mueble bar.

 

―Disculpa mi mal educación, ¿Qué te apetece tomar?

 

A pesar de que Jon reclinó la oferta con una negación de cabeza el anfitrión colocó una copa de coñac en la mesita que había a su lado.

 

―¿Estás más tranquilo? ―preguntó una vez volvió a su sitio.

 

―Te pido perdón por mi comportamiento, no pretendía ofenderte.

 

―Entiendo tu comportamiento Jon. Yo haría lo mismo si alguien querido hubiese desaparecido. Lo que no entiendo es que te plantees esas cosas de mí.

 

―Frédéric…yo no te conozco. No sé qué debo esperar de ti. ¿Qué nos hemos visto… dos veces?

 

―¿Y por qué has vuelto?

 

―Para disculparme. Sé que me he excedido.

 

Frédéric se pasó la mano por la boca y sujetándose la barbilla se golpeó repetidamente los labios con su largo y fino dedo índice.

 

―Jon, no sé cómo llevar esto ―admitió―. No me das ninguna pista clara. Nunca dices o haces lo que espero. Y te aseguro que no soy un hombre paciente.

 

―No te entiendo.

 

―Lo sé. Y me preocupa mucho, te lo aseguro. Estoy empezando a dudar de mí mismo.

 

―Ayúdame a comprenderte.

 

―No estoy seguro de que sea lo correcto. Me preocupa asustarte.

 

Jon tomó la copa y se bebió el líquido de un trago. Agradecía tenerlo tan a mano porque el asunto se estaba poniendo peliagudo.

 

―¿Debería temerte? ―tragó saliva.

 

Frédéric abrió mucho los ojos ante esa pregunta y se echó a reír. Apoyó los codos en las rodillas y lo contempló atónito.

 

―No estás jugando conmigo. Realmente estás perdido.

 

Jon desvió los ojos y sonrió. La expresión de Frédéric lo había cautivado. Estaba relajado y parecía casi tan perdido como él. Pero cuando el vampiro apareció a sus espaldas y hundió la cara en su nuca se quedó helado.

 

―Definitivamente no me equivoco ―dijo al inhalar su aroma―. Solo necesitas un empujoncito.

 

Se mantuvo en la misma posición más tiempo del que Jon se creía capaz de aguantar quieto. Pero aguantó estoicamente. De hecho no le resultaba una situación incómoda.

 

―Dime Jon, ¿qué aromas percibes en esta habitación?

 

―Madera, cera, amoniaco, alcohol…menta aunque no te sabría indicar su origen.

 

«¡Bingo!» Pensó Frédéric. No se había equivocado en absoluto. Él no detectaba la menta por ningún sitio.

 

―Qué extraño ―le susurró cerca del oído― ¿No huele a melocotón?

 

―No ―se limitó a contestar Jon.

 

―Pues yo no distingo la menta, huelo a melocotón.

 

Jon se levantó inexplicablemente pudoroso y se alejó de él. Nadie lo había hecho sentir tan vergonzoso en la vida.

 

―Tengo que irme.

 

―¿Tan pronto? Me gustaría seguir hablando contigo.

 

―Yvan sigue desaparecido, no tengo tiempo para charlas.

 

―Te comprendo.

 

Jon se dirigió a la puerta. Antes de salir se giró un instante para mirarlo.

 

―Puedes venir cuando quieras. Ya sabes que casi siempre estoy en casa.

 

Jon asintió y desapareció a toda prisa.

 

 

 

Chloé no apartó la vista de su libro cuando los pasos de Eric hicieron crujir la gravilla del caminito. Llevaba toda la tarde en el jardín de la parte posterior de su casa. A primera hora había salido a tomar un poco el sol y disfrutar de su nueva adquisición literaria. Y tras dormir más de una hora en la cómoda tumbona y merendar unos riquísimos croissants acompañados de un exquisito chocolate, que a pesar del calor le había sentado de maravilla, extendió una manta sobre el césped y trasladó allí su improvisado picnic.

 

Le encantaba estar con Eric. Lo amaba con todas sus fuerzas. Pero después de tanto tiempo unas horas sin él en su añorada casa le habían sentado muy pero que muy bien.

 

―Estás aquí ―sonó aliviado.

 

―¿Dónde mejor? ―cerró el libro y, con esfuerzo, se sentó.  A pesar de su fuerza y su condición inmortal el embarazo le estaba pasando factura a su agilidad― Hace una tarde preciosa.

 

Eric se arrodilló a su lado y le dio un pequeño beso en los labios antes de tomar asiento justo detrás de ella. Le rodeó la perfecta y redondeada barriga con los brazos y le acarició la mejilla con la nariz.

 

―No te he visto en casa y me he asustado ―fue sinceró.

 

―No debes preocuparte por nada. Odile cuida de mí perfectamente. Mira que bien cocina ―le ofreció uno de los pequeños croissant y él lo comió con gusto.

 

―Hemos tenido suerte al encontrarla.

 

El matrimonio había contratado a Odile, una mujer francesa de unos cincuenta años de edad con el pelo siempre recogido en un estirado moño negro y un impoluto delantal blanco. Era tan pequeña como Chloé pero su exceso de peso le hacía parecer mucho más fuerte y tosca. Odile se había ocupado del mantenimiento y organización de la casa durante su ausencia y había hecho un estupendo trabajo. Ahora, con su regreso, podían disfrutar de su magnífico don culinario.

 

―Es encantadora, es muy fácil convivir con ella.

 

―Espero poder controlar la situación. No me gustaría asustarla. Vas a necesitar su ayuda cuando nazca nuestro pequeño.

 

―Lo harás muy bien.

 

Eric no tenía la misma facilidad que su mujer para templar sus emociones. Lo que le suponía alguna que otra complicación a la hora de controlar las transformaciones. No es que estuviese cambiando de forma una y otra vez pero el mal humor de los últimos tiempos, el estrés y la preocupación por su futura paternidad no eran una buena combinación. Y para nada quería ver la cara de aquella buena señora cuando tuviese a una bestia de más de dos metros con muy malas pulgas frente a ella.

 

―¡Ah, se me olvidaba! ―se arrodilló de golpe para mirarlo a la cara― ¿Sabes quién ha desaparecido? Yvan ―explicó sin dejar hablar a su marido.

 

―¿Otra vez?

 

―Hablo en serio. Parece ser que la organización va tras los Forsekers. Primero fue un tal Owen y ahora Yvan.

 

―¿Y tú como sabes eso? ―bebió un trago de zumo de naranja del vaso de su mujer.

 

―Me ha llamado Leonor para anular la merienda de esta tarde. Por lo visto Colin la necesitaba en casa.

 

―¿Jules lo ha vuelto a poner todo patas arriba? ―ella asintió.

 

―De hecho todas las facciones están trabajando duro. A nadie le gusta esa gentuza, les traen malos recuerdos.

 

Eric le colocó un tirabuzón tras la oreja y le sonrió tímidamente. Solo había pasado unas horas fuera de casa pero sentía que habían pasado siglos. La necesitaba tanto que dolía. Sobre todo en días como aquel que todo se le hacía cuesta arriba y sus deseos sexuales estaban descontrolados.

 

―Te he echado de menos ―la besó.

 

―No me interrumpas ―consiguió decir en una de las pausas para tomar aire y de un modo juguetón le dio un manotazo.

 

―Podrías hablar con Colin, quizá necesite tu ayuda.

 

―No me interesa. Prefiero mantenernos al margen de este asunto.

 

―Como quieras ―sonó algo decepcionada pero enseguida lo disimuló con una amplia sonrisa― ¿Qué tal tu nuevo trabajo?

 

―Estupendamente. Cobro mucho, trabajo poco.

 

Con mucha delicadeza Eric la sujetó por la espalda y la empujó hasta tumbarla. Se colocó entre sus piernas y hundió la cara en su cuello regalándole pequeños y húmedos besos. Chloé gimió excitada. Le pasó la mano por debajo de la camiseta y recorrió los huesos de su columna con las uñas.

 

―¿Sabes qué día es hoy? ―le susurró Eric.

 

―Llevas toda la semana recordándomelo ¿Cómo iba a olvidarme?

 

A Chloé le vinieron imágenes a la mente de todas las veces que habían hecho el amor en la última semana. Nunca tenía quejas pero la semana antes de la luna llena era la mejor. En cualquier momento y lugar. De todas las formas posibles y sin descanso. Sus instintos lobunos adquirían protagonismo en esos días guiados por la época de celo y ella lo aprovechaba con mucho gusto. Rodeó su cintura con las piernas invitándolo a algo más y, sin defraudarla, él movió la cadera para rozar su entrepierna con su erección.

 

―¿Crees que podrás?

 

―¿Lo dudas lobito? ―se contoneó bajo su abrazo.

 

―Llevamos todo el embarazo sin hacerlo ―le besó un pecho por encima de la fina blusa.

 

―Y te odio por ello.

 

Eric rio con ganas. Era cierto que se había comportado como un tonto y la trataba como si fuera arromperse en cualquier momento. ¡Estúpido! Su mujer era el ser más fuerte que había visto en la vida.

 

―¿Tienes un plan? ―Chloé interrumpió sus pensamientos.

 

―¿Un plan?

 

―No pretenderás hacerlo con Odile en casa. Es humana ¿recuerdas?

 

Eric se visualizó así mismo en plena trasformación bajo los efectos de la luna llena poseyendo a su mujer como un loco. Su erección creció bajo sus pantalones hasta causarle dolor. No. Definitivamente la presencia de Odile no era aconsejable.

 

―Había pensado en el lago.

 

Ella lo cogió por la nuca y se lo acercó a la boca para besarlo intensamente dando por zanjado el asunto.

 

 

 

Tumbado en la orilla del lago con su preciosa esposa recostada sobre su pecho Eric contemplaba la resplandeciente esfera de polvo y piedra que los iluminaba. Llevaba mucho tiempo deseando experimentar la maravillosa sensación de ser completamente libre y, como un tonto, se lo había negado sin ningún motivo. A él y a Chloé. Pero esa noche iba a liberarse. Necesitaba hacerlo para mitigar una parte de la pesada carga que llevaba a cuestas y para disfrutar al cien por cien de su magnífica mujer.

 

―Gracias.

 

―¿Qué? ―le respondió sorprendida.

 

―Gracias por seguir aquí conmigo.

 

Eric acarició su duro pero suave brazo y le miró a aquellos preciosos ojos color ámbar. Ella pasó un dedo por su pómulo descendiéndolo hasta llegar a la comisura de la boca, recorriendo así su cicatriz. Le posó un dedo en los labios y juntó sus frentes.

 

―No digas tonterías.

 

―Significa mucho para mí que hayas tenido tanta paciencia. Me he portado como un loco. No merecías nada de lo que he hecho.

 

―Chisss. Lo has pasado muy mal, eso es todo.

 

―Eso no es excusa Chloé. Deberías haberte ido hace tiempo… solo de pensar que podría…

 

―Yo sabía que te recuperarías. Solo necesitabas más tiempo, nada más.

 

―¿Y si no lo estoy… y si no me recupero?

 

―Poco a poco cariño.

 

Chloé lo besó lujuriosamente hasta conseguir que un gutural rugido surgiera descontrolado de su garganta. Eric la hizo rodar con cuidado y le separó los muslos con sus piernas. Allí, de rodillas frente a ella, con la luz de la luna brillando en su tersa piel y la rubia melena todavía húmeda por su anterior baño en el lago cayéndole en la cara parecía un dios. Chloé aguantó su mirada ambarina penetrándola pero no pudo evitar sentir la piel de gallina. Era amenazador. Su tamaño descomunal, sus pétreos músculos, y su peligrosa mandíbula asustarían a cualquiera. A ella no. Ella no le tenía miedo. Primero porque ella también pertenecía a esa clase de ser posesivo y territorial y segundo, y más importante, porque la amaba, y ella lo sabía.

 

―Ya falta poco ―dijo mientras le acariciaba la parte interna de los muslos y rozaba con el pulgar sus ya húmedos labios.

 

―Aja.

 

―Aún estás a tiempo de huir porque yo ya no puedo echarme atrás.

 

―Eso solo te provocaría aún más ―dijo levantado la espalda para poder besas su firme torso.

 

Eric rio y, sin previo aviso, le dio la vuelta dejándola de rodillas.

 

―Aún tengo dudas, lo reconozco, pero necesito hacerlo.

 

―No pasará nada Eric. Forma parte de nuestra naturaleza.

 

La empujó hasta hacerle tocar el suelo con las manos y le acarició las nalgas. Se inclinó sobre ella hasta tocar su espalda con el pecho y aprisionó sus manos para impedir que las moviera.

 

La luna brilló con más intensidad y las feromonas mezcladas con el olor a coco y canela empezaron a impregnar el ambiente. Cualquier ser que pasase por allí asociaría el sexo con aquel hermoso paraje. Eric frotó su piel contra la tostada piel de Chloé y lamió su fino cuello con ardor.

 

―Pequeña, este bosque está lleno de lobos en constante erección y tú ya no llevas mi marca.

 

―Es nuestro hogar ―movió el culo para acariciarle su desarrollado miembro―. Y ellos saben que te pertenezco.

 

―Crees que eso me tranquiliza.

 

Le soltó una mano y trasladó su caricia entre las piernas obligándola a separarlas un poco más. Se entretuvo acariciando sus pliegues y justo en el momento oportuno introdujo dos dedos en su interior. Lamió de arriba abajo su espalda y le dio un pequeño mordisco en la nalga izquierda.

 

―He sido un descuidado ―volvió a frotarse contra su piel impregnándolos aún más de aquella excitante mezcla de aromas―. Pero voy a solucionarlo.

 

―Vas a tener que esforzarte mucho y hacerlo más a menudo.

 

Los dos dedos rotaron en su interior y un tercero se les unió haciéndola arquear la espalda.

 

―No te preocupes cariño, todo aquel que se acerque a ti sabrá quién te ha follado esta noche ―la empujó hacia abajo al mismo tiempo que le separaba un poco más las rodillas con sus piernas y sacó los dedos para sustituirlos por su descomunal erección―, y el resto de tu vida.

 

La embistió sin compasión. Chloé gritó sorprendida. Pronto el alivio de recuperar a su pareja tal y como era la hizo disfrutar de aquella embestida. Sus cuerpos estaban preparados para ese acto de posesión. Durante toda la noche habían conservado su estado salvaje y se había sentido libres y en armonía pero en pocos minutos alcanzarían su máximo apogeo y el embrujo de la luna llena desataría por completo sus impulsos. Sus cuerpos aumentarían de tamaño todavía más. Sus colmillos crecerían como los de un depredador. Sus dedos adoptarían una forma más amenazadora convirtiéndose en garras y su humanidad desaparecería hasta que el animal estuviese completamente saciado. Y ella estaba deseosa de que eso pasara.

 

Notó como el miembro erecto de Eric crecía arrolladoramente en su interior y supo que ya era media noche. Los músculos de sus brazos y piernas le lanzaron dolorosas descargas al desarrollarse. Su visión se tiñó de color anaranjado hasta el punto de convertirla en turbadora pero a la vez más precisa, más nítida. Sintió un dolor punzante en las encías y un brutal aullido surgió de su caja torácica.

 

Eric podía ver como su mujer alcanzaba la cumple de su transformación a la vez que él la sentía en su propio cuerpo. ¡Y por todos los dioses, eso lo excitaba mucho! Pasó una pierna por encima de su muslo y apoyó el pie con firmeza en el suelo. La sujetó por las caderas y aumentó salvajemente el ritmo de sus arremetidas.

 

―Pequeña se fuerte, esto va a durar horas ―le advirtió con la voz distorsionada por la transformación.

 

Chloé agachó un poco más la cabeza adquiriendo una postura más sumisa y él la premió con un feroz gemido. Le apartó el pelo de la nuca y se extendió sobre ella para poder mordisqueárselo.

 

Dominado por su necesidad de propiedad entró y salió de su cuerpo sin compasión hasta que ambos alcanzaron el clímax. Sin apartarse ni un centímetro de ella la acarició y besó insistentemente. Sus pieles adquirían un tono rosado por culpa del incesante contacto. El aroma, cada vez más intenso, les mantenía con los sentidos a flor de piel sumiéndoles en un grado de excitación ya de por sí muy elevado. 

 

Cuando el licántropo consideró que había hecho un buen trabajo marcando a su hembra volvió a penetrarla. No la había dejado moverse ni una sola vez. Era su momento, su turno, y no tenía intención de desaprovecharlo. Al igual que no tenía intención de parar. Metódicamente la marcó y los llevó al nirvana una y otra vez durante horas.

 

Chloé apenas era consciente del dolor de sus brazos y rodillas. Era un módico precio a pagar por aquel regalo del cielo. De pronto Eric se apartó de ella y cogiéndola por la cintura la sentó sobre su abdomen. Ella descansó la cabeza sobre su pecho completamente exhausta.

 

―Tu turno pequeña ―le susurró al oído.